QUINTO
DOMINGO EN CUARESMA. Año B. Jeremías capítulo 31 versículos 31-34. Salmo 51:
1-13. Hebreos capítulo 5 versículos 5-10. Juan capítulo 12 versículos 20-33.
El profeta Jeremías nos habla de una nueva alianza
que Dios pactará con los reinos de Israel y Judá, sin duda estamos ante el máximo
desarrollo de la profecía Jereminiana, una relación ideal donde la ignorancia y
el pecado no tocarán al creyente porque Dios mismo será su posesión. Nos Recuerda
que no es una alianza como la pactada cuando Yahveh tomó literalmente de la
mano a su pueblo y lo sacó de Egipto, pero antes incluso, cuando creó el
universo y luego llegó el Diluvio, por sobre estas situaciones propiciadas por
nuestra desobediencia Dios siempre estuvo
presente ofreciéndonos una posibilidad para “sanar”. Pues este creyente ve con
claridad que ha llegado el momento de dicha
alianza que tendrá una característica muy particular de conocimiento y experiencia
del Dios revelado.
Dios es quien toma la
iniciativa del perdón y lo hace porque en su Ser solo hay Amor y el pecado es
rechazado más no sucede igual con el pecador a quien ama y redime. Queda para
el profeta el reto de comunicar el grado de responsabilidad personal del
creyente ante este ofrecimiento que como una gran fuerza se gesta del corazón y
la mente al exterior de nuestras relaciones y estilos de vida. Esta nueva
alianza se forjará en el corazón del bautizado (trayéndole a nuestro hoy) como signo de Fe y compromiso.
En este punto histórico
el profeta ve que la Ley como rito exterior no significa nada sino es
acompañada de la interiorización de una autentica religión, de lo
contrario no podría tocar y transformar el corazón del ser humano y especialmente
en nuestro tiempo con los bautizados que han aceptado el edificar esta bella y salvífica
relación con Dios revelado en lo más íntimo
de lo más íntimo nuestro. Deus est enim, qui in intima familiaritate, palabras del
Hiponense sobre esta relación de absoluta intimidad con Cristo. Es
necesario pedir a Dios un corazón nuevo que reconozca su Gracia e inspiración,
todo ser humano se hace nuevo empezando por su corazón y terminando en sus hábitos
y actitudes de vida. Las palabras particularmente anunciadas en el (versículo 34) son tomadas por la
Iglesia Madre para hablar de su ministerio y como en Cristo su Señor y Cabeza
se han cumplido perfectamente.
El
Salmo 51 o Miserere, en su sentir penitencial se emparenta con
las escuelas profetas de Israel, es un acto de conciencia que reconoce el pecado personal y lo más
importante la cura para el mismo. Es una
exposición de la imperfección que busca en Dios y su misericordia el perdón y la salvación. Dios perdona
como signo de su poder sobre el mal y sus consecuencias, por esa razón el
creyente que pide ser perdonado también pide intrínsecamente la manifestación
de su Reino en carne propia. Si hoy rechazas el pecado debes acoger a Dios en
tu corazón. Es también un principio de la doctrina sobre el pecado original en
el versículo (4)
Lávame a fondo
de mi culpa, y de mi pecado purifícame.
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Dios da origen a algo totalmente nuevo y es el corazón del
creyente, recordándonos así la nueva condición del bautizado. Dios no rechaza a
nadie es por definición un concepto yuxtapuesto al pecado y relevante como
signo salvífico, así lo muestra el versículo (13).
La
Carta a los Hebreos, nos
recuerda que Cristo asumió un sacerdocio pleno y la relación con el personaje
del Génesis, Melquisedec se debe a la connotación del sacrificio de
Cristo que se convirtió en Altar, Sacerdote y Victima que se ofrece así mismo
por todos. Pablo nos está diciendo
con insistencia que la obediencia es un valor indispensable en la vivencia de nuestra
religión y sus principios. Cristo mismo
se convierte en nuestro modelo al llevar hasta las últimas consecuencias
su obediencia al Padre Dios. Obediente al Padre no se bajó de la Cruz y su
obediencia la acompañó por su gran Amor. A diferencia de Melquisedec y de nuestro
sacerdocio Cristo transformó su muerte en ofrenda reparadora y al ser aceptada
vivió en signo de la Resurrección, aquel que es Dios y da su vida para tomarla
una vez más. Es claro para nosotros que
el sacerdocio que vivimos es signo de la relación de Cristo con la Iglesia y
como ella es la depositaria de esta Gracia por virtud del Supremo Sacerdocio de
Cristo su Señor y Cabeza, luego por extensión nosotros así lo vivimos.
La
cosmovisión Joanica, toma de otras fuentes particularmente en este trozo de su evangelio. Las palabras del
Señor pueden sonar a confusión dado que ellos se referían a un asunto que de
buenas a primeras parece distinto, pero en realidad conecta con la intención de
Jesús. Los griegos no creen en la Resurrección y mucho menos en la eternidad,
su sistema de creencias se mueve entre las manifestaciones de los dioses del Olimpo, pero el Señor habla de la
significación profunda de configurar una existencia solo terrenal, aquí el
mundo es la totalidad de las hostilidades ante el mensaje del Señor. Miremos el
Texto inspirado en el versículo (25):
El que ama su
vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna.
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La Voz (versículo 28) que escucharon los testigos
aquel momento, recala en Jesús quien es consecuente con su obediencia al Padre
y el tributo que así le ofrece. Los bautizados no actuamos solo por nosotros o
nuestras familias, lo hacemos también como signo de la presencia de Dios en
nosotros y se convierte en tributo a Dios Trinidad. No es posible creer que las
acciones son aisladas de nuestra Fe ya que ellas muestran nuestro amor y
compromiso. El trance es muy difícil pero
aun así el Nombre de Dios pronunciado es
bendición en boca de Jesús para la creación entera. Al ser levantado en la Cruz
el Señor se convierte en ofrenda para todos y en tributo al Amor redentor
Trinitario. Si queremos conocer a Cristo debemos conocer su Cruz y vivir
cargando la nuestra, parece en última
instancia, la respuesta del Señor a los curiosos griegos.
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