viernes, 25 de noviembre de 2022

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO... Falta poco hermanos.

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO. Isaías capítulo 2 versículos 1-5. Salmo 122. Romanos capítulo 13 versículos 11-14. Mateo capítulo 24 versículos 36-44.

 

" 36. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre. 37. Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. 38. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, 39. y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. 40. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; 41. dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. 42. Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. 43. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. 44. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/mateo/24/

Damos inicio al tiempo de Adviento y con esta celebración nos preparamos para el nacimiento espiritual del Salvador de la Creación contaminada, ella, por nosotros y nuestro pecado colectivo e individual.  Adviento es tiempo de esperanza porque llega nuestro Señor y Salvador, porque su amor se despliega sobre todos y cada uno de los bautizados. La visión Mateana cita textos de índole cósmica que sin duda nos recuerdan al género apocalíptico. Recordemos que el “relámpago” es una figura literaria empleada para hablar del Juicio divino. Los buitres que revelan la existencia de un cadáver en el desierto, aquí representan los pecados que al ser denunciados dejan al descubierto su accionar en medio de la humanidad y lo más importante en el corazón del ser humano. Para continuar quiero hacer énfasis en el versículo 30,” Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” En este versículo en cuestión, los Santos PP. de la Iglesia siempre vieron la figura de la Cruz como una manifestación de índole espiritual en la vida de los creyentes. Citamos de forma encriptada al profeta Daniel dando a entender que los signos y símbolos del relato Mateano son muestra de coherencia con la tradición Escrituristica aplicada al Señor. El reino del Mesías es un hecho constatable desde una praxis autentica de nuestro cristianismo, desde luego, ya no tenemos más nacionalidad que la del Reino de Dios y esto es aplicable sobre todo a nuestra manera de actuar y ver el mundo.

Desde la perspectiva anterior todos nosotros estamos positivamente obligados a actuar movidos por el amor de Dios en su Adorado Hijo y ser así respuesta de Fe y valores evangélicos en el mundo y sus relaciones. Debemos pedir su Espíritu para discernir sobre la manera en la que actuamos y vivimos nuestra opción por un Reino y un Rey muy especial y distinto al mundo y sus “monarquías”. La connotación Mateana pretende animar en los lectores de su Evangelio la llama de la esperanza en el desenlace amoroso de las señales como indicadores más que físicas de este acontecimiento que revelará potencialmente el plan salvífico en concreto, a diferencia de la obra profética de pueblo de Israel.

Las señales son parte de una elaborada literatura para poner de relieve el carácter sobrenatural de tales revelaciones, no se trata de una idea concreta que se desarrolla de esta forma descrita. Es importante tener presente que la evolución del pensamiento en la Iglesia primitiva nos llevará a superar estas figuras y convertir el discurso vivencial del amor en el eje fundamental de la revelación de Cristo. Las señales auténticamente cristianas provienen del “Mandamiento Nuevo” y la explicitación de un amor que rompe las fronteras hasta reconocer a todos hermanos. La señal de los cristianos es sin duda alguna el amor y este al ser vivido y asumido en todas las facetas de la vida del bautizado puede cambiar radicalmente su mundo y la percepción de los demás en su propia vida. La vida es sagrada y como tal su sacralidad es también tributo al Dios Creador y amoroso Señor. La plenitud de la obra de Dios está siendo redimida con el influjo del amor de la humanidad sobre la creación y que mejor señal que la armonía con la vida en todas sus formas. Mateo en su contexto socio-cultural describe la simbología apropiada para quienes recibirán su mensaje, estamos ante una manifestación de ribetes cósmicos cuya función es dejar en firme el Día de Yahveh temática tan común en las escuelas proféticas de Israel. Los nuevos tiempos romperán toda relación con el pecado de los viejos tiempos. Una renovación total que solo podrá darse bajo la soberana autoridad de Dios.

