ESPIRITUALIDAD DEL
ADVIENTO… TIEMPO DE ESPERA
Y ENCUENTRO.
INTRODUCCIÓN.
La Iglesia como Madre
espiritual se prepara para celebrar el advenimiento del Mesías, de su Señor,
Cabeza y Salvador, es tal la respuesta de su Fe que cada uno de los bautizados
tienen presente el valor de la espera, de una espera que se refleja en la Liturgia
y en los corazones expectantes. Desde la época pre-mesiánica hasta los tiempos del Bautista, la expectación es
una y la misma, el advenimiento del Mesías y la restauración de Israel. Es también una consideración enraizada en la
sique del pueblo y sus anhelos de libertad y autonomía, la misma que habían
perdido bajo la dictadura romana, el yugo extranjero había minado la esperanza
del pueblo y el judío vivía por Fe aguardando el momento de traducir la promesa
hecha a Abraham y a Moisés en un signo vivo y concreto del Dios con nosotros
Isainiano: “El Señor mismo os dará una
señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre
de Emanuel”. (Isaías capítulo 7 versículo 14) o el texto de Jerusalén original “Dat
Dominus Ipse vobis signum; Ecce do. Vírginis et parit filium, quem no erit
nomen eius Emmanuhel” (1) Nos indica el signo-símbolo esperado
y profetizado bajo la reconstrucción de la dignidad y libertad nacional por
parte de Dios, que toca la conciencia de
cada israelita de aquella época. La
espera se anima con la esperanza de la restauración y la soberanía de Dios
sobre su pueblo. El Dios que los escogió es el mismo que les prometió y en
ellos figura nuestra del advenimiento del Mesías. La relación salvífica se
manifiesta en las acciones del pueblo que aguarda bajo el signo vivo de su
conciencia la instauración de un reinado más glorioso que su héroe nacional, me
refiero al Rey David. Es pues el Mesías un Rey de naturaleza plena cuya
presencia nace en el corazón del creyente y no en la potencia de sus ejércitos.
ADVIENTO CAMINO,
ESPERA Y ESPERANZA.
El Adviento está tocado,
de una forma muy particular, por la característica de la esperanza. La esperanza como virtud que sostiene al
alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido
esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que
reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida (2)… Es decir,
sin la fundamentación de nuestra esperanza en Cristo es imposible suponer la espera
confiada en el Dios revelado y por ende encarnado. La historia que se confirma en Adviento es la
historia del Dios personal que llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Dios
de la tradición Yavista, Elohista, Deuteronomista, Sacerdotal, es el Dios que
se revela personal e intransferible pero que con todo y lo que expresa su
naturaleza tiene espacio en su corazón para contemplar las vicisitudes de su
pueblo y responder como un Dios amoroso. Es pues, de esta forma como nuestra
historia camina sujeta de la revelación y como la revelación reclama como
escenario su vivencia trascendente.
Adviento por vez primera
relaciona salvíficamente la entrada de Dios en la historia humana y no de
cualquier manera sino desde la perspectiva de nuestra especie. Es un Dios
provisto de historia y en una dinámica dialéctica que sobrepasa cualquier
concepción anterior sobre lo divino y lo humano. Es un Dios cuyo atributo
relacional lo llamamos esperanza y así mismo llega a la persona humana. El
cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la
certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le
llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. Pues nuestra
alegría pasa por la comprensión del Dios encarnado, de la forma como es
bendecida nuestra historia común y la manera de no perder de vista que su
entrada histórica es signo vivo de nuestra salvación.
Estamos ante un Dios que
salva tanto la historia como sus protagonistas. Estamos ante un Dios reparador
y bondadoso cuyo proceder es siempre nuestra esperanza. De lo anterior es
posible concluir que nuestra espera como nuestra esperanza está animada,
moldeada y en vocación amorosa, siendo el amor la razón dialéctica tanto de su
revelación como de su ofrecimiento salvífico. Es pues, Adviento tanto tiempo
como estadio de madurez salvífica cuando las condiciones se dieron para la
entrada de Dios amor en nuestra historia tanto cósmica como personal, una
entrada que corresponde a la revelación de su Voluntad amorosa.
