viernes, 29 de septiembre de 2017

DÉCIMO -SÉPTIMO DOMINGO...

DÉCIMO-SEPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 21. Éxodo capítulo 17 versículos 1-7. Salmo 78:1-4,12-16. Filipenses capítulo 2 versículo 1-13. Mateo capítulo 21 versículos 23-32.



El pueblo se encuentra en su última parada antes de llegar al Sinaí, las murmuraciones hablan de la escasa provisión de agua que el pueblo tenía a la hora de emprender su recorrido en búsqueda de la tierra prometida (expresión muy conocida en la época aquí descrita). Es posible que como consecuencia el pueblo dudara de las intenciones de Dios, aunque el autor se cuida de iniciar este relato con Dios como guía del pueblo. La roca que golpea Moisés (peña) es signo de la presencia proveedora de Yahveh que los acompaña a lo largo de su travesía, algunos estudiosos judíos consideran que la roca acompañó al pueblo hasta el punto descrito (Horeb) en dicho lugar confluyen los conflictos que genera la falta de Fe y de Esperanza aunque la respuesta de Dios no se tardó en producirse.

 En cuanto a nosotros diremos que el conflicto duda hasta de las raíces más profundas de la humanidad que hay en torno nuestro. Sin preparación para emprender una empresa sin importar la naturaleza de esta, el fracaso es un invitado ineludible, esto mismo estaba pasando en (Massá y Meribá). La Sed   que sufre el pueblo es esencialmente una metáfora que toca las puertas de una más profunda como lo es la existencial que atañe a la vida del ser humano y como este está construyendo su vida. Vivimos en auténticos desiertos que limitan la humanidad a niveles lamentables y de grande preocupación. Pidamos a Dios el agua viva que bebería la samaritana en el poso de Jacob pero no de su agua sino de la que brinda el Señor. La que brotó en su costado justo después de morir en la Cruz.
El Apóstol Pablo interesado en la comprensión de la naturaleza del sacrificio de Cristo sitúa a su comunidad de Filipos en el contexto de la renuncia del Señor y así lo presenta en el (versículo 7) “Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”…Los santos PP. Consideran que es una alusión directa a la Encarnación, en la que el Verbo de Dios asume la condición humana como “renunciando” a su gloria de Hijo de Dios, solo Dios puede amar de esa forma tan profunda cuyo abismo nadie conoce. No podemos conocer la magnitud del sacrificio de Cristo si antes no confesamos que es nuestro Dios. Pablo alude a la Kénosis  solo el amor como dijimos es tanto obra como absoluta renuncia. Nos exhorta a vivir de ese amor cuyo modelo perfectísimo es el propio Jesús.

El cristiano hace su propia Kénosis en la existencia de renuncia ante lo que el mundo propone que no considera ni por un minuto la exaltación de dios y solo acoge los modelos superficiales que pretende vivir y emplearlos en construir su felicidad. Cristo se humilló a si mismo, Cristo asumió la carne y sus flaquezas no pecando pero si soportando sobre si nuestras debilidades propias de la condición que Él asumió y cargo hasta la Cruz. El Nombre de Dios en su Adorado Hijo alcanza la más grande expresión en su poder y es precisamente la Resurrección esa ratificación. Luego percibimos la visión de Pablo sobre la totalizante Soberanía del Resucitado que lo expresa de categorías cósmicas: Para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos. Creemos se refiere a la existencia de la realidad tanto material como espiritual y las distintas connotaciones que tiene esta realidad en la vida de los bautizados. Cristo está por sobre todo tipo de existencias, tanto de este mundo físico y material como de los fenómenos espirituales y las fuerzas que lo habitan.

El Evangelio de Mateo nos presenta al Señor enseñando en el Templo esto último era algo que solo se permitía el Señor sin ser Fariseo o Saduceo. Desde luego la respuesta de esas autoridades no se hizo esperar aunque las enseñanzas son apegadas a la tradición pero potenciadas por la superioridad del gesto de Jesús por sobre el atinado ejemplo del Bautista. Su presencia en el Templo es de índole conciliador e instructivo, es el espacio para enseñar su mensaje y mostrar así la autoridad de quien habla bajo el Espíritu de Dios. Recordemos que el Señor viene de expulsar los vendedores del templo, y la higuera estéril es figura de Israel castigado y abatido por sus pecados. Entonces en esta dirección entra en el templo y genera un cuestionamiento apenas natural por su presencia pero que es manejado con tal habilidad que limita la presión de las autoridades religiosas y logra ponerse en sintonía del Bautista como figura reciente de impacto en la memoria del colectivo israelita.

Tanto el Bautista como Jesús predican en el Nombre de Dios y sus enseñanzas son bien vistas por el pueblo.  El Evangelio se adentra en el corazón de cada uno de nosotros los bautizados produciendo una dinámica de vida cargada de identidad en orden al reconocimiento de Dios y el poder de su Gracia.  Nosotros sabemos con qué autoridad predica el Señor y somos sus testigos en un medio hostil que rechaza su mensaje por buscar como en el desierto la felicidad en cosas que solo llenan los sentidos y el vientre.

Debemos hacer el trabajo en el momento en el que el Señor nos llame a su servicio sin  mediar oposición alguna. Somos bautizados, es  parte viva de nuestro Pacto Bautismal. Es por demás la razón de ser en el espacio vital en el que nos encontramos. Es mostrar a Dios vivo entre nosotros y compartirlo así con quienes nos rodean o gastan sus vidas a nuestro lado.



REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL PRÓLOGO DE JUAN...



REFLEXIÓN  TEOLÓGICA  SOBRE  EL PRÓLOGO  DE  SAN  JUAN.


“Pero ¿qué valor tiene el sonido de las palabras: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios? También yo he pronunciado palabras al hablar. ¿Era como éstas la Palabra que estaba con Dios? Las palabras que yo he dicho, ¿no han desaparecido después de haberlas pronunciado? ¿Luego la Palabra de Dios habrá desaparecido también, tras haberse oído? ¿Cómo se hizo todo mediante ella, y sin ella nada se hizo? ¿Cómo se rige mediante ella lo que mediante ella fue creado, si sonó y pasó? ¿Qué clase de palabra, pues, es esta que se pronuncia y no pasa? Atienda Vuestra Caridad; se trata de algo importante.” Amonestación del Hiponense sobre el Prólogo de Juan, a manera de introducción a  su Tratado (Tratactus et Foedus). La presente reflexión de índole teológica la seguiremos en la perspectiva del latín como idioma base y del castellano como su traducción terminológica. El Prólogo como cumbre de la teología Joanica busca esclarecer el impacto dialectico de la superación del mito para transformar la realidad de la naciente Iglesia y con ello las implicaciones de lugar. La Palabra en la perspectiva idiomática expresa el pensamiento en categorías cognoscibles, es decir, por medio de las palabras construimos  un lenguaje que todos pueden comprender y de paso ratificar el ser comunicación explicita en las categorías de nuestra propia y misma riqueza de percepción.

La Palabra (recurso idiomático)  se crea en orden a nuestro lenguaje como un sonido o golpe de voz que articulamos en la garganta, ese sonido se disipa al salir de nosotros y solo queda el recuerdo voluntario de lo expresado, mientras que la Palabra como (Verbo y Logos)  brota del intelecto mismo de Dios, es decir, como una acción de su Voluntad amorosa. Esa es la Palabra Santísima de la que nos habla el Apóstol y evangelista. La Palabra que procede de la mente de Dios y es Dios (Segunda Persona de la SS. Trinidad) como lo expresaría Tomás de Aquino: Dios no da cosa distinta que Dios mismo, es decir, su comunicación amorosa solo se distingue en cuanto a la personalidad de la Persona Divina, del Engendrado antes de todos los siglos. Es un acto Volitivo porque emana de su Voluntad Divina. Esa palabra la refiere Agustín de Hipona y sabe que no pasa por ser la expresión calificativa de Dios entre nosotros. El Verbo no solo explicita la cualidad de la oración o frase sino que articula el ser que se expresa bajo las categorías a las que recurre. Cristo mismo conjuga tanto la Palabra como expresión de la Voluntad de Dios como el Verbo en ordena su Santísima procedencia no sobre su origen sino del que le engendra antes de todo tiempo. La Palabra de Dios, su Verbo es preexistente. La Palabra que proclamamos en la Eucaristía no es otra que la expresión en categorías cognoscibles del ser humano que su acción refleja la realidad de Dios que se comunica o revela. El verbo en nuestro idioma nos dice que hace, piensa u obra una persona y lo mismo acontece con la revelación ya que su presencia segura el comunicar la Voluntad salvífica de Dios. El verbo expresa la acción de la persona y en orden a la Misericordia de Dios revela su Amor Encarnado como ultima Palabra a la humanidad.

