EUCARISTÍA CRISMAL Y RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS SACERDOTALES. MIÉRCOLES SANTO
EN LA CATEDRAL
DE LA EPIFANÍA.
La
Santa Madre Iglesia se constituye
como su Señor en Testiga Fiel de
su triunfo y el Obispo, Diacono y Presbítero son por extensión testigos de la
Pasión, Muerte, Resurrección e imperio
del Hijo de Dios. El ministro ordenado es guardián de la Fe recibida en el
santo Bautismo, dispensador de los dones eucarísticos y propagadores de la
Buena Nueva del Evangelio de su Señor y Salvador. Los
clérigos son fieles a la Doctrina y enseñanza de la Iglesia, a su Magisterio
y Tradición y no de doctrinas personales y coyunturales.
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La
celebración de la Misa Crismal
reúne al Diocesano con su clero (Diáconos y Presbíteros) en ella el Obispo
manifiesta la plenitud de su sacerdocio y ministerio, mostrándose como el
gran sacerdote de su grey que es la Diócesis representada en las distintas
congregaciones que asisten a la celebración. Se consagra el Santo Crisma y se
bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. También la consideramos una ocasión especial para que el Obispo
Diocesano se reúna con el clero siendo en este contexto una celebración del
sacerdocio de Cristo en medio de su Iglesia.
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Existe una razón práctica
para celebrar esta Eucaristía en el contexto de la antesala al Triduo Pascual entre nosotros, y es la
de poder disponer de los santos Oleos para la celebración del santo Bautismo si
lo hubiere en la vigilia pascual. La razón práctica deja espacio también a la
elaboración teológica que nos habla de la Iglesia como depositaria tanto de la
Tradición como del Magisterio y la Eucaristía Crismal marca el comienzo de una
ministerialidad que pasará con Cristo y por Cristo de la muerte a la vida. Ella
se convierte en signo vivo del triunfo de Cristo y en marca indeleble del Nuevo
Sacerdocio en el Resucitado.
La Eucaristía
Crismal es signo de comunión entre el Obispo y el clero.
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El sacerdote en dicha
celebración se constituye en concelebrante
cooperante de la bendición y consagración de los aceites. También asume el
rol de testigo a nombre de la Iglesia que lo distribuirá en todas las
congregaciones de la Diócesis. Nuestra Eucología que es el sentir de nuestras plegarias
nos invita a orar por la Iglesia y los bautizados. A vivir este signo fraterno de presencia viva del Sacerdocio Supremo de
Cristo. Una vez más revivimos los acontecimientos salvíficos que se han
convertido en acciones invisibles con el correr lógico del tiempo pero aquí
materializados en la comunión del clero con su Obispo y delante de los
bautizados que acompañan esta santa celebración.
La Eucaristía Crismal es fuente de alegría santa para los sacerdotes
que participan en ella y renuevan sus promesas sacerdotales. Es también el
vínculo de fraternidad que debe reinar entre el clero que se escoge a sí mismo
como un colegio de Presbíteros y
comunidad de los Diáconos testigos los
unos de los otros y todos de Cristo en su Iglesia. Se renuevan los compromisos de redoblar
esfuerzos en el amor ministerial, el mismo que se pone de relieve en cada
acción pastoral que el sacerdote renovado adelantará en su congregación y todo
su énfasis puesto en la celebración del santo Triduo Pascual. La marcha de la congregación se renueva con su
Presbítero a la cabeza y en participación del sacerdocio ejercido por el
Diocesano. La plenitud de Cristo se manifiesta en la comunión de sus hijos
predilectos los sacerdotes (Obispo, Presbítero, Diacono) es una manera de
afirmar el encargo recibido en la Ordenación de continuar al obra del
Resucitado en cada Iglesia particular y sus congregaciones. Nosotros como
bautizados al ser llamados por Cristo nos constituimos en “otro Cristo” desde la perspectiva de la ministerialidad el
sacerdocio recibido por la imposición de manos y la oración consagratoria. La
escogencia es en sí un llamado y una responsabilidad por mantener las “lámparas encendidas” y listas para disipar cualquier tiniebla en el pueblo
de Dios.
