UNDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 11 versículo 26 y
12,13ª. Salmo 51: 1-13. Efesios capítulo 4 versículos 1-16. Juan capítulo 6 versículos 24-35.
La continuación del
relato sobre el pecado de David, nos lleva hasta la muerte de aquel soldado (Urías)
por confabulación suya. El relato no entra en detalles sobre las circunstancias
que sin duda suponemos se debió a la fiereza de la guerra. Yahveh perdona el
pecado de David pero su descendencia concebida de esta manera no aspirará a
sucederle. Importante para nosotros es ver el sentido aplicativo de esta
enseñanza que parece muy oscura pero que en el fondo permite ver hasta donde el ser humano puede llegar cuando
solo vive para los sentidos y desconoce el fin último de su existencia.
David obró como
cualquiera ante una situación que requería una respuesta excepcional de su parte,
es decir, de actuar con valores y principios superiores a los del común denominador
de su pueblo. Los gobernantes, son totalmente responsables de sus acciones y
por el simple hecho de su impacto social y de los privilegios de los que
disfrutan serán más culpables. Este
principio moral se ajusta a la interpretación cristiana de la responsabilidad
en el Acto Humano, es decir, de nuestro compromiso con la vida y las instituciones
sociales de nuestro entorno legal y fraterno.
La culpa de David le
asistirá siempre marcando su relación y respuesta ante las pruebas de su
reinado en el acontecer judío. Hoy más
que nunca el bautizado se enfrenta a una existencia plagada de tentaciones y de
suplantaciones, hay muchas personas bautizadas que hacen de sus líderes,
deportistas, científicos, potentados, sus ídolos, repitiendo en sus vidas
aquella sentencia que condena a quienes confían solo en el ser humano: Maldito el hombre que en el hombre confía,
y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón (Jeremías
capítulo 17 versículo 5). La verdad nos dice a gritos, las fuerzas que hay en nosotros son solo humanas y nos
pueden abandonar en cualquier momento, por esta causa solo quienes se afirman
en Cristo son verdaderamente inconmovibles.
El
Miserere (Salmo 51) es de contenido penitencial y nos recuerda
el estilo profético de Isaías y Ezequiel, la integridad absoluta se encuentra
solo en Cristo y no en las acciones o conciencia del ser humano. Aquí encontramos
una fuerte presencia de conciencia penitencial para el creyente. Los santos PP.
de la Iglesia no podían pasar de largo sin antes señalar el valor teológico de
este bello Salmo y precisamente lo refieren a la doctrina sobre el pecado que
asiste a todos los seres humanos, es decir, al pecado original. La relación con Dios y con los demás congéneres
se puede romper por alguna situación de pecado que domine nuestro ser. Esto último
implica que solo en la Misericordia de Dios es posible reedificar toda una vida
y superar el pecado por poderoso y esclavizante que este sea. Solo en
Cristo la Gracia se manifiesta con toda su fuerza demoliendo paulatinamente todo aquello que nos
obstaculiza el paso a la plenitud en nuestra comunión con el Dios revelado.
“Crea
en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva” versículo
12.
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El
sentido formativo de Pablo aparece en esta capitulo y
concretamente en el texto citado en la liturgia de la Palabra para este
domingo. Las discordias entre cristianos (correligionarios) la diversidad mal
entendida de dones ministeriales de servicio en la congregación y las
enseñanzas de corte herético o contrarias a la naciente tradición. Son estos
aspectos que pueden perjudicar a la congregación cuando sus integrantes olvidan
el supremo valor de la caridad y se agreden de todas las formas posibles. En el
presente es muy posible encontrar que esa preocupación está latente y a esas tres podríamos sumar, la incapacidad de
construir límites ante lo social y cultural que hace que los bautizados tengan
dos agendas una social y otra religiosa, pero la primera es más poderosa que la
segunda.
Estos dones dados a los miembros
de la congregación son enunciados en orden a la formación de esta o magisterios
al servicio congregacional, lo que implica que la perdida de conexión con la
Igelsia puede hacer que muchos terminen fuera por perseguir sus ideales que no
poseen nada en común con el grueso congregacional. La humildad es vital para
entender que todo lo que se haga y pueda hacerse debe estar direccionado por el bienestar de
todos los bautizados.
El triunfo de Cristo es
total y totalizante parece indicar Pablo cuando habla de las “regiones”
visitadas por el Resucitado concretamente se refiere al “reino de los muertos” Cristo
resucitado tomó posesión de todo cuanto es y puede llegar a ser por medio de su
Voluntad salvífica. No hay nada que no sea tocado por el poder de su Amor que
al caso es lo mismo que decir Gracia. Los
santos son todos aquellos que con su trabajo contribuyen a la formación y solides
de la vida eclesial y todo su cuerpo místico. Los bautizados son
reconocidos como santos por su militancia en Cristo y en su Iglesia. De lo
anterior sabemos que Pablo presenta a Cristo
como el arquetipo el “Hombre Nuevo”
es decir, libre del pecado de Adán. De
esta forma la Salvación es solo consecuencia del Amor de Cristo y su entrega en
la Cruz.
Una vez más su eclesiología
queda totalmente a salvo cuando afirma de Cristo ser su cabeza y Señor. La
visión Paulina recae en la Iglesia como la responsable incluso de la administración de los dones y carismas
de esta nueva y definitiva alianza.
La
visión Joanica, continúa con el capítulo (6) y todo su
contenido sobre las figuras de la Eucaristía y la presencia de Jesús como
alimento de la humanidad. Solo Cristo puede construir en nosotros una relación de
total y absoluta entrega. Es pues Cristo el Pan vivo que ha bajado del cielo,
es la visión de Juan sobre la Gracia convertida en alimento espiritual del
bautizado. Cuando no hay una experiencia con Cristo entonces solamente el ser humano verá el valor de lo material y
buscará signos para sentirle, como
visitar museos religiosos, templos, santuarios, reliquias, etc. Esto sin duda es consecuencia de una Fe ajena
que no reconoce al l bautizado como su templo e imagen.
Las palabras del Señor pueden sonar duras pero en realidad
son el espejo de la humanidad y de los intereses que mueven el corazón de muchísimos
bautizados que solo buscan de Dios una vez sufren algún tipo de dificultad que
por sí solos al parecer no pueden franquear. Es una constante del proceso de
madurez espiritual hasta clarificar la razón de nuestro seguimiento y constante
actitud de oración y meditación de la Palabra de Dios, que como leemos es el
testimonio fehaciente de la obra del Salvador.
Buscar el alimento imperecedero
significa descubrir el valor intrínseco del Bautismo en la vida del creyente. No
podrá ser de otra forma, es un alimento que “salta hasta la eternidad” (Cf: versículo
33) en esta perspectiva la Iglesia celebra el nacimiento espiritual de sus
hijos. No es el Maná el alimento definitivo (mesiánico) lo es el Señor que es
visto por Juan como el Cordero Pascual.
El Yo Soy del Señor él (Ego Sum) contrasta con el griego, Ego
Eimí, que emplea el Señor para referirse
solemnemente así mismo (versículo 35) en referencia al pan de vida. Recordemos es el nombre revelado a Moisés, hay una conexión
con el pasado y la promesa en figura de la Ley Mosaica y ahora la definitiva en
Cristo. Es pues la visión ampliada del Cristo de la Fe ya presente en los Sinópticos
y en la versión Joanica. Es un acto de Fe en Cristo y su actualidad en
la vida de la Iglesia y por ende de sus hijos las bautizados.
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