CUÁN
IMPORTANTE ES LA
FORMACIÓN PARA EL
CLERO Y TODOS LOS
BAUTIZADOS…
ANÁLISIS FILOSÓFICO/ DIALÉCTICO.
(1
Pedro capítulo 3 versículo 15). “Al contrario, dad culto al Señor,
Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el
que os pida razón de vuestra esperanza”.
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Problematizar la
necesidad de la formación tanto en el ministro ordenado como en los bautizados abre la perspectiva y toda
posibilidad de alcanzar una
visión amplia de la realidad de la Iglesia y por ende de desarrollar una
eclesiología con bases incuestionables. La
formación es la luz que ilumina nuestros talentos, (1) es la sentencia que
problematiza el concepto y lo lleva a un estadio superior al de la especulación
académica, porque nos permite desarrollar un corpus del saber y por ende del
conocer sin trivializar el conocimiento y convertirlo en absolutista de nuestra
condición racional. La razón se manifiesta no solo en las potencias del alma, y
la conciencia sobre su influencia intrínseca en la vida y realidad que
construimos. La persona humana no solo posee funciones acordes con su manera o
modo natural de existir (singular) sino que está llamada a escudriñar y confrontar la realidad que
edifica y luego percibe más allá de los sentidos y sus juicios apriorísticos. Somos
por definición tomasina “Toda
inteligencia” (2) lo que implica
para nosotros la condición real de ser
perceptivos en la misma descripción de su posibilidad concreta. No se trata
solo de la capacidad de pensar o razonar sino de vivir conforme a la manera
como describimos y redefinimos el mundo que nos rodea. El bautizado está
llamado a cultivar el conocimiento y
nunca dejar de aprender ya que es signo de la potencia de toda inteligencia que
reside en el ser humano y lo hace como fundamento intrínseco de nuestra
condición racional, no hay tope alguno
con respecto a la inteligencia pero si lo hay seguramente en la forma como
vivimos nuestra inteligencia y lo que producimos con ella.
Todos nosotros como
racionales podemos mejorar la percepción e instrumentalización de la
inteligencia. Lo que nos lleva a la consumación de la posibilidad tangible de
conocer el entorno somático y todos y cada uno de los atributos de nuestra
condición humana. Somos una y otra vez los mismos aunque la percepción de la
realidad en algunos momentos sea distinta de una persona a otra. Es también una
profesión de la racionalidad de nuestra Fe el creer que podemos y debemos
educarnos y superar nuestros propios estándares
del conocimiento y la promoción de la realidad cognoscible donde existimos. Solo
Dios es por definición conocimiento activo y nada lo limita a diferencia de
nosotros, y nuestra consabida inmanencia. La mismidad que puedo percibir en el
otro es realmente un reflejo de la propia limitación, pero no por ello somos
condicionados bajo el peso de la razón. La manifestación de la Fe en el bautizado
es la problematización de su propia noción de trascendencia.
(3) Si nuestros hermanos clérigos y feligreses no se instalan
dinámicamente a los pies de la formación continuada, es muy posible que la
percepción de los contenidos de la Fe y ministerio sean nublados
paradójicamente por las verdades que profesan y dicen defender… La conciencia es fruto de la percepción
constante del ser en su absoluta mismidad y no solo de los enunciados de nuestros
estados de conciencia, esto es, la conciencia vive y pervive en cada acto
propio del ser racional y su conocimiento del entorno. Bien citará Anselmo al
Hiponense cuando afirma: Credo ut
intelligam pero citando al Hiponense diremos Crede
ut intelligas y Virgilio (4) (Publio Virgilio Marón, en latín Publius
Vergilius Maro; Andes, hoy Pietole, actual Italia, 70 a.C. - Brindisi, id., 19
a.C.) Poeta latino. Aunque hijo de padres modestos, Virgilio estudió retórica y
lengua y filosofía griegas en Cremona, Milán, Roma y Nápoles.) También
afirmara: Creo porque necesito entender
y entiendo para poder creer, en la gramática latina suena más acorde con la percepción del
enunciado: Puto quod opus est intelligere, et intelligere, ut credo
que
bella expresión para decir que en nosotros existe tanto el conocimiento
racional como la perfección de la Fe en el Dios trascendente. Es una dinámica
libre de todo accidente si se pretende ver
en una u otra persona racional mayor o menor manifestación de su
inteligencia.