Recordemos que históricamente la época de Jesús se ve fuertemente influenciada por el pensamiento helénico, escuelas como la epicúrea, estoica y escéptica,   moldean el pensamiento en su momento. En sintonía Heráclito  define el Logos como la razón universal, como una ley cósmica que lo gobierna todo. Que en su poder mantiene todas las cosas unidas entre sí.  El Logos visto de esta manera es una expresión Panteísta. Desde esta postura “dios es todo y todo el dios”. Este pensamiento sobrevive particularmente entre los hinduistas. En Occidente la llamada “nueva era” sostiene también este principio al suponer que Dios está en nosotros con una presencia Identidad distinta a las huellas de su obra creadora (Vestigia). Gracias a la presencia de los Gnósticos  el evangelista Juan nos ofrece la ratificación de la verdadera humanidad del Señor, que es el cometido fundamental de su prólogo. Una humanidad que en todo es como la de cualquier persona humana pero con la presencia de la Hipostasis entre las naturalezas Divina y la Humana y la persona Divina que se une al alma racional de Jesús.


ESPAÑOL
LATÍN
TEOLOGÍA



En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.

Ella estaba en el principio con Dios.
In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum.

Et erat in principio apud Deum.
Juan establece la sana distinción en cuanto al significado de “principio” o Arché recordemos que se puede interpretar en sentido temporal cuando nos referimos a una acción u obra determinada, y en orden a la eternidad cuyo calificativo solo corresponde a Dios. El estar con Dios supone la misma naturaleza puesto que no habla de una compañía sino de una realidad Identitativa. Era Dios en cuanto al movimiento de su presencia entre nosotros, es decir, el Verbo vive un eterno retorno al Padre que se ama y se piensa por siempre. La Palabra expresa la Voluntad de Dios, no como subordinada sino como Dios mismo. En una clara Procesión de su Voluntad santísima.   Es pues el principio de las relaciones Trinitarias el Arjé, Causa Primera de la creación que corresponde a la Palabra o Verbo (Jesucristo). Es la fuente de la obra amorosa de Dios Creador. Por otro lado es importante manifestar que la concepción de la Palabra de Dios no es exclusiva del (N.T) ya en el (A.T) hay nociones de su significación claro está no de ser Persona Divina, para muestra solo un botón (Proverbios capítulo 8 versículo 22) y en la misma escuela (Sabiduría capítulo 7 versículo 22).  Es el Verbo del Padre quien comunica su misión, así lo entiende Juan cuando apunta toda su Soteriología a la manifestación del Señor como el Cordero Pascual aquel que quita los pecados del mundo. Pero precisamente esta obediencia hacia el Padre, libremente aceptada, esta sumisión al Padre, en antítesis con la desobediencia del primer Adán, continúa siendo la expresión de la unión más profunda entre el Padre y el Hijo, reflejo de la unidad Trinitaria: “Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago” (Juan capítulo  14 versículo  31). Más todavía, esta unión de voluntades en función de la salvación del hombre, revela definitivamente la verdad sobre Dios, en su Esencia íntima: el Amor; y al mismo tiempo revela la fuente originaria de la salvación del mundo y del hombre: la “Vida que es la luz de los hombres”…  



Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,

Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Enim omnia facta sunt et sine ipso factum est nihil.

In ipso vita erat, et vita erat lux hominum

Et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt.
Cristo mismo es la Causa Eficiente de la creación por Él y el Él todo fue hecho. Una vez más la presencia es fundamento de su misma y única esencia que solo distingue las personalidades Divinas, más no así la Persona. La Luz es el orden amoroso que solo impera por la Voluntad de Dios y el caos es su antítesis, es decir en cuanto a la luz es y será la oscuridad. La estética de Dios en la creación es su Amor que todo lo ordena. La vida es intransferible y solo Dios la comunica a libremente y solo Dios la puede tomar y retener. El Señor Jesucristo puede recibir el título de Principio si tenemos presente que es la Causa Primera de la creación (Colosenses capítulo 1 versículo 16). Cristo es el origen de todo cuanto existe, es el reconocimiento de su presencia en la obra creadora. Esta concepción esta fuera del tiempo y cualquier parangón posible no va en esta afirmación. En primer lugar hay que excluir que el Verbo sea Causa Ejemplar exclusivamente suya en la creación, ya que la causa ejemplar próxima de la divinidad en sus obras "ad extra" es obra de la inteligencia divina. Y el Verbo ni tiene una inteligencia distinta de la divinidad ni tiene una causalidad exclusiva de la causalidad de las tres divinas personas en su obra Ad- Extra.  Solamente podría por apropiación atribuírsela al Verbo como Causa Ejemplar. Ni Juan apunta a semejante tecnicismo.
El pensamiento de Juan sobre esta causalidad ha de valorárselo en su ambiente bíblico Donde la Palabra es la Luz y el Bien. El pensamiento es manifiestamente que las cosas que fueron hechas por el Verbo tienen vida en El. ¿En qué sentido. No se trata de la vida de Dios  -del Verbo-  en sí mismo, pues no dice que el Verbo era la vida, sino de la vida divina en cuanto va a ser ampliamente participada. Pues esa vida va a ser luz de los seres humanos. Esto sitúa el problema. Y su complemento para penetrarlo está en ver que el pensamiento de Juan está influido, embebido, en el pensamiento judío, no en el de la filosofía griega.



Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.

Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.

No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.
Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Iohannes.

Venit in testimonium ut testimonium perhiberet de lumine ut omnes crederent per illum.

Non erat ille lux, sed ut testimonium perhiberet de lumine.
Es el objetivo de la misión del Bautista y como tal se afirma su nexo con el Señor que no solo será de sangre sino de mensaje. El testimonio del Bautista es un testimonio de vida y conocimiento de las promesas las mismas que afirma en su naturaleza con la presencia del Verbo Eterno. Juan es testimonio y testigo de estos acontecimientos, como creyente y como conocedor de la Palabra. Este personaje establece un puente entre el A.T y la Ley y el N.T ejemplarizado por el Amor como eje relacional que da vida tanto a la Ley como a los profetas anteriores al advenimiento del Mesías. El Verbo hasta ahora no había ofrecido a los hombres más que una cierta participación de su luz; ahora va a darla con el gran esplendor de su Encarnación. Para esto aparece introducida la figura del Bautista.

Aparece situado en un momento histórico ya pasado en contraposición al Verbo, que siempre existe. Juan no viene por su propio impulso; es enviado por Dios. Trae una misión oficial. Viene a testificar, que en su sentido original indica preferentemente un testigo presencial… Viene a testificar a la Luz, que se va a encarnar, para que todos puedan creer por medio de él. El prestigio del Bautista era excepcional en Israel (Juan capítulo 1 versículos 19-28), hasta ser recogido este ambiente de expectación…  El tema del testimonio es uno de los ejes en el evangelio de Juan, que se repartirá multitud de veces y por variados testigos.



La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Erat lux vera, quæ illúminat omnem hóminem veniéntem in hunc mundum.

In mundo erat et mundus per ipsum factus est, et mundus eum non cognovit.