Un Dios que parte del
amor por la humanidad y no de la culpa de la persona humana, un Dios
manifestado en la victoria del amor sobre el pecado y la muerte, es este
nuestro Dios y todo su poder. Es de esta forma el Adviento la figura del
mensaje del Ángel a María y la Encarnación del Verbo de Dios. Es el contenido
temático de la Historia de Salvación que
reveló la inclusión Trinitaria en la vida y quehacer del ser humano
Imagen del Dios vivo y trascendente. La esperanza es el color del Adviento.
Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Con
los que sufren. En Navidad, Jesús es el
centro y sin él no tendríamos Navidad (3). Más allá de una consideración
cultural hemos cifrado cronológicamente (categorías cognoscibles humanas) la
manifestación del Dios con nosotros
(Isainiano) como punto de partida de la aprehensión teológica de su revelación,
lo que no implica que la clave sea la exactitud de las fechas argumentadas. El
cambio de tradición y cosmovisión cultica es la que verdaderamente fija estas
cuestiones y busca así reemplazar una celebración del antiguo Imperio romano
con una significación salvífica cristiana.
El Dios con nosotros,
genera en sí y por si una categoría dialéctica nueva para su época ya que se
expone en categorías relacionales conjugables (Yo, Tú, El, Nosotros) de esta
forma queda claro que tanto lo señalado como lo informado corresponde a la
praxis cultural y al Ethos cristiano nuevo para la época. Adventus Redemptoris, o la venida del Redentor motiva esta
celebración en el ámbito de las iglesias históricas. Dejando de lado un texto
ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de
la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio
de Zaragoza del año 380, (4) donde señala que el deber de
los bautizados es no ausentarse de la Iglesia durante estos días y responder
así a la liturgia especial. Más tarde, los concilios de Tours (año 563)
y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas
observancias existentes desde antiguo para antes de Navidad. En efecto, casi a
un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el
año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia.
Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los
monjes deben ayunar durante el
mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días (5). Queda claro que la Iglesia
a partir del siglo IV intensifica las prácticas preparatorias para la
celebración de la Navidad y tales acciones pastorales eran consideradas de
obligatorio cumplimiento tanto para clérigos como los laicos. Es interesante como la evolución de la
liturgia observa estas prácticas y conserva su espíritu ya que muchos de los
ritos entraron en desuso. Es pues determinante que la celebración del Adviento
pase por un periodo de oración y disposición del espíritu para recibir sus
frutos.
El
tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en
la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el
Señor viene) de los textos de Pablo (1 Corintios capítulo 16 versículo 22) y del Apocalipsis (Apocalipsis
capítulo 22 versículo 20), que se
encuentra también en la Didaché, y hoy en una de Todo el Adviento las aclamaciones de la oración eucarística. Resuena
como un Marana-thá en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en
las preces de la Iglesia. La palabra del Antiguo Testamento invita a
repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza
de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última
aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento
ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente.
El primer prefacio de Adviento canta
espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana. Queda para nosotros la praxis de unas
recomendaciones que buscaron desde su mismo origen animar poderosamente la
experiencia de Fe de los bautizados y materializar desde la concepción espiritual de la celebración la llegada del
Mesías. Nuestra vida espiritual y física se convierte en una interminable
espera que es sostenida por la Fe y la Gracia. En el hoy de la Iglesia, Adviento
es como un re-descubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación.
Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las
antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado
por los profetas... En sus títulos y
funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central,
la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación. Es pues
determinante que tengamos presente que no es solo un tiempo litúrgico con
“velitas y guirnaldas” sino de integración cultica y de avivamiento de nuestra
Fe en el Dios humanado como expresa la tradición de los santos PP. De la
Iglesia. Miremos pues nuestras vivencias y caminemos a la presencia viva del
Dios hecho niño tan frágil como cualquier niño y tan protegido como el amor
puede hacerlo.
Preparándonos
a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado
la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus
salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en
su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor
el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un
tiempo real. Podemos recitar con toda
verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las
profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con
la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida.