La inteligencia es un atributo de la persona
humana a Imagen del Dios vivo. El creer se une sustancialmente al conocer porque
ambas son expresiones de la misma racionalidad que persiste en nosotros. Creer es parte de la inteligencia, y
gracias a ella la Fe se convierte en evidencia sobrenatural del ser y su
acontecer. (5) Desde esta perspectiva el feligrés y el clérigo están
llamados a formarse constantemente porque la capacidad de conocer es ilimitada
y está en constante movimiento al ser potencia y no acto puro como en Dios. La explicitación del concepto que
aprendimos esta pues puesto bajo el ojo de la conciencia y la razón (6). Si
la inteligencia es un constitutivo de la racionalidad que hay
en el ser humano entonces el percibirla es solo posible desde su condición
misma, es decir, solo el ser racional puede percibir la inteligencia que posee
y emplearla en la construcción de su realidad. La Idea como tal es en sí una
manifestación de nuestra racionalidad pero esta como todo debe ser
materializada y siempre lo hacemos cuando pasa a ser un concepto en el proceder
y creer, luego la Fe es también un concepto sobrenatural y trascendente que
podemos percibir. Sino fuera de esta manera entonces la percepción de sus
enunciados sería una verdadera dificultad. (7).
La necesidad de la
Formación no es un mero contenido hipotético que unos asumen y otros ignoran,
es la consonancia de la racionalidad o estado mayor de la condición humana. La
connotación de la persona redimida supone una disposición para el conocer ya
que la misma redención en (dialéctica) términos de lo perceptible puede ser abordada
como un problema, como una explicitación de una fenomenología que tiene a Dios
por principal. Es claro cuando afirmamos que problematizar la formación permite
que sus enunciados sean convertidos en elementos componentes de la misma y
única posibilidad de conocer bajo la guía del Espíritu de Dios. Establecemos una bella Teonomia al afirmar
que el Espíritu de Dios es la fuente misma de todo conocimiento y Dios tiene mente (Persona) y valora el conocer
como expresión del amar. Es una
actualización del nominalismo Agustiniano (en general de la Escuela Agustiniana
de la Edad Media) (8) Los universales están en la mente de Dios, es la
expresión cristiana del Dios Creador ya que todo es pensado y amado por Dios de
lo contrario no existiera nada de lo existe.
El Teísmo del Hiponense es el mismo por citar
un ejemplo de los reformadores de Oxford, solo para dejarlo en perspectiva. La
unicidad en la doctrina de nuestra propia catolicidad es una noción de
universalidad que prima por sobre la concepción de una Iglesia eminentemente
endémica y propia de alguna región o nación en particular. Podríamos decir que
la negación de lo particular en los individuos y que el concepto solo está en
la mente, pero prefiero unirme a la concepción de un nominalismo que parte de
la mente de Dios donde si están los conceptos plenos de cuanto existe. La
naturaleza singular del ser humano es fruto de esta concepción de la existencia
a partir de un acto amoroso de Dios. El Nominalismo es fundamentalmente la
entrega absoluta de la soberanía de cuanto existe a Dios y solo a su Majestad
Creadora. El concepto como tal nace de
una idea convertida en expresión racional de lo intrínseco a la mente humana. Es
también un acto elemental de la mente y pensamiento humano, o de donde brotó
todo cuanto existe sino por esta analogía que descansa en la mente del Creador.
La realidad universal bien pide ser un argumento contrario al Nominalismo pero
de lo que si estamos muy seguros es del Señorío de Dios sobre todo cuanto es y
será en la manifestación de su potencia. (9).
Es interesante la
concepción de la unidad corpórea de la
sustancia humana donde relacionamos intrínsecamente tanto el cuerpo como el
alma y la razón con la percepción de la
conciencia. No implica con ello que el Nominalismo expresado por el Hiponense
contradiga la concepción de unicidad del ser humano solo está remontándolo a la
génesis de la existencia humana. (10). Para no profundizar en esta cuestión
solo afirmamos una vez más que la naturaleza del ser humano es racional y se
presenta indisolublemente unida al cuerpo, y que la capacidad de conocer y
razonar es propia de la condición de nuestra naturaleza y que no es factible
suponer que cada uno de nosotros no posea cuanto necesita para su ejercicio
racional formalmente hablando. El concepto desconocido en la terminología
Nominalista no es abordado por el Hiponense ya que él cree en la palabra como
expresión del logos inteligible, de lo anterior se asume que el pensamiento se
encuentra en nosotros como expresión de nuestra condición tanto amable como racional.