Et venit in domum suam, et per consequens non.
La Luz del mundo bien podría resumir este trozo del prólogo Joanico, es una vez más alusión a la presencia del Mesías, Hijo de Dios. Recordemos que el mundo puede cambiar de contenido definitorio, puede hacer mención de la creación y la presencia de la humanidad en ella, o simplemente referirse a un “lugar2 de hostilidad y conflicto que sería un ambiente negativo para el advenimiento del Salvador. Los suyos designan a la humanidad que Dios redime en su Adorado Hijo. Es también una alusión de fuerte raíz judía recordemos que para los descendientes de Jacob es una realidad gobernada por el mal en su forma y expresión más pura (satán). Con este lenguaje sigue hablando de modo muy intenso el Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Juan capítulo  3 versículo  16). Y añade: “El Padre mandó a su Hijo como salvador del mundo”. En otro lugar escribe Juan: “Dios es amor. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: Dios ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que tuviéramos vida por Él; “no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que Él nos ha amado y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados”. Por ello añade que, acogiendo a Jesús, acogiendo su Evangelio, su Muerte y su Resurrección, “hemos reconocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios y Dios en Él”…
 La perspectiva del cristocentrismo objetivo  invita a presentar el misterio de la Creación partiendo de la revelación de la intervención mediadora de Jesucristo en relación con la iniciativa creadora de Dios Porque en El fueron creadas todas las cosas. A partir de este primer elemento brota la dimensión Trinitaria del acto creador. El principio Trinitario de la Creación. Ambos parágrafos mostrarán la obra de Jesucristo en la Creación como ejercicio de una causalidad suya propia. La causalidad creadora de Jesucristo. Será posible así reconocer en Jesucristo el Primero y el Último en el que se revela la finalidad del acto creador de Dios. El fin de la Creación. A partir de este fundamento, simultáneamente Cristológico y Trinitario, se abre el camino para comprender con mayor profundidad el contenido del designio salvífico de Dios que tiene su centro en Jesucristo, Muerto y Resucitado para la salvación de todos los hombres. Jesucristo, centro del cosmos y de la historia. Miremos el Texto Sagrado de Tradición:
Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él to-das las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos (Colosenses capítulo  1 versículos 18-20).
Los santos PP. De la Iglesia aportaron a la presente discusión: La unión en Cristo entre el cielo y la tierra presupone sin embargo en primer lugar la Trinidad de Dios, ya que el Hijo en la tierra no puede presentar su propia divinidad (sólo en clave monofisita podría pensarse), sino que sólo puede traducir al plano temporal-creatural su relación eterna con el Padre, en cuanto a su Encarnación parece indicarnos Balthasar (von Balthasar)… Tampoco debe olvidarse que el primer versículo de la Sagrada Escritura, En el principio Dios creó el cielo y la tierra (Génesis capítulo  1 versículo  1), se ha interpretado a menudo en la tradición eclesial como un reclamo discreto a la dimensión Cristocentrica de la acción creadora de Dios: muchísimos PP. y teólogos han interpretado como referida a Cristo la expresión En el principio, esta interpretación la encontramos también en Orígenes…
 Igualmente Agustín afirma: A aquellos -los maniqueos- respondemos que fue Dios quien creó el cielo y la tierra en el principio pero no al principio del tiempo, sino en Cristo, siendo El con el Padre el Verbo por medio del cual y en el cual fue creada cada cosa. Tampoco puede pasarse por alto que ya la Epístola de Bernabé interpreta el otro pasaje del Génesis Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza  como indicativo de la presencia operante de las Personas Trinitarias en la Creación y abriendo también con ello una larga tradición. En esta teología se sitúa la sugerente teología de las dos manos del Padre, el Verbo y el Espíritu: encontrar otros materiales en In principio. El escrito de “Bernabé” es un texto apócrifo citado hasta el siglo V sobre todo. Es importante tener presente que de Dios solo brota Dios mismo para indicar con esta sentencia que la sustancia de Dios es Dios mismo y no admite en la creación comunicación de la misma.
 *Para ilustrar el punto en cuestión quiero citar a san Buenaventura…

***En esta línea se sitúa objetivamente el Ejemplarismo de Buenaventura Es especialmente significativo el siguiente texto de Buenaventura: “Necesariamente, si existe la producción de lo desemejante, se pre-supone la producción de lo semejante; lo cual se pone de manifiesto así: lo semejante es a lo desemejante como lo igual a lo diferente, y lo uno a lo múltiple; pero, necesariamente, lo igual precede a lo diferente, y lo uno precede a lo múltiple; por tanto también la producción de lo semejante precede a la producción de lo desemejante. Pero la criatura es producida por el ser primero, y éste es desemejante; por tanto, necesariamente, se produce lo semejante, que es Dios. ...Del mismo modo, de la substancia eterna no emana lo diferente, si no se produce lo sustancialmente idéntico. Por consiguiente en Dios se da primero la producción de lo semejante, de lo igual, de lo consustancial, que la de lo desemejante, de lo desigual, de lo esencialmente distinto. Así se puede afirmar que La diferencia permanente entre Jesús Hombre y el Dios eterno e igualmente del eterno Hijo, significa en substancia que el Hijo eterno no sólo precede a la existencia humana de Jesús, sino que constituye también la razón de su existencia creatural. Al igual que todas las criaturas también la existencia de Jesús tiene su fundamento en Dios, el Creador del mundo. Pero al ser diferente y distinguirse de Dios, esta existencia se funda sobre la autodistinción entre el Hijo eterno y el Padre. Así el Hijo eterno es la razón ontológica de la existencia humana de Jesús en su relación con Dios Padre. Pero si desde la eternidad, y por tanto también desde la creación del mundo, el Padre nunca existe sin el Hijo, entonces el Hijo eterno no es solamente la razón ontológica de la existencia de Jesús en su autodistinción del Padre como único Dios, sino también la razón de la diferencia y de la existencia autónoma de toda realidad creatural… Buenaventura nos conduce dramáticamente a su concepción de Ejemplarismo al acudir a la figura del verbo en las categorías cognoscibles de su procedencia, no se trata de una simple academia desgastada después de siglos de uso, nos habla de la realidad creada que acompaña a Jesús y su Hipostasis con el increado Hijo de Dios. 



Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;

La cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Quotquot autem receperunt eum dedit eis potestatem filios Dei fieri, his qui credunt in nomine eius:

Et qui non ex sanguinibus, neque ex voluntate viri, sed ex Deo nati sunt.

Y verbum caro factus est et habitavit in nobis: et vidimus gloriam ejus, gloriam quasi unigeniti a Patre, plenus gratia et veritate.
Juan acude a una definición que sin duda está en sintonía de la afirmación de la Generación Eterna del Verbo, puesto que no se plantea una existencia producto de la intervención de los factores humanos. El nacer de Dios aleja el término de la connotación rabínica, que lo situaban en el mundo en cuanto a la descendencia o nacimiento en la carne (persona humana). Solo el Verbo nos concede la Gracia para llegar a ser hijos de Dios, no en sentido del A.T que podía ser utilizado para referirse a una persona natural sino a la eternidad que procede de Dios. El nacer de la carne resalta realmente la Encarnación y la debilidad de la condición humana.  El Verbo se encarnó para hacernos partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro capítulo  1 versículo  4): Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios. Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios, palabras de Ireneo de Lyon  Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo… El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres (Tomás de Aquino).  La Gracia y la verdad del Verbo encarnado nos recuerdan las palabras de Yahveh a Moisés en la zarza ardiendo. Pablo en su carta a los Filipenses nos ilustra sobre la Encarnación y nuestra respuesta: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Filipenses capítulo 2 versículos  5-8)…
Nuestra inteligencia se une al Conocer de Dios en Jesús, que es el conocimiento del Padre. La inteligencia, conociendo, busca la Verdad. Y la Verdad es Jesucristo. Y lo hace por medio de la virtud teologal de la Fe. (Las virtudes teologales son aquellas que nos unen directamente con Dios, que alcanzan directamente a Dios) para el propósito de este argumento podremos consultar en  Romanos capítulo  5 versículo  2. Por lo tanto, nuestra inteligencia se une a Jesús, Hijo del Dios Vivo, por medio de la Fe.
Lo propio de la voluntad es amar, el amor. El Amor en Dios es el Espíritu Santo.  Romanos capítulo  5 versículo 5. Por lo que nuestra Voluntad se une a Dios Espíritu Santo por medio de la virtud teologal de la Caridad, amando a Dios sobre todas las cosas, que es el primero y el principal de los mandamientos.
En la Memoria recreamos la vida. Pero para unirnos a Dios tenemos que dejarlo todo y seguirlo. Por lo tanto, tenemos que dejar entrar en ella la Vida de Dios, el Padre, que viene del futuro, y no tener las imágenes y situaciones de nuestra historia enfermiza. Más allá de las cosas y de las personas, está la Vida de Dios. Ésta es ya Vida Eterna, y nos sana, nos cura, nos reconcilia y nos libera. Por lo tanto, nuestra Memoria, haciendo el “vacío” de todo lo creado, se une al Padre por medio de la virtud teologal de la Esperanza, que nos hace penetrar en la Vida Eterna de Dios y hace que ella penetre en nosotros ya desde ahora. En la Encarnación recordamos una vez más se manifestó la Trinidad Inmanente en el Hijo y la Económica en la Voluntad salvífica del Padre Dios. Repasemos:
Las dos naturalezas de Cristo están unidas en una sola Persona, que es la Divina, a quien llamamos Jesucristo.
El Verbo divino no se unió a una persona humana, sino a una naturaleza humana; y así la Persona Divina hace las veces de Persona no sólo para la Naturaleza Divina, sino también para la naturaleza humana, a la cual se unió.
Nuevamente, aquí se encuentra nuestra inteligencia frente a un misterio. Podemos comprobar que en esta unión no hay contradicción, pero no podemos comprender a fondo cómo se hace. Creemos sí con absoluta firmeza en él, porque Dios nos lo reveló en forma que nos brinda plena certidumbre.
Así como dijimos (intuición)  que en Jesucristo todo lo que se refiere a la naturaleza es doble dos inteligencias, dos voluntades, todo lo que se refiere a la Persona será único y así, no adoro en El dos seres, sino uno solo, no actúan dos individuos sino uno solo.




