miércoles, 6 de diciembre de 2017

ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO.

ESPIRITUALIDAD   DEL  ADVIENTO… TIEMPO  DE  ESPERA  Y  ENCUENTRO.


INTRODUCCIÓN.   
  

La Iglesia como Madre espiritual se prepara para celebrar el advenimiento del Mesías, de su Señor, Cabeza y Salvador, es tal la respuesta de su Fe que cada uno de los bautizados tienen presente el valor de la espera, de una espera que se refleja en la Liturgia y en los corazones expectantes. Desde la época pre-mesiánica hasta  los tiempos del Bautista, la expectación es una y la misma, el advenimiento del Mesías y la restauración de Israel.  Es también una consideración enraizada en la sique del pueblo y sus anhelos de libertad y autonomía, la misma que habían perdido bajo la dictadura romana, el yugo extranjero había minado la esperanza del pueblo y el judío vivía por Fe aguardando el momento de traducir la promesa hecha a Abraham y a Moisés en un signo vivo y concreto del Dios con nosotros Isainiano: “El Señor mismo os dará una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emanuel”. (Isaías capítulo 7 versículo 14) o  el texto de Jerusalén original “Dat Dominus Ipse vobis signum; Ecce do. Vírginis et parit filium, quem no erit nomen eius Emmanuhel” (1) Nos indica el signo-símbolo esperado y profetizado bajo la reconstrucción de la dignidad y libertad nacional por parte de Dios,  que toca la conciencia de cada israelita de aquella época. La espera se anima con la esperanza de la restauración y la soberanía de Dios sobre su pueblo. El Dios que los escogió es el mismo que les prometió y en ellos figura nuestra del advenimiento del Mesías. La relación salvífica se manifiesta en las acciones del pueblo que aguarda bajo el signo vivo de su conciencia la instauración de un reinado más glorioso que su héroe nacional, me refiero al Rey David. Es pues el Mesías un Rey de naturaleza plena cuya presencia nace en el corazón del creyente y no en la potencia de sus ejércitos.


ADVIENTO  CAMINO,  ESPERA  Y  ESPERANZA.


El Adviento está tocado, de una forma muy particular, por la característica de la esperanza. La esperanza como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida (2)… Es decir, sin la fundamentación de nuestra esperanza en Cristo es imposible suponer la espera confiada en el Dios revelado y por ende encarnado.  La historia que se confirma en Adviento es la historia del Dios personal que llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Dios de la tradición Yavista, Elohista, Deuteronomista, Sacerdotal, es el Dios que se revela personal e intransferible pero que con todo y lo que expresa su naturaleza tiene espacio en su corazón para contemplar las vicisitudes de su pueblo y responder como un Dios amoroso. Es pues, de esta forma como nuestra historia camina sujeta de la revelación y como la revelación reclama como escenario su vivencia trascendente.

Adviento por vez primera relaciona salvíficamente la entrada de Dios en la historia humana y no de cualquier manera sino desde la perspectiva de nuestra especie. Es un Dios provisto de historia y en una dinámica dialéctica que sobrepasa cualquier concepción anterior sobre lo divino y lo humano. Es un Dios cuyo atributo relacional lo llamamos esperanza y así mismo llega a la persona humana. El cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. Pues nuestra alegría pasa por la comprensión del Dios encarnado, de la forma como es bendecida nuestra historia común y la manera de no perder de vista que su entrada histórica es signo vivo de nuestra salvación.

Estamos ante un Dios que salva tanto la historia como sus protagonistas. Estamos ante un Dios reparador y bondadoso cuyo proceder es siempre nuestra esperanza. De lo anterior es posible concluir que nuestra espera como nuestra esperanza está animada, moldeada y en vocación amorosa, siendo el amor la razón dialéctica tanto de su revelación como de su ofrecimiento salvífico. Es pues, Adviento tanto tiempo como estadio de madurez salvífica cuando las condiciones se dieron para la entrada de Dios amor en nuestra historia tanto cósmica como personal, una entrada que corresponde a la revelación de su Voluntad amorosa.