No rechaza el Hiponense esa característica de la palabra que manifiesta la
compleja recopilación del ser racional cómo y en cuanto tal. El Hiponense vive el contenido del
pensamiento como la expresión de nuestra inteligencia y no como una mera
sustancia que sobreviva por si misma ya que es indisoluble su unión con la
materialidad del cuerpo para conformar la existencia del ser humano.
Santo Tomás, por el
contrario, sostiene fuertemente la unidad
de la sustancia corpórea y en particular la unidad del ser humano
compuesto de alma y cuerpo. Hay una única forma sustancial en cada sustancia corpórea, y en el
hombre en particular, el alma
espiritual es directamente y por sí misma la forma del cuerpo, como fue
luego definido en 1312 por el Concilio de Vienne. Lo cual no le impide a Santo
Tomás afirmar y demostrar la inmaterialidad e inmortalidad del alma humana.
(11). De lo anterior se desprende que la inmortalidad el alma hace también y
por extensión inmortal la conciencia y la razón.
LA
FORMACIÓN EN SUS CATEGORIAS COGNOSCIBLES.
La naturaleza intelectiva
de la formación nos habla por sí misma, nos está poniendo en perspectiva de la
realidad conocida y por conocer ya que reconocemos también en ella un acto de
la potencia del ser que conoce y se conoce así mismo. Formar desde el ámbito
académico implica la perfecta disposición para asimilar los contenidos y
transformarlos en hábitos “saludables” reconociendo en la formación la
presencia de la Gracia de Dios. Esto último no como un atributo de lo académico
sino de la experiencia de Fe del que
conoce. Estamos pues materializando necesariamente la academia como inalienable
y determinante de hábitos y comportamientos y todos ellos también desde la
naturaleza humana, (12). La formación es expresión de lo cognoscible e
intelectivo porque gracias a ella conocemos sin literalidad cuanto es posible
conocer y amar, ya que el conocer es también fruto del amor en nuestras vidas. La
Gracia se manifiesta intrínsecamente en el conocimiento como la luz es el
reflejo de la naturaleza del Sol y aquel primero es su naturaleza y luego su
luz intrínseca es a su naturaleza y
expresión de esta, igual forma ocurre con nosotros, el conocer es fruto de la
categoría racional que expresa nuestra persona humana. (13).
Retomando los hábitos,
estos fueron definidos por la Escuela Franciscana (Agustiniana) como Actos repetitivos buenos y si son buenos entonces el
conocimiento será siempre expresión de nuestra racionalidad y por ende de la
singularidad de esta, en latín suena aún
más claramente: repetita bonorum operum,
con
ello queda claro que nunca nos podremos cansar de actuar bien y tampoco de
conocer, ya que está presente en la naturaleza humana, es pues un argumento
prioritario del ser como es (naturaleza) y se reconoce (inmanencia) así mismo. (14).
La Iglesia posee su
corpus o estatuto doctrinal lo que
implica que si está en los imaginarios y enseñanzas teológicas es precisamente
porque es importante y más que eso, vital conocer y apreciar el valor de su
contenido. El conocer la doctrina de la Iglesia nos conecta con la realidad de
su historia y evita que seamos esclavos de la concepción localista de su
tradición. Es simplemente un articular palabras para determinar la magnitud de
la conciencia eclesial que sobrevive en el bautizado y el clérigo en su opción
por Cristo y su Iglesia. La concepción salvadora del Señor está íntimamente
unida a la visión de la Iglesia y de la Gracia que actua en esta. (15). La universalidad
de la salvación toca todas las estructuras eclesiales y sucede de
esta manera precisamente para remarcar su naturaleza totalitaria en el concurso
de la Fe del bautizado, es un categoría que expresa su contenido y mistagogia. El
conocimiento de las verdades de nuestra Fe es fundamental para profesarlas,
enseñarlas y darles todo su peso y valor en el contexto donde se desempeña el
creyente. La realidad formativa es determinante de la reflexión del bautizado y
con ello se asegura la postura segura del creyente, el Hiponense expresa desde
la percepción Psicológica esta realidad o binomio entre el bautizado y la
doctrina de la Iglesia: Nadie ama lo que
no conoce o Nullus amat, quod non scitis (16) esta
expresión nos dice que el conocer es también una
expresión del intelecto y que el amor también necesita conocer como fundamento
de su sentir y vivir, no puede haber amor sin conocer lo que se ama plenamente.
