TEOLOGÍA
DE LO MARGINAL EN EL AMBITO DE NUESTRA SOCIEDAD.
El presente de la
sociedad nos indica una tendencia fuerte hacia el aislamiento consentido del
ciudadano que viviendo en un enclave familiar, laboral y en muchos casos
congregacional se encuentra con que el medio en el que explicita su existencia
es por decirlo de alguna manera un medio de fuertes tendencias al
aislamiento, los afanes por difundir el
Evangelio muchas veces nos pueden conducir a convertirlo en una experiencia
marginal en cuanto a que reconocemos como centro la vida natural y espiritual
del colectivo social y cultural donde residimos. Pero ello no implica que el modelo evangélico
se acople en esta realidad antropológica y sociológica. La conformación de
“grupos” con intereses identificados entre sus integrantes es también una
explicitación de la conciencia que rompiendo con los esquemas absolutistas
busca formar identidad explicita basándose casi que enteramente en la dinámica
optativa de sus integrantes. La realidad
articulada como reconocimiento del accionar del sujeto no siempre parte de los
intereses de la persona y muchas veces lo hace solamente desde la perspectiva
del grupo que ofrece identidad exprés. La connotación eclesial sufre también
por estas tendencias modernas. El
anuncio como un todo de la misión se puede y debe abordar desde las
concepciones del individuo y el colectivo donde este funge como integrante… El
reconocimiento dialectico se basa en el discurso que promueve el anuncio, es
decir, en la identidad que se comunica tanto por medio del lenguaje verbal como
de los signos que este emplea para tal accionar.
El vehículo doctrinal por
antonomasia es la convicción del bautizado que formado puede desde la vida y su
acontecer convertirse en un misionero en sus escenarios cotidianos. Reconocemos
en este esfuerzo por hacer la misión de la Iglesia que la congregación es y
será siempre el escenario privilegiado, ya que en promedio siempre hay una persona
nueva en nuestras celebraciones pero la identidad y acogida es vital para hacer
de ese visitante cuyos intereses no conocemos un futuro integrante, lo que
implica que los paradigmas que encuentra en otras asambleas de Fe sean en lo
positivo vividos entre nosotros. Evangelizamos
y misionamos desde la Caridad y el Respeto por el otro, salir a las calles es
positivo y genera conciencia sobre lo basto de la mole urbana pero si no se
vive el Evangelio en la congregación entonces el visitante no encontrará
valores y propuestas motivantes para pertenecer a esta. La marginalidad es
una cuestión que toca no solo la capacidad económica de la persona también
tiene todo que ver con la concepción del mundo y las relaciones dentro de este.
La marginalidad pude sacar a Dios tanto del corazón como del accionar del bautizado. La necesidad
social y cultural de los paradigmas reinantes reclama una inclusión tanto ideológica como social. La
marginalidad está enmarcada en el contexto de la persona e incluso quienes
poseen una economía aceptable y otros buena, pueden estar en el mismo nivel
relacional según los paradigmas antropológicos y sociológicos que estén
viviendo.