SIGNIFICACIÓN DE
NUESTRA CELEBRACIÓN.
Luego de entrar en
silencio, la invocación y la oración de la pureza (L.O:C página 278)
encontramos la Letanía para Ordenaciones que se adapta a nuestras necesidades y
está encabezada por una serie de peticiones que en su cuerpo textual ora por la
Madre Iglesia y sus ministros ordenados, y todo el cuerpo ministerial de esta
Iglesia. Invocamos la presencia del Espíritu Santo en el santo ejercicio del
ministerio en la Iglesia de Cristo. Nuestras familias y todo el pueblo de Dios
marcado por el santo Bautismo y su sello indeleble como participación de su
sacerdocio común. Oramos por las víctimas de la incomprensión y la violencia
social de todo tipo e implicación, así como por la misión de la Iglesia entre
ellos y con ellos.
Colecta del Día:
Dios
todopoderoso que por el poder del Espíritu Santo ungiste a tu Hijo para ser
Mesías y sacerdote para siempre, concede a todos los que has llamado a tu servicio, confiesen la Fe de Cristo
crucificado, proclamen su resurrección, y participen de su sacerdocio eterno…
La significación teológica ratifica el Kerigma
del sacerdote, cuyo signo del triunfo de Cristo se convierte en enseñanza
y testimonio por parte del clérigo, su familia y la congregación donde este
ministra los sacramentos, la Palabra de Dios y da ejemplo de valores
cristianos que brotan del mismo Evangelio. El sacerdote cuyo ministerio es
sepultado con Cristo para emerger victorioso de la tumba y anunciar en la
Liturgia que el Kairos de Dios en
Cristo, es una realidad tangible que en la Santa Eucaristía se llama: SANTO, SANTO, SANTO. Somos testigos al
pie de la Cruz y mensajeros del sepulcro vacío.
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La
Liturgia de la Palabra (Isaías capítulo 6 versículos 1-8) nos invita a vivir la escogencia de Dios y su
llamado ministerial sin importar nuestras limitaciones, las mismas que con
disciplina y fidelidad a la Iglesia de Cristo son superadas fácilmente. El
Señor le permitió a Isaías ser
fuerte en su misma debilidad. Para manifestar como en Pablo el poder de su Gracia, y la intimación de su Misión es signo
del Amor de Dios que da a su pueblo hombres y mujeres probos para anunciar el Evangelio y transmitir Esperanza. La
Pavorosa y Majestuosa idea Isainiana de
lo trascendente inunda nuestra imaginación y siembra ideas espirituales
necesarias para dimensionar la grandeza del ser sacerdote o ministro de la
Iglesia de Cristo (clérigos). Aquellos Serafines
son alegoría de la perfección que hay delante de Dios y como el ministro
ordenado vive también de cara a rendir tributo y sacrificio incruento de la
Santa Eucaristía.
Salmo
23, El Buen Pastor por antonomasia que nos mueve en la
vivencia de la Providencia absoluta, somos signo de Dios entre los seres
humanos, somos también testigos del Dios que cuida a los suyos. El Dominus regit me, este Buen Pastor Isainiano se transforma en
Cristo mismo y por extensión ministerial en el sacerdote bien intencionado y
comprometido por amor en su ministerio ordenado. Sin temor alguno anunciando el
Amor de Dios por sobre las convenciones del mundo actual y su antagonismo
frente al Evangelio del Buen Pastor.
El
Testigo Fiel del
Vidente de Patmos (Apocalipsis capítulo 1 versículos 4-8), El Rey Mesías es
el tema por excelencia de este Libro del (N. T) Juan revive momentos de gran gloria para Israel en su espera
definitiva y evoca a David como su
rey. El sacerdote y sus fieles lavados de todo pecado, es un enfoque desde
nuestra ministerialidad básicamente bajo el ejercicio del sacerdocio ordenado
en la Madre Iglesia. Es el Cordero de
Dios signo inequívoco de salvación en virtud de su Sangre Santísima
derramada por el pueblo de Dios. Juan va
más allá y rechaza el culto exigido por los romanos a sus deidades. Solo
Adoramos al Testigo Fiel a aquel que se entregó por nosotros. El Alfa y la Omega, es el culmen del
señalamiento de Cristo como Dios y principio de todo lo existente, es la
solemnización de su misión así como de
su Nombre, es Jesucristo el Hijo de Dios
y Sacerdote supremo de la Santa Iglesia.