Recordemos que el mensaje es siempre actual y toca las profundidades del alma de los creyentes y su estado anímico para enfrentar las dificultades, siempre llenos de esperanza en el amor de Cristo. Los mejores tiempos son aquellos vividos y por vivir bajo el influjo de la Gracia. El profeta Isaías nos invita a caminar en pos de la paz perfecta aquella que solo será posible en los tiempos escatológicos porque es un atributo totalizante del Resucitado. Una Paz que será posible solo si nosotros vivimos unidos al amor de Dios y expresamos en nosotros estos dones de su Gracia. La violencia solo es producto del “hombre viejo” aquel que vive de espaldas a la Gracia. Ser criaturas nuevas implica vivir y caminar en novedad de vida y no acudir a la praxis de los disvalores o antivalores tan comunes en el esquema del mundo y sus relaciones. No es efímero suponer tal condición cuando Cristo es el centro y razón de ser de nuestras relaciones y tratos con el otro.

Pablo en su carta a la comunidad que está en Roma, acude a uno de los conceptos clave de su enseñanza moral, y nos referimos al empleo de la palabra “momento” que sin duda está hablando en contexto del tiempo de Dios en nosotros, es decir, de estar hoy viviendo tiempos particularmente proclives para afirmar nuestra relación con el Dios revelado. El tiempo de actuar movidos por el amor y una manera nueva de ser producto del Resucitado, aquí el tiempo es el “Kairós de Dios” La realidad de Cristo Muerto y Resucitado se siente con todo su poder en medio de la Iglesia que nunca renuncia a su condición de escogida y prefigurada desde tiempos antiguos por el amor de Dios. Nuestros tiempos son sin duda los mismos que los demás, pero la manera de vivir y confiar en Dios hace la diferencia. Debemos pues formar nuestra Fe para acercarnos con absoluta seguridad al Dios revelado.

 

jueves, 17 de noviembre de 2022

VIVA CRISTO REY.

 

ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.  DÍA DE CRISTO REY. Propio 29. Lucas capítulo 23 versiculos 33-43.

 

“33. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.  Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. 35. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. 36. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37. y le decían: Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate! 38. Había encima de él una inscripción: Este es el Rey de los judíos. 39. Uno de los malhechores colgados le insultaba: ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!  40. Pero el otro le respondió diciendo: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41. Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.  42. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. 43. Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/lucas/23/

Al final de nuestro año litúrgico la Iglesia nos propone a consideración la imagen de Cristo como Rey y Señor de la obra de su Padre Dios. Esta consideración toca profundamente el sentir de los bautizados y la manera como estos tributan diariamente a Dios en sus vidas. Un caminar Lucano que debe llevarnos a las profundidades de nuestro ser y conciencia espiritual. Un caminar que reconoce justamente en su madurez el Señorío de Cristo siempre actual y dinámico. La liturgia se detiene a considerar al autor de nuestra redención y lo hace exaltando su figura como Dios y Rey soberano. Nada de lo anterior es posible en la vida de los bautizados si estos no profundizan en su relación espiritual. No es fácil reconocerlo cuando no le conocemos.

Hoy durante la meditación con los seminaristas, uno de los textos lucanos que escogimos (Lucas capítulo 21) nos referían a la mujer que acercándose al templo depositó cuanto tenía para vivir, y en la otra margen del relato estaban quienes con mucho dinero depositaban de lo que sobraba en sus arcas. Ella en realidad entregó de las profundidades de su ser, su Fe y absoluta confianza en el Dios viviente. No se trata de recursos económicos sino de la misma soberanía de Cristo en la vida y obra de los bautizados. Dar de nosotros mismos edifica paulatinamente la imagen del reinado de Cristo en el mundo y en la creación. La Madre de los bautizados invita este domingo a reconocer precisamente el Señorío escondido en nosotros del Salvador de la humanidad. No es fácil suponer tal evento sino insistimos en el gobierno armonioso de la Gracia en nuestras vidas. Lucas trae una imagen desgarradora de la Pasión del Señor y lo hace precisamente para que el bautizado encuentre la fuerza del amor de Dios escondido en donde menos podemos pensar nosotros. El amor de Dios ocupa nuestros distintos espacios, escenarios, y facetas. Dios no deja nada sin tocarlo con su Gracia y es aquí donde se comienza a elaborar una respuesta coherente a su reinado. Aquel hombre que la creencia popular llama el “buen ladrón” comprendió precisamente donde estaba el tesoro que se podía “robar” y como este tesoro no se agotaba nunca. Los cristianos estamos siendo confrontados todos los días, el mundo y sus relaciones tienen su propia idea de reino y reinado y no es el amor de Dios su punto de partida sino sus propios estándares de realidad y felicidad. Reconocer a Cristo como Señor no es tarea fácil cuando estamos absortos por otros reinos. Cuando reina el mundo no hay espacio para el reinado de Cristo. No podemos vivir una especie de dualismo de la realidad, debemos pues, ser consecuentes con la propia experiencia de Fe. Aquellos que le insultaban lo hacían por ignorancia, no se trata de un ataque directo contra su Divinidad, sino el fruto de una total ausencia de experiencia con el Dios Encarnado y hoy es posible que aun en medio de nuestras congregaciones existan bautizados episcopales que no conocen el amor de Dios revelado en su Adorado Hijo. Es decir, debemos afirmar su Reino desde las entrañas del ser eclesial.