Un Dios que parte del amor por la humanidad y no de la culpa de la persona humana, un Dios manifestado en la victoria del amor sobre el pecado y la muerte, es este nuestro Dios y todo su poder. Es de esta forma el Adviento la figura del mensaje del Ángel a María y la Encarnación del Verbo de Dios. Es el contenido temático de la Historia de Salvación que  reveló la inclusión Trinitaria en la vida y quehacer del ser humano Imagen del Dios vivo y trascendente. La esperanza es el color del Adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Con los que sufren. En Navidad, Jesús es el centro y sin él no tendríamos Navidad (3). Más allá de una consideración cultural hemos cifrado cronológicamente (categorías cognoscibles humanas) la manifestación del Dios con nosotros (Isainiano) como punto de partida de la aprehensión teológica de su revelación, lo que no implica que la clave sea la exactitud de las fechas argumentadas. El cambio de tradición y cosmovisión cultica es la que verdaderamente fija estas cuestiones y busca así reemplazar una celebración del antiguo Imperio romano con una significación salvífica cristiana.

El Dios con nosotros, genera en sí y por si una categoría dialéctica nueva para su época ya que se expone en categorías relacionales conjugables (Yo, Tú, El, Nosotros) de esta forma queda claro que tanto lo señalado como lo informado corresponde a la praxis cultural y al Ethos cristiano nuevo para la época. Adventus Redemptoris, o la venida del Redentor motiva esta celebración en el ámbito de las iglesias históricas. Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380, (4) donde señala que el deber de los bautizados es no ausentarse de la Iglesia durante estos días y responder así a la liturgia especial. Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes desde antiguo para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia.  Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días (5). Queda claro que la Iglesia a partir del siglo IV intensifica las prácticas preparatorias para la celebración de la Navidad y tales acciones pastorales eran consideradas de obligatorio cumplimiento tanto para clérigos como los laicos.  Es interesante como la evolución de la liturgia observa estas prácticas y conserva su espíritu ya que muchos de los ritos entraron en desuso. Es pues determinante que la celebración del Adviento pase por un periodo de oración y disposición del espíritu para recibir sus frutos.

El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1 Corintios capítulo  16 versículo 22) y del Apocalipsis (Apocalipsis capítulo  22 versículo 20), que se encuentra también en la Didaché, y hoy en una de Todo el Adviento las aclamaciones de la oración eucarística. Resuena como un Marana-thá en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia. La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente.

El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana. Queda para nosotros la praxis de unas recomendaciones que buscaron desde su mismo origen animar poderosamente la experiencia de Fe de los bautizados y materializar desde la concepción  espiritual de la celebración la llegada del Mesías. Nuestra vida espiritual y física se convierte en una interminable espera que es sostenida por la Fe y la Gracia. En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un re-descubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación. Es pues determinante que tengamos presente que no es solo un tiempo litúrgico con “velitas y guirnaldas” sino de integración cultica y de avivamiento de nuestra Fe en el Dios humanado como expresa la tradición de los santos PP. De la Iglesia. Miremos pues nuestras vivencias y caminemos a la presencia viva del Dios hecho niño tan frágil como cualquier niño y tan protegido como el amor puede hacerlo.

Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida.
En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad: La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún como su  único Salvador. La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser reserva de esperanza para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica (6). El vínculo doctrinal entre los testamentos es muy poderoso y precisamente el centro del contenido es el mismo la esperanza de la redención que obra el Mesías, el Encarnado, el Hijo de Dios, en esta dirección encontramos los elementos materiales y ejemplares de la revelación que como todos conocemos es solo por Voluntad de Dios. Y la letra de este decreto salvífico está compuesta de “carne y hueso” tal y como aconteció en el vientre de María la Virgen Madre. La Comunión Anglicana reconoce ampliamente que María es el mayor modelo de espera y esperanza en el Adviento. No es solo la Encarnación sino la espera la que marcó el corazón de esta maravillosa mujer. La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene. Para los santos PP. De la Iglesia este tiempo representó la fundamental diferencia entre los que esperan de corazón y los curiosos en la vida de la Iglesia. Entre quienes se preparan para la llegada de su Señor y los que son arrastrados por el mundo y todo su ruido.  Bello tiempo para reconocer y vivir la presencia del Dios amoroso anunciado por las escuelas proféticas de Israel.


LOS SANTOS PADRES DE LA IGLESIA Y EL ADVIENTO.


“El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió” (7).

Una voz grita en el desierto: Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios. El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo (8).
Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su cumplimiento.

El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros; sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas. Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silencio en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación. Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios, a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo entregó la Escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por él. Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció. Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído (9). Solo para nuestra reflexión cito tres comentarios de la cantidad que están a nuestro alcance pero que son suficientes para refrendar la postura de los santos PP. De la Iglesia que desde sus orígenes vieron en el Adviento un tiempo de crecimiento y reflexión espiritual al servicio de la Iglesia y sus hijos los bautizados. Es el amor quien desea ver a Dios, exclamaría el Hiponense y es precisamente el amor quien moldea el corazón del que espera y brota a su vez del esperado. La relación que se muestra es contundente, debemos vivir el Adviento como parte viva y fundamental de nuestra Fe. “tiempo de espera y preparación para la celebración de la Navidad porque es el Dios que por amor se revela en el vientre de la Niña María”.   Los PP. Latinos tenían la concepción de este tiempo como lo que es para nosotros… es pues el momento de animar nuestra espera con la absoluta confianza que nos entrega el Dios revelado y a su vez encarnado por la humanidad. Ni el pecado  y mucho menos la muerte podrá separarnos del amor del Dios manifestado en aquella Niña de nombre María. Este tiempo santo nos permite comparar las virtudes de María y Eva (sabiamente diría Ireneo de Lyon) la primera acepta ser parte viva de la entrada de Dios en nuestra historia y pone a disposición tanto su cuerpo como su corazón y su alma, bien diría el Doctor de Hipona: María fue madre en su corazón y luego en su cuerpo, mientras que Eva se puso al servicio del pecado y la decadencia de la humanidad, dos mujeres una historia salvífica y la revelación del Hijo de Dios. La Santa Madre Iglesia tiene sed del Dios vivo y lo busca anhelante en el Adviento con la seguridad de su manifestación y junto al pesebre aguarda expectante para Adorar a su Señor, no era solo la Madre del Niño Dios y su familia, era también la Iglesia que en figura de estos mortales aguarda ver a su Salvador. Adviento se convierte en actitud de vida y reclama de cada uno de nosotros la conciencia necesaria para vivir y expresar estos argumentos de nuestra Fe en el Dios Humanado.


CELEBRACIÓN  ECLESIOLÓGICA.