Lucas
capítulo 4 versículos 16-21), El Señor en la visión Lucana entra en el
templo (Sinagoga) toma el rollo o Tanaj y
los escritos de los profetas o Nevi’im y
se adjudica la profecía de Isaías, describiendo
de esta manera las cualidades del escogido por Dios. Solo Jesús se abroga tal
derecho como signo vivo de su mesianismo y hace del sacerdote signo también de
esta realidad anunciante y viva de su mandato evangelizador. Los atributos son
en sí manifestación de su amor por la humanidad necesitada. Este señalamiento
se reviste de toda justicia, tal y como es intimada la Voluntad salvífica del Padre en su Adorado Hijo y el poder
reconciliador del que procede de entrambos.
Se invoca al
Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sus ministros ordenados. Esta
invocación se manifiesta en los dones
que libremente concede para la edificación del Cuerpo o Pleroma de Cristo y
no para fines personales o piadosos que terminan siendo factor de distracción
entre bautizados. Recordemos que nadie posee el Espíritu Santo ya que es Dios
y se expresa en su personalidad como
tal.
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En cuanto a la Reafirmación nos permite ubicarnos en
el escenario de la vida eclesial y por tanto delante de Cristo su Cabeza. Esta Reafirmación se hace sobre la base fundamental de los signos
de la Nueva y definitiva alianza que son La Palabra y los Sacramentos. Que
se constituyen en el fundamento tanto ministerial como testimonial del ministro
ordenado, teniendo presente que la actualidad de su vida es signo seguro de la
presencia de la Gracia. Este Nuevo Pacto es por antonomasia propio de la Iglesia y su
función ministerial, se hace delante de la Asamblea aquí representada en los
laicos y feligreses. Todos por el santo Bautismo sacerdotes pero unos cuantos
ordenados para servir ministerialmente, Agustín
de Hipona (Doctus Gratiae) en su
visión eclesiológica manifestaría: Con
ustedes soy bautizado, entre ustedes Diacono, Presbítero y ahora Obispo. Es
nuestra teología del servicio la que nos permite servir con alegría. Estas
promesas son renovadas conforme el paso del tiempo y las distintas situaciones
en las que un ministro ordenado enfrenta su vida y asume con dignidad la Soledad propia de su ministerio, hijos,
esposa o esposo, familia y amigos pero solo desde la perspectiva igualitaria de
un ministro ordenado se podrán tratar asuntos propios de nuestra condición como
miembros vivos del Colegio de Presbíteros de esta Diócesis. Al finalizar esta
celebración y justo antes de salir procesionando como ingresamos al Presbiterio
en silencio, el Diocesano, bendice y consagra los aceites usados para ministrar
al pueblo de Dios, para bautizar y ungir a los enfermos, para invocar la Misericordia de Dios sobre su Iglesia y nuestra Madre…
El Óleo sella y se convierte en signo vivo del Espíritu de Dios que
derrama sus dones sobre el bautizado aquí representado en potencia por los
asistentes al rito. Los enfermos de cuerpo y espíritu serán también confortados
por el clérigo que a nombre de Cristo y por extensión de la Madre Iglesia
traerá consuelo y fortaleza al recluido en casa o en un centro médico y orando
por él y en su compañía, establecerán un fundamento de comunión que sobrepasa
al dolor e incluso a la postración para cubrir literalmente de esperanza al
necesitado, clamaran juntos a Dios buscando su Misericordia y mirada compasiva.
De esta forma y por medio nuestro la Madre de los bautizados atiende y acoge a
sus hijos en las distintas etapas de sus vidas…
Gracias
al Rvdo. Canónigo. Ashton Jacinto Brooks, por la compilación y elaboración del
ritual a ser empleado en la Solemne Eucaristía Crismal y Renovación de las
Promesas de Ordenación de los clérigos de esta Diócesis. Hemos partido en el tópico
“Significación de Nuestra Celebración” de este insumo para nuestra reflexión.
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