Unos y otros le llaman de distintos nombres y por distintas razones, el primero que estaba crucificado junto al Señor le llama Cristo, mientras que el segundo le llama Rey, cual de estas definiciones hace trabajo liberador en nosotros, es aquella que en realidad dimensionamos en nuestras vidas al punto de alimentar toda obra que sale de nuestros corazones y manos. Reconocer el Reino de Dios es imposible sino vivimos la identidad amorosa que Dios nos ha revelado en su Adorado Hijo. No es una declaración sino una vivencia que acata la Voluntad salvífica de Cristo. Aquel hombre le llama Rey porque está dispuesto a ser gobernado por su autoridad y realeza, quiere ser súbdito del Señor. Un acatamiento de su Voluntad salvífica implica en nosotros la renuncia a nuestra única y exclusiva voluntad frente a la vida y a la Gracia. En la autosuficiencia la Gracia no tiene nada que hacer. Es pues, para cada uno de los bautizados necesario reconocer con obras y sentimientos el Señorío real de Cristo en sus vidas. La dinámica por medio de la cual se aproxima aquel hombre al corazón del Señor es la misma que nosotros asumimos una vez maduramos en nuestra Fe y lo que implica su praxis.

Inaugurar el Reino de Dios es parte fundamental de nuestra condición de creyentes. El Reino de Dios es una manifestación amorosa de una profundidad indecible por parte de Dios a la humanidad. Aquí es posible reconocer como la promesa de Cristo llega con toda su vigencia a la psique de los creyentes, un reino es en síntesis un orden de cosas en las que actúan quienes viven en sus estructuras, lo mismo se podría decir del sistema de gobierno en el que vive nuestra nación. Pero en el Reino de Dios la ley y la norma por antonomasia es el amor plenificador de toda condición y expectativa de nuestra parte. Un orden que sostiene su realidad, no es pues una imposición de Dios sino la revelación de su amor en un estado de cosas que son importantes para cada uno de los bautizados. El Señorío de Cristo es fruto en nosotros de una profunda praxis de nuestra Fe y los valores evangélicos que portan explícitamente las obras de cara al mundo y nuestra relación con quienes nos rodean. Un orden armonioso porque el amor es portador de todo valor indispensable para ser felices en su reino eterno. Nuestra corta expresión verbal (lingüística) limita el producir conceptos para acercarnos a esta realidad trascendente y por tal razón el Señor acertadamente habla de un reino algo que todos conocemos por sus implicaciones. Un reinado que no dependerá de nada ni nadie, sino y solo del amor de Dios transformado en la más totalizante donación de su Gracia a cada uno de los bautizados.

