ECLESIOLOGÍA
EPISCOPAL Y SU CENTRALIDAD EN LA
VIDA DEL ANGLICANISMO.
INTRODUCCIÓN.
La Iglesia Episcopal como parte de
la Comunión Anglicana se constituye en un componente vital del signo de Comunión Eclesial que integra a Iglesias a lo
largo y ancho del globo terráqueo (1). No podemos definir a la Iglesia Episcopal y su eclesiología por fuera
de la Comunión Anglicana. Su integración es a nivel esencial y no
circunstancial o secuencial. La Iglesia se reconoce a sí misma en la profesión
de Fe de los bautizados. La Iglesia de
cara al mundo permanece en actitud de dialogo con el ser humano y sus
realidades, en el contexto de su
pertenencia y afirmación desde la explicitación de los contenidos doctrinales
que definen nuestro Corpus Doctrinal. Es UNA
porque pertenece al cuerpo de Cristo. SANTA
porque pertenece al cuerpo de Cristo. CATÓLICA porque pertenece al cuerpo de Cristo y APOSTÓLICA (2) porque pertenece al cuerpo de Cristo, a partir de su relación
hipostática con la Iglesia de Cristo que el Espíritu Santo engendró en el
vientre apostólico, podemos desarrollar un pensamiento y sus lineamientos en el
marco de la indisoluble relación con la Iglesia en la historia y en el presente,
solo distinción tiempo espacial porque su vínculo no reconoce accidentalmente
el tiempo sino que lo vive en el plan salvífico de Dios. La accidentalidad
doctrinal no afecta el Corpus Eclesial sino que nos ubica en el tiempo donde el
bautizado vive su cotidianidad y por ende vocación salvífica. La relación de
los misterios de nuestra Fe es celebrada en comunión eclesial con el gran
cuerpo cristiano. La condición de
nuestra vital comunión no es asunto nominal o simplemente un acuerdo de ritos y
sentencias es más que eso supone la integración de los misterios y
acontecimientos salvíficos que la Iglesia enseña y comparte con los creyentes
(3). La estructura visible es
producto de sus relaciones con el entorno objetivado por los intereses de los
bautizados cuya praxis de Fe materializan el sentido eclesial y su pertenencia.
La colegialidad eclesial no es un don exclusivo de los clérigos, también es una
sana iniciativa de los bautizados que a lo largo y ancho de sus vidas entran en
la historia eclesial con sus épocas y costumbres. Los tiempos pueden y deben
cambiar pero las aspiraciones de lo sobrenatural en el bautizado no… La Iglesia Episcopal, posee un único
referente y es su propia concepción de la Redención que no es más que la
expresión de la Iglesia universal por sus venas y cosmovisiones (4). El
espiral de los acontecimientos data los eventos y la Iglesia data los
acontecimientos humanos desde la presencia de la Gracia, haciendo de la historia no solo un componente
de eventos y fenómenos naturales como humanos sino de accionar de la Gracia y
el sentido santifico de las obras de los creyentes. Nuestra eclesiología es
universal y en ella como en existencia toda, poseen espacio y se les considera
iguales. La radicalidad del ser eclesial supone ser un Cuerpo articulado bajo
el modelo de unidad producida por el Espíritu Santo en nosotros. La autoridad
eclesial es universal y en cuando a este enunciado recordamos una tesis
presentada en un ensayo anterior sobre la POTESTAD
ANGLICANA (5) que como respuesta de
la institución define poderosamente la influencia salvífica de las acciones
eclesiales aun por fuera de la concepción romana y griega de institución. El llamar a la Iglesia Anglicana
protestante es asumido con la perversa (citamos un anacronismo) intención de
desmontar y mitificar su ser eclesial y desligarlo de la catolicidad. Nuestra
eclesiología como anglicanos supone la influencia positiva tanto jurídica
como espiritual del anglicanismo y este
como multi color expresión de la igualdad eclesial universal. Somos anglicanos
y como tal la expresión de nuestra Fe no se compra bajo conceptos de separación
o aislamiento que suponen endémicos esfuerzos por fundar iglesias. La Iglesia
Anglicana no fundó Iglesia alguna, ella reforma su expresión católica local. No olvidar nunca que el dogma sobre la
autoridad e infalibilidad papal no es concepto sin el cual peligre la
salvación, este dogma hace parte de las verdades relativas de la Iglesia y con ello implica la posibilidad de obviarlo
sin convertir tal acción en separación de la Iglesia de Cristo. No es un
dogma salvífico porque este no se dirige a las Divinas Personas y sus relaciones
con la humanidad (Trinidad Económica).
ANGLICANISMO
Y EPISCOPALIANISMO.
Ambas expresiones podrían
sonar iguales o significantes por antonomasia de un mismo contenido y su
realidad eclesiológica, pero tal aseveración no es del todo cierta. La
indisolubilidad eclesial se remonta al origen mismo de su llegada al
continente norteamericano. Samuel
Seabury (6). (Nacido el 30 de
noviembre de 1729 en Groton, Connecticut. Falleció el 25 de febrero de 1796 en
Nueva Londres, Connecticut, EE. UU.), Primer obispo de la Iglesia Episcopal
Protestante en los Estados Unidos .fue educado en medicina en la Universidad de
Yale y en la Universidad de Edimburgo. Después de convertirse en sacerdote en
1753, sirvió en parroquias en New Brunswick, New Jersey, en Jamaica, New York,
y en Westchester, New York; También practicaba la medicina. Se hizo conocido
por sus folletos que instaban a los estadounidenses a no buscar la
independencia de la corona británica, que evocaba folletos en respuesta por el
joven Alexander Hamilton. Seabury fue un lealista durante la Revolución
Americana, mudándose a la ciudad de Nueva York ocupada por los británicos. En
1783 fue elegido obispo de Connecticut y Rhode Island. Fue a Escocia para ser
ordenado y luego regresó a los Estados Unidos en 1785. Ese mismo año se
convirtió en rector de la Iglesia de St. James en New London, Connecticut.
