VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. Job capítulo 38 versículos 1-7 y
34-41. Salmo 91: 9-16. Hebreos capítulo 5 versículos 1-10. Marcos capítulo 10 versículos 35-45.
El
libro de Job inicia en el capítulo 38 describiendo el modelo
de las teofanías primitivas, en tales afirmaciones se debelaba el
misterio de la creación y se le adjudicaba al mismo Dios. Esta realidad
descriptiva era la manera de abordar el orden conocido y sus relaciones con el entorno donde vivía el
creyente y del cual sacaba su sustento, es un argumento propio de una cultura
ligada a la tierra, a los climas y
temporadas de abundancia de recursos. Job se interroga sobre el
conocimiento y la autoridad que este entrega al ser humano particularmente en
la vivencia de su Fe personal.
El proceso descriptivo es
meticuloso y refleja el adelanto de las
técnicas de construcción de Israel, Todo por grande que sea, aun el mismo mar
es nada ante su Creador. La única defensa posible de Job es desde la Fe en el
Dios revelado y esto sin importar las
condiciones en las que pasó parte de su existencia. Job es un creyente y como
tal reacciona ante la complejidad de la creación.
En el versículo 36 “Quién puso
en el ibis la sabiduría y quien dio al gallo inteligencia”. El
versículo anterior nos transporta a Egipto donde “ibis” era una deidad que predecía cuando llegaban las crecientes del rio Nilo y el gallo todos conocemos su habilidad para
despertar a los habitantes del campo justo al inicio de cada mañana. Estos
elementos mencionados son oscuros en cuanto a su procedencia pero para los
fines de la reflexión de Job calan bastante bien. La sabiduría no depende del
ser humano sino de Dios que es su fuente y termino. No hay excusas para que el creyente diga no conocer a Dios si su
inteligencia es precisamente el recurso vital para tales imágenes. La
verdadera sabiduría es tema central de los Sapienciales de los que hace parte
el libro de Job y tiene por objeto el conocer y amar a Dios.
Los ciclos de la vida son
creados por Dios y todo depende de su sabiduría. Este es un principio que
servirá a nuestros teólogos para redefinir el concepto teológico de la Justificación,
de un Dios amoroso que nos justifica segundo a segundo siendo la vida obra de
su Amor y no de nuestro ingenio o habilidad para conservarla.
La
Carta a los Hebreos, nos
presenta una comparación de la
institución de los sumos sacerdotes de
Israel, de aquellos que aunque tengan tamaña dignidad no pueden ofrecer nada
por si mismos sino que estan en cuanto a
los sacrificios en el mismo nivel que el pueblo, es decir, no hay nada
que puedan hacer más que pedir perdón por sus propios pecados. El sacrificio
anual era por los pecados del pueblo y quien los ofrecía era parte de esa Massa pecata. La realidad cultual era
vital en la cosmovisión judía y más tratándose de la Santidad de Dios ofendida
por los pecados del pueblo hebreo.
La figura del Señor asume
su connotación salvífica y el argumento es claro, solo Cristo ofreció un sacrificio por la
humanidad y la creación sin que Él lo necesitara o se encontrara en la misma
posición que el sumo sacerdote. Aquí también vemos patente que la necesidad del
pueblo caído requería que su Redentor conociera su condición y en acto de amor
solidario asumiera su existencia más no el pecado.
La religión posee una
virtud necesaria para ser vivida y es la “sumisión”
al Evangelio como centralidad de nuestra Iglesia. Sin esta característica es
difícil que el creyente se vea envuelto en todo un proceso de conversión y
opción por Cristo. No es tarea sencilla reconocer a Cristo como Salvador sin
antes haberlo interiorizado desde nuestra propia perspectiva. Cristo transforma la historia y permite que la
Gracia redefina la ruta de sus escogidos, a la sazón y en la cosmovisión eclesial de
todos los seres humanos sin distingo alguno.
Todo
modelo eclesial fue vivido por Cristo en cuanto a su relación de sumisión y
aceptación de la Voluntad salvífica del Padre Dios. La intimación de la
Voluntad del Padre es formalmente nuestra Salvación.
Cristo es el perfecto altar y victima
así como el sacerdote que oficia su sacrificio Redentor.
El
Texto Marcano, Inicia
su relato con la solicitud apenas natural de estos discípulos de estar a su
lado según el esquema de la realeza, es decir, uno a su Derecha y otro a la
Izquierda que eran lugares únicos para los altos consejeros y por ende personas de mucho poder en un reino.
La respuesta sobre tal petición es concluyente en el contexto de su futura
Pasión, Muerte y Resurrección. El reto para el bautizado es configurar su vida
en Cristo a tal profundidad que buscar de Él solo su Amor sea la razón de nuestra
Fe y todo el ejercicio de la espiritualidad.
La petición de estos discípulos no se compadece de sus
hermanos y discípulos también, el querer sacar provecho de una relación o cercanía
con la persona que ostenta el poder no es un comportamiento cristiano y mucho
menos moralmente aceptable. El modelo
cristiano es diametralmente opuesto, es un modelo de equidad y justicia donde
el otro y su condición personal cuenta. El servicio eclesial es un llamado
urgente para los bautizados que entendiendo su compromiso no solo hacen o aportan
sino que quieren y necesitan ser. Solo el
servicio cristiano es un capacitador de situaciones de vida y todas ellas tan positivas
como el Amor, la Justicia y la Igualdad esencial entre los seres humanos. El
bautismo al que alude el Señor será de sufrimiento solo equiparado a un abismo
de dolor y soledad.
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