OREMOS…

Caminemos confiados al Trono de su Gracia donde el Rey y Señor de la vida y de todo cuanto existe en este y en los demás sistemas que pueblan el espacio y cosmos se sienta para regir su obra, ángeles, arcángeles, serafines, querubines, tronos, dominaciones, potestades, principados, imperios, se postran y no son dignos de levantar la cabeza y verle. Loor al Padre Rey, Loor al Hijo Rey, Loor al Santo Espíritu de Dios Rey. Al Rey y Señor la Madre Iglesia le rinde tributo y adoración, al que es su Dios, su Esposo, su Señor, su Amo, su Cabeza, cuya Sangre Santísima santificó todo, redimió todo y gobierna todo, Un Dios en Trinidad de Personas para adorar y callar y solo amar por los siglos y estos eternos…  VIVA CRISTO REY. Amén.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

XXIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

 

XXIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Isaías capítulo 65 versículos 17-25. Cantico 9. 2 tesalonicenses capítulos 3 versículos 6-13. Lucas capítulo 21 versículos 5-19.

RUINAS DE JERUSALÉN.

“5. Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: 6. Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida. 7. Le preguntaron: Maestro, ¿Cuándo sucederá eso? Y ¿Cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?  8. Él dijo: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. 9. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. 10. Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 11.Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. 12. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; 13. esto os sucederá para que deis testimonio. 14. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, 15. porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. 16. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, 17. y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. 18. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. 19.Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” (Lucas capítulo 21 versículos 5-19). www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-Jerusalén/lucas/21/...

El Texto Lucano a diferencia de los demás evangelistas que citan este evento en la vida del Señor y no lo mezcla con el fin del mundo. Es pues una visión distinta que centra todo su interés en la respuesta e intencionalidad de Jesús, el tiempo en manos de los bautizados debe confirmar la soberana Voluntad de Dios y no dejarse seducir por los estereotipos del mundo y sus realidades efímeras. Lo edificado por nuestras manos se queda en este orden transitorio. Solo lo que hemos afirmado en Cristo permanecerá aun en el tiempo. La Gracia hace que nuestras vidas rompan con lo efímero y busquen los bienes inmortales, esta es la condición esencial de todo discípulo para seguir al Señor, buscar lo que es auténtico y por ende lo que sobrevive aun con el correr de las horas y los días. Podemos concluir que el tiempo no está cerca y que el Señor no retornará bajo los conceptos en los que los desprevenidos lo están aguardando. Un retorno espiritual en la profundidad. Los grandes imperios han construido a lo largo de la historia todo tipo de obras, una superando a la otra con el caminar de los siglos, pero la obra de la redención del Señor se hace en el tiempo sin ser propiamente manifestación de este. La condición de la obra anunciada es sobrecogedora y su contenido es imposible siquiera de ser entendido inicialmente por los discípulos.  Es comprensible si entendemos que ellos acuden a los recursos que crean imágenes en su conciencia y esto es totalmente nuevo para ellos.

Las señales de la caridad y el amor fraternos son los faros que guían a los bautizados hacia puerto seguro, hoy no se trata de ver la fatalidad o el cumplimiento de oscuras profecías a las que los imaginarios populares les entregaron tanta fuerza en la conciencia religiosa, se trata, de una vivencia marcada por la valía del otro y su presencia como factor de crecimiento mutuo. La señal del amor cristiano es el testimonio poderoso de esperar a un Dios amoroso desde lo más íntimo y profundo de la vida de los bautizados en el mundo. La dinámica apocalíptica pretendía centrar al creyente y exhortarle a estar atento, la preparación era personal y dramática si podemos afirmarlo, hoy la Iglesia como comunidad de amor busca que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y en ella descubran a su autor y revelador, al Dios viviente. El poder de la Fe y el amor de los bautizados es capaz de condicionar el mundo y sus relaciones.