En
l785, se celebró la primera Convención General y en ella se adoptó el nombre
de "Iglesia protestante episcopal".
Este nombre temporal quiso cambiarse en muchas ocasiones y, finalmente, la
palabra "protestante"
por implicar connotaciones negativas ya no aparece en los libros de la
Iglesia. El término episcopal, que significa obispo, viene a simbolizar la
dificultad que en un principio hubo en conseguir obispos, así como el que
estos son los supervisores y responsables de que se mantengan la Fe y el
orden eclesiásticos (7).
El
28 de julio de l789, 22 clérigos,
incluyendo a los obispos William White y Samuel Seabury, y dieciséis
seglares, se reunieron en la iglesia de Cristo en Philadelphia, para celebrar
la convención más importante en la historia de la Iglesia Episcopal. El
obispo White fue el genio de la convención. Uno de los puntos cardinales
aprobados fue establecer una Iglesia libre de toda autoridad civil. Habría
total separación entre Iglesia y estado. Este principio quedó reflejado en la
primera enmienda de la Constitución de la nueva nación de Estados Unidos. En
la convención se adoptó una constitución, un código canónico, se logró unidad
en la Iglesia y se autorizó el primer
Libro de Oración Común americano (1785), en cuyo prólogo se afirma:
"Esta Iglesia está muy lejos de
pretender separarse de la Iglesia de Inglaterra en ningún punto esencial de
doctrina, disciplina, o culto, más allá de lo que exijan las circunstancias
locales" (8).
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Las relaciones eclesiales
se afectaron en cuanto a las relaciones administrativas por razones muy claras
y contundentes, pero el espíritu eclesial se conservó y conserva como parte de
nuestro patrimonio. La Iglesia no
obedece a caprichos generacionales, ella responde a su propio ser tangible e
intangible que la une históricamente a Inglaterra y en cuanto a su Corpus este
hace parte de la Iglesia universal cuya cabeza es el propio Cristo.
El término “protestante” fue retirado por
generar posturas ambiguas frente a
nuestra propia tradición eclesial. Ya no se trataba de ser diferentes sino de
expresar en América el sentido universal de la Iglesia y todas las
connotaciones de su eclesiología. La Iglesia como institución se une
tangiblemente, pero esta realidad
también implica disparidad en algunos asuntos que no deben interferir el Dogma
y su construcción dialéctica, dicho de otra forma, las verdades esenciales es y
deben seguir siendo las mismas. El Párrafo del primer L.O.C en América del
Norte, lo atestigua, una Iglesia unida de forma inseparable que hace una especie
de hipostasis con la Iglesia de Inglaterra. Es por demás imposible de separar
de esta realidad eclesial, no poseemos en si la facultad para ser algo distinto
por nuestra propia cuenta es la recreación del símil Paulino sobre el cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Nuestra unidad esencial con Inglaterra no es un
asunto identitativo simplemente, es algo de mayor profundidad, se remonta a
nuestra propia genética eclesial.
En Norte América y el Caribe como en las demás
Américas solo somos aquella expresión local del Cuerpo Místico de Cristo que es
su Iglesia (9). Ese solo argumento posee tal profundidad que nos permite
vivir en un perenne Pentecostés fundacional y misionero. No solo podemos verlo como un encuentro de culturas religiosas con una
manera de hacer y vivir las cosas sino como parte de un todo o Ser Eclesial
definido, que en el contexto local es la
manifestación de su ser universal o catolicidad (10). La vivencia, nos
identifica esencialmente con la historia
y su tangencialidad no es determinante la idea de una Iglesia local sino es
vista inserta en la universal. Aquí las
iglesias particulares sean anglicanas o romanas expresan lo mismo, signo vivo
de comunión en su ser eclesial (11). La
Iglesia en su extensión no se limita por ninguna jurisdicción. Es solamente la
administración de lo disciplinario y su gobierno donde se producen las
diferencias.
La metafísica del Cuerpo eclesial es el mismo
en donde se manifieste la Fe de los bautizados
y la disciplina eclesial en su doctrina y enseñanzas (12).
La percepción de esta
realidad es aleatoria y vinculante y hasta el último de los bautizados cuenta
en su ser y conjugación ministerial. El ser Episcopal se inserta en el todo
anglicano y este se manifiesta así mismo como Iglesia de Cristo donde se
encuentre. La eclesiología para el Episcopal es la misma en sus proporciones
que para el inglés o el romano, y lo mismo para el griego. La Iglesia como
cuerpo de Cristo no es un cuerpo metafísicamente limitado como el nuestro sino
que es la manifestación histórica de la Gracia convertida en Salvación cósmica
y por ende universal. Es una realidad axiomática que no se discute sino que se
vive. EL SER ANGLICANO (13) es la máxima expresión de una nación y
naciones como de una cultura y culturas, es un Ethos antropológico y
sociológico que no posee limitaciones más allá de su dialéctica inserta en la
realidad de los bautizados que viven su opción por Cristo en el anglicanismo.
