viernes, 6 de julio de 2018

TEOLOGÍA DE LO MARGINAL...


TEOLOGÍA DE LO MARGINAL EN EL AMBITO DE NUESTRA SOCIEDAD.



El presente de la sociedad nos indica una tendencia fuerte hacia el aislamiento consentido del ciudadano que viviendo en un enclave familiar, laboral y en muchos casos congregacional se encuentra con que el medio en el que explicita su existencia es por decirlo de alguna manera un medio de fuertes tendencias al aislamiento,  los afanes por difundir el Evangelio muchas veces nos pueden conducir a convertirlo en una experiencia marginal en cuanto a que reconocemos como centro la vida natural y espiritual del colectivo social y cultural donde residimos.  Pero ello no implica que el modelo evangélico se acople en esta realidad antropológica y sociológica. La conformación de “grupos” con intereses identificados entre sus integrantes es también una explicitación de la conciencia que rompiendo con los esquemas absolutistas busca formar identidad explicita basándose casi que enteramente en la dinámica optativa  de sus integrantes. La realidad articulada como reconocimiento del accionar del sujeto no siempre parte de los intereses de la persona y muchas veces lo hace solamente desde la perspectiva del grupo que ofrece identidad exprés. La connotación eclesial sufre también por estas tendencias modernas. El anuncio como un todo de la misión se puede y debe abordar desde las concepciones del individuo y el colectivo donde este funge como integrante… El reconocimiento dialectico se basa en el discurso que promueve el anuncio, es decir, en la identidad que se comunica tanto por medio del lenguaje verbal como de los signos que este emplea para tal accionar.

El vehículo doctrinal por antonomasia es la convicción del bautizado que formado puede desde la vida y su acontecer convertirse en un misionero en sus escenarios cotidianos. Reconocemos en este esfuerzo por hacer la misión de la Iglesia que la congregación es y será siempre el escenario privilegiado,  ya que en promedio siempre hay una persona nueva en nuestras celebraciones pero la identidad y acogida es vital para hacer de ese visitante cuyos intereses no conocemos un futuro integrante, lo que implica que los paradigmas que encuentra en otras asambleas de Fe sean en lo positivo vividos entre nosotros. Evangelizamos y misionamos desde la Caridad y el Respeto por el otro, salir a las calles es positivo y genera conciencia sobre lo basto de la mole urbana pero si no se vive el Evangelio en la congregación entonces el visitante no encontrará valores y propuestas motivantes para pertenecer a esta. La marginalidad es una cuestión que toca no solo la capacidad económica de la persona también tiene todo que ver con la concepción del mundo y las relaciones dentro de este. La marginalidad pude sacar a Dios tanto del corazón como  del accionar del bautizado. La necesidad social y cultural de los paradigmas reinantes reclama  una inclusión tanto ideológica como social. La marginalidad está enmarcada en el contexto de la persona e incluso quienes poseen una economía aceptable y otros  buena, pueden estar en el mismo nivel relacional según los paradigmas antropológicos y sociológicos que estén viviendo.

La marginalidad doctrinal ofrece un sinfín de posibilidades al punto de favorecer el crecimiento de denominaciones paradójicamente no cristianas bajo el rotulo cristiano. El lenguaje que refleja la praxis doctrinal puede vestirse según la ocasión.  La marginalidad reclama una respuesta eficiente de la Iglesia desde la perspectiva determinante de la verdad que profesa y desea comunicar, no se trata de una realidad eminentemente subjetiva ya que también la reflexión y su racionalidad apuntan a la objetividad del anuncio salvífico.   La Palabra comunicada por el Hijo de Dios resuena en el creyente sin importar la condición de donde este procede o está viviendo su presente. La marginalidad teológica se viste algunas veces de conceptos insatisfechos en su exposición y otras tantas de luchas sociales que se muestran con un determinado contenido teológico pero que en realidad son todo lo contrario, fruto de la secularización doctrinal de la Iglesia y su respuesta en “caliente” al drama y la urgencia bajo los parámetros del discurso que no necesariamente  son representativos de la auténtica lucha en la difusión del Evangelio.  La marginalidad teológica afronta su propia teoría del conocimiento cuando el objeto primario de su reflexión (Dios) debe ser expuesto en el ámbito de lo social y cultural, y su exposición debe afrontar las concepciones de un medio que por su condición es definitivamente privado en muchas oportunidades de la esperanza cristiana. La dialéctica que lo marginal establece es difícil de compaginar en la realidad más estructurada y fundamentada en valores y dinámicas de la prosperidad y el éxito social…