La Iglesia tiene como misión el anuncio de la realidad salvífica de la Palabra  Inspirada y Adviento posee su génesis en las Escrituras de tal forma que la revelación se alimenta concretamente de cuanto es bueno y santo esperar es decir, de nuestro Señor el Dios Encarnado. Oración, penitencia, meditación, son algunos de los recursos espirituales que la Iglesia empleó para educar a los bautizados sobre este tiempo litúrgico. Estamos afirmando la importancia de la formación en la vida y los ámbitos socio-culturales de los bautizados. Estos contenidos presentes en la tradición de la Iglesia son determinantes para el crecimiento de la Fe y la Esperanza y las mismas virtudes teologales contenidas y explicitadas por el Amor y la Caridad. Nosotros los bautizados estamos llamados afanosamente a vivir  el menaje de liberación e integralidad de nuestra Fe cristiana a la luz de las enseñanzas  de nuestra tradición. La espera se convierte en esperanza cuando conjugamos nuestra Fe con los dones intrínsecos de la revelación y la certeza que anuncia la llegada del Mesías. La percepción en Occidente es distinta frente a la actitud  de oriente que refleja una celebración menos fraterna pero sin duda de una reflexión aún más profunda. Las prácticas culturales están desplazando paulatinamente la celebración tanto de Adviento como de la misma Navidad. La inserción de nuevos contenidos culturales que para la definición nuestra podríamos llamarlo simplemente la inculturación de nuevas formas de celebración de la sociedad hace casi imposible la vivencia de un advenimiento mesiánico para dar paso a un medio de expresión tanto instintivo como materialista, los centros comerciales no pueden marcar la pauta de estas celebraciones, son la familia y la Iglesia quienes orientan y centran su celebración. La condición del misterio sobrevive y solo desde la contemplación cercena de estos acontecimientos cobra real importancia tanto la Encarnación como el nacimiento del Señor. La familia de Nazaret debe ser encarnada por la familia humana y  muy especialmente la familia de los bautizados. María en gestación vive su personal y definitivo Adviento y lo hace con la certeza que le da su Fe de la llegada tan esperada sin que ello pueda implicar que no se enfrentara a la realidad para proteger y promover a su Hijo Nuestro Salvador. En el hogar de José y María se vive un maravilloso Adviento centrado totalmente en el Señor y sus manifestaciones contundentes. En este hogar la espera se transforma en una plena y perfecta Esperanza porque ellos son fruto de esta manifestación y el Mesías los escogió para vivir el misterio encarnado de la familia humana. María no fue simplemente un “nicho o receptáculo” para el nacimiento del Mesías, ella fue verdaderamente su Madre y como Madre la primera educadora del fruto de sus entrañas. En Dios no existe el utilitarismo sino el Amor/Compromiso como lo vivió María en su propio Adviento, que no es otra cosa que nuestro llamado a vivir por vez primera el Adviento bajo todos sus contenidos espirituales.

La Madre Iglesia como maestra de los bautizados también vive a plenitud esta manifestación de la presencia de Dios en medio de sus hijos y como Madre consagrada a los suyos (bautizados) les testimonia la veracidad de este maravilloso acontecimiento, luego deducimos, que el Adviento es una celebración plena en nuestra eclesiología. Estamos directamente comprometidos con la celebración de nuestro Adviento y el tiempo que la Iglesia destina para estos fines es tiempo santo de Oración y Meditación de la Palabra Revelada y Amor por la Encarnada (Verbo) es de esta forma como los bautizados se reúnen en medio de la liturgia para celebrar a su Señor y Salvador, para reconocerle presente en la historia y desde luego en la Economía de Salvación. No podría ser de otra manera, es de esta forma como los bautizados de todas las latitudes aguardan la inclusión histórica del Hijo de Dios en cada realidad creada y por Él redimida. La Iglesia es la primera testiga de este maravilloso tiempo llamado Adviento y en su espiritualidad lo acoge como lo que es una comunicación amorosa de Dios con la humanidad en búsqueda de la salvación de todo lo creado.

Nuestra Iglesia como Madre, Maestra y Testiga,  de este acontecimiento introductorio a la revelación del Salvador asume su rol como formadora de las tradiciones y su total relevancia para la vida y obra de los bautizados. No es una postura ambigua sino totalmente comprometida con la realidad que vive el creyente donde este se encuentra, estamos enfocados gracias a las enseñanzas de la Iglesia hacia la vivencia plena de este tiempo litúrgico preparatorio para la celebración espiritual como lo expresábamos antes del Mesías, del Salvador prometido y anunciado. Uno de los cantos populares que empleamos en nuestra liturgia eucarística da fe de nuestro sentir y expresión de nuestros sentimientos:
Caminamos hacia el sol
 Esperando la verdad.
La mentira, la opresión,
Cuando vengas cesarán.