En cuanto a la percepción Episcopal es
también en la dialéctica de su realidad la manera de percibir la opción
fundamental por Cristo desde la óptica propia de nuestra herencia y ser
anglicano.
La connotación eclesial
que conocemos y vivimos posee una particularidad muy curiosa y es la inserción
del ser eclesial en el modelo nacional propio de los EE-UU, lo que reclama para
nosotros una visión distinta de esas
particularidades del Ethos cultural propio de cada una de las regiones donde la
Iglesia Episcopal hace presencia. Esta Iglesia no es una propuesta diferente o
nueva, lejos tal inclinación, somos Iglesia de Cristo en las particularidades
culturales de nuestra confesión Episcopal y por ende Anglicana (14)… La
historia no solo es testiga de la identidad confesional de nuestra Iglesia sino
que ella nos muestra las distintas experiencias y sus praxis vitales. “Hoy somos tan católicos como el papa
mismo puede serlo y tal Reformados como el mismo y más aún que Lutero y Calvino
(15)”.
La
dialéctica de la historia y su discurso idiomático nos dispuso para los fines
de la misión y la comunión eclesial (16). Nuestros obispos en la Diócesis, el Diocesano es el guardián celoso
de la doctrina eclesial y cual será esa doctrina sino la misma contenida en la
Tradición y el Magisterio. El vínculo relacional se mantiene por sobre las
tipologías diferenciales que encontramos en cada latitud y cultura eclesial
(17). La tradición Episcopal como un todo eclesial se mueve por las aguas de la
Iglesia de Cristo cuya visión histórica es la misma en el mundo de la
catolicidad, las diferencias nunca
podrán hacer daño definitivo en nuestra condición y herencia recibida (18). Preferimos hablar de los modos en los que
vivimos nuestra identidad como bautizados
y el “toque” de nuestro
Carisma eclesial. Esta característica propia no es endémica corresponde a una
cosmovisión que se ha cristalizado con el paso del tiempo y la inclusión de
todo tipo de condiciones en la vida de
la Iglesia. Estamos ante una realidad que nos debe permitir exaltar la
identidad Episcopal pero en el ámbito de
nuestro ser Anglicano. El PLEROMA
ANGLICANO (19) como cuerpo de su propia realidad eclesiológica corresponde
a la praxis de los valores tanto de la Reforma del siglo XVI como de los aportes
del Movimiento de Oxford, este matiz exclusivo de nuestra condición de Comunión de Iglesias por el mundo, nos permite vivir la riqueza del encuentro de
Ethos de todo tipo de composición pero precisamente si hablamos de Comunión
debemos buscar y hacer más fuertes los nexos entre sí (20).
Nuestro
Pleroma es parte viva y dinámica de Cristo como quiera que la extensión de la
Madre Iglesia no se limita a Roma, Atenas, e Inglaterra sino que es tanto
abarcante como totalizante (21). La realidad de la Iglesia como Cuerpo de
Cristo fue dimensionada históricamente
por el Apóstol Pablo y su percepción de una realidad definitiva que buscaba una
estructura en la Fe de los cristianos, y esa estructura es precisamente la Iglesia
en su materialización plena de la Fe en cada uno de los bautizados, por esta razón su
metafísica supera cualquier presupuesto institucional para convertirse en una
realidad perceptible en cada uno de los creyentes. El propio Señor, en el
mandato de “ir y bautizar” señalo el
camino de su nuevo y definitivo discipulado (Conf: Mateo capítulo 28 versículos
16 ss). Un discipulado maduro y seguro de su Fe en toda la extensión de la
palabra (22). La inclusión de nuestro
ser institucional en la Comunión Anglicana no es solamente un “paraguas” ante
las tormentas de la historia eclesial (23). La historia de los puritanos marcó
la vida de la naciente Iglesia en Estados Unidos, creemos importante compartir
un breve texto sobre los mismos:
PURITANISMO.
El puritanismo aparece en el
contexto de la historia religiosa de Inglaterra después de la reforma. En el Acta de supremacía (1534), Enrique
VIII (1491-1547) separó la Iglesia de Inglaterra de Roma, no va por los
motivos teológicos que aducían los luteranos, los calvinistas y los otros
movimientos de la Reforma continental, sino más bien para obtener en su reino
la supremacía sobre la Iglesia. Sin embargo, ya desde el principio, las ideas
teológicas de la Reforma continental conquistaban en Inglaterra a un número
cada vez mayor de personas en el clero y en el laicado. Se advertía, por otra
parte, que el nuevo orden religioso, establecido por la hija de Enrique VIII,
Isabel I (1533-1603), mantenía aún demasiadas cosas de la doctrina, de la
estructura episcopal y de la liturgia de la Iglesia romana. Surgieron
entonces individuos que querían purificar
a la Iglesia de Inglaterra de todos los vestigios del papismo (de ahí el nombre de puritanos) y adoptar una reforma más
radical, especialmente según el modelo de la Ginebra de Calvino, adonde
habían huido cierto número de exponentes puritanos durante el breve
restablecimiento del catolicismo bajo la reina María (1553-1558). Los
puritanos resistieron a los intentos de Isabel I en 1564 de imponer la
uniformidad en la práctica litúrgica según el Libro de la Oración Común. Preferían un servicio cultual más
simplificado, que se desembarazase del boato tradicional heredado de la
tradición romana. Muy pronto algunos de sus exponentes- como Thomas
Cartwright (1535- 1603), defendieron la forma presbiteriana de la estructura
eclesial de Calvino, basada en los consejos locales del clero y de los laicos
más bien que en la- estructura episcopal de la Iglesia establecida. Algunos
puritanos partieron a América, recién descubierta, con la esperanza de crear
en la Nueva Inglaterra aquel santo Commonwealth que pudiera servir de ejemplo
para la vieja Inglaterra. El espíritu
puritano era característico de los primeros colonos ingleses de América.
