DÉCIMO
SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 18 versículos
5-9,15, 31-33. Salmo 130. Efesios capítulo 4 versículo 25 y 5,2. Juan capítulo
6 versículos 35, 41-51.
Samuel
nos
presenta un relato encarnado en la relación de amistad de dos hombres, estamos
hablando de David y su amigo Absalón, no es fácil delimitar el significado de
una verdadera amistad, lo cierto es que
un amigo es un tesoro y sí es posible amarle como a uno de nuestra propia
sangre, es al menos la experiencia de estos personajes. Mucho se ha pretendido
ver en esta amistad pero lo auténticamente importante es la generosidad y respeto
que tanto David como Absalón sintieron el uno por el otro. Es también una muestra para nuestros tiempos de la diversidad de
pensamiento, lo que no implica que no
podamos ser amigos del que piensa distinto. Es bueno indicar que las decisiones
que tomemos pueden afectar o beneficiar
a otros y más cuando están cerca de nosotros y son importantes en nuestras
vidas.
Escenificando el caso de
David y Absalón el mensajero es de origen Etíope, (Kus) cuya figura era signo inequívoco
de una mala noticia. Pues el mensajero con la nefasta noticia para David de la
muerte de su amigo solo genera zozobra en el rey, en orden a nuestra experiencia
de Fe las noticias son reflejo de lo que sucede en nuestro entorno y la manera
como demos crédito y valor a las informaciones recibidas solo dependerá de que
tanto conocemos y valoramos a sus protagonistas, la Fe nos invita a recibir con amor las expresiones de afecto y cariño
que nos brinden pero a saber poner en orden tanto nuestros afectos como el
justo valor y amor en todas sus expresiones o manifestaciones.
El Hiponense reflexionando
sobre el valor de la amistad nos habla de una especie de gradación que reconoce
su importancia y esencia. Nos hablará de tres formas plenas de amor a saber: Filial, Esponsal y Amistad o Subsidiary,
ac sponsali amicitia.
Podríamos
definirlo como: De hijos en Dios Padre,
de Esposos y de Amigos. Aquí el bautizado vive sus relaciones llamadas a la
santidad y a la plena conciencia sobre el otro y su valor delante de Dios y de sí
mismo.
El
Salmo 130 o de “profundis” es un Salmo que posee no solo un
valor penitencial sino de Esperanza en el Dios amoroso, es una bella alusión a
nuestra más pura confianza en el Redentor y su amor por cada uno de nosotros y
en general de los vivientes. Solo
quienes de verdad esperan en el Señor no serán defraudados porque Dios no puede negarse a sí mismo. Dios
es auténtico y su Amor no puede ser cosa ajena a su Ser Santísimo, es decir,
Dios se dona por amor a nuestras vidas. El pecado no es más un obstáculo para
la manifestación de su Amor por la humanidad. El pecado como diría Agustín de Hipona, es una maravillosa paradoja que en sus
palabras “nos mereció tal Redentor” aquí el pecado nos da la felicidad y dicha
de contar con un amoroso Dios Encarnado…
Pablo
en su carta a la comunidad de Éfeso nos dice también a nosotros que los comportamientos
deben ser consecuencia de la vivencia de nuestra experiencia con el Resucitado.
Ya es una necesidad de transparentar al Dios vivo en la vida y obra de cada uno
de los bautizados, somos instrumentos de su Amor al mundo y no lo reflejaremos
si actuamos apegados al modelo del hombre viejo es decir, de Adán… En Cristo
todo es nuevo y vivificante. Somos parte de un todo llamado Iglesia y esa es la
razón del servicio cristiano y de la caridad por los demás. Esa vivencia
materializa el Amor de Cristo por la humanidad, y la Cruz es el punto más alto de su experiencia de amor por la obra plena de su Padre Dios.
El pecado puede y de
hecho daña las relaciones congregacionales y desgasta la imagen de sus
ministros y feligreses. El pecado es la némesis de la obra reconciliadora de
Dios en su Adorado Hijo y en el Dios Espíritu Santo. El testimonio eclesial es
también una figura de la evangelización de cara a la sociedad donde nuestra
Iglesia y congregación se desempeña. No
es posible pensar en la misión si antes los feligreses y sus clérigos no viven
y respiran armonía, recordemos el Salmo 133: Oh qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos… Qué bueno
sentir así la presencia de Dios entre nosotros.
El
Texto Joanico, los santos PP. griegos emplearon la expresión:
Egó eimi, para evocar las palabras
dadas a Moisés, el Yo soy no es otra
cosa que la manifestación del Dios revelado
en la Zarza ardiendo y en las experiencias de Fe de los creyentes a lo
largo de nuestra historia personal. Dios es un Dios amoroso que le gusta
revelarse y tratar con nosotros. Es un
Dios misericordioso que sabe de qué estamos hechos y aun así nos trata como si fuéramos
lo más precioso de su creación, eso solo es posible por Amor.
Pues es Cristo quien
refleja la perfección de su Amor dándose sin excusa alguna, convirtiéndose en
alimento para todos nosotros. Solo el Amor pleno puede trasformar todo y
generar cambios en la sique y hábitos de los creyentes, ya no eres el mismo si amas a Dios. El lenguaje del amor hablará
por nosotros delante de Dios y su Santidad que es Dios Espíritu Santo.
El
Maná
queda en el pasado de Israel ahora delante de ellos está el Pan vivo, aquel que ha bajado del
cielo. En esta bella expresión Jesús revela su Naturaleza como Dios y Hombre
verdadero, pero sin Fe es imposible leerlo y comprenderlo. Tal y como pasó con
sus compatriotas aquel momento. Es una
propuesta nueva de vida trascendente que no dependerá solo del componente biológico
de nuestra existencia sino que saltará de su mano a la vida plena, a la vida de
la Gracia resucitada en el Resucitado.
Pues el alimento que nos
ofrece el Señor es atemporal y siempre está a nuestro alcance, nos referimos a
la santa Eucaristía (Misa) que perpetua su sacrifico de Amor y entrega
perfecta. Es pues hermanos la oportunidad de afirmar nuestra vida en Cristo y
vivir como lo que somos los bautizados, los llamados a la vida plena donde nada
será límite para el Amor de Dios en nosotros.
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