Juan da testimonio de él y clama: Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.
Iohannes testimonium perhibet de ipso, et clamat dicens: "Hic erat, quem dixi. Qui post me venit, ante me factus est: quia prior me erat,
Juan es testimonio como creyente y hombre de profunda espiritualidad. Juan argumenta cualidades propias de la presencia del Espíritu Santo en el bautizado, y que gracias a esos dones es posible vivir nuestra Fe en el Resucitado. El testimonio del bautizado debe ser mayor que incluso el dado por el propio Bautista, no en vano el Señor eleva la condición del creyente por sobre la figura del Precursor… Siguiendo, pues, a los Santos Padres (Concilio de Calcedonia 451) enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hebreos capítulo 4 versículo 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
En Cristo el ser humano puede establecer una relación que va de la mano con las misiones del Hijo y del Espíritu Santo que están destinadas a nuestra salvación, es pues el testimonio del bautista un ejemplo de identidad sobre la futura salvación tal y como la ve el Precursor. Las relaciones de Dios con nosotros son principio de salvación no es posible salvarnos si Dios no está a nuestro lado y nos abre las puertas de su Reino. Es pues elocuente el testimonio del Bautista sobre la salvación que se gesta en la relación vital con Dios por medio de su Hijo nuestro Señor. El términos antropológicos es la presencia del Espíritu de Dios que sublima y potencia las acciones de un ser contingente encerrado en sí mismo como es nuestro caso.



Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.

Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Et de plenitudine eius nos omnes accepimus et gratiam pro gratia.

Quia lex per Moysen data est; factum est gratia et veritas per Jesum Christum.
Los judíos esperaban un Mesías profeta como lo era por excelencia Moisés, no olvidar las escenas narradas del Éxodo y como el Poder de Dios se manifestaba gracias a este líder carismático. No es Jesús el modelo esperado, no es la figura de autoridad que los condujera a su liberación del poder del Imperio Romano. La Ley Mosaica no es referente directo del Poder del testimonio que darán los bautizados a partir del advenimiento del Señor. La Verdad corresponde a la existencia misma del creyente que será guiado por el Evangelio que a su vez es el gran “contenedor” de la Verdad revelada. En Él se haya la verdad, toda respuesta existencial, la Fe en la vida eterna, el amor que anhelamos y no encontramos en el mundo, el amigo que siempre está ahí dispuesto a escuchar, la protección de nuestras vidas y de los nuestros, la fuerza para vivir, el perdón de los pecados, la nueva mente que nos hace libres, la alegría y el gozo, la alabanza, la gloria, el Reino, la Verdad. En él se haya la guía para hacer las obras del Espíritu y vivir según Dios. El misterio de la Santísima Trinidad es el núcleo central en el mensaje de Cristo.
La revelación de Dios llega a su punto culminante con Jesucristo. Ahora ya no es que Dios hable a unos hombres, más o menos excepcionales, sino que Dios mismo se encarna en el hombre Jesús. De esta manera toda la vida de Jesucristo es una revelación de Dios, como lo expresa el Apóstol en la carta a los Hebreos: Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días nos habló por su Hijo. (1, 1-2). La plenitud de Dios es nosotros es la Gracia. Nuestra vida pertenece a la Sustancia Divina como el acto mismo de nuestra creación, es uno de los argumentos del Hiponense sobre la vida como obra del amor revelado de Dios.
La plenitud de la Trinidad Económica, es decir, nuestra salvación llega en el Amor de Dios hecho carne…



A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
Deum nemo vidit umquam: unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, ipse enarravit.
Acudimos a un término presente particularmente en la escolástica (Siglo XII) y que se empleó para sustituir a la Perichoresis de Juan Damasceno y me refiero a Circumincessio a la mutua In-Existencia de las Personas Divinas (SS. Trinidad) que emplearon en la Escuela franciscana con san Buenaventura, Duns Escotto, Burgundio de Pisa su creador…  Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a uno de la Trinidad. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (Para nuestra reflexión y complemento mirar, Juan  capítulo 14 versículos  9-10). San Juan es el único en afirmar que el Espíritu dará testimonio de Cristo. Cuando la persecución arrecie y los discípulos conozcan la tentación del miedo y de la duda, el Espíritu fortalecerá su corazón para confirmar su Fe en Jesús. Es un testimonio distinto de la ayuda prometida por Cristo a los discípulos, cuando sean arrastrados a los tribunales. Por fin el Espíritu Santo demostrará, que el pecado está en el mundo, la justicia en Jesús y que el verdadero condenado es el demonio o príncipe de este mundo. Cristo materializa la idea de un Dios personal que si es posible relacionarnos con su trascendencia e inmanencia porque es Cristo precisamente quien la revela a la humanidad…  El Hijo de Dios Encarnado en la única verdad explicita del Dios creador que en cuanto a su presencia en el mundo lo hace por el Amor de su Adorado Hijo. Dios se manifiesta porque en su infinita Voluntad estaba el enviar a su Adoro Hijo para que naciera de una Virgen en el pueblo de Israel. Solo así llega a nosotros la Gracia como relación salvífica de dios con nosotros. Juan tiene muy en claro esta prerrogativa del Hijo de Dios y solo Él puede conocer porque Él y el Padre son lo mismo, es decir, la llamada Perichoresis de Juan Dámaso y el termino ya mencionado durante la Escolástica  Circumincessio cuya argumentación se propone en (Juan capítulo 10 versículo 30 y en el versículo  38)… Juan como ningún escritor del (N.T) nos plasma esta afirmación. Solo el Hijo ha visto al Padre porque son en síntesis expresión de su Persona Divina como Padre y como Hijo y como Espíritu Santo.  Como decíamos al fin del bloque anterior, las operaciones divinas son comunes a las Tres Divinas Personas, porque donde está Una de Ellas están también habitándose las Otras Dos. Están “como Una metida dentro de las Otras” (la Perichoresis o Circumincessio). La Trinidad tiene “una sola y misma operación”. Por lo tanto, crean las Tres, redimen las Tres y santifican las Tres.

Pero, por Apropiación o Atribución, se adjudica a alguna de Ellas determinada Obra: Por ejemplo, la Creación se atribuye al Padre. La Redención, al Hijo. La Santificación, al Espíritu Santo. La persona humana revela a la Trinidad SS. En cuanto a  sus operaciones es una bella comparación y desde luego con su respectiva analogía.
Esto nos lleva al concepto de persona que usa (en la línea del Hiponense lo citamos) ***Ricardo de San Víctor en su teología trinitaria: “Persona est rationalis naturae incomunicabilis existentia” (Persona es una existencia incomunicable de naturaleza racional). El rasgo distintivo de esta definición es hablar de existencia incomunicable: la incomunicabilidad supone la independencia, pero la existencia,  supone la relación. Ricardo llama a la naturaleza sistencia, por tanto la ex-sistencia es el modo de tener una determinada naturaleza. La Trinidad es una sistencia o naturaleza que se realiza en tres ex-sistencias o personas: el Padre ex-siste desde sí mismo, el Hijo ex-siste desde el Padre y el Espíritu ex-siste desde el Padre y el Hijo. No se puede pensar en una sistencia abstracta independiente de las Tres Personas, como si la naturaleza divina fuera anterior a las Tres Personas: la sistencia divina solo ex-siste en una de las tres formas dichas, que sólo pueden realizarse en cuanto están mutuamente implicadas. Es decir, siempre que encontramos a Dios lo descubrimos de alguna manera como persona, y la persona como existencia sólo tiene su perfección en la relación, por lo que a Dios sólo podemos llamarlo personal si descubrimos su proceso interno, eso es lo que se nos ha manifestado a través de la Revelación, porque Dios es un proceso que sólo se explicita y realiza a través de y en las Personas Divinas… Como autor cercano a nosotros quiero citar al alemán Rahner cuyo aporte a la concepción de Persona unida a la revelación considero es de lo mejor en cuanto a reflexión y actualidad conceptual. Miremos.
 ***Rahner (1904-1984), toma conciencia de los problemas en torno a la relación entre los tratados “De Deo Uno” y “De Deo Trino”. En los manuales al uso el tratado no trinitario “De Deo uno” precede al tratado sobre la Trinidad, y esto lleva a hablar de las personas divinas de una manera absolutamente formal que no afecta a la esencia de Dios. Esta situación no es razonable, si la Trinidad no fuera un misterio salvífico no se nos habría revelado (solo para que no lo olvidemos, es Cristo quien revela las relaciones Trinitarias)
A partir de esta convicción y para superar esta situación  Rahner formula su tesis fundamental: La Trinidad económica es la Trinidad inmanente y a la inversa. Esta tesis se sustenta en una observación concreta: hay al menos un caso en que la Trinidad Económica es la Trinidad Inmanente y es una verdad de Fe definida, la Encarnación del Verbo de Dios. Jesús no es Dios en general, sino el Hijo, y esta misión no sólo le es aplicada a la Segunda Persona Divina, sino que le es propia y peculiar. Por tanto, en la encarnación, algo ocurre fuera de la vida intradivina que no es simplemente un acontecimiento del Dios tripersonal que actúa como ser único. Si esto es así resultan falsas todas las opiniones que sostienen tanto el principio de que no hay nada histórico-salvífico que no pueda predicarse de la misma manera del Dios Trino y de cada Persona como el de que una doctrina sobre la Trinidad solo pueda hacer aserciones sobre lo intradivino. Por contra resulta verdadero que la doctrina de la Trinidad y la economía de la salvación no pueden distinguirse adecuadamente.
 Rahner detecta también una aporía en el concepto de persona cuando se aplica a la doctrina sobre la Trinidad. Tres Personas no significa en Dios ni una multiplicación cuantitativa de la esencia ni una igualdad de la Personalidad, pero cuando hablamos hoy de persona en plural casi nos vemos obligados a pensar en varios centros espirituales de actividad, en varias subjetividades. En Dios sólo se da una esencia, una conciencia real poseída en tres formas distintas. Esta dificultad tiene su causa en el hecho de que ha habido un cambio en el concepto de persona, mientras que antiguamente se refería “in recto” únicamente a la subsistencia distinta y solo “in obliquo” a la naturaleza racional, en la Edad Moderna la persona pasó a designar “in recto” el elemento espiritual y subjetivo. A causa de esto es necesario abrir la posibilidad de otros modos teológicos de expresión que tomen como punto de partida el axioma fundamental, según el cual Dios es el Dios concreto en cada una de sus formas de darse, lo que, traducido a la Trinidad Inmanente, significa que el Dios único subsiste en tres formas distintas de subsistencia.