El
bautizado Episcopal debe
amar el conocimiento de su Fe y la Iglesia debe preocuparse por que esta
realidad sea manifestada desde los distintos ámbitos del saber a los que puede
y necesita tener acceso el creyente. La formación continuada es una
necesidad desde esta perspectiva porque también es difícil pretender amar sin
conocer cuando la racionalidad hace parte el componente intelectivo de nuestra
condición humana. La presencia del Espíritu Santo se vive también desde el
ámbito de lo académico ya que como decíamos antes este hace parte de la
expresión de una Fe madura y constante evolución. David derrotó a un gigante no
solo por Fe sino porque la Fe potenció su saber y conocimiento de las tácticas
y armas de guerra así como su técnica y la manera de sacarle provecho a todos
los recursos. Salomón empleó toda la sabiduría de su intelecto potenciado
por la Gracia del Espíritu de Dios y de esta manera su experiencia se convirtió
en factor decisivo para administrar justicia y gobernar. (17). De esta y otras formas elocuentes las Escrituras nos
están indicando que la formación es vital para potenciar todo el saber del que
somos capaces sin que con ello implique abandono de la Fe, es todo lo opuesto,
el conocer brota de la Gracia y habilidad para conceptuar en nuestros procesos
mentales como tal. Si buscamos una sustancia distinta a la materia no busquemos
mucho se llama inteligencia y la forma de vivirla y emplearla es determinante
de la evolución del bautizado en un medio cada día más competitivo y que busca
afanosamente razones para vivir y creer. (18). Miremos algunos conceptos sobre
el creer y el formar al creyente:
La formación ilumina
todo proceso mental y permite al bautizado crecer en la comprensión de sus
relaciones con el mundo.
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La
formación laical en nuestra
Iglesia se remonta a los orígenes mismos del cristianismo y por ser comunidades no muy numerosas es factible la
participación del laico en todas las acciones de la vida eclesial, esta
responsabilidad obliga positivamente a plantear la necesidad de establecer
principios formativos para valorar y promover su acercamiento a la vida
ministerial y social creando de esta forma una cultura de vida y defensora de
los Derechos.
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La formación es
también actualización de los conceptos que brotan de la praxis académica de
la Iglesia.
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Las dificultades
son parte de todo proceso de crecimiento siendo la crisis expresión viva de
la necesidad de cambio, transformación o re-direccionamiento de los esfuerzos
de los individuos en un medio social, político, cultural, entre otros. Tal
contenido no es ajeno a la dinámica eclesial inserta en el mundo.
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La
formación Hace parte del “trípode” de la concepción de nuestra experiencia de
Fe y eclesiología.
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La
formación se manifiesta como un fenómeno que despeja todos los interrogantes
de la Fe cuando es animada por la razón.
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Nadie ama lo que
no conoce.
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Formarnos
implica todo un mundo de posibilidades
en el cual navegar.
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La
espiritualidad y el carisma de la Iglesia son comunicados también por medio
de la formación tanto en las congregaciones como en el perfil de sus
clérigos.
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Formar
a los bautizados asegura que las manifestaciones de su espiritualidad puedan
ser sometidas tanto al corazón como a la razón de la materialización de su
propia Fe.
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La Iglesia es
Madre y Maestra
y por esta razón debe formar a sus hijos tanto ministros ordenados como
laicos comprometidos y en este renglón
entran todos aquellos deseosos de conocer su Fe mediante la reflexión
formativa.
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El conocer y el
amor son expresiones de la misma realidad humana.
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Un clérigo bien
formado (Debida ciencia) dará mayor testimonio de su Fe en Cristo y sabrá
reconocer los límites del activismo y la proclamación de la Palabra sin que
con ello se desvirtúe el mensaje por la acción de lo social. Evitará perder la noción necesaria de lo sagrado y
lo eminentemente social.
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Los
clérigos en permanente formación actualizan la visión y misión de la Iglesia.
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El conocer
implica el ejercicio disciplinado de las habilidades intelectivas en el
bautizado.