Si el amor no es ley entonces el engaño es factible, si el ministro ordenado no ama a la Iglesia más que a la promoción de los suyos entonces solo será un testimonio del poder del dinero en el medio donde debe imperar la santidad, es decir, la Iglesia. La meta es amar a Dios por sobre todas las cosas, pero sino amamos al otro y a la Iglesia de Cristo entonces el amor será difícil de concretarlo como praxis extraordinaria de vida. El tiempo como vivencia del Evangelio está cerca de realizarse en cada uno de los bautizados, en cada corazón dispuesto a vivir su contenido de Gracia y por ende salvífico. El Evangelio es por si mismo anunciante de una realidad redimida por Cristo. La esperanza emerge de las ruinas tanto las personales como las congregacionales. El amor de Cristo es el auténtico anunciante de la vida renovada y actualizada en el cristiano-episcopal. La vivencia del mensaje de Cristo genera por su autenticidad, contradicciones en el mundo acostumbrado a vivir conforme a sus trivialidades. Un acontecer salvífico que es predicado por la Iglesia y una realidad que al implantarse cuestiona lo que le rodea, es pues, el papel del anuncio del Evangelio. Todo lo que existe puede dejar de existir, menos el amor de Dios que ha germinado por el santo Bautismo en cada uno de nosotros.

“Perseverar en la Fe cristina es un reto de vida y trascendencia en el presente, es una dinámica que llegó por la Gracia para darle sentido a la praxis de nuestra Fe en el Dios amoroso”.

En concordancia con el Texto Lucano la cita bíblica de Pablo a los Tesalonicenses, nos enfoca en la necesidad del testimonio y la fidelidad al mensaje, reconociendo que existe la posibilidad de desvirtuar el mensaje y su integridad, tal proceder nos aparta de Cristo y también del otro que muchas veces busca en nosotros referencia de vida renovada y actualizada por los Medios de la Gracia que esta Iglesia entrega en gratuidad a sus hijos bautizados. El testimonio es vital porque estamos imitando al propio Cristo, nos está diciendo el apóstol Pablo. La imitación del Señor implica para nosotros vivir conforme al modelo del hombre redimido que enseña la Iglesia. Cada bautizado es modelo para el hermano o hermana que se acerca a la congregación, pues este testimonio es evangelizador como dinamizador de la vida congregacional. Pablo tiene muy claro que el Evangelio llega por medio del testimonio dándole valor y cumplimiento en el convencimiento de vida de los bautizados. El testimonio habla bien de los creyentes de todo tiempo o época. El testimonio habla bien de los cristianos que viven de cara a Cristo en el mundo. El pecado es ruina y el amor de Cristo eternidad, la opción de vida y proceder es nuestra…

sábado, 5 de noviembre de 2022

DOMINGO XXII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. Lucas capítulo 20 versículos 27-38.

 DOMINGO XXII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. Lucas capítulo 20 versículos 27-38.

 

27. Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: 28. «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. 29. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; 30 y la tomó el segundo, 31. luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. 32. Finalmente, también murió la mujer. 33. Está, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.» 34.  Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35.  pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36. ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. 37. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/lucas/20/

La discusión del Señor con algunas facciones judías de cierto nivel de radicalidad en la vivencia de la Ley Mosaica nos recuerda cuál es nuestra postura de Fe sobre todo aquello que hemos profesado en Cristo y en su Iglesia. Creer en la resurrección es parte de nuestra expresión de vida tanto en la Gracia como en la trascendencia que resumen todo aquello que es determinante para nosotros. Los saduceos niegan la resurrección por una interpretación fatalista y “obtusa de la vida” y porque para ellos la muerte es el final de una existencia tan solo meritoria en el plano estrictamente humano.  La Ley no asegura más que la retribución en el plano material y la posibilidad de descansar junto a los antepasados del pueblo. La propuesta del Señor supera dinámicamente una vida quieta que no camina en ninguna dirección.  El acontecer de la resurrección en la mente de los bautizados entra en conflicto cuando el apego mundano y afectivo nos hacen perder la ruta de la esperanza de una vida plena donde incluso, los sentimientos serán plenificados y llegarán a una dimensión de tal profundidad que la separación de los afectos y emociones será superada por el verdadero amor de Dios en nosotros y nuestro entorno emocional.