CONCLUSIÓN  Y  REFLEXIÓN  PERSONAL.


Desde el primer renglón encuentra uno que la herencia de las Causalidades (Formal/Eficiente) e incluso la material como seres vivos de la creación nos remiten a las Divinas Personas como indicando que Dios siendo Padre, Hijo y Espíritu Santo, interviene de lleno en la obra de la Creación, que no es posible suponer que la “luz” de Dios llegó al mundo por misión sin que esta fuera intimada en el Verbo por la presencia de la Trinidad plena Inmanente (Circumincessio) esta presencia es herencia en términos idiomáticos de la conjugación de las tradiciones tanto griega como latina. Es Orígenes antes que Agustín en suponer que la Sustancia de Dios ejemplariza por decirlo así las relaciones Trinitarias y que la única posible distinción son en sí y para si las Personalidades de la Individua Trinidad… causa Ejemplar y Eficiente, ellas en si muestran el cómo interviene el Hijo (verbo) en la creación y como en la Cruz este mismo Hijo de Dios asume la humanidad creada de Jesús siendo (Él Persona) el Engendrado antes de todo tiempo como si desde el tiempo de la encarnación no se hubiera transformado en historia el eterno sin ella como degradación del tiempo y sus ciclos. Los PP. Capadocios cuando emplean el término Hipostasis  nos están diciendo desde la perspectiva distinta del pensamiento griego que la Persona que hay en el Encarnado es Divina y que las Naturalezas de Jesús y del Verbo se hacen Una sin implicar con ello la degradación de la Naturaleza Racional del Señor.  Es una y otra vez la Luz de Dios en los ojos de su Adorado Hijo la que nos muestra el camino en la madre de los bautizados. Hoy reflexionamos sobre la presencia “voluntaria” del Amor sublime de Dios que como Dios solo puede darse así y eternamente como en la relación a Ad-Intra entre las Divinas Personas. En Jesús tomó carne la realidad increada para que la realidad creada se librara de las consecuencias de su pecado.   La historia personal la encontramos redimida no solo en tiempo  sino también  en obras. La redención se llena de humanidad en la humanidad de Jesús. Constituimos una realidad sustancial con la Gracia que nos transforma y nos hace llamar a Dios Padre de todas y de todos. La filiación por apropiación de las cualidades de ser redimidos, es decir, sin ser redimidos Ontológicamente hablando, no se podía decir que somos hijos de Dios, no al menos en la transformación sustancial de nuestra condición.  La filiación gracias al Señor es una realidad de índole definitiva, es la aseveración de nuestra futura condición de la cual ya todo bautizado goza en potencia por la Gracia.

Nuestra reflexión es posible porque el mismo Dios se reveló para que nuestra inteligencia tuviera la certeza de su presencia.  Es una presencia tan clara que el misterio se convierte en realidad y la realidad es transformada con matices de eternidad. El Bautista ve la Palabra y no escrita o pronunciada en su categoría de fonema, ve la Palabra como ve a su entorno, esta percepción supera la Fe y se instala en los sentidos. Solo viéndote con el alma Señor evitaremos pretender “tocar tus  heridas”… Cristo Palabra del Padre se escribe en el alma del bautizado y se convierte en luz para sus pasos. La Palabra/Personalidad de Dios  se llama Jesucristo.


Que lo que crees con tu corazón sea también sometido a la razón. El Hiponense. 

lunes, 25 de septiembre de 2017

SACERDOTES DE LA NUEVA Y DEFINITIVA ALIANZA...

NATURALEZA  DEL  TRIPLE  MINISTERIO  ORDENADO.



“Obispos, presbíteros y diáconos, tanto hombres como mujeres son los ministros de la nueva y definitiva Alianza”.


La Iglesia desde sus inicios deja ver la importancia de la permanencia unida a la tradición que se convierte en su fundamento. El dato más antiguo lo constituye el Evangelio de Marcos quien siempre presenta al Señor unido a los apóstoles y estos en relación  directa con Jesús. Es pues un signo de Comunión. Tal Comunión se define como el punto de partida en la futura instrucción ministerial que la Iglesia moldeará y con el paso de los siglos llamará debida ciencia para referirse a la formación académica de los futuros clérigos o ministros ordenados. El ministerio ordenado fue explicitado para dar respuesta al crecimiento y propagación de la Iglesia, Pablo da ejemplo de esta estrategia al dejar en cada comunidad o ciudad un encargado de la predicación y Cena del Señor (nombre inicial de la Eucaristía) de esta forma el ministerio se fue consolidando en la Iglesia evolucionando a una institución ministerial. Pablo reconoce y observa la imperfección de algunos líderes religiosos que estaban en tránsito del judaísmo al cristianismo por lo que sin duda muchos rabinos fueron maestros de los primeros cristianos (Tito capítulo 1 versículos 1-16)… Pablo nos deja ver lo que se constituye en su praxis misionera. El apóstol establece las bases de la doctrina y deja a otras personas la organización ministerial de la comunidad cristiana. Tomaremos como texto guía el (versículo 5) “El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad como yo te ordené… Luego Pablo direcciona a los candidatos según la directriz necesaria para salvaguardar la vida de la Iglesia. Es también de resaltar que era al parecer una práctica habitual en Israel en épocas anteriores, que desde una figura en potencia de un futuro ministerio eclesial bien valdría su aporte y raíz: “Yahveh respondió a Moisés, reúneme setenta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos  y escribas del pueblo… Llévalos a la Tienda del Encuentro y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo y tomaré parte del Espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo” (Números capítulo 11 versículos 16-17) o también (Ezequiel capítulo 8 versículo 11). Y en el N.T encontramos señalamientos sobre los Presbíteros en (Hechos de los Apóstoles capítulo 11 versículo 30). Y el Texto clave  de la instauración  de los siete (Hechos de los Apóstoles capítulo 6 versiculo1 y ss). Donde queda clara la función de los Apóstoles en la liturgia primitiva:

·         Dirigir las reuniones de la asamblea.
·         Las oraciones en la Liturgia.
·         La instrucción catequética y la Palabra.

Al interior de las comunidades primitivas donde ejercían el ministerio los apóstoles surgen una serie de posturas que beneficiaron la misión de la Iglesia. Esta misión se enmarca en la presencia de comunidades judías que habían tenido alguna formación griega y su pensamiento menos conservador los dispuso para  dar la fuerza necesaria a la Iglesia en su expansión. Recordemos que confluían judíos que conservaban el arameo y el hebreo y se sumaron los que provenían de Roma y Grecia (helenistas), este choque multicultural favoreció ampliamente la concepción de Jesús como el Hijo de Dios y el crecimiento ad-extra de la Iglesia. Sobre los ministerios es bueno tener presente que son  en síntesis fruto de la evolución pastoral y organizacional de la Iglesia, ejemplo de ello es lo que deja entrever el Apóstol Pablo sobre las funciones de estos. Para el Apóstol, la Iglesia no sólo pertenece a Cristo, sino que en cierto modo se identifica con Él. En efecto, los miembros de la Iglesia son también como los miembros de Cristo mismo, que extienden su presencia personal en el mundo y reciben los diversos carismas, que han de contribuir a la edificación de una comunidad eclesial y a formar un sólo Cuerpo, un sólo Espíritu, según la vocación a la que han sido llamados (confrontar. Efesios capítulo  4 versículos  3-4). Pablo utiliza también la metáfora de la Iglesia como esposa de Cristo, indicando así la íntima relación de comunión y amor entre ambos. De este modo, la experiencia y la doctrina de Pablo es una constante invitación a toda la Iglesia para que sea el ámbito donde se viva intensamente la relación con Cristo y el cauce propicio para que todos lleguen a Él. Hoy sabemos con toda seguridad que el Nuevo Testamento evita cuidadosamente llamar sacerdotes a los ministros de las comunidades cristianas. Y en general se evita el vocabulario sacro para designar a los ministros. Es decir, no se trata meramente de un argumento de silencio, en el sentido de que el Nuevo Testamento no habla de sacerdotes como dirigentes en la Iglesia. Se trata, sobre todo de que los autores del Nuevo Testamento evitan cuidadosamente llamar sacerdotes a los ministros de las comunidades. Esta situación se mantiene así durante todo el siglo segundo (II). Hasta que en el siglo tercero Hipólito, en la Tradición Apostólica, Tertuliano y sobre todo Cipriano, en 147 textos, utilizan la palabra sacerdote para referirse a los ministros de la Iglesia. A partir de entonces, esta designación se generaliza. El ministerio en la vida de la Iglesia se oponía desde sus inicios a la condición de la esclavitud que reinaba en su época y precisamente cuando se institucionaliza el servicio de los siete es una respuesta a la condición de necesidad que la pobreza y marginación generaban en la sociedad del ámbito de la Iglesia primitiva.

