domingo, 25 de marzo de 2018

EUCARISTÍA CRISMAL...


EUCARISTÍA CRISMAL  Y RENOVACIÓN DE LAS  PROMESAS SACERDOTALES. MIÉRCOLES  SANTO  EN  LA  CATEDRAL  DE  LA EPIFANÍA.



La Santa Madre Iglesia se constituye como su Señor en Testiga Fiel de su triunfo y el Obispo, Diacono y Presbítero son por extensión testigos de la Pasión,  Muerte, Resurrección e imperio del Hijo de Dios. El ministro ordenado es guardián de la Fe recibida en el santo Bautismo, dispensador de los dones eucarísticos y propagadores de la Buena Nueva del Evangelio de su Señor y Salvador.  Los clérigos son fieles a la Doctrina y enseñanza de la Iglesia, a su Magisterio y Tradición y no de doctrinas personales y coyunturales.  


La celebración de la Misa Crismal reúne al Diocesano con su clero (Diáconos y Presbíteros) en ella el Obispo manifiesta la plenitud de su sacerdocio y ministerio, mostrándose como el gran sacerdote de su grey que es la Diócesis representada en las distintas congregaciones que asisten a la celebración. Se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. También la consideramos una ocasión especial para que el Obispo Diocesano se reúna con el clero siendo en este contexto una celebración del sacerdocio de Cristo en medio de su Iglesia.


Existe una razón práctica para celebrar esta Eucaristía en el contexto de la antesala al Triduo Pascual entre nosotros, y es la de poder disponer de los santos Oleos para la celebración del santo Bautismo si lo hubiere en la vigilia pascual. La razón práctica deja espacio también a la elaboración teológica que nos habla de la Iglesia como depositaria tanto de la Tradición como del Magisterio y la Eucaristía Crismal marca el comienzo de una ministerialidad que pasará con Cristo y por Cristo de la muerte a la vida. Ella se convierte en signo vivo del triunfo de Cristo y en marca indeleble del Nuevo Sacerdocio en el Resucitado.


La Eucaristía Crismal es signo de comunión entre el Obispo y el  clero.


El sacerdote en dicha celebración se constituye en concelebrante cooperante de la bendición y consagración de los aceites. También asume el rol de testigo a nombre de la Iglesia que lo distribuirá en todas las congregaciones de la Diócesis. Nuestra Eucología   que es el sentir de nuestras plegarias nos invita a orar por la Iglesia y los bautizados. A vivir este signo fraterno de presencia viva del Sacerdocio Supremo de Cristo. Una vez más revivimos los acontecimientos salvíficos que se han convertido en acciones invisibles con el correr lógico del tiempo pero aquí materializados en la comunión del clero con su Obispo y delante de los bautizados que acompañan esta santa celebración.
La Eucaristía Crismal es fuente de alegría santa para los sacerdotes que participan en ella y renuevan sus promesas sacerdotales. Es también el vínculo de fraternidad que debe reinar entre el clero que se escoge a sí mismo como un colegio  de Presbíteros y comunidad de los Diáconos  testigos los unos de los otros y todos de Cristo en su Iglesia.  Se renuevan los compromisos de redoblar esfuerzos en el amor ministerial, el mismo que se pone de relieve en cada acción pastoral que el sacerdote renovado adelantará en su congregación y todo su énfasis puesto en la celebración del santo Triduo Pascual. La marcha de la congregación se renueva con su Presbítero a la cabeza y en participación del sacerdocio ejercido por el Diocesano. La plenitud de Cristo se manifiesta en la comunión de sus hijos predilectos los sacerdotes (Obispo, Presbítero, Diacono) es una manera de afirmar el encargo recibido en la Ordenación de continuar al obra del Resucitado en cada Iglesia particular y sus congregaciones. Nosotros como bautizados al ser llamados por Cristo nos constituimos en “otro Cristo” desde la perspectiva de la ministerialidad el sacerdocio recibido por la imposición de manos y la oración consagratoria. La escogencia es en sí un llamado y una responsabilidad por mantener las “lámparas encendidas” y listas para disipar cualquier tiniebla en el pueblo de Dios.