Los
puritanos creían que la Iglesia era una comunidad voluntaria de individuos,
unidos mutuamente por un pacto con Dios y entre ellos. Esta visión de la Iglesia les llevó a dar
importancia y prioridad a la comunidad local. Posteriormente se unieron a
otros disidentes de la Iglesia anglicana y se les conoció como congregacionalistas. Los puritanos
subrayaban la necesidad de la conversión para redimirse del pecado y exigían
una rigurosa vida moral, estimulada por la predicación que amenazaba a los
cristianos rebeldes con los castigos de Dios. Heredaron de la teología calvinista un fuerte sentido de la
predestinación y de la elección, llegando a considerar el éxito material como
un signo del favor de Dios. Recientemente, aquellos descendientes de los
puritanos conocidos como congregacionalistas han sido muy activos en el
movimiento ecuménico y han buscado frecuentemente la fusión con otras
Iglesias cristianas (24).
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Para nuestra reflexión puntualicemos
sobre los puritanos, ellos
rechazaban la autoridad tanto del estado como de los obispos y presbíteros, es
decir, su sistema de gobierno y vida congregacional se asemeja a los Presbiterianos, eran también conocidos
con el nombre de Los independientes,
estos no-conformistas, fueron
combatidos por el Arzobispo de Canterbury William
Laud, aunque sus planes para los puritanos en Estados Unidos no pudieron
llevarse a cabo por factores de política interna. Desde luego por las
persecuciones muchos emigraron al nuevo mundo. Una de esas peregrinaciones sin retorno la ubicamos en el año 1622 (25).
En la actualidad podemos hablar de más de 600.000 personas adultas que
viven el espíritu puritano particularmente en naciones de habla inglesa (26).
EL
PIETISMO.
En el contexto de nuestra reflexión no está
por demás citar el Pietismo, cuyo
objetivo esencial era anteponer a la “fría”
doctrina de la justificación por la Fe una enseñanza sobre el amor y el corazón
en el creyente. La palabra pietismo es
una designación general de un movimiento muy ramificado y de formas muy
variadas dentro del protestantismo. Sus
orígenes se remontan a principios del siglo XVII. Su mayor importancia en la
historia espiritual corresponde a la primera mitad del siglo XVIII, pero sus
efectos se dejan notar en los movimientos de vida cristiana del siglo XIX y se
extienden hasta nuestros días. La reforma para el pietismo no es un acontecimiento ocurrido y consumado
una sola vez en el pasado, que haya de entenderse institucionalmente. Es más
bien un acontecer que se debe realizar constantemente en la Iglesia, si la
soberanía de Cristo ha de ser una realidad viva.
La idea
fundamental de todas las tendencias pietistas es el ansia de praxis pietatis y
de ejercitación en la bienaventuranza divina. La actividad espontánea y
viviente de la subjetividad religiosa es para el pietismo el punto central del hecho histórico de la
mediación de la salvación. En ella se concentra también el interés teológico.
Esta manera de acentuar la subjetividad puede realizarse en las formas
tradicionales de confesionalidad protestante; pero en el pietismo radical tiende a disolver la Iglesia.
(27). La
palabra pietismo puede representar cualquier movimiento que intente renovar por
medio de una moralidad rigurosa y una piedad personal a una comunidad en la que
la religión se haya separado de la experiencia vivida. Así por ejemplo, pueden denominarse con cierta
justificación pietista, algunos
movimientos como el puritanismo, el jansenismo
o el metodismo. Pero más propiamente
la palabra pietismo llegó poco a poco a designar una renovación en el ámbito
del luteranismo alemán durante la última parte del siglo XVII y comienzos del
XVIII, principalmente bajo la influencia de Jakob Spener (1635-1705). Al final de la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648) la teología alemana tomó un carácter escolástico y apologético para
contraponerse adecuadamente a la teología católica romana y a la teología
calvinista, perdiendo así gran parte de su capacidad de inspirar una vida
cristiana fervorosa. En reacción contra esto, Spener fundó sus collegia pietatis pequeños grupos,
principalmente de personas laicas, que se encontraban para discutir las
Escrituras, para compartir sus experiencias espirituales y para animarse
mutuamente a una vida de Fe más entusiasta. Los que frecuentaban estos collegia pietatis fueron llamados muy
pronto pietistas, de donde tomó su nombre el movimiento.
