TERCER
DOMINGO DE ADVIENTO… Isaías capítulo 61 versículos 1-4, 8-11. Salmo 126. 1
Tesalonicenses capítulo 5 versículos 16-24. Juan capítulo 1 versículos 6-8,
19-28.
Isaías
anuncia un mensaje de consolación que llega precisamente para atenuar las
condiciones de sus coterráneos, este anuncio se viste de sacerdotal y muestra
la gloria de quienes adoran al Dios viviente. Es sin duda una contradicción para los pueblos
vecinos y sus acciones culticas. Es una Buena Nueva que los santos PP. De la
Iglesia y nosotros con ellos, remitimos al Evangelio que llega para ser signo
de la más absoluta misericordia de Dios para con su pueblo. Recordemos que el propio Jesús lo empleará
para expresar en categorías de la tradición judía su propia misión.
Isaías
continua su relato profético mostrándonos las cualidades de Dios que como él
mismo lo expresa aborrece el pecado y la injusticia que sin duda alguna son
formas aberrantes de esclavitud para el creyente. Dios no acepta estas maneras de construir
relaciones y sociedad y lo hace saber por medio de su profeta. Es también desde
esta perspectiva la posibilidad de transformar el enfoque socio-cultural del
pueblo de Israel. Es también la forma de
mostrar la nueva condición de los bautizados que en el mundo luchan por hacer
visible el Reino y su justicia. Dios
es el autor de la salvación, de esta manera concluye el versículo (10)
indicando con ello que la disposición de Dios siempre será la dignificación de
la vida en todas sus formas y con mayor razón la dignidad del ser humano,
paradójicamente esclavizado por sus mismas invenciones y valores mundanos.
El
Salmo propuesto para este tercer domingo de Adviento,
nos invita a trabajar por la reconstrucción de nuestros proyectos de vida
especialmente cuando estos se encuentran amenazados por el pecado o la
paulatina pérdida de esperanza. La desesperanza no es ni podrá ser nunca
el camino de nuestra existencia. El Dios
amoroso restaura y nutre con su presencia nuestras vidas y experiencia de Fe. Recordemos que una de las cualidades del
Amor de Dios es precisamente la sanidad integral de la vida y acciones del
creyente, es así signo inequívoco de liberación y verdadera identidad de Fe.
El
Apóstol Pablo en el versículo (16-17) definirá la intencionalidad de este trozo o
pasaje de su carta a los Tesalonicenses, nos invita a la oración como actitud de vida y quehacer
constante, es clave comprender que esta invitación configuró positivamente la
espiritualidad cristiana haciendo de la oración un distintivo
de los seguidores de Jesús que a diferencia de los judíos oraban constantemente
y lo hacían en toda parte. El discernimiento cristiano es clave como don del
Espíritu Santo y los bautizados pueden recibirlo para su vida de Fe y por ende
para decidir sobre su vida en un medio hostil a la Fe.
La oración conlleva un
componente de responsabilidad que hace que los bautizados oren unos por otros
interesándose en la vida del otro o prójimo, es llevar la concepción del
próximo a un nivel de verdadera preocupación y solidaridad cristiana, ya que la
oración se transforma en obras. De la
tesis anterior surgen leyes tanto morales como cristianas en favor del otro y
su vida como circunstancia. Aquí en la concepción Paulina rescatamos la
conciencia sobre la existencia unida al otro y de esta manera experimentamos
los valores necesarios para hacer posible esta visión de solidaridad y
encuentro vital desde la perspectiva de nuestra Fe cristiana…
Juan
inicia este Evangelio (para el tercer domingo de Adviento) el
testimonio del Bautista es sin duda un maravilloso esfuerzo por proclamar con
nuestras vidas y obras el valor de la presencia de Dios en nosotros. El testimonio involucra todas las
expresiones de nuestra Fe y vivencia cristiana, no se trata solo de ser
bautizados sino y sobre todo de vivir a plenitud su Gracia. Juan no era la
luz pero tenía como creyente la capacidad de verla y sentirla en sus manos,
mente y corazón, así como hacerla participe de sus actuaciones.
La pregunta obligada para
nosotros sería precisamente donde estamos testimoniando la presencia de Dios en
nuestras vidas o simplemente vivimos una Fe de índoles y naturaleza nominal,
que no permite un auténtico descubrimiento vivencial del Dios vivo en nosotros.
El testimonio de Juan se
vive en el anuncio y vivencia de los anunciado, Juan no solo anuncia citando al
profeta Isaías en el versículo (23) “Voz
del que clama en el desierto, rectificad el camino del Señor” (Cónfer: Is
40,3). Ser la voz del Señor implica una verdadera aceptación de su Palabra, la
misma que al ser puesta por obra configurará al verdadero creyente en Cristo,
no es simplemente saber el mensaje, es vivirlo y hacerlo ejercicio vital de Fe
y espiritualidad. Si recibimos Gracia
sobre Gracia es un doble premio que centra nuestra atención en Cristo como
primera y poderosa Gracia y en su Palabra como fuente de Gracia segunda o de
presencia misericordiosa del Dios revelado. Solo Jesús posee verdadera
intimidad con el Padre Dios y su conocimiento se traduce en Amor. Pues de esta
manera el bautizado es llamado a vivir el Amor como la razón de su escogencia y
testimonio, quien no ama no puede
testimoniar sobre el Amor de Dios. Jesús rompe los paradigmas esperados, es
decir, deja a un lado la concepción de un Mesías como Moisés o David, no es un
mesianismo glorioso a los ojos del mundo sino en la perspectiva escatológica,
la única donde verdaderamente se produce la salvación como fruto de la
misericordia de Dios.
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