La esperanza llega por medio de la Gracia y la liberación de conductas frustradas es una realidad por medio de la Gracia  (convertida en historia) y su connotación antropológica, por esta razón insistimos en la necesidad de respetar los contenidos doctrinales y no rebajarlos bajo pretexto de aproximación a realidad social cambiante por medio del ejercicio de la justicia humana. Lo anterior es la paradoja de la justicia que las estructuras políticas y culturales pueden modificar superando la brecha entre los marginados y los atendidos en el centro de la sociedad o colectivo.  La marginación en categorías teológicas es aprovechada por discursos insipientes y básicos que aprovechan las necesidades fundamentales para transformarlas no en un asunto de justicia social sino de expresión de Fe. A diferencia del Hiponense creemos en un concepto social que respeta la diferencia entre las personas pero que confluye en la justicia de lo social. Mientras que Agustín de Hipona planteaba en su tiempo bajo el esquema de la “Ciudad de Dios” la existencia de dos momentos o realidades en la concepción de la justicia bajo el modelo del Evangelio permitiendo borrar diferencias entre un Estado de Derecho (concepto posterior) y uno que obra por fines o móviles eminentemente religiosos.

El idealismo religioso quiere someter todo al fuero de la Fe y la razón del credo de turno. Hoy vemos como la expresión teológica de lo marginal busca reivindicar la esperanza perdida y abrir espacio para dignificación esencial de la persona humana redimida… No se trata de excluir sino de conocer y respetar bajo la primicia de la igualdad esencial de la persona humana sin que con este argumento acomodemos la doctrina de la Madre Iglesia para satisfacer necesidades de uno u otro grupo en el ámbito de la cosmovisión eclesial.


El gran riesgo de la teología marginal de cualquier índole que fuere es precisamente humanizar la religión para convertirla en un componente de reivindicaciones sociales y culturales, de esta forma se pierde el signo vivo de su contenido sobrenatural y se le condena a una mera existencia de requerimientos acomodados a la sique del colectivo de turno… La doctrina en su componente humano lucha por los derechos pero también por el ejercicio natural de la disciplina normativa en el interior de la Iglesia. Si humanizamos exacerbadamente corremos el riesgo de tener solo una institución filántropa y solidaria pero solo eso, fiera del contexto de la trascendencia.


La meta-comunicación de la doctrina y su magisterio como tradición pasa por escenarios variados donde vive el ser y su realidad se transforma en situación de vida e interpretación de la misma. Somos en síntesis un componente vital tanto material como espiritual, lo que reclama un equilibrio que defienda la razón misma de nuestra naturaleza y su singularidad. La meta-comunicación al servicio de la marginalidad teológica busca formas de expresar el contenido de sus estructuras en el ámbito de lo social porque es en su dirección donde se materializan los derechos del ciudadano y esto sin que medie necesariamente la condición de su credo y expresión de Fe.  La marginalidad no es solo un estado de la distribución material de la sociedad y la ascensión a sus modelos  considerados exitosos, es también la dificultad para hilar un pensamiento emancipador que pueda liberar al ser humano de los prototipos creados a partir de su interacción con los demás en un medio social concreto.