En
el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen
realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad: La
Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para
todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo
reconocen aún como su único Salvador. La Iglesia recupera en el Adviento su
misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser reserva
de esperanza para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación
definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia
escatológica (6). El vínculo doctrinal entre los testamentos es muy
poderoso y precisamente el centro del contenido es el mismo la esperanza de la
redención que obra el Mesías, el Encarnado, el Hijo de Dios, en esta dirección
encontramos los elementos materiales y ejemplares de la revelación que como
todos conocemos es solo por Voluntad de Dios. Y la letra de este decreto
salvífico está compuesta de “carne y hueso” tal y como aconteció en el vientre
de María la Virgen Madre. La Comunión Anglicana reconoce ampliamente que María
es el mayor modelo de espera y esperanza en el Adviento. No es solo la Encarnación sino la espera la que marcó el corazón de
esta maravillosa mujer. La espiritualidad del Adviento resulta así una
espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar
la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más
aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en
la alabanza del Señor que viene. Para los santos PP. De la Iglesia este
tiempo representó la fundamental diferencia entre los que esperan de corazón y
los curiosos en la vida de la Iglesia. Entre quienes se preparan para la
llegada de su Señor y los que son arrastrados por el mundo y todo su ruido. Bello tiempo para reconocer y vivir la
presencia del Dios amoroso anunciado por las escuelas proféticas de Israel.
LOS SANTOS PADRES DE LA IGLESIA Y EL ADVIENTO.
“El
Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es
invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz,
fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello
inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene
en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre,
por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a
quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue
concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su
alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación,
destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo
Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona
dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales
una confirió la divinidad, otra la recibió” (7).
Una voz grita en el desierto: Preparad un camino al
Señor, allanad una calzada para nuestro Dios. El profeta declara
abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el
desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de
Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.
Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la
letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento
salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó
ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una
vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de
paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio
de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo (8).
Dios
estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su cumplimiento.
El
período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El
del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor
nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros; sino por lo mucho que nos ha
prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse
mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas
para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el
orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho
muchas veces, el del anuncio de las promesas. Prometió la salud eterna,
la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia
inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad
en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección
de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan
todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni
busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silencio en qué orden va a suceder todo
lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.
Prometió
a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la
justificación, a los miserables la glorificación. Sin embargo, hermanos, como a
los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios, a saber, que los
hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad,
corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo entregó la Escritura a
los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su
fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo
único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde
nos llevaría al fin prometido. Poco hubiera sido para
Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino,
para que, bajo su guía, pudieras caminar por él. Debía, pues, ser anunciado el
unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los
hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar,
subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo
que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su
anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los
vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que
amenazó, y a los justos los premios que ofreció. Todo esto debió ser
profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si
acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído (9). Solo para nuestra
reflexión cito tres comentarios de la cantidad que están a nuestro alcance pero
que son suficientes para refrendar la postura de los santos PP. De la Iglesia
que desde sus orígenes vieron en el Adviento un tiempo de crecimiento y
reflexión espiritual al servicio de la Iglesia y sus hijos los bautizados. Es
el amor quien desea ver a Dios, exclamaría el Hiponense y es precisamente el
amor quien moldea el corazón del que espera y brota a su vez del esperado. La
relación que se muestra es contundente, debemos vivir el Adviento como parte
viva y fundamental de nuestra Fe. “tiempo de espera y preparación para la
celebración de la Navidad porque es el Dios que por amor se revela en el
vientre de la Niña María”. Los PP. Latinos tenían la concepción de este
tiempo como lo que es para nosotros… es pues el momento de animar nuestra
espera con la absoluta confianza que nos entrega el Dios revelado y a su vez
encarnado por la humanidad. Ni el pecado
y mucho menos la muerte podrá separarnos del amor del Dios manifestado
en aquella Niña de nombre María. Este tiempo santo nos permite comparar las
virtudes de María y Eva (sabiamente diría Ireneo de Lyon) la primera acepta ser
parte viva de la entrada de Dios en nuestra historia y pone a disposición tanto
su cuerpo como su corazón y su alma, bien diría el Doctor de Hipona: María
fue madre en su corazón y luego en su cuerpo, mientras que Eva se puso al
servicio del pecado y la decadencia de la humanidad, dos mujeres una historia
salvífica y la revelación del Hijo de Dios. La Santa Madre Iglesia tiene sed
del Dios vivo y lo busca anhelante en el Adviento con la seguridad de su
manifestación y junto al pesebre aguarda expectante para Adorar a su Señor, no
era solo la Madre del Niño Dios y su familia, era también la Iglesia que en
figura de estos mortales aguarda ver a su Salvador. Adviento se convierte
en actitud de vida y reclama de cada uno de nosotros la conciencia necesaria
para vivir y expresar estos argumentos de nuestra Fe en el Dios Humanado.
CELEBRACIÓN ECLESIOLÓGICA.