La marginalidad doctrinal
ofrece un sinfín de posibilidades al punto de favorecer el crecimiento de
denominaciones paradójicamente no cristianas bajo el rotulo cristiano. El
lenguaje que refleja la praxis doctrinal puede vestirse según la ocasión. La marginalidad reclama una respuesta eficiente
de la Iglesia desde la perspectiva determinante de la verdad que profesa y
desea comunicar, no se trata de una realidad eminentemente subjetiva ya que
también la reflexión y su racionalidad apuntan a la objetividad del anuncio
salvífico. La Palabra comunicada por el
Hijo de Dios resuena en el creyente sin importar la condición de donde este
procede o está viviendo su presente. La
marginalidad teológica se viste algunas veces de conceptos insatisfechos en su
exposición y otras tantas de luchas sociales que se muestran con un determinado
contenido teológico pero que en realidad son todo lo contrario, fruto de la
secularización doctrinal de la Iglesia y su respuesta en “caliente” al drama y
la urgencia bajo los parámetros del discurso que no necesariamente son representativos de la auténtica lucha en
la difusión del Evangelio. La
marginalidad teológica afronta su propia teoría del conocimiento cuando el
objeto primario de su reflexión (Dios) debe ser expuesto en el ámbito de lo
social y cultural, y su exposición debe afrontar las concepciones de un medio
que por su condición es definitivamente privado en muchas oportunidades de la
esperanza cristiana. La dialéctica que lo marginal establece es difícil de
compaginar en la realidad más estructurada y fundamentada en valores y
dinámicas de la prosperidad y el éxito social…
La esperanza llega por
medio de la Gracia y la liberación de conductas frustradas es una realidad por
medio de la Gracia (convertida en
historia) y su connotación antropológica, por esta razón insistimos en la
necesidad de respetar los contenidos doctrinales y no rebajarlos bajo pretexto de
aproximación a realidad social cambiante por medio del ejercicio de la justicia
humana. Lo anterior es la paradoja de la justicia que las estructuras políticas
y culturales pueden modificar superando la brecha entre los marginados y los
atendidos en el centro de la sociedad o colectivo. La marginación en categorías teológicas es
aprovechada por discursos insipientes y básicos que aprovechan las necesidades
fundamentales para transformarlas no en un asunto de justicia social sino de
expresión de Fe. A diferencia del Hiponense creemos en un concepto social que
respeta la diferencia entre las personas pero que confluye en la justicia de lo
social. Mientras que Agustín de Hipona planteaba en su tiempo bajo el esquema
de la “Ciudad de Dios” la existencia de dos momentos o realidades en la
concepción de la justicia bajo el modelo del Evangelio permitiendo borrar
diferencias entre un Estado de Derecho (concepto posterior) y uno que obra por
fines o móviles eminentemente religiosos.
El idealismo religioso
quiere someter todo al fuero de la Fe y la razón del credo de turno. Hoy vemos
como la expresión teológica de lo marginal busca reivindicar la esperanza
perdida y abrir espacio para dignificación esencial de la persona humana
redimida… No se trata de excluir sino de conocer y respetar bajo la primicia de
la igualdad esencial de la persona humana sin que con este argumento acomodemos
la doctrina de la Madre Iglesia para satisfacer necesidades de uno u otro grupo
en el ámbito de la cosmovisión eclesial.
El gran riesgo
de la teología marginal de cualquier índole que fuere es precisamente
humanizar la religión para convertirla en un componente de reivindicaciones
sociales y culturales, de esta forma se pierde el signo vivo de su contenido
sobrenatural y se le condena a una mera existencia de requerimientos
acomodados a la sique del colectivo de turno… La doctrina en su componente
humano lucha por los derechos pero también por el ejercicio natural de la
disciplina normativa en el interior de la Iglesia. Si humanizamos
exacerbadamente corremos el riesgo de tener solo una institución filántropa y
solidaria pero solo eso, fiera del contexto de la trascendencia.
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La meta-comunicación de
la doctrina y su magisterio como tradición pasa por escenarios variados donde
vive el ser y su realidad se transforma en situación de vida e interpretación
de la misma. Somos en síntesis un componente vital tanto material como
espiritual, lo que reclama un equilibrio que defienda la razón misma de nuestra
naturaleza y su singularidad. La meta-comunicación al servicio de la
marginalidad teológica busca formas de expresar el contenido de sus estructuras
en el ámbito de lo social porque es en su dirección donde se materializan los
derechos del ciudadano y esto sin que medie necesariamente la condición de su
credo y expresión de Fe. La marginalidad no es solo un estado de la
distribución material de la sociedad y la ascensión a sus modelos considerados exitosos, es también la
dificultad para hilar un pensamiento emancipador que pueda liberar al ser
humano de los prototipos creados a partir de su interacción con los demás en un
medio social concreto.