 El pensamiento en su función interpretativa de la realidad puede ser condicionado o liberado sin tantos argumentos que considerar. La realidad material y espiritual de la sociedad pasando de una connotación intangible a la praxis de un medio que moldea también las conciencias siendo una especie de supra-ordenador de las funciones cognitivas del ser humano de este modelo la relación entre lo social y lo espiritual puede abrir puertas hacia una reflexión teológica liberadora o simplemente un paliativo  dirigido a las personas en su condición particular. La respuesta desde la praxis de la Fe cristiana debe superar estas dificultades sin perder de vista que la Iglesia no es solo una realidad material y simbólica sino que en ella subsisten armoniosamente el ser social con el espiritual. Aquí la figura de los PP. de la Iglesia no deja de enseñarnos sobre la cuestión, en el caso concreto del Hiponense, la Iglesia es una institución de dos componentes, el Divino y el Humano a la que define como “santa prostituta”  0 “santa meretriz” en su traducción al latín: sanctae mulieris meretricis, es importante la connotación de la humanidad con lo que ello implica para la construcción de la Iglesia en el medio de nuestra existencia, pero si solo pensamos en esta dirección seremos los primeros en marginar a la Iglesia de su connotación santa.  

La reflexión teológica que voluntariamente se margina del orden conocido y susceptible de mejorar siempre corre el riesgo de estar atrapada en un medio que con el correr  del tiempo se constituye en “reaccionario” respondiendo más que nada a la característica antropizada de su exposición. La función eclesial desde su realidad profética deberá estar con los “pies  en la tierra” y no caer en la tentación de lo marginal porque esto último es solo consecuencia del modelo social y político en el que estamos matriculados los latinoamericanos. El pensamiento cuando no posee fuentes varias para ser nutrido termina siendo adoctrinado en esquemas y  concepciones generalmente distintas a las iniciales, o como explicamos que el 90% de los evangélicos en Latinoamérica proceden del catolicismo. Y quienes políticamente asumen un rol distinto también tienen su origen en los modelos anteriores como sucedió en naciones hermanas como Venezuela, Bolivia,  México, Ecuador, Nicaragua, y otras más… La razón en términos dialécticos que se impone en estos modelos políticos es asunto que brota precisamente de la marginalidad y los escasos escenarios donde actuar y desempeñarse.

La connotación social en el ser humano facilita todo tipo de dinámicas en la toma de conciencia sobre el colectivo y las implicaciones, así como el peso de las actuaciones y mentalidad. La realidad latente es clara y en si discrimina cuando el modelo no se ajusta a sus intereses así surge el concepto de Oposición dialéctica  entre las partes conflictivas. En el pensamiento teológico la tentación es convertir a Cristo en un luchador de reivindicaciones sociales y no verle como un Salvador absoluto de la condición humana aun por sobre la limitación dialéctica de la política y sus valores intelectivos como tal. Es apreciar la historia solo en la perspectiva de todo accionar humano y no ver en ella la edificación de la revelación.

 Tengamos presente hermanos que el propio Señor no modificó  el orden social y cultural de su época y pueblo, Cristo mismo se postula como el iniciador de una reflexión totalizante de la inclusión del otro en la vivencia personal, podríamos decir, que el propio Señor es el padre de las revoluciones personales y trasformaciones del ser en perspectiva tanto colectiva como universal.

La marginalidad en la teología es un medio tanto de expresión como de elaboración de una cosmovisión donde el otro es percibido no por lo que es en sí sino por lo que culturalmente   manifiesta en sus vivencias, es una dinámica totalmente antropizada de la percepción de la existencia del otro.