El principio que guiaba
al pietismo es que el cristianismo
es una cuestión del corazón más que del entendimiento; en el fondo el amor es
más importante que la ortodoxia. Spener publicó sus Pia desideria en 1675, sugiriendo las siguientes propuestas para la
renovación de la Iglesia: más uso de la Escritura en la oración y en la
discusión entre los cristianos; énfasis en la importancia del laicado:
insistencia en que la fe ha de tener frutos prácticos en la vida cotidiana;
formación de los ministros que tenga más en cuenta la piedad que las polémicas,
y la edificación como objetivo principal
de la predicación Uno de los
discípulos de Spener, August Herman
Francke (1663-1727), desarrolló la potencialidad social del movimiento
pietista estableciendo diversas organizaciones caritativas en torno a la
universidad de Halle. Nikolaus Ludwig
von Zinzendorf (1700-1760), un alumno de Halle, se convirtió en el espíritu
guía de un renacimiento de la Iglesia
morava, en la que se han preservado hasta hoy los valores del movimiento
pietista. John Wesley (1703-1791),
el fundador de los metodistas recibió la influencia de un discípulo de Zinzendorf y su conversión en 1738 tuvo
lugar en un encuentro de oración con los hermanos moravos. Mientras que en
general los comentaristas refieren que el pietismo fracasó en su intento de dar
un nuevo vigor al luteranismo alemán, es preciso reconocer su influencia en la
himnodia y en los movimientos de renovación de los siglos XVIII y XIX. El pietismo ejerció además una influencia
ecuménica, en cuanto que exaltó un tipo de fervor cristiano que pasó a través
de las demarcaciones confesionales (28).
ANÁLISIS DEL PURITANISMO Y EL PIETISMO, EN EL CONTEXTO DE UNA ECLESIOLOGÍA EPISCOPAL.
Los grupos humanos
salidos de Inglaterra (Una de ellas en el año 1622) por las persecuciones
contra los no-conformistas o puritanos desencadenó su llegada masiva al nuevo
mundo, se ubicaron en EE-UU (inicialmente) y de esta forma su vivencia se
convirtió en Ethos cultural y religioso con el apenas natural correr del
tiempo. No se trató solo de un desplazamiento
forzoso (29) como se conoce en el contexto actual, sino que sus presupuestos doctrinales fueron
puestos a prueba. La realidad de las migraciones matizaron desde siempre el
mundo y los entornos fueron re-definidos constantemente. Es
absolutamente una utopía pensar en la composición homogénea del mundo y sus realidades conceptuales. La realidad
eclesial depende de estos componentes que se alinean con el correr del tiempo.
No pretendemos desconocer que la
influencia de las verdades de nuestra Fe es en gran medida condicionada por el entorno eclesial, también
el entorno es parte viva de la praxis cultica y cultural, y con todo ello el mapa de la religión es
armado convenientemente (30). El puritanismo rechazando la estructura
eclesial de paso rompe con la presencia
del ministerio ordenado en la dimensión eclesiológica conocida. Estas
tendencias hacen presencia en la cotidianidad
de la Iglesia en las colonias del Norte. Tal concepción puede incluso relativizar la
liturgia y los sacramentos, suprimiendo la asiduidad eucarística e implantando
modelos litúrgicos donde el rito y lo que ello implica puede ser suspendido a
cambio de otras expresiones litúrgicas de menor valía en nuestra tradición.
Estas condiciones eclesiológicas, son claramente cuestionables porque
desdibujan la expresión axiomática de la
liturgia como el mayor acto de Adoración en la Iglesia Episcopal y en la
Comunión Anglicana y donde exista presencia de la catolicidad. El cómo celebrar
la Eucaristía es una verdad relativa más no el suponer su reemplazo con
expresiones culticas distintas a su naturaleza (31).
La relativización conceptual que implicaba
para la Iglesia la presencia del puritanismo marcó la concepción de una Iglesia
bajo los presupuestos dogmáticos. La reacción de William Laud (32) desde la
cede de Canterbury no se demoró en producirse en contra del puritanismo. Recordemos que el puritanismo aparece como
reacción al Acta de Supremacía de Enrique VIII. El rechazo al L.O.C solo
podía generar que sus miradas buscaran vertientes como la calvinista y la
presbiteriana. Estos modelos eclesiales son distintos a los ofrecidos por la
tradición, ya el propio Laud era partidario de la Sucesión Apostólica y la
Tradición de los primeros 4 siglos del cristianismo y por ende de las
enseñanzas de los santos PP. de la Iglesia.
Ninguno de los tópicos anteriores
era siquiera considerado por los puritanos (33).
En su eclesiología la
tesis básica del puritanismo es: “La
iglesia se constituye en un pacto entre
el individuo y Dios, de allí el valor de
la respuesta personal, pero en tal pacto no media liturgia alguna como
expresión del mismo” (34). El
presente del puritanismo evolucionó hasta
nuestros días como un movimiento de fuertes tendencias ecuménicas, pero si
retrotraemos tal postura vemos la dinámica eclesial de los pietistas cuyos
conceptos abogaban por una religión del corazón, más que doctrina alguna fría
como decíamos antes, eran los instauradores de una concepción más humana e
irradiada por nuestras condiciones y cualidades. Aquí el componente psicológico
es fundamental en la generación de tal bienestar. La vivencia consciente del
creyente será fundamental en su consolidación, el empoderamiento personal deja casi sin recurso a la Gracia en tal
proceso que dependerá mucho de la percepción del creyente (35). Creo que es importante mencionar otra de las
tendencias teológicas que sin duda influyeron y al parecer todavía lo hacen en
al concepción eclesial del Episcopalianismo, nos referimos al Latitudinarismo Es la actitud adoptada
por algunos teólogos anglicanos en el siglo XVII, que abogaban por una interpretación
menos estricta o dogmática de la religión cristiana, lo cual permitiría
continuar su adhesión a las formas externas de gobierno y culto anglicanos,
manteniendo al mismo tiempo una cierta indiferencia o escepticismo sobre su
validez absoluta. En este sentido la palabra inglesa latitude retiene el significado original latino de amplio margen o
espacio; empleando con lenguaje popular
se diría en castellano que los latitudinarios eran teólogos de manga ancha.
