martes, 31 de julio de 2018

UNDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...


UNDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 11 versículo 26 y 12,13ª. Salmo 51: 1-13. Efesios capítulo 4 versículos  1-16. Juan capítulo 6 versículos 24-35.



La continuación del relato sobre el pecado de David, nos lleva hasta la muerte de aquel soldado (Urías) por confabulación suya. El relato no entra en detalles sobre las circunstancias que sin duda suponemos se debió a la fiereza de la guerra. Yahveh perdona el pecado de David pero su descendencia concebida de esta manera no aspirará a sucederle. Importante para nosotros es ver el sentido aplicativo de esta enseñanza que parece muy oscura pero que en el fondo permite ver  hasta donde el ser humano puede llegar cuando solo vive para los sentidos y desconoce  el fin último de su existencia.

David obró como cualquiera ante una situación que requería una respuesta excepcional de su parte, es decir, de actuar con valores y principios superiores a los del común denominador de su pueblo. Los gobernantes, son totalmente responsables de sus acciones y por el simple hecho de su impacto social y de los privilegios de los que disfrutan serán más culpables. Este principio moral se ajusta a la interpretación cristiana de la responsabilidad en el Acto Humano, es decir, de nuestro compromiso con la vida y las instituciones sociales de nuestro entorno legal y fraterno.

La culpa de David le asistirá siempre marcando su relación y respuesta ante las pruebas de su reinado en  el acontecer judío. Hoy más que nunca el bautizado se enfrenta a una existencia plagada de tentaciones y de suplantaciones, hay muchas personas bautizadas que hacen de sus líderes, deportistas, científicos, potentados, sus ídolos, repitiendo en sus vidas aquella sentencia que condena a quienes confían solo en el ser humano: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón (Jeremías capítulo 17 versículo 5). La verdad nos dice a gritos, las fuerzas  que hay en nosotros son solo humanas y nos pueden abandonar en cualquier momento, por esta causa solo quienes se afirman en Cristo son verdaderamente inconmovibles.

El Miserere (Salmo 51) es de contenido penitencial y nos recuerda el estilo profético de Isaías y Ezequiel, la integridad absoluta se encuentra solo en Cristo y no en las acciones o conciencia del ser humano. Aquí encontramos una fuerte presencia de conciencia penitencial para el creyente. Los santos PP. de la Iglesia no podían pasar de largo sin antes señalar el valor teológico de este bello Salmo y precisamente lo refieren a la doctrina sobre el pecado que asiste a todos los seres humanos, es decir, al pecado original. La relación con Dios y con los demás congéneres se puede romper por alguna situación de pecado que domine nuestro ser. Esto último implica que solo en la Misericordia de Dios es posible reedificar toda una vida y superar el pecado por poderoso y esclavizante que este sea. Solo en Cristo la Gracia se manifiesta con toda su fuerza  demoliendo paulatinamente todo aquello que nos obstaculiza el paso a la plenitud en nuestra comunión con el Dios revelado.

“Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva” versículo 12.



El sentido formativo de Pablo aparece en esta capitulo y concretamente en el texto citado en la liturgia de la Palabra para este domingo. Las discordias entre cristianos (correligionarios) la diversidad mal entendida de dones ministeriales de servicio en la congregación y las enseñanzas de corte herético o contrarias a la naciente tradición. Son estos aspectos que pueden perjudicar a la congregación cuando sus integrantes olvidan el supremo valor de la caridad y se agreden de todas las formas posibles. En el presente es muy posible encontrar que esa preocupación está latente y a esas  tres podríamos sumar, la incapacidad de construir límites ante lo social y cultural que hace que los bautizados tengan dos agendas una social y otra religiosa, pero la primera es más poderosa que la segunda.

Estos dones dados a los miembros de la congregación son enunciados en orden a la formación de esta o magisterios al servicio congregacional, lo que implica que la perdida de conexión con la Igelsia puede hacer que muchos terminen fuera por perseguir sus ideales que no poseen nada en común con el grueso congregacional. La humildad es vital para entender que todo lo que se haga y pueda hacerse  debe estar direccionado por el bienestar de todos los bautizados.

El triunfo de Cristo es total y totalizante parece indicar Pablo cuando habla de las “regiones” visitadas por el Resucitado concretamente se refiere al “reino de los muertos” Cristo resucitado tomó posesión de todo cuanto es y puede llegar a ser por medio de su Voluntad salvífica. No hay nada que no sea tocado por el poder de su Amor que al caso es lo mismo que decir Gracia. Los santos son todos aquellos que con su trabajo contribuyen a la formación y solides de la vida eclesial y todo su cuerpo místico. Los bautizados son reconocidos como santos por su militancia en Cristo y en su Iglesia. De lo anterior sabemos que Pablo presenta  a  Cristo como el arquetipo el “Hombre Nuevo” es decir, libre del pecado de Adán. De esta forma la Salvación es solo consecuencia del Amor de Cristo y su entrega en la Cruz.

Una vez más su eclesiología queda totalmente a salvo cuando afirma de Cristo ser su cabeza y Señor. La visión Paulina recae en la Iglesia como la responsable  incluso de la administración de los dones y carismas de esta nueva y definitiva alianza.

La visión Joanica, continúa con el capítulo (6) y todo su contenido sobre las figuras de la Eucaristía y la presencia de Jesús como alimento de la humanidad. Solo Cristo puede construir en nosotros una relación de total y absoluta entrega. Es pues Cristo el Pan vivo que ha bajado del cielo, es la visión de Juan sobre la Gracia convertida en alimento espiritual del bautizado. Cuando no hay una experiencia con Cristo entonces solamente  el ser humano verá el valor de lo material y buscará signos para sentirle,  como visitar museos religiosos, templos, santuarios, reliquias, etc. Esto sin duda es consecuencia de una Fe ajena que no reconoce al l bautizado como su templo e imagen.

Las palabras  del Señor pueden sonar duras pero en realidad son el espejo de la humanidad y de los intereses que mueven el corazón de muchísimos bautizados que solo buscan de Dios una vez sufren algún tipo de dificultad que por sí solos al parecer no pueden franquear. Es una constante del proceso de madurez espiritual hasta clarificar la razón de nuestro seguimiento y constante actitud de oración y meditación de la Palabra de Dios, que como leemos es el testimonio fehaciente de la obra del Salvador.

Buscar el alimento imperecedero significa descubrir el valor intrínseco del Bautismo en la vida del creyente. No podrá ser de otra forma, es un alimento que “salta hasta la eternidad” (Cf: versículo 33) en esta perspectiva la Iglesia celebra el nacimiento espiritual de sus hijos. No es el Maná el alimento definitivo (mesiánico) lo es el Señor que es visto por Juan como el Cordero Pascual. 

El Yo Soy del Señor  él (Ego Sum) contrasta con el griego, Ego Eimí, que emplea el Señor para referirse solemnemente así mismo (versículo 35) en referencia al pan de vida. Recordemos es el nombre revelado a Moisés, hay una conexión con el pasado y la promesa en figura de la Ley Mosaica y ahora la definitiva en Cristo. Es pues la visión ampliada del Cristo de la Fe ya presente en los Sinópticos y en la versión  Joanica.  Es un acto de Fe en Cristo y su actualidad en la vida de la Iglesia y por  ende de sus hijos las bautizados.





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