La razón profunda de este planteamiento está en lo que, de hecho, fue el sacerdocio de Cristo la puerta de entrada a la Caridad como componente vivo de la ministerialidad, Cristo   no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida (Marcos capítulo 10 versículo 44; Mateo capítulo 20 versículo  27). Esto quiere decir, según la carta a los Hebreos, que el sacerdocio de Cristo no fue ritual, sino existencial. Es decir, lo que Cristo ofreció no fue una ceremonia ritual dignificante, sino el fracaso y la muerte de un subversivo, que desestabilizó la religión y el sistema establecido. Por eso, el sacrificio cultual de los cristianos es la misma existencia de Cristo que se refleja en los ámbitos de nuestra justicia la misma que se constituye en base de lo social, consideremos algunos apartes de la carta a los Hebreos  ( 2, 14; 5, 7-8; 7, 27; 9, 9-14; 10, 5-9; 12, 2) de tal manera que el mismo Cristo es la nueva víctima sin mancha que sustituye a todas las demás ofrendas (4, 14; 9, 14; 10, 6-7) y la oblación cultual del cristianismo es, ni más ni menos, el sufrimiento de Jesús (2, 18; 5, 9)  que es el único mediador.

 Por consiguiente, en la Iglesia, no hay más dignidad ni más honor sacerdotal que el que consiste en el servicio, en la entrega de la propia vida y en el fracaso de un ajusticiado (bajo la concepción injusta y amañada de un proceso falso y alterado a más no poder) En esto consiste el sacerdocio de Cristo. Un sacerdocio que evolucionó bajo la potestad de la Iglesia y las condiciones del nuevo “camino” estamos asumiendo con absoluta claridad que el ministerio ordenado  en su génesis se remonta a la imposición de manos y a la unción en algunos medios eclesiales y que la fuerza del rito se establece en las palabras de su consagración y reconocimiento tanto de su naturaleza como de sus funciones (Forma). El Diaconado es un ministerio ordenado (3) según la tradición y en cuanto a su naturaleza temporal (transito al presbiterado) aduce la formación y necesidad de discernimiento sin que con ello implique que su condición se pierda si el Diacono no es ordenado. En cuanto al servicio y su relación con la vocación, el Diaconado en vocación o permanente es la respuesta de la Iglesia a sus necesidades perviviendo entre nosotros un modelo eminentemente litúrgico que no se compadece de la realidad ministerial. El Diacono posee por definición una función ministerial que lo convierte en puente o vinculo del Presbítero y el Obispo con la asamblea…

La disciplina canónica recoge el ánimo de la Iglesia y lo potencia convirtiéndolo en servicio, es este el caso situacional del ministerio ordenado en cuanto a su naturaleza del servir con amor. La naturaleza no choca según sea la expresión ministerial por el contrario se convierte en un referente de su propia singularidad. La singularidad de cada función eclesial hace único e irrepetible al ministerio ordenado. Estamos enfocados en su importancia para la vida de una institución que aunque se diga muchas veces otra cosa es eminentemente ministerial y el laico como tal es fundamental pero lo ministerial está en nuestra esencia y solo quien ha sido ordenado será idóneo para su desempeño.
Las iglesias históricas como la nuestra, brota de la catolicidad y con su presencia está establecida la necesaria correlación ministerial. No somos fundamento de eclesiología distinta a la conocida en la época apostólica de donde tomamos el ser y lo explicitamos bajo la guía del Espíritu de Dios.


REFLEXIÓN  DE  LOS  SANTOS  PP. DE  LA  IGLESIA  SOBRE  EL MINISTERIO  ORDENADO.


Los presbíteros forman un colegio. En las cartas de San Ignacio de Antioquía aparecen los presbíteros como un colegio alrededor del Obispo. Asimismo, remarca que los presbíteros están llamados a vivir estrechamente unidos a su Obispo formando una sola sinfonía con él. La unidad que los presbíteros deben de tener con su Obispo es comparada con la unión que existe entre las cuerdas y la lira. A este respecto, afirma el santo mártir: Os conviene correr a una sola con el sentir de vuestro obispo, que es, justamente lo que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de ancianos, digno del nombre que lleva, digno, otrosí, de Dios, así está armoniosamente concertado con su Obispo como las cuerdas con la lira

Los diáconos son imágenes de Cristo-siervo. San Ignacio presenta al Diácono como imagen de Cristo en cuanto que actualiza el servicio del Señor en la comunidad cristiana. Son los diáconos los que recuerdan que el cristiano, como Cristo, vino a servir y no a ser servido.  San Ignacio exhorta a respetar a los diáconos, y, al mismo tiempo, les enseña la importancia de la Jerarquía como signo de la verdadera Iglesia: “Todos habéis también de respetar a los diáconos como a Jesucristo. Lo mismo digo del Obispo que es figura del Padre, y de los ancianos (presbíteros) que representan al senado de Dios y la alianza o colegio de los Apóstoles”. Quitaos estos no hay nombre de Iglesia.

San Policarpo…  San Policarpo de Esmirna en su Carta a los filipenses habla con claridad de la Jerarquía Eclesiástica. Ésta es presentada de manera colegial. Específicamente, San Policarpo habla de los presbíteros presbuteroi que presiden la comunidad. Además, junto a ellos, señala la presencia de los diáconos diakonoi. Son muy hermosas las recomendaciones que el santo mártir da a los presbíteros de la Iglesia de Filipos: Más también los ancianos presbuteroi han de tener entrañas de misericordia, compasivos para con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a todos los enfermos; no descuidándose de atender a la viuda, al huérfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres, muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto, lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores de pecado .

Tertuliano… Tertuliano aporta una serie de términos técnicos para designar a los ministros sagrados. No se sabe a ciencia cierta si Tertuliano fue sacerdote; sin embargo, dada su formación jurídica, habla de tres términos: ordo (orden), plebs (pueblo) y clerus (clero). El término ordo se usaba en el derecho romano para hablar de un conjunto de personas cualificadas y Tertuliano lo contrapone a plebs, que viene a ser el pueblo sin más, es decir quienes no son ministros sagrados. De esta manera, Tertuliano distingue el ordo sacerdotalis —que viene a ser la jerarquía, pues se refiere de modo directo a los ministros sagrados — del pueblo integrado por aquellos que hoy llamamos laicos. En cuanto al término clerus, Tertuliano lo refiere al Obispo de manera directa pero también lo hace extensivo a los presbíteros y diáconos.

 Hipólito de Roma… En cuanto a la ordenación de los diáconos se indica con claridad que éste no es ordenado para ejercer el sacerdocio sino para servir al Obispo. Además, es el Obispo quien lo ordena aunque en la ceremonia es conveniente que los presbíteros le impongan las manos. A este respecto leemos: Cuando se instituye un diácono, sólo el Obispo le impone las manos, porque él no está ordenado para el sacerdocio, sino al servicio del Obispo y para hacer lo que éste le indique. En efecto, él no forma parte del consejo del clero, sino administra y señala al Obispo lo que es necesario.

No recibe el Espíritu común del presbiterio, del que participan los sacerdotes, sino sólo aquél que le es confiado bajo el poder del Obispo. Es por eso que sólo el Obispo ordena al diácono. Sin embargo, es conveniente que los sacerdotes les impongan las manos, a causa del Espíritu común y semejante de su cargo. El sacerdote, en efecto, tiene el poder de recibir el Espíritu, pero no el poder de darlo. De este modo, no instituye a los diáconos. Sin embargo, para la ordenación del Sacerdote, él hace el gesto, en tanto que el Obispo ordena.


En relación con los obispos, la Traditio apostólica señala: Que se ordene como Obispo aquél que, siendo digno, haya sido elegido por todo el pueblo. Una vez pronunciado su nombre, y aceptado, el pueblo se reunirá, el día domingo, con el Presbiterio y los obispos presentes, quienes con el consentimiento de todos, le impondrán la mano mientras el Presbiterio se mantiene en quietud. Momentos antes de que el celebrante principal, pronuncie la oración de consagración se recomienda silencio: Que todos guarden silencio, orando en su corazón por el descenso del Espíritu Santo.