El pensamiento en su
función interpretativa de la realidad puede ser condicionado o liberado sin
tantos argumentos que considerar. La realidad material y espiritual de la
sociedad pasando de una connotación intangible a la praxis de un medio que
moldea también las conciencias siendo una especie de supra-ordenador de las
funciones cognitivas del ser humano de este modelo la relación entre lo social
y lo espiritual puede abrir puertas hacia una reflexión teológica liberadora o
simplemente un paliativo dirigido a las
personas en su condición particular. La respuesta desde la praxis de la Fe
cristiana debe superar estas dificultades sin perder de vista que la Iglesia no
es solo una realidad material y simbólica sino que en ella subsisten
armoniosamente el ser social con el espiritual. Aquí la figura de los PP. de la
Iglesia no deja de enseñarnos sobre la cuestión, en el caso concreto del
Hiponense, la Iglesia es una institución de dos componentes, el Divino y el
Humano a la que define como “santa prostituta”
0 “santa meretriz” en su traducción al latín: sanctae
mulieris meretricis,
es
importante la connotación de la humanidad con lo que ello implica para la
construcción de la Iglesia en el medio de nuestra existencia, pero si solo
pensamos en esta dirección seremos los primeros en marginar a la Iglesia de su
connotación santa.
La reflexión teológica
que voluntariamente se margina del orden conocido y susceptible de mejorar siempre
corre el riesgo de estar atrapada en un medio que con el correr del tiempo se constituye en “reaccionario” respondiendo
más que nada a la característica antropizada de su exposición. La función
eclesial desde su realidad profética deberá estar con los “pies en la tierra” y no caer en la tentación de lo
marginal porque esto último es solo consecuencia del modelo social y político
en el que estamos matriculados los latinoamericanos. El pensamiento cuando no
posee fuentes varias para ser nutrido termina siendo adoctrinado en esquemas
y concepciones generalmente distintas a
las iniciales, o como explicamos que el 90% de los evangélicos en Latinoamérica
proceden del catolicismo. Y quienes políticamente asumen un rol distinto
también tienen su origen en los modelos anteriores como sucedió en naciones
hermanas como Venezuela, Bolivia, México,
Ecuador, Nicaragua, y otras más… La razón en términos dialécticos que se impone
en estos modelos políticos es asunto que brota precisamente de la marginalidad
y los escasos escenarios donde actuar y desempeñarse.
La connotación social en
el ser humano facilita todo tipo de dinámicas en la toma de conciencia sobre el
colectivo y las implicaciones, así como el peso de las actuaciones y
mentalidad. La realidad latente es clara y en si discrimina cuando el modelo no
se ajusta a sus intereses así surge el concepto de Oposición dialéctica entre las partes conflictivas. En el
pensamiento teológico la tentación es convertir a Cristo en un luchador de
reivindicaciones sociales y no verle como un Salvador absoluto de la condición
humana aun por sobre la limitación dialéctica de la política y sus valores
intelectivos como tal. Es apreciar la historia solo en la perspectiva de todo
accionar humano y no ver en ella la edificación de la revelación.
Tengamos
presente hermanos que el propio Señor no modificó el orden social y cultural de su época y
pueblo, Cristo mismo se postula como el iniciador de una reflexión totalizante
de la inclusión del otro en la vivencia personal, podríamos decir, que el
propio Señor es el padre de las revoluciones personales y trasformaciones del
ser en perspectiva tanto colectiva como universal.
La marginalidad
en la teología es un medio tanto de expresión como de elaboración de una
cosmovisión donde el otro es percibido no por lo que es en sí sino por lo que
culturalmente manifiesta en sus vivencias, es una dinámica
totalmente antropizada de la percepción de la existencia del otro.