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El conocimiento
es lo propio de la naturaleza humana y este se une al amor para dar razón de
nuestra condición.
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Se
es verdaderamente libre cuando el corazón y la razón trabajan en la misma
dirección.
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La
ignorancia alimenta la superstición.
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Salamanca no da
lo que natura no presta, dirían los filósofos y teólogos españoles.
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El
objeto del conocimiento es el amor.
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La
Gracia potencia el conocer y el amor para vivir la Fe en el Dios vivo y
trascendente.
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La
Gracia hace de la formación la materialización de todo lo amable en la
Iglesia.
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La formación del
clero sin distingo de ministerios es clara necesidad en el presente siglo,
las oportunidades pastorales reclaman de un ministro versado en temas amplios
y con una vivencia natural de la disciplina de la Iglesia
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Necesitamos
creer como conocer y amar para definir a un más lo que conocemos y por ende
creemos.
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La
fuerza de la formación derriba los muros del complejo y la ambigüedad en la
praxis de la Fe.
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El bautizado
Episcopal
debe amar el conocimiento de su Fe y
la Iglesia debe preocuparse por que esta realidad sea manifestada desde los
distintos ámbitos del saber a los que puede y necesita tener acceso el
creyente.
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Conoce y conoce
y aún más conoce porque el amor se convierte en conocimiento y conocimiento y
aún más conocimiento.
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La Iglesia que
prepara con amor a sus ministros ordenados y licenciados debe proveer los
espacios congregacionales para los
fines anteriormente mencionados, una Institución eclesial animada
constantemente por los laicos comprometidos sin duda tendrá más escenarios
para el anuncio y el testimonio de vida, para transparentar la Fe conocida y
ahora testimoniada.
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Si
te preparas conociendo tu Fe terminaras amando aún más a tu Iglesia.
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La
revelación necesita de mentes dispuestas para procesar y construir
dialécticas con su contenido.
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Dar
razones de lo que creemos es fundamental en un mundo competitivo como el
actual.
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Un laico formado
es un agente de pastoral al servicio de su propia Fe y de la Iglesia de
Cristo.
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La formación es
la luz que ilumina nuestros talentos.
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Nuestra
espiritualidad, carisma y vocación es una propuesta abierta a los
bautizados como modelo de vida y accionar bajo la norma del Evangelio.
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El
conocimiento que aporta la formación da peso y valor a la reflexión de nuestros
distintos ministerios en la vida de la Iglesia.
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En síntesis la
formación es un estadio de actividad tanto académica como emocional y
expresión de nuestra Fe.
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La
formación en el ámbito de la congregación despierta el interés por servir
mejor explotando los talentos y habilidades del feligrés.
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La
formación es expresión del alma inquieta de los feligreses por explorar su
Iglesia y doctrina.
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La formación
determina el alcance de las políticas eclesiales al sustentarse en la
decidida participación de los bautizados.
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La
formación es vital para descubrir los
talentos de los bautizados y de esta manera facilitarles la vivencia de estos
dones propios del Pacto Bautismal. La formación es una continuidad del
Bautismo en términos de conocimiento y madurez de la vida eclesial.
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El saber es luz
que guía los pasos y vivencias de los bautizados y los promueve hacia
estadios de madures y responsabilidad en la
integración de sus vidas a la congregación. De esta forma podemos afirmar que el
crecimiento no será posible sin la debida instrucción de los bautizados.
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El
creyente bien formado permanecerá en su Iglesia creciendo en la Fe y en la
vivencia de su identidad, la que le
aproximará cada vez más al ser eclesial.
(19).
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FORMACIÓN
CONTINUADA PARA CLÉRIGOS Y LAICOS.
La
doctrina bíblica de un sacerdocio y responsabilidad común
a todos los bautizados se articula en especial a partir de (1 Pedro
capítulo 2 versículos 5.9-10 y de Apocalipsis
capítulo 1 versículo 6 y 5-10).