Acto seguido, el celebrante principal imponiendo las manos sobre el ordenando debe pronunciar la plegaria de consagración. A este respecto, la Traditio apostólica señala: Después, que uno de los obispos presentes, a pedido de todos, imponiendo la manos sobre aquél que se ordena obispo, ore diciendo: Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo (2 Corintios capítulo  1 versículo  3), que habitas en lo más alto de los cielos, y miras a aquél que es humilde que conoces todas las cosas antes de que se manifiesten (Daniel capítulo 13 versículo  42), que diste las reglas de tu Iglesia por la palabra de tu gracia, que predestinaste desde el origen la familia de los justos descendientes de Abraham, que instituiste a los jefes y a los sacerdotes, y que no dejaste tu santuario sin servicio; que te complaces desde la creación del mundo en ser glorificado en los que elegiste, que además expandes el poder que viene de ti, el del Espíritu Soberano que diste a tu Hijo bien amado Jesucristo y que él acordó a tus santos apóstoles para que fundaran la Iglesia, en todos los lugares, como tu santuario, para gloria y alabanza incesante de tu nombre. Padre, que conoces los corazones, acuerda a tu servidor, a quien elegiste para el episcopado, que enseñe a tu santo rebaño y que ejerza con respecto a ti el soberano sacerdocio sin reproche, sirviéndote día y noche, que torne sin cesar tu rostro propicio y ofrezca los dones de tu santa Iglesia; que tenga, en virtud del Espíritu del soberano sacerdocio, el poder de perdonar los pecados según tu mandamiento (Juan capítulo  20 versículo  23); que distribuya los cargos siguiendo tu mandato y que libere de todo lazo en virtud del poder que tú le diste a los apóstoles (Mateo capítulo  18 versículo  18); que te agrade por su dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable para tu Hijo Jesucristo, por quien tiene tu gloria, poder, honor (Padre e Hijo) con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. De esta plegaria de consagración conviene fijarnos en algunos puntos. En primer lugar, se habla de una donación del Espíritu Santo sobre el Obispo consagrado de tal modo que se constituye en el sacerdote por excelencia de la comunidad, pues recibe el Espíritu del soberano sacerdocio. De esa forma, es el liturgo y maestro de la Iglesia particular. Por eso, el Obispo debe predicar el Evangelio, enseñando así a su rebaño; ofrece el sacrificio, perdona los pecados y distribuye los diversos ministerios. En fin, es el primer responsable en el gobierno y santificación de su grey. En cuanto a la ordenación del presbítero se indica que el obispo debe imponer las manos sobre la cabeza del candidato: Cuando se ordene a un sacerdote, que el obispo imponga la mano sobre su cabeza, y que los otros sacerdotes lo toquen igualmente Inmediatamente después el obispo recita la plegaria: Luego debe expresarse de la misma forma establecida anteriormente para con los obispos, orando y diciendo: Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, así como un día miraste a tu pueblo ordenando a Moisés elegir a los ancianos a quienes Tú llenaste del Espíritu, mira ahora a tu servidor aquí presente y acuérdale el Espíritu de gracia y de consejo del presbiterio, a fin de que ayude y gobierne a tu pueblo con un corazón puro. Además, Señor, cuidando indefectiblemente de nosotros, acuérdanos el Espíritu de tu gracia, y tórnanos dignos, una vez colmados de este Espíritu, de servirte en la simplicidad del corazón, alabándote por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y tu virtud (Padre e Hijo) con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. De la plegaria de ordenación presbiteral remarcamos que el presbítero está profundamente relacionado con su obispo. En efecto, es el obispo quien lo ordena, y pide que sobre el candidato venga el Espíritu de gracia y de consejo del presbyterium. La referencia a los setenta ancianos que colaboraron con Moisés sugiere que los presbíteros ayudan al obispo en el gobierno de la comunidad cristiana.

“No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David; su sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible”. Palabras sobre la Eucaristía o Misa empleadas por Ignacio de Antioquía en el siglo I. fue el primero de los PP. En emplear el termino Eucaristía.

 Justino Mártir…Uno de los primeros apologistas cristianos. Aquí le ofrezco unas selecciones de su carta al Emperador Antonino Pío.

“El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos y oramos por nosotros… y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones, y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna… Luego se lleva al que preside el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones… Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido amén, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino “eucaristizados”.

 A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó”.


Agustín de Hipona… No escribió un tratado sobre el ministerio ordenado pero podemos hacer mención de algunas referencias al respecto. El Hiponense se refiere al ministerio ordenado con el nombre de Sacramento del Orden y define su forma a partir de la imposición de manos por parte del Obispo “Manus ordinationis imponere” La definición es clara y alude a la tradición. El triple ministerio ordenado llega por la imposición de las manos del obispo y de los presbíteros cuando se trata de la ordenación de uno de estos menos del Diacono y el Obispo. La vida del sacerdote debe estar movida por la Caridad. Como aporte es el primer teólogo que trata el tema del sacerdocio en la teología occidental con referencia clara a su universalidad que emana de su carácter… Según el Hiponense el sacerdocio al ser recibido por la imposición de manos del Obispo es válido y no importa si no se refiere a la virtud de su condición en la Iglesia, es decir, sino está el Obispo en comunión con la Iglesia (romana) el ministerio que imparte es válido porque no se refiere a la virtud sino al carácter. Que interesante que los que contradicen por ignorancia el ministerio ordenado en nuestra Iglesia lean al Hiponense, el pensamiento de un hombre que vivió hace 1500 años.  Para el Hiponense Cristo es Sacerdote y Mediador: Unicum sacrificium mediatoris veri sacerdotis. Necesarius erat mediator, hoc est reconciliator… Agustín une el sacerdocio con el sacrificio de Cristo y es por demás el primero de los PP. De la Iglesia en hablar de la espiritualidad sacerdotal unida a la Cruz. Es el sacrificio del sacerdote un signo de la presencia de la Gracia en su vida y ministerio. Es el primero en orar y en atender a sus feligreses. Sin sacrificio no existe reconciliación alguna. También sobre la vocación ministerial deja claro que la existencia del Sacramento del Orden como él lo llama se une a la espiritualidad del resucitado en todos los ámbitos de la Iglesia. Miremos la sentencia latina: Pro nobis tibi sacerdos et sacrificium et ideo sacerdos, quia sacrificarum si nullum sacrificium est nullum sacerdos o si lo preferimos en español Sacrificaremos por ti, un sacerdote y un cura para el sacrificio si no hay sacrificio de cualquier sacerdote. Es audaz su declaración pero deja claro que la función del Presbítero es el sacrificio incruento de la Eucaristía. Es pues la celebración eucarística una de las responsabilidades de mayor importancia en la vida del sacerdote y debe celebrarla con amor y absoluta entrega. “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor; y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “Amén” a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir “el Cuerpo de Cristo”, y respondes “amén”. Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero”.

Comparto un bello Himno compuesto por Tomás de Aquino en el siglo XIII lleno de doctrina sobre la Eucaristía.

Pange lingua, gloriosi
Corporis mysterium,
Sanguinisque pretiosi,
Quem in mundi pretium
Fructus ventris generosi
Rex effudit Gentium, mi lengua, la gloria del Salvador,
De su carne canta el misterio;
De la Sangre, todo precio superior,
Derramada por nuestro Rey inmortal,
Destinado, para la redención del mundo,
Desde un vientre noble hasta la primavera.
Nobis datus, nobis natus
Ex intacta Virgine,
Et en mundo conversatus,
Sparso verbi semine,
Sui moras incolatus
Miro clausit ordine.  De una Virgen pura e inmaculada
Nacido para nosotros en la tierra abajo,
Él, como Hombre, con el hombre conversando,
Se quedaron, semillas de verdad que sembrar;
Entonces cerró en orden solemne
Maravillosamente Su vida de aflicción.
En supremae nocte cenae
Recumbens cum fratribus
Observata lege plene
Cibis en legalibus,
Cibum turbae duodenae
Se dat suis manibus. En la noche de la Última Cena,
Sentado con su banda elegida,
Él la víctima de Pascal comiendo,
Primero cumple con el mandamiento de la Ley;
Entonces como alimento a sus apóstoles
Se da con su propia mano.
Verbum caro, panem verum
Verbo carnem efficit:
Fitque sanguis Christi merum,
Et si sensus déficit,
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides sufficit.     Palabra-hecha-carne, el pan de la naturaleza
Por Su palabra a la carne Él se vuelve;
El vino en su sangre cambia;
¿Qué sin embargo no percibe ningún cambio?
Sólo ser el corazón en serio,
Fe de su lección aprende rápidamente.
Tantum ergo Sacramentum
Veneremur cernui:
Et antiquum documentum
Novo cedat ritui:
Praestet fides supplementum
Sensuum defectui.    Abajo en adoración cayendo,
 La Hostia sagrada saluda;
 Las formas antiguas que salen,
Prevalecen los nuevos ritos de gracia;
Fe para todos los defectos que proveen,
Donde el débil sentido falla.
Genitori, Genitoque
Laus et iubilatio,
Salus, honor, virtus quoque
Sit et benedictio:
Procedimiento extravagante
Compar sit laudatio.
Amén. Aleluya.
Para el Padre eterno,
Y el Hijo que reina en lo alto,
Con el proceder del Espíritu Santo
Adelante de cada eternamente,
Sea ​​la salvación, honor, bendición,
Poder y majestad sin fin.
Amén. Aleluya.