SIGNIFICACIÓN  DE  NUESTRA  CELEBRACIÓN.


Luego de entrar en silencio, la invocación y la oración de la pureza (L.O:C página 278) encontramos la Letanía para Ordenaciones que se adapta a nuestras necesidades y está encabezada por una serie de peticiones que en su cuerpo textual ora por la Madre Iglesia y sus ministros ordenados, y todo el cuerpo ministerial de esta Iglesia. Invocamos la presencia del Espíritu Santo en el santo ejercicio del ministerio en la Iglesia de Cristo. Nuestras familias y todo el pueblo de Dios marcado por el santo Bautismo y su sello indeleble como participación de su sacerdocio común. Oramos por las víctimas de la incomprensión y la violencia social de todo tipo e implicación, así como por la misión de la Iglesia entre ellos y con ellos.


Colecta del Día: Dios todopoderoso que por el poder del Espíritu Santo ungiste a tu Hijo para ser Mesías y sacerdote para siempre, concede a todos los que has llamado a tu  servicio, confiesen la Fe de Cristo crucificado, proclamen su resurrección, y participen de su sacerdocio eterno… La significación teológica ratifica el Kerigma del sacerdote, cuyo signo del triunfo de Cristo se convierte en enseñanza y testimonio por parte del clérigo, su familia y la congregación donde este ministra los sacramentos, la Palabra de Dios y da ejemplo de valores cristianos que brotan del mismo Evangelio. El sacerdote cuyo ministerio es sepultado con Cristo para emerger victorioso de la tumba y anunciar en la Liturgia que el Kairos de Dios en Cristo, es una realidad tangible que en la Santa Eucaristía se llama: SANTO, SANTO, SANTO. Somos testigos al pie de la Cruz y mensajeros del sepulcro vacío.


La Liturgia de la Palabra (Isaías capítulo 6 versículos 1-8)  nos invita a vivir la escogencia de Dios y su llamado ministerial sin importar nuestras limitaciones, las mismas que con disciplina y fidelidad a la Iglesia de Cristo son superadas fácilmente. El Señor le permitió a Isaías ser fuerte en su misma debilidad. Para manifestar como en Pablo el poder de su Gracia, y la intimación de su Misión es signo del Amor de Dios que da a su pueblo hombres y mujeres probos para anunciar el Evangelio y transmitir Esperanza. La Pavorosa y Majestuosa  idea Isainiana de lo trascendente inunda nuestra imaginación y siembra ideas espirituales necesarias para dimensionar la grandeza del ser sacerdote o ministro de la Iglesia de Cristo (clérigos). Aquellos Serafines son alegoría de la perfección que hay delante de Dios y como el ministro ordenado vive también de cara a rendir tributo y sacrificio incruento de la Santa Eucaristía.

Salmo 23, El Buen Pastor por antonomasia que nos mueve en la vivencia de la Providencia absoluta, somos signo de Dios entre los seres humanos, somos también testigos del Dios que cuida a los suyos. El Dominus regit me, este Buen Pastor Isainiano se transforma en Cristo mismo y por extensión ministerial en el sacerdote bien intencionado y comprometido por amor en su ministerio ordenado. Sin temor alguno anunciando el Amor de Dios por sobre las convenciones del mundo actual y su antagonismo frente al Evangelio del Buen Pastor.

El Testigo Fiel del Vidente de Patmos (Apocalipsis capítulo 1 versículos 4-8), El Rey Mesías es el tema por excelencia de este Libro del (N. T) Juan revive momentos de gran gloria para Israel en su espera definitiva y evoca a David como su rey. El sacerdote y sus fieles lavados de todo pecado, es un enfoque desde nuestra ministerialidad básicamente bajo el ejercicio del sacerdocio ordenado en la Madre Iglesia. Es el Cordero de Dios signo inequívoco de salvación en virtud de su Sangre Santísima derramada por el pueblo de Dios. Juan va más allá y rechaza el culto exigido por los romanos a sus deidades. Solo Adoramos al Testigo Fiel a aquel que se entregó por nosotros. El Alfa y la Omega, es el culmen del señalamiento de Cristo como Dios y principio de todo lo existente, es la solemnización  de su misión así como de su Nombre, es Jesucristo el Hijo de Dios y Sacerdote supremo de la Santa Iglesia. 