Encuentra un eco importante en tiempo de los Padres de la Iglesia que se prolonga hasta la Escolástica tardía
(Escuela de Salamanca siglos XVI y XVII) Según Ireneo todos los justos poseen rango
sacerdotal. Esto mismo se refleja en la liturgia, donde la comunidad entera
es denominada plebs sancta, y en el Crisóstomo, donde es designada como
plenitud sacerdotal del obispo. Según los Padres, la Alta Escolástica e,
incluso, el concilio de Trento, en conjunto, los creyentes son los que
sacrifican y consagran a través del servicio del sacerdote. A partir de la interpretación de (Mateo
capítulo 16 versículo 19). Agustín pudo escribir que la iglesia en
conjunto tenía la llave del Reino de los Cielos. San Cipriano creía que no
debía suceder nada en la Iglesia sin el consentimiento de todo el pueblo. Esta
cor-responsabilidad de los laicos en la iglesia antigua queda patente, ante
todo, en la elección de los ministros y en el papel que jugaban los laicos en
los concilios.
La fundamentación
teológica viene dada por la unción, por medio del Espíritu Santo, que todos han
recibido, y la doctrina del sentido de la Fe de todos los creyentes. Newman
ha demostrado que en la crisis arriana del siglo IV no fueron los obispos, sino el pueblo
creyente, el que profesó la Fe
auténtica. Walter Kasper (Nació el 5 de marzo de 1933, Heidenheim/Brenz,
diócesis de Rottenburg-Stuttgart, Alemania) Breve historia de la diferenciación En el
transcurso de la historia de la teología y de la iglesia, la estructura
"de comunión" de la iglesia y el sacerdocio común de todos los
creyentes no sólo no fueron desarrollados, sino también, a menudo, ignorados e,
incluso, olvidados. Una serie de factores juegan un papel muy importante. El más importante es el introducido por
Constantino, que llevó al cristianismo a ser permitido en el imperio, para
pasar, después, a ser declarado religión oficial del estado. Como consecuencia
de ello las masas entraron a formar parte de la Iglesia y así el cristianismo
perdió su fuerza originaria.
Los obispos fueron equiparados a los altos
funcionarios del imperio, tomando parte en sus privilegios. La diferenciación
teológica inherente a la Iglesia entre clérigos y laicos se convirtió en una
diferenciación sociológica; los clérigos superiores se convirtieron en una
clase poderosa, la mayoría de los laicos, en cambio, en el pueblo "sencillo".
Además en la temprana Edad Media los clérigos recibieron el privilegio de la
formación. De esta forma, carisma y poder se confundieron, a menudo, de manera
funesta. (20). La formación laical en nuestra Iglesia se remonta a los orígenes
mismos del cristianismo y por ser
comunidades no muy numerosas es factible la participación del laico en
todas las acciones de la vida eclesial, esta responsabilidad obliga
positivamente a plantear la necesidad de establecer principios formativos para
valorar y promover su acercamiento a la vida ministerial y social creando de
esta forma una cultura de vida y defensora de los Derechos. La formación
permite al laico asumir desde el conocimiento de sí mismo un espacio de
reflexión e introspección sobre la vida y el servicio cristiano al alcance de
todos los bautizados. (21). La Iglesia
que prepara con amor a sus ministros ordenados y licenciados debe proveer los
escenarios congregacionales para los fines anteriormente mencionados, una
Institución eclesial animada constantemente por los laicos comprometidos sin
duda tendrá más escenarios para el anuncio y el testimonio de vida, para
transparentar la Fe conocida y ahora testimoniada. (22).
La teología en su
expresión sintética si -cabe el término-
podrá madurar la participación de todas y todas y orientarlos al servicio del Cuerpo Místico de Cristo constituyendo
a los laicos en ladrillos vivos de la Fe en el Resucitado pensando más que en
un señalamiento sociológico, en una realidad de vivir y comunicar la Fe
recibida. No se trata de importar modelos sociales que pueden funcionar en otras latitudes bajo
otros presupuestos apreciativos, creemos se trata de vivir y ser facilitadores
de los espacios como tal para que el desarrollo ministerial complemente la vida
y vocación de la Iglesia reflejada en la comunidad local donde el ministro
laico vive su ministerio. Conocernos a nosotros mismos es un imperativo
categórico que nos lleva sin duda alguna a saber actuar bajo los parámetros de
nuestra propia sique y emotividad. Si el clérigo y el laico no son afables con
los que llegan estos difícilmente se quedan ya que por lo general vienen
escapando de situaciones difíciles y lo que menos desean es revivir estos
conflictos en la congregación, este es uno de los factores consecuencia de la
poca formación de los feligreses. (23).