      /Llegará con la luz
La esperada libertad. / (Bis)

Construimos hoy la paz
En la lucha y el dolor,
Nuestro mundo surge ya
A la espera del Señor.

Te esperamos, Tú vendrás
A librarnos del temor.
La alegría, la amistad,
Son ya signos de tu amor. (10).

Nuestra Iglesia en estas notas y acordes refleja la centralidad de este tiempo fuerte de nuestra liturgia y de paso nos insta a participar de su contenido reconociendo los dones y las virtudes del esperado Señor y Salvador. Es pues una manifestación del Espíritu de Dios que revela al Mesías tan esperado en el corazón de cada uno de los creyentes fundamentando así su esperanza. Adviento llega provisto de valores inspirados en el Dios de la vida, nos habla de Paz, Amistad, Amor, para construir relaciones santas en vocación de fraternidad y eclesiológicas. Hay alegría en la vida y obra de los bautizados al reconocer que su centralidad es el Dios revelado y encarnado y su acontecer es muestra de su amor salvífico, el mismo, que se manifiesta en la vida  y liturgia de la Madre de los bautizados. No nos detengamos y celebremos con el corazón este tiempo de espera y pronta liberación, dejemos a un lado las estructuras de pecado y caminemos en pos de la vida en todas sus formas. La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas, nosotros en la actualidad empleamos la corona para fundamentar la espera por medio de su simbología, ya no es el invierno y la necesidad de calor naturalmente, sino la luz de Cristo que ilumina al creyente y anima con sus dones y talentos.  Las cuatro velas simbolizan los cuatro domingos del Adviento. El color morado de tres de las velas significa que se trata de un tiempo de penitencia. Una vela, sin embargo, lleva un color atenuado, el rosado, representa el tercer domingo de Adviento, llamado domingo Gaudete o domingo de la alegría. La simbología de este tiempo litúrgico es importante para asumir en perspectiva reflexiva los acontecimientos que nos están enseñando. La espiritualidad del Adviento es tanto penitente como festiva puesto que aguarda la llegada del Mesías y con Jesús el inicio de la propuesta salvífica enclavada tanto en la cultura y su cotidianidad como en la historia de la revelación en el pueblo judío. Son sin duda los matices más importantes de este santo tiempo de espera y comprensión del don salvífico de Dios que es su Adorado Hijo. Un don que se manifiesta en la esperanza del pueblo y concretamente de quienes con Fe aguardan el cumplimiento de la promesa salvífica de Dios Padre. Desde Abraham el Padre de la Fe judía hasta el último de los autores sagrados del N.T todas y todos aguardamos el cumplimiento de la promesa en cabeza de Cristo Señor de la Iglesia.


BIBLIOGRAFÍA Y TEXTOS CITADOS.

(1). BIBLIA DE JERUSALÉN, Edición Española. Dirigida por José Ángel UBIETA, 1975.
(2). Artículo, EL ADVIENTO, Tiempo de Esperanza. Pbro. Cipriano Sánchez; fuente. Catholic. Net. 2017.
(3). Carta Pastoral, del Obispo de Córdoba, España. Demetrio Fernández, sobre Adviento.
(4). H. Bruns, Canones Apostolorem Et Conciliorum II, Berlín, 1883, paginas, 13-14.
(5). PRIMEROS CRISTIANOS, los orígenes del Adviento. www.primeroscristianos.com
(6). es.catholic.net/op/articulos/2685/cat/231/aci-prensa.html Teología y Espiritualidad del Adviento.
(7). De los Sermones de San Gregorio Nacianceno (Sermón 45,9.22.26.28, paginas 634-66.
(8). De los comentarios de Eusebio de Cesárea (Sobre el libro de Isaías, capitulo, 40, página 24, 366-267).
(10). acordes.lacuerda.net › J › Juan Antonio Espinosa.




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