La propuesta de Cristo no encaja perfectamente en los fariseos del hoy de nuestra historia, son aquellos que aceptan la posibilidad de una vida después de la muerte pero que en realidad viven como si tal primicia no los tocará a ellos y su forma de existir. Un formalismo dialéctico simplemente que no implica vivir auténticamente la esperanza de la vida eterna. El rechazo de la Fe y las condiciones del Evangelio son parte de este fenómeno en el presente, en una sociedad que moldea sin esperanza la existencia netamente material de los seres humanos. Cuando hablamos de esperanza estamos afirmando el señorío de Cristo sobre todo aquello que hacemos o es importante para nosotros y que se conservará en la pureza del amor que irriga todo nuestro acontecer. El ministerio eclesial debe invitarnos constantemente a vivir y enseñar sobre el Reino del Dios viviente y como se puede caminar efectivamente hacia su concreción en nosotros, este caminar inicia en lo más profundo de nuestro propio ser.  Reconocer su actualidad es el primer paso para sacarlo de las profundidades del ser y vivirlo como una expresión concreta de nuestro sentir como bautizados. La declaración de nuestra Fe es vitalmente el enganche con el misterio convertido en realidad por el mismo Cristo en la Cruz, para resucitar es indispensable aceptar, antes que morir, de lo contrario la naturaleza sigue el curso de los eventos en los organismos que cesan sus funciones vitales y biológicas como tal. La vida se gasta en situaciones pasajeras, pero la mente camina en dirección de la eternidad que no se muda como todo lo compuesto en nosotros. Solo por medio de la Gracia nuestra naturaleza mudable se transforma en incorruptible, así mismo lo expresará el propio Pablo en 1 Corintios capítulo 15 versículos 53-55…

Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible, y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad. Y cuando nuestra naturaleza corruptible se haya revestido de lo incorruptible, y cuando nuestro cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, se cumplirá lo que dice la Escritura: «La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? https://www.bible.com/es/bible/411/1CO.15.53-55.DHH94PC

La resurrección abarca todos los sueños y anhelos del ser humano en Cristo, no es solo un cambio de condición si cabe emplear esta expresión, es una configuración absolutamente nueva y actual de la vida y su dimensión Pasando de esta inmanencia que se convierte en una especie de “cárcel” que limita el ser como este es y se manifiesta en el mundo o realidad de relaciones y percepciones. La resurrección es un ofrecimiento sin mérito posible o futuro de nuestra parte, pero afortunadamente es obra del amor de Dios y su poder no posee parangón alguno que no sea Dios mismo. Dejamos a un lado a los fariseos y saduceos y nos centramos en nosotros como bautizados y discípulos de Cristo. Solo el amor da sentido a retomar la vida de manera ininterrumpida y hacerla parte de una expresión de amor que llamamos resurrección y eternidad porque no tendría sentido vivirla sin ser eternos en la profundidad del conocimiento amoroso de Dios en su presencia. La muerte reclama lo suyo por derecho propio y el pecado puede hacer que el bautizado renuncie a Cristo y se entregue a la existencia limitada de la materia y los apetitos sensitivos que todos conocemos.

La discusión en la época del Señor era en cuanto al enfoque de las tradiciones presente en el panorama religioso de Israel, no era fácil para ellos concluir con tamaña posibilidad teniendo presente la manera como ellos vivían su Fe. Imaginar un mundo distinto en un orden que el ser humano no conoce y por ende que no depende de su interacción es un reto que todavía no suena fuerte en muchas concepciones religiosas. Hoy gran número de personas se inclinan más por una definición epicúrea donde el placer y el bienestar sean percibidos en su existencia sin que medie para ello una idea superior que hable de un orden distinto al conocido, hoy persiste el miedo a la muerte y al más allá, convirtiendo la pregunta sobre si hay vida después de la muerte en uno de los interrogantes más buscados. Indagar sobre esta realidad condiciona la forma de pensar y vivir para muchas personas en el presente. Los cristianos seguimos radicalmente el cumplimiento de la promesa de victoria sobre la muerte y el ejemplo del propio Cristo es el mayor aliciente que tenemos, unido a la posibilidad de edificar una relación espiritual que nos llene de esperanza y seguridad en tal acontecer de la vida. Creer o no hacerlo en la resurrección no desvirtúa su realidad trascendente. Cristo la ofrece como la más perfecta concreción de todo lo que somos y aspiramos ser. En Dios la vida se transforma hasta satisfacer todas las expectativas del ser humano redimido en Cristo.

 


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