En el panorama histórico del anglicanismo
los latitudinarios ocupan al inicio una posición intermedia entre la High Church anglicana (conservadora de
gran parte de la tradición católica), por un lado, y, por otro, la rigidez
calvinista de los puritanos no conformistas. Más tarde, en el siglo XVIII, las corrientes latitudinarias y
racionalistas desembocarían en la Broad
Church anglicana, mientras que la influencia propiamente protestante, tal
como permaneció dentro de la Iglesia anglicana, vendría a ser denominada Low Church. Las
características esenciales del Latitudinarismo.
Se pueden resumir en: 1)
oposición a todo lo que fuera dogmático en doctrina o costumbres; 2) dar preferencia a la razón sobre la
tradición de la Biblia o de la Iglesia; 3)
presentar la religión sobre la base de la teología natural; 4) búsqueda de las formas correctas de
vivir más que de las de pensar; 5)
tolerancia en materias religiosas como instrumento de la unión entre los
cristianos. Los tres primeros puntos reflejan el intento de aplicar en el
terreno religioso el espíritu de investigación científica de Bacon (v.) y sus
seguidores: Lord Falkland y los demás
latitudinarios negaban la autoridad de la Tradición en materias de Fe, como
Bacon lo había negado en los conocimientos de la física y proponían el uso de
la razón como medio supremo para comprobar la verdad. Los dos últimos
puntos reflejan más bien un naturalismo pragmático muy en línea con las
tendencias sociales británicas, que subsisten en cierto modo en el anglicanismo
actual. En el Siglo XVIII, estas
premisas cederían el paso a los deístas
que negaban la religión revelada y proclamaban la libertad de pensamiento, la
tolerancia universal y un total anti dogmatismo muy en consonancia con el
racionalismo de esa época (36).
Estos elementos de
criterio hacen parte de las discusiones
puritanas en América del Norte donde su encuentro generó una expectativa
distinta a como era leído el fenómeno en Inglaterra. Ellos llegaron para no
retornar lo que implicó la instauración de su Ethos, el mismo que se alimentó
de las condiciones propias del nuevo mundo. Ya no estaban en un enclave
reducido sino que estaban ante la inmensidad de una nación tan grande y más que
la propia Europa (37). La multitudinaria afluencia de puritanos
sembró los principios del Ecumenismo que distingue a la Iglesia Episcopal en el
mundo eclesial. Los distintos matices adornaron la elección de este estilo de
vida sobrenatural y la forma como fue abordada la discusión sobre la pureza de
las practicas o expresiones de la memoria religiosa. La memoria religiosa se
enfrenta con concepciones de Fe que
superan su cometido inicial, los
puritanos tenían una imagen compleja del mal y veían literalmente al diablo en
todas partes (38).
La coherencia en el
mensaje se vio influenciado por la sique que retrotraía del pasado sus
experiencias negativas, la paz puritana no fue una realidad perceptible
indefinidamente sino que la tensión de sus doctrinas contrarias a la influencia inglesa permitió su crecimiento y mutaciones
convenientes. El suelo americano se cerró tras el puritanismo al menos por
muchas generaciones durante el siglo XVI y XVII, el Episcopalianismo también se relacionó con el puritanismo pero
particularmente con el pietismo (39). Con la expresión de una religión o
principio que desde la introspección psicológica y moral, buscó incansablemente
articular su dialéctica sobre la conveniente exploración del ser humano como
absoluta posibilidad dialéctica frente a la interpretación religiosa en el
plano personal y por ende subjetivo. El
pietismo hizo su gran aporte en cuanto a la humanización de los postulados
doctrinales y su Ethos relacional. No
implica que abiertamente como el puritanismo mostrara su influencia en Norte América pero si desde la universalidad
de las ideas que se invirtieron en otras partes del mundo como la citada
anteriormente (40). En el concepto de su universalidad podemos citar el
pietismo en Alemania, en Francia y el mismo Italia, la secuencia de acciones de
índole mitigantes ante el influjo frío y calculado de la doctrina es la
manifestación del pietismo, desde esta
óptica lo referimos a la inclusión
futura de los DD-HH en la consideración de índole religiosa cuando el
“correligionario” es visto como un sujeto de libertades y derechos pero también
deberes. La comunión social y cultural que establece el absolutismo necesario
de la religión como manifestación aterrizada de la idea religiosa es
indispensable (41). Bien podemos decir
que el ser humano es libre de abrazar este o aquel postulado pero la formación
seguirá siendo el conector o nexo dialectico de esta elección (42).