La Iglesia tiene como misión el anuncio de la
realidad salvífica de la Palabra
Inspirada y Adviento posee su génesis en las Escrituras de tal forma que
la revelación se alimenta concretamente de cuanto es bueno y santo esperar es
decir, de nuestro Señor el Dios Encarnado. Oración, penitencia, meditación,
son algunos de los recursos espirituales que la Iglesia empleó para educar a
los bautizados sobre este tiempo litúrgico. Estamos afirmando la importancia
de la formación en la vida y los ámbitos socio-culturales de los bautizados. Estos
contenidos presentes en la tradición de la Iglesia son determinantes para el
crecimiento de la Fe y la Esperanza y las mismas virtudes teologales contenidas
y explicitadas por el Amor y la Caridad. Nosotros los bautizados estamos
llamados afanosamente a vivir el menaje
de liberación e integralidad de nuestra Fe cristiana a la luz de las
enseñanzas de nuestra tradición. La
espera se convierte en esperanza cuando conjugamos nuestra Fe con los dones
intrínsecos de la revelación y la certeza que anuncia la llegada del Mesías. La
percepción en Occidente es distinta frente a la actitud de oriente que refleja una celebración menos
fraterna pero sin duda de una reflexión aún más profunda. Las prácticas
culturales están desplazando paulatinamente la celebración tanto de Adviento
como de la misma Navidad. La inserción de nuevos contenidos culturales que para
la definición nuestra podríamos llamarlo simplemente la inculturación de nuevas
formas de celebración de la sociedad hace casi imposible la vivencia de un
advenimiento mesiánico para dar paso a un medio de expresión tanto instintivo
como materialista, los centros comerciales no pueden marcar la pauta de estas
celebraciones, son la familia y la Iglesia quienes orientan y centran su
celebración. La condición del misterio sobrevive y solo desde la
contemplación cercena de estos acontecimientos cobra real importancia tanto la
Encarnación como el nacimiento del Señor. La familia de Nazaret debe ser
encarnada por la familia humana y muy
especialmente la familia de los bautizados. María en gestación vive su personal
y definitivo Adviento y lo hace con la certeza que le da su Fe de la llegada
tan esperada sin que ello pueda implicar que no se enfrentara a la realidad
para proteger y promover a su Hijo Nuestro Salvador. En el hogar de José y
María se vive un maravilloso Adviento centrado totalmente en el Señor y sus
manifestaciones contundentes. En este hogar la espera se transforma en una
plena y perfecta Esperanza porque ellos son fruto de esta manifestación y
el Mesías los escogió para vivir el misterio encarnado de la familia humana. María
no fue simplemente un “nicho o receptáculo” para el nacimiento del Mesías, ella
fue verdaderamente su Madre y como Madre la primera educadora del fruto de sus
entrañas. En Dios no existe el utilitarismo sino el Amor/Compromiso como lo
vivió María en su propio Adviento, que no es otra cosa que nuestro llamado a
vivir por vez primera el Adviento bajo todos sus contenidos espirituales.
La Madre Iglesia como maestra de los bautizados
también vive a plenitud esta manifestación de la presencia de Dios en medio de
sus hijos y como Madre consagrada a los suyos (bautizados) les testimonia la
veracidad de este maravilloso acontecimiento, luego deducimos, que el
Adviento es una celebración plena en nuestra eclesiología. Estamos
directamente comprometidos con la celebración de nuestro Adviento y el tiempo
que la Iglesia destina para estos fines es tiempo santo de Oración y Meditación
de la Palabra Revelada y Amor por la Encarnada (Verbo) es de esta forma como
los bautizados se reúnen en medio de la liturgia para celebrar a su Señor y
Salvador, para reconocerle presente en la historia y desde luego en la Economía
de Salvación. No podría ser de otra manera, es de esta forma como los
bautizados de todas las latitudes aguardan la inclusión histórica del Hijo de
Dios en cada realidad creada y por Él redimida. La Iglesia es la primera
testiga de este maravilloso tiempo llamado Adviento y en su espiritualidad lo
acoge como lo que es una comunicación amorosa de Dios con la humanidad en
búsqueda de la salvación de todo lo creado.