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Recordamos las
transformaciones de la poesía y el arte gráfico
sobre las distintas
representaciones de Jesús y el Cristo de la Fe, en sus orígenes era asociado al
oficio de sus discípulos y los signos del cristianismo primitivo eran los
cotidianos (Copa, vino, pan, pez, cruz, etc.) pero la Iglesia al surgir de las entrañas de las catacumbas puso de moda un Cristo glorioso y rodeado de
poder al que se llamó Pantocrátor (Imagen
de Cristo sentado en su trono, con la mano derecha en actitud de bendecir y
sosteniendo en la mano izquierda el libro de los Evangelios) bajo la concepción
universal de su Palabra, pero desde luego, las imágenes reflejan la dialéctica
no verbal que conocemos y por medio de las cuales los imaginarios toman forma o
se materializan en nuestro entorno influyendo en la concepción de las cosas
percibidas, que especial definición de esta teoría del conocimiento cristiano. La
realidad como tal desde la Fe que evoluciona refleja el estado de las cosas,
personas e ideales. En la marginalidad filosófica y teológica tal
situación se refleja con mucha fuerza,
otro ejemplo podría ser la manera como
los artesanos y joyeros están empleando simbología cristiana para fabricar
articulos de belleza. Esto implica la total antropización de la simbología
trascendente del bautizado y de paso asegura
que la percepción sea más sensible que espiritual y racional a la vez.
La concepción de un Dios
Poderoso no puede remitir al creyente a suponer que el Poder de Dios se
convierta en un artículo fácil de acceder como si la naturaleza de Dios fuera mudable… Tal despropósito puede hacer de
la revelación un instrumento estrictamente de comprobación humana como un
manual empleado en las luchas sociales y políticas de nuestros pueblos. La
teología marginal cuando se expresa en el ámbito de lo social es portadora de
una dinámica de esperanza distinta ya que se limita a la argumentación de la
necesaria organización del modelo económico y político en su relación con las
mayorías o los grupos marginados de la sociedad. Ella no tiene en cuanta las
competencias económicas y el balance de poder en el que se encuentra inserto el
cristiano (ciudadano).
Es pues indispensable que
el discurso eclesial medie para favorecer el aumento de la ordenanza justa en
la sociedad y eso se logra en alguna proporción educando sobre Derechos y
Deberes en una clara política de índole social y cultural. La teología cuando entra en estos terrenos de
lo absoluto antropológico no debe olvidar el fin último de sus enseñanzas y no
convertirse en una reivindicadora de asuntos estrictamente políticos cuando no
es particularmente su competencia. La marginalidad nos debe obligar a ver al
cristiano y su circunstancia sin importar la que fuere, lo que implica ir más
allá de esta percepción.
El tema social es de enfoque formativo y bajo
la directriz del orden establecido por la norma que descansa en el Estado como
el “ente” ideal que regula y legisla al respecto, la educación política debe
descansar sobre la conciencia del bautizado y su compromiso con la vida y promoción de la
persona humana. La dignidad de la obra de Dios no es un postulado político pero
si reconocido por la ordenanza legal de un Estado de Derecho por lo que es
deber del bautizado hacer escuchar su voz y respaldar todo proceso democrático
–no maquiavélico- en defensa de la
vida y sus valores como tal. La cuestión del pensamiento marginal es la
conversión de los ideales al terreno de lo pragmático, y en este plano, la
injerencia de la doctrina eclesial no es siempre bien vista, solo para recordar, la doctrina sobre el Estado Moderno que separa los poderes
civiles del religioso dando claras muestras de un Estado cuya secularización es
también fruto de la presencia sin testimonio y sentido por parte de las
autoridades religiosas de su momento. Un Estado que se llame pluralista debe dar
espacio para todas las manifestaciones trascendentales de los ciudadanos, en esta esfera entran las
concepciones y/o definiciones doctrinales de las iglesias y conglomerados
cristianos.
El Evangelio cuando es
empleado en la sustentación de la justicia puede caer en el círculo
antropológico del que no hay salida y fruto son las estrictamente concepciones sensitivas del mensaje y la oración del
bautizado. Esta realidad busca encontrar
justicia y no vivencia y con tal postura simplemente es un argumento legalista
como el vivido por el propio Señor ante las autoridades judías. Este legalismo
crónico afecta sustancialmente la cosmovisión de los que pocos horizontes
tienen o conocen en sus vidas y medio relacional. Cristo
rompe literalmente las cadenas de lo cultural y social, materializando históricamente
la Gracia que alimenta los valores y actitudes del bautizado frente al mundo o
escenario de su existencia integral.
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