Nuestra eclesiología
Episcopal se postula tanto en la
dinámica de lo conservador y radical como del libre ejercicio de los DD de los individuos, lo referente a su
praxis es de índole disciplinario en nuestros propios postulados. Nuestra eclesiología es en vocación universal
expresión de su conciencia de ser parte de la Iglesia de Cristo, nuestro
postulado fundamental lo resumimos en el siguiente recuadro (43):
De nuestra
eclesiología hacen parte todos los seres humanos bautizados, y en figura de nuestra potencia
evangelizadora, aquellos quienes no lo
son y podrán serlo con nuestro desempeño eclesial. Nuestra eclesiología es cósmica
como la figura del mandato universal
de la gran comisión y su texto kerigmatico en Mateo capítulo 28. (44).
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Desde luego la formalidad
eclesial se dibuja desde su doctrina y la perfecta identidad del bautizado con
la significación de su Pacto Bautismal. La naturaleza misma de nuestra eclesiología
resume la expresión de su militancia bajo el parámetro conocido y vivido como
facultativo de una relación plena con el Dios vivo y revelado en las Escrituras
y ya perfectamente en su Adorado Hijo (45)… Nuestra eclesiología parte de esta primicia y se universaliza como
esencia de la misma Iglesia de los Apóstoles que por extensión paradigmática,
dogmática, e histórica, es la misma en
nosotros (46). La praxis eclesial se manifiesta en los signos Identitativos
condensados como notas esenciales en el Credo Niceno-constantinopolitano. En la
sique eclesial de la Iglesia Episcopal no solo son recitados en cada Eucaristía
sino que ello implica todo un reto axiológico para poner en práctica en cada
una de las acciones eclesiales para que estas no se conviertan en acciones
aisladas de su expresión católica. Ser
Una, Santa, Católica, y Apostólica (47), reclama más que un enunciado, toda una cultura, todo un Ethos activo de pensamientos y
acciones pastorales vestidos de su propia universalidad. Por esta razón nuestra
primicia es clara y radical también: La
Iglesia Episcopal no es la Iglesia de EE-UU o el Caribe o las Américas, y
otros, es por demás, la misma Iglesia de
Cristo cuyos fundadores fueron los apóstoles bajo la guía y poder del Espíritu
Santo (48). Superando las connotaciones de gobierno y las singularidades de
su ser antropológico, somos la Iglesia en la Iglesia de Cristo (49). Las
implicaciones de nuestras declaraciones son amplias y poderosas ya que la
universalidad no es un manifiesto volitivo de la misma Iglesia sino de su
misión tanto a la humanidad como la
misma creación. La cuestión doctrinal es un ingrediente de esa visualización
cósmica necesaria en el contexto de su propio acontecer histórico y la Gracia
en este acontecer se manifiesta también en la profundidad de su universalidad
como en la expresión de su ser local palpable (Diócesis, Congregación,
Bautizado) (50). La integralidad doctrinal no solo es un tópico de esta
relación sino que junto a la liturgia y disciplina constituyen un entronque
rico en expresiones de nuestra Fe universal, aquí la declaración de las notas esenciales de nuestra
eclesiología cobra todo sentido y explicitación de su misión y misterio dada su calidad escatológica (51). Nosotros
conservamos las notas esenciales de la catolicidad bajo la dialéctica propia de
una Iglesia Reformada que nunca
perdió la conciencia de su ser
universal. Esto último no debe generar temor alguno, ser reformados no implica
perdida de nuestra universalidad y su conciencia se manifiesta en la vivencia de nuestra liturgia
y doctrina. La Reforma no desdibuja la
identidad eclesial en su naturaleza Identitativa, nunca hemos salido del ámbito
eclesial universal. Hoy como hace siglos la identidad Anglicana corre por nuestras venas con la
misma fuerza que en Pentecostés. Miremos apartes de un ensayo anterior sobre el
Pentecostés Anglicano (52):
La presencia del
Espíritu Santo en la vida de la Iglesia Anglicana se entiende desde la
perspectiva de sus principios y bases de Comunión así como su ministerio en
las distintas latitudes donde la Comunión Anglicana hace presencia. Los
motivos de su presencia en el mundo son variados pero todos ellos superando
las dimensiones políticas, económicas
e incluso militares, de su entorno antropológico, son y serán fruto de la perenne presencia
del Espíritu de Dios en su eterno Pentecostés.
Ser
parte de dicha manifestación constituye un eslabón clave en la afirmación de
nuestra propia catolicidad. Más allá de sus orígenes políticos (como
cualquier otra iglesia histórica) es relevante su vocación salvífica y
ministerial de cara al pueblo de Dios.
Nuestra Iglesia es fruto de esta presencia
y parte viva de la cristiandad en su rol de vivir la catolicidad. La
presencia de la Trinidad salvífica nos hace una “Iglesia Entera” es decir, parte de la Institución eclesial
fundada por los apósteles. Aquella comprensión de la Persona y Obra del
Espíritu Santo, que parte de la revelación divina grabada en las Escrituras,
leída e interpretada en la óptica de la Hermenéutica reformada, teniendo como
propósito la gloria de Dios y el avance de su reino en este mundo.” Tal afirmación nos deja la certeza de un
fundamento de comunión que se hereda desde la perspectiva misma del Evangelio
y sus contenidos traducidos en orientadores de vida o praxis social.
La revelación del misterio salvífico produce
el impacto necesario para ser difundido y la Iglesia Anglicana como parte
viva de aquel Pentecostés que por extensión llegó a su ser católico y
reformado puede asegurar la presencia del Espíritu Santo en todas sus
intenciones salvíficas que a fin de cuentas son la base de todo ministerio.