El modelo eclesiológico es
quien abre espacios al laico y positivamente amarra su servicio y lo promueve
como vital en la misión de la Iglesia, es decir, que la Iglesia se refleja en
sus políticas en la congregación local sin que con ello pierda su identidad e incidencia y quienes
asisten a sus funciones litúrgicas y ministerios lo hacen en la Iglesia
universal. (24). La mentalidad es otro de los factores a tener presente y dese
esta perspectiva a formar diligentemente para conseguir los objetivos de una
Iglesia que asimile sus motivaciones y metas. La espiritualidad ocupa un papel preponderante en tales políticas
eclesiales ya que sin ella no sería posible fundamentar la noción de lo
trascendente. La experiencia pastoral de la congregación es también un
vínculo con la universalidad de la Iglesia ya que en sus cometidos aterriza el
ser integro eclesial. Un laico formado
es un agente de pastoral al servicio de su propia Fe y de la Iglesia de Cristo
(25). No queda duda sobre el valor de las aportaciones cuando estas brotan
de realidades concretas de formación y no de imaginarios que fácilmente caen en
la superstición, de lo anterior es rescatable la función que desarrolla la
formación en la creación de una conciencia tanto personal como colectiva del
hacer de la Iglesia inserta en la comunidad de Fe. Tal apreciación nos dice que
la formación propicia toda obra buena tanto al interior como al exterior de la
congregación, de esta manera el proceso de la Evangelización inicia con bases
incuestionables y al alcance de toda una congregación que como decíamos antes,
es la manifestación local de la Diócesis y esta de la Iglesia universal. Aquí
es posible ver con claridad un principio de comunión eclesial (26).
La
educación en la Fe de los niños y jóvenes también entra en
la categoría del todo formativo y la Iglesia debe responder a las distintas
percepciones de estos ante el mundo y la propia elaboración de conceptos y
roles de vida. Los más jóvenes nos plantean el reto de encajar en los distintos
relevos generacionales que se presentan en las congregaciones y la Iglesia en general.
El muro como signo de dificultades o impedimentos es siempre externo, no interior; la empalizada
no es una cualidad natural, sino que está puesta alrededor. Por eso, San Pablo
dice: educadles en la doctrina y enseñanzas del Señor. No os
conforméis, pues, con ponerles alrededor una simple empalizada exterior: de
bienestar material y de prestigio social. Pues cuando cae -y terminará cayendo-
la planta queda desnuda y debilitada, y no sólo no le habrá traído ventajas
haber pasado el tiempo en esa situación, sino que habrá quedado con daños. El
recinto que le ha impedido reforzarse contra el ímpetu de los vientos, al
caerse, arrastra a la planta consigo. Así, el bienestar material resulta
nocivo, porque impide que el hombre se ejercite contra las dificultades de la vida
(27). El carácter de la persona es
formado también desde la perspectiva eclesial siendo esta un ingrediente de su
vida y búsqueda de la felicidad. En
síntesis la formación es un estadio de actividad tanto académica como emocional
y expresión de nuestra Fe… Las posibilidades son casi ilimitadas por eso es
vital formar para valorar todos los contenidos que movemos en dicha dirección
(28). La congregación deberá reconocer sus propias limitantes para desarrolla
un programa formativo cuya finalidad sea la superación de los mismos. Las dificultades son parte de todo proceso
de crecimiento siendo la crisis expresión viva de la necesidad de cambio,
transformación o re-direccionamiento de los esfuerzos de los individuos en un
medio social, político, cultural, entre otros. Tal contenido no es ajeno a la
dinámica eclesial inserta en el mundo (29). Estamos ante la necesidad de
enfrentar los retos de la vida congregacional y hacerlo bajo los paradigmas
formativos que den todo el peso y valor a las enseñanzas evangélicas predicadas
y vividas en el accionar de la congregación. Somos por decirlo de alguna
manera, el producto de una conciencia religiosa a escala mayor que la sola
percepción de un individuo inserto en el modelo eclesial porque tenemos y
poseemos la visión eclesial propia de nuestro carisma y vocación.