Nuestra Iglesia como Madre, Maestra y Testiga, de este acontecimiento introductorio a la
revelación del Salvador asume su rol como formadora de las tradiciones y su
total relevancia para la vida y obra de los bautizados. No es una postura
ambigua sino totalmente comprometida con la realidad que vive el creyente donde
este se encuentra, estamos enfocados gracias a las enseñanzas de la Iglesia hacia
la vivencia plena de este tiempo litúrgico preparatorio para la celebración
espiritual como lo expresábamos antes del Mesías, del Salvador prometido y
anunciado. Uno de los cantos populares que empleamos en nuestra liturgia
eucarística da fe de nuestro sentir y expresión de nuestros sentimientos:
Caminamos
hacia el sol
Esperando
la verdad.
La
mentira, la opresión,
Cuando
vengas cesarán.
/Llegará
con la luz
La
esperada libertad. / (Bis)
Construimos
hoy la paz
En
la lucha y el dolor,
Nuestro
mundo surge ya
A
la espera del Señor.
Te
esperamos, Tú vendrás
A
librarnos del temor.
La
alegría, la amistad,
Son
ya signos de tu amor. (10).
Nuestra
Iglesia en estas notas y acordes refleja la centralidad de este tiempo fuerte
de nuestra liturgia y de paso nos insta a participar de su contenido
reconociendo los dones y las virtudes del esperado Señor y Salvador. Es pues
una manifestación del Espíritu de Dios que revela al Mesías tan esperado en el
corazón de cada uno de los creyentes fundamentando así su esperanza. Adviento llega provisto de valores
inspirados en el Dios de la vida, nos habla de Paz, Amistad, Amor, para
construir relaciones santas en vocación de fraternidad y eclesiológicas. Hay
alegría en la vida y obra de los bautizados al reconocer que su centralidad es
el Dios revelado y encarnado y su acontecer es muestra de su amor salvífico, el
mismo, que se manifiesta en la vida y
liturgia de la Madre de los bautizados. No nos detengamos y celebremos con el
corazón este tiempo de espera y pronta liberación, dejemos a un lado las
estructuras de pecado y caminemos en pos de la vida en todas sus formas. La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en
prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para
que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros
aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas, nosotros en la
actualidad empleamos la corona para fundamentar la espera por medio de su
simbología, ya no es el invierno y la necesidad de calor naturalmente, sino la
luz de Cristo que ilumina al creyente y anima con sus dones y talentos. Las cuatro velas simbolizan los cuatro domingos del Adviento. El color morado de tres de las velas significa que se trata de
un tiempo de penitencia. Una vela,
sin embargo, lleva un color atenuado,
el rosado, representa el tercer domingo de Adviento, llamado domingo Gaudete o domingo de la alegría. La
simbología de este tiempo litúrgico es importante para asumir en perspectiva
reflexiva los acontecimientos que nos están enseñando. La espiritualidad del
Adviento es tanto penitente como festiva puesto que aguarda la llegada del
Mesías y con Jesús el inicio de la propuesta salvífica enclavada tanto en la
cultura y su cotidianidad como en la historia de la revelación en el pueblo judío.
Son sin duda los matices más importantes
de este santo tiempo de espera y comprensión del don salvífico de Dios que es
su Adorado Hijo. Un don que se manifiesta en la esperanza del pueblo y concretamente
de quienes con Fe aguardan el cumplimiento de la promesa salvífica de Dios
Padre. Desde Abraham el Padre de la Fe
judía hasta el último de los autores sagrados del N.T todas y todos aguardamos
el cumplimiento de la promesa en cabeza de Cristo Señor de la Iglesia.
BIBLIOGRAFÍA Y TEXTOS CITADOS.
(1).
BIBLIA DE JERUSALÉN, Edición Española. Dirigida por José Ángel UBIETA, 1975.
(2).
Artículo, EL ADVIENTO, Tiempo de Esperanza. Pbro. Cipriano Sánchez; fuente.
Catholic. Net. 2017.
(3).
Carta Pastoral, del Obispo de Córdoba, España. Demetrio Fernández, sobre
Adviento.
(4).
H. Bruns, Canones Apostolorem Et Conciliorum II, Berlín, 1883, paginas, 13-14.
(6).
es.catholic.net/op/articulos/2685/cat/231/aci-prensa.html Teología y
Espiritualidad del Adviento.
(7).
De los Sermones de San Gregorio Nacianceno (Sermón 45,9.22.26.28, paginas
634-66.
(8).
De los comentarios de Eusebio de Cesárea (Sobre el libro de Isaías, capitulo,
40, página 24, 366-267).
(10).
acordes.lacuerda.net › J › Juan Antonio Espinosa.
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