Nuestra relación con las enseñanzas apostólicas están latentes y nuestro
compromiso con la historia se ha vivido y alimentado desde siempre. No hay posibilidad de rehusar la necesaria
instrucción para facilitar la
comprensión de la revelación en nuestras vidas. Como anglicanos vemos el
signo de la revelación tanto en las Sagradas Escrituras como en los contenidos
que la Tradición eclesial aportan a nuestro Corpus eclesial. Tal situación
nos une en la dialéctica histórica de una doctrina que no es la misma, es
parte viva de nuestro ser eclesial, no se trata de presentar las divergencias
o similitudes sino las coordenadas de un ministerio que se vive intensamente
y que históricamente también se constituye en nexo de comunión eclesial y
vida espiritualizada de la Tercera Persona de la SS. Trinidad. Pentecostés
es el primer signo vivo de comunión. La Iglesia Anglicana por extensión desde
la manifestación fundacional del Espíritu Santo (engendrada en el vientre
apostólico) guarda firmemente la
tradición ministerial tal y como esta
se fue gestando en la Iglesia primitiva, pasando luego por la afirmación
fundamental del Cristo de la Fe, ese proceso de identidad y definición
teológica fue vital para la consolidación de la doctrina que llegó a la
tierra de los celtas en la misma época apostólica y cuenta de ello es la
consolidación de la catolicidad incluso antes del siglo V cuando Roma voltea
la mirada sobre Britania (nombre dado por el Imperio romano) desde comienzos
de nuestra Era. Pues la raíz apostólica se mantenía con la presencia de
un Pentecostés “pequeño” que alimentaria no solo los viajes de Pablo o la
decisión de Pedro de sacar la Iglesia de Jerusalén (plano local) sino que se constituiría en plataforma de
vivencia y fortalecimiento del ser eclesial fuera incluso de Oriente.
Pentecostés el fenómeno engendrador se esparció por el mundo y de esta forma
la identidad eclesial se mantuvo en Inglaterra… (53).
|
En la concepción de nuestra eclesiología el Espíritu
Santo no está presente por extensión en la institución fundada por los apóstoles
sino que somos esa institución. La realidad de la comunión es abarcante y nuestra
identidad es total y totalizante en cada una de las provincias de la Comunión
Anglicana (54). Visto desde esta perspectiva el sentido de Iglesia de la Comunión es para nosotros una nota eclesial
y un contexto eclesiológico. La realidad
de nuestro presente es abordada como abordamos la realidad de nuestro pasado no
hay mutación alguna somos Iglesia de Cristo y expresión local o particular de
esa nota esencial (55).
La Iglesia Episcopal no puede
simplemente actuar como una Iglesia
independiente ya que tal concepción no existe en la catolicidad, aquí la
independencia solo es una propuesta latitudinal apenas obvia. La connotación de
nuestra filiación supera cualquier modelo coyuntural que estemos dispuestos a
abordar en la actualidad… Hoy la postura
eclesial debe reflejar nuestra inclusión en el ámbito de una catolicidad
reformada pero desde luego bien definida (56). Volver a las fuentes parecía ser solo un axioma
de Lutero frente a los cambios y conceptos de su Reforma Continental, pero hoy vemos que es una necesidad que nuestra
identidad se anclé a su tradición para evitar ser movidos por cualquier movimiento,
aunque esto último pueda sonar paradójico.
La identidad eclesial en el propio Cristo es la confirmación precisamente de nuestro
envío del cual en potencia estábamos presente cuando sucedió y es descrito por
el Evangelio Mateano. Aquí parece que nuestra
alegoría se ajusta a la necesidad descrita en el vientre mismo de la Comunión
Anglicana (57). Perder la identidad eclesial
es facultad propia de la pérdida de memoria eclesial que parece azolar más de
una conciencia eclesial por estos días.
Nuestra postura abierta y
ecuménica no puede contradecir nuestra herencia eclesial, precisamente en ella
esta inserta nuestra memoria religiosa y doctrinal, es decir, nuestro Ethos
campea por estas aportaciones vitales del ser Episcopal en el concierto
mundial. No somos una religión imperial
sino parte viva de la cristiandad que se manifiesta desde su ser eclesial en la catolicidad (58). No solo
una bien elaborada Hipérbole para estos fines. La connotación de nuestra eclesiología
es muy particular y por ende debemos estudiarla para conceptuar sobre sus
implicaciones. La Comunión de nuestra
catolicidad es determinante en la edificación de nuestra misión sino tenemos claro
sus implicaciones tampoco definiremos que es el contenido a mostrar y
dimensionar en una dialéctica empoderada (59). Somos Iglesia, familia de creyentes y pueblo de Dios son estas nuestras
características frente al mundo y sus relaciones (60).
BIBLIOGRAFIA/
CIBERGRAFIA/ ARTICULOS.
1-
Nota del autor.
2-
Nota del autor.
3-
Nota del autor.
4-
Nota del autor.
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Nota del autor.
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Nota del autor.
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William
Laud
nació el 7 de octubre de 1573 en Reading, Berkshire, Inglaterra y murió el 10
de enero de 1645 en Londres.
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del autor.
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53- cristoeseltema.blogspot.com/2018/04/pentecostes-en-la-tradicion-eclesial.html/
cristoeseltema.blogspot.com/2018/04/pentecostes-signo-vovo-de-la-tradicion.html/
cristoeseltema.blogspot.com/2017/05/pentecostes.html.
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