El clérigo en cuanto a su
ordenación ministerial y por su naturaleza está en la obligación de continuar
su formación dado que el don ministerial se recrea y renueva dialécticamente en
la formación permanente o continuada, de esta forma tenemos presente que la
formación en el ministro ordenado le pone directamente ante los acontecimientos
de la modernidad cuyos contenidos cambian drásticamente o se introducen nuevas
formas de asumir la realidad. Pues esa realidad de la que tratamos es la misma
bajo contenidos sofisticados, o que decir de la Informática y toda la ciencia
de la comunicación avanzada, antes la comunicación era absolutista ahora por el
contrario, se presenta como Meta-comunicación yendo más allá de los enunciados
objetivos. La inmutabilidad de la gramática y fonética contrastan con nuevas
expresiones idiomáticas que manejan los más jóvenes y cuyos contenidos
describen solo la realidad desde la percepción de estos, aquí se objetiviza un
modelo de comunicación sectorizado y gradado por edades e intereses. El relevo
generacional es en sí expresión propia y comunicativa y el ministro ordenado
debe conocer esta meta-comunicación con todos sus contenidos y argumentos, no
implica que esa sea la panacea pero es de recurso comunicativo (30).
Las rápidas y difundidas transformaciones y un
tejido social frecuentemente secularizado, típicos del mundo contemporáneo, son
otros factores, que hacen absolutamente ineludible el deber del presbítero de estar
adecuadamente preparado, para no perder la propia identidad y para responder a
las necesidades de la nueva evangelización. A este grave deber corresponde un
preciso derecho de parte de los fieles, sobre los cuales recaen positivamente
los efectos de la buena formación y de la santidad de los sacerdotes (31). La formación del clero sin distingo de
ministerios es clara necesidad en el presente siglo, las oportunidades
pastorales reclaman de un ministro versado en temas amplios y con una vivencia
natural de la disciplina de la Iglesia, la propuesta permanente corresponde
a los procesos y sus transformaciones continuas, no es posible suponer que el
centro de formación, universidad o seminario da todos los recursos pero si es
posible asumir que la formación continuada garantiza el acceso del clérigo a
los fundamentos de su formación y regeneración de hábitos sanos y vitales en la
promoción de su ministerio (32). Las verdades de nuestra Fe como su corpus
doctrinal, no se alteran pero si sufren cambios en cuanto a la dialéctica y
retorica que las manifiestan en los escenarios ministeriales. La comunicación es clave para conservar y
promover a las personas que entran en contacto con nuestros distintos
ministerios (33).
BIBLIOGRAFIA.
1- Nota
del autor.
2-
Nota del autor.
3-
Nota del autor.
4-
Nota del autor. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/virgilio.htm/es
citado por el Hiponense a pesar de no ser uno de sus autores de mayor referencia,
dante lo citará en la “Divina Comedia”.
5- https://books.google.com.do/books?isbn=9688591580
6- ec.aciprensa.com/wiki/Agustín_de_Hipona:_Crede_ut_intelligas
7- Nota
del autor.
8-
Nota del autor.
9- www.infocatolica.com/blog/praeclara.php/1108271003-acerca-del-nominalismo/ roble.pntic.mec.es/jagl0002/html/hfilosofia/tema2.htm/
www.infocatolica.com/blog/praeclara.php/1109050523-algunos-antecedentes-historicos.
10- Nota
del autor.
11- https://books.google.com.do/books?isbn=8488643667/
Salvador Pié i Ninot - 2006 - Theology, Doctrinal
12- Nota
del autor.
13- Nota
del autor.
14- Nota
del autor.
15- Nota
del autor.
16- Agustín de Hipona/ Nota del autor.
17- Nota
del autor.
18- Nota
del autor.
19- Nota
del autor.
20- Berufung
und Sendung des Laien in Kirche und Welt. Geschichtliche und systematische
Perspektiven, Stimmen der Zeit, 205 (1987) 579 – 593…Tradujo y condensó: JUAN
JOSE PRIEGO/ www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol28/110/110_kasper.pdf...
21- Nota
del autor.
22- Nota
del autor.
23- Nota
del autor.
24- Nota
del autor.
25- Nota
del autor.
26- Nota
del autor.
27- Homilías sobre la Carta a los Efesios, 21, 1-4.
/ es.catholic.net/op/articulos/.../cat/.../tarea-de-educar-segun-los-padres-de-la-iglesia.htm...
28- Nota
del autor.
29- Nota
del autor.
30- Nota
del autor.
31- JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo
vobis/ Nota del autor. www.mercaba.org/CONGREGACIONES/CLERO/presbiteros_03.htm.
32- Nota
del autor.
33- Nota
del autor.
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