OBISPO
PRESBITERO
DIACONO.



En un principio era escogido por el colegio presbiteral. Se constituía en el garante de la doctrina y liturgia de la Iglesia presidiendo las celebraciones en las que hacia presencia.  Por la imposición de manos de otros obispos.
En su Ordenación, el Obispo impone sus manos y pronuncia la oración de consagración al ministerio ordenado y sus hermanos presbíteros lo hacen después como signo de participación en el colegio de los presbíteros donde compartirá tanto sus funciones como el carácter de su ordenación.
La Diaconía se interpretó como servicio y así fue desde los mismos Textos del N.T. El Diacono no asumía funciones litúrgicas sino de asistencia en las comunidades y apoyo en la pastoral social.




Inicialmente y solo hasta el siglo III tomó la forma que conocemos, antes era ayuda idónea para el Obispo pero sus funciones estaban limitadas por el tamaño de la Diócesis que permitía que solo el Obispo atendiera las comunidades de Fe.

Es la autoridad en la formación y cuidado de la doctrina de la Iglesia. Doctrina ya establecida en la Tradición. El Obispo es signo de comunión visible en la Iglesia y como tal referente de sus enseñanzas no determinando la doctrina sino garantizando que la tradición se mantenga donde la Iglesia se puso de acuerdo u conformidad (Siete primeros concilios).

Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)

El Diacono no celebra “misa de Diacono” puesto que en cuanto a la confección del Sacramento eucarístico  son ministros ordinarios el Obispo y el Presbítero con licencia de este para celebrarla… La consagración del Diacono corresponde a la imposición de manos para el servicio y no para la confección sacramental, sin embargo el Diacono puede bautizar y casar o presenciar enlaces a nombre de la Iglesia  solo con licencia expresa del Diocesano. Está viciada cualquier otra expresión distinta a la correspondiente a su naturaleza ministerial. La Forma de la misa es la consagración o Epiclesis y un Diacono no consagra… 
El Obispo posee en su ejercicio la autoridad de su grado ministerial que le ubica en la cima del mismo. Es el cuanto a ministro de la Iglesia su referencia e institucionalidad. La formación también le comporta grande responsabilidad con la Diócesis y en general con la vida y obra de sus colaboradores los Presbíteros y Diáconos.
En Pablo recibe el nombre de anciano por la connotación de sabiduría y autoridad en la asamblea o Ekklesia.
Las acciones litúrgicas de un Diacono son por excelencia presidir las oraciones y devociones de la Iglesia que puede acompañar por una breve reflexión sobre sus lecturas de la Palabra (Matutina/Vespertina).

Está en su naturaleza ministerial (autorizada)  la celebración de la Eucaristía, el Bautismo, el Matrimonio, la Unción, la Consejería, la Visita pastoral y la Misión evangelizadora.
Su ministerio le inserta en la vida de la asamblea, siendo quien presenta sus inquietudes y necesidades al Presbítero y este al Diocesano.
La figura del Obispo entra en absoluta relación vital con el bautizado, siendo este un bautizado que lleva en su vida a la perfección el ministerio y el compromiso como creyente. En nuestra Iglesia como parte de una familia y con los mismos derechos y deberes de un ciudadano. 
Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)
El primer dato pertinente y fundamental del NT es que el verbo diakonein designa la misión misma de Cristo en cuanto servidor (Mt 10,45 par; cf. Mt 12,18; Hch 4,30; Flp 2,6-11). Esta palabra o sus derivadas designan también el ejercicio del servicio hecho por sus discípulos (Mc 10,43ss; Mt 20,26ss; 23,11; Lc 8,3; Rom 15,25), los diferentes géneros de servicio en la Iglesia, sobre todo el servicio apostólico de predicar el Evangelio, y otros dones carismáticos [11].

El Presbítero, por efecto de su residencia canónica debe informar al Diocesano sobre sus desplazamientos fuera de esta. Y en muchos casos contar con su autorización expresa.
El Diacono, inserto en el siglo por desarrollar una actividad laboral se convierte en un referente testimonial de la vida de la Iglesia y de la praxis cristiana de los valores del Evangelio.
El Obispo ensaña, guía y compaña a sus presbíteros y diáconos.





Ejerce el gobierno de una Diócesis y/o apoya el gobierno de otro Obispo o Diocesano. Administra y confecciona todos los signos de la nueva alianza (sacramentos).

El Obispo, impone las manos y pronuncia la oración de consagración al ministerio ordenado, no hacen lo mismo los presbíteros puesto que es ordenado al servicio del Obispo.



Con ustedes soy bautizado, entre ustedes Obispo. Agustín Obispo de Hipona. El Obispo está inserto en la línea de servicio que le une a Cristo y su autoridad expresa el signo recibido como plenitud el ministerio ordenado bajo la autoridad de la Iglesia a la que incluso el Obispo debe reportar. El Obispo asume la función de gobierno sobre la necesidad de hacerlo y no posee cualidad alguna que lo haga infalible sino que actua en derecho y como tal sus decisiones son acatadas sin que con ello exprese la Iglesia que posee algún rasgo o principio de infalibilidad (idea romana).

La Iglesia es la depositaria del triple ministerio ordenado y es ella la que lo confiere  tanto al Obispo como al Presbítero y Diacono. Solo es Obispo es el ministro de la confección de este sacramento, es decir, solo el Obispo impone las manos y consagra o bien al grado del Presbítero o bien al grado del Diacono.   
Presbítero, algo que es muy fundamental en el ser del sacerdote: su relacionalidad. Este aspecto es fácil de descubrir en el presbítero porque es lo que más resalta en una persona que tiene el ministerio, el servicio, como su razón de ser. Pero conviene recordar que la relacionalidad del sacerdote no se reduce -aunque sea mucho a ser persona de relaciones, con capacidad ejercitada de diálogo y de comunicación, sino que tiene la cualificación que le proviene de la sacramentalidad. Más que persona que tiene relaciones, el sacerdote, porque actúa en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor y en nombre de la Iglesia es persona en relación: con Cristo, con la comunidad, con el Obispo y con el presbiterio; su ser de sacerdote es ser en relación. Esta realidad cualifica sus relaciones.
El diakonein es la característica esencial del ministerio de apóstol. Los Apóstoles son los colaboradores y los servidores de Dios (cf. 1 Tes 3,2; 1 Cor 3,9; 2 Cor 6,1), -servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1). Son ministros de la nueva alianza (2 Cor 3,6) y ministros del Evangelio (cónfer. Col 1,23; Ef 3,6 s), servidores de la Palabra (Hch 6,4). Éstos, en su función de apóstoles, son «ministros de la Iglesia», con el fin de realizar en plenitud el acontecimiento de la Palabra de Cristo entre los creyentes (cf. Col 1,25) y de organizar la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en el amor (cónfer. Ef 4,12). Los apóstoles se convierten en servidores de los creyentes a causa de Cristo, puesto que no se anuncian a sí mismos, sino a Cristo Jesús, Señor (2 Cor 4,5), Son enviados en nombre de Cristo, ya que la Palabra les ha sido transmitida para que la proclamen al servicio de la reconciliación. A través de ellos, es Dios mismo quien exhorta y actúa en el Espíritu Santo y en Cristo Jesús, que ha reconciliado al mundo con Él (cónfer. 2 Cor 5,20).
En relación con los obispos, la Traditio apostólica señala: Que se ordene como Obispo aquél que, siendo digno, haya sido elegido por todo el pueblo. Una vez pronunciado su nombre, y aceptado, el pueblo se reunirá, el día domingo, con el Presbiterio y los obispos presentes, quienes con el consentimiento de todos, le impondrán la mano mientras el Presbiterio se mantiene en quietud. Momentos antes de que el celebrante principal, pronuncie la oración de consagración se recomienda silencio: Que todos guarden silencio, orando en su corazón por el descenso del Espíritu Santo.

 el sustantivo presbítero, denomina al grupo jerárquico que se
Encuentra ubicado Presbyteri‖, seniores y presidentes. Con las tres expresa la misma realidad
ministerial, pero de ellas interesa analizar la derivación que saca de la palabra
Presbítero. Con entre el Obispo y los Diáconos.
Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)








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