Lucas capítulo 4 versículos 16-21),  El Señor en la visión Lucana entra en el templo (Sinagoga) toma el rollo o Tanaj y los escritos de los profetas o Nevi’im y se adjudica la profecía de Isaías, describiendo de esta manera las cualidades del escogido por Dios. Solo Jesús se abroga tal derecho como signo vivo de su mesianismo y hace del sacerdote signo también de esta realidad anunciante y viva de su mandato evangelizador. Los atributos son en sí manifestación de su amor por la humanidad necesitada. Este señalamiento se reviste de toda justicia, tal y como es intimada la Voluntad salvífica  del Padre en su Adorado Hijo y el poder reconciliador del que procede de entrambos.


Se invoca al Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sus ministros ordenados. Esta invocación  se manifiesta en los dones que libremente concede para la edificación del Cuerpo o Pleroma de Cristo y no para fines personales o piadosos que terminan siendo factor de distracción entre bautizados. Recordemos que nadie posee el Espíritu Santo ya que es Dios y se expresa en su  personalidad como tal.


En cuanto a la Reafirmación nos permite ubicarnos en el escenario de la vida eclesial y por tanto delante de Cristo su Cabeza. Esta Reafirmación se  hace sobre la base fundamental de los signos de la Nueva y definitiva alianza que son La Palabra y los Sacramentos. Que se constituyen en el fundamento tanto ministerial como testimonial del ministro ordenado, teniendo presente que la actualidad de su vida es signo seguro de la presencia de la Gracia. Este Nuevo Pacto  es por antonomasia propio de la Iglesia y su función ministerial, se hace delante de la Asamblea aquí representada en los laicos y feligreses. Todos por el santo Bautismo sacerdotes pero unos cuantos ordenados para servir ministerialmente, Agustín de Hipona (Doctus Gratiae) en su visión eclesiológica manifestaría: Con ustedes soy bautizado, entre ustedes Diacono, Presbítero y ahora Obispo. Es nuestra teología del servicio la que nos permite servir con alegría. Estas promesas son renovadas conforme el paso del tiempo y las distintas situaciones en las que un ministro ordenado enfrenta su vida y asume con dignidad la Soledad propia de su ministerio, hijos, esposa o esposo, familia y amigos pero solo desde la perspectiva igualitaria de un ministro ordenado se podrán tratar asuntos propios de nuestra condición como miembros vivos del Colegio de Presbíteros de esta Diócesis. Al finalizar esta celebración y justo antes de salir procesionando como ingresamos al Presbiterio en silencio, el Diocesano, bendice y consagra los aceites usados para ministrar al pueblo de Dios, para bautizar y ungir a los enfermos, para invocar la Misericordia de Dios sobre su Iglesia y  nuestra Madre…  El Óleo sella y se convierte en signo vivo del Espíritu de Dios que derrama sus dones sobre el bautizado aquí representado en potencia por los asistentes al rito. Los enfermos de cuerpo y espíritu serán también confortados por el clérigo que a nombre de Cristo y por extensión de la Madre Iglesia traerá consuelo y fortaleza al recluido en casa o en un centro médico y orando por él y en su compañía, establecerán un fundamento de comunión que sobrepasa al dolor e incluso a la postración para cubrir literalmente de esperanza al necesitado, clamaran juntos a Dios buscando su Misericordia y mirada compasiva. De esta forma y por medio nuestro la Madre de los bautizados atiende y acoge a sus hijos en las distintas etapas de sus vidas…


Gracias al Rvdo. Canónigo. Ashton Jacinto Brooks, por la compilación y elaboración del ritual a ser empleado en la Solemne Eucaristía Crismal y Renovación de las Promesas de Ordenación de los clérigos  de esta Diócesis. Hemos partido en el tópico “Significación de Nuestra Celebración” de este insumo para nuestra reflexión.

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