Recordamos las transformaciones de la poesía y el arte gráfico   sobre las distintas representaciones de Jesús y el Cristo de la Fe, en sus orígenes era asociado al oficio de sus discípulos y los signos del cristianismo primitivo eran los cotidianos (Copa, vino, pan, pez, cruz, etc.) pero la Iglesia  al surgir de las entrañas de las catacumbas  puso de moda un Cristo glorioso y rodeado de poder al que se llamó Pantocrátor (Imagen de Cristo sentado en su trono, con la mano derecha en actitud de bendecir y sosteniendo en la mano izquierda el libro de los Evangelios) bajo la concepción universal de su Palabra, pero desde luego, las imágenes reflejan la dialéctica no verbal que conocemos y por medio de las cuales los imaginarios toman forma o se materializan en nuestro entorno influyendo en la concepción de las cosas percibidas, que especial definición de esta teoría del conocimiento cristiano. La realidad como tal desde la Fe que evoluciona refleja el estado de las cosas, personas e ideales. En la marginalidad filosófica y teológica tal situación  se refleja con mucha fuerza, otro ejemplo podría  ser la manera como los artesanos y joyeros están empleando simbología cristiana para fabricar articulos de belleza. Esto implica la total antropización de la simbología trascendente  del bautizado y de paso asegura que la percepción sea más sensible que espiritual y racional a la vez.

La concepción de un Dios Poderoso no puede remitir al creyente a suponer que el Poder de Dios se convierta en un artículo fácil de acceder como si la naturaleza de  Dios  fuera mudable… Tal despropósito puede hacer de la revelación un instrumento estrictamente de comprobación humana como un manual empleado en las luchas sociales y políticas de nuestros pueblos. La teología marginal cuando se expresa en el ámbito de lo social es portadora de una dinámica de esperanza distinta ya que se limita a la argumentación de la necesaria organización del modelo económico y político en su relación con las mayorías o los grupos marginados de la sociedad. Ella no tiene en cuanta las competencias económicas y el balance de poder en el que se encuentra inserto el cristiano (ciudadano).

Es pues indispensable que el discurso eclesial medie para favorecer el aumento de la ordenanza justa en la sociedad y eso se logra en alguna proporción educando sobre Derechos y Deberes en una clara política de índole social y cultural.   La teología cuando entra en estos terrenos de lo absoluto antropológico no debe olvidar el fin último de sus enseñanzas y no convertirse en una reivindicadora de asuntos estrictamente políticos cuando no es particularmente su competencia. La marginalidad nos debe obligar a ver al cristiano y su circunstancia sin importar la que fuere, lo que implica ir más allá de esta percepción.

 El tema social es de enfoque formativo y bajo la directriz del orden establecido por la norma que descansa en el Estado como el “ente” ideal que regula y legisla al respecto, la educación política debe descansar sobre la conciencia del bautizado y su  compromiso con la vida y promoción de la persona humana. La dignidad de la obra de Dios no es un postulado político pero si reconocido por la ordenanza legal de un Estado de Derecho por lo que es deber del bautizado hacer escuchar su voz y respaldar todo proceso democrático –no maquiavélico- en defensa de la vida y sus valores como tal. La cuestión del pensamiento marginal es la conversión de los ideales al terreno de lo pragmático, y en este plano, la injerencia de la doctrina eclesial no es siempre bien vista,  solo para recordar, la doctrina sobre el Estado Moderno que separa los poderes civiles del religioso dando claras muestras de un Estado cuya secularización es también fruto de la presencia sin testimonio y sentido por parte de las autoridades religiosas de su momento.  Un Estado que se llame pluralista debe dar espacio para todas las manifestaciones trascendentales de  los ciudadanos, en esta esfera entran las concepciones y/o definiciones doctrinales de las iglesias y conglomerados cristianos.  

El Evangelio cuando es empleado en la sustentación de la justicia puede caer en el círculo antropológico del que no hay salida y fruto son las estrictamente concepciones  sensitivas del mensaje y la oración del bautizado.  Esta realidad busca encontrar justicia y no vivencia y con tal postura simplemente es un argumento legalista como el vivido por el propio Señor ante las autoridades judías. Este legalismo crónico afecta sustancialmente la cosmovisión de los que pocos horizontes tienen o conocen en sus vidas y medio relacional.  Cristo rompe literalmente las cadenas de lo cultural y social, materializando históricamente la Gracia que alimenta los valores y actitudes del bautizado frente al mundo o escenario de su existencia integral.





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