lunes, 25 de septiembre de 2017

SACERDOTES DE LA NUEVA Y DEFINITIVA ALIANZA...

NATURALEZA  DEL  TRIPLE  MINISTERIO  ORDENADO.



“Obispos, presbíteros y diáconos, tanto hombres como mujeres son los ministros de la nueva y definitiva Alianza”.


La Iglesia desde sus inicios deja ver la importancia de la permanencia unida a la tradición que se convierte en su fundamento. El dato más antiguo lo constituye el Evangelio de Marcos quien siempre presenta al Señor unido a los apóstoles y estos en relación  directa con Jesús. Es pues un signo de Comunión. Tal Comunión se define como el punto de partida en la futura instrucción ministerial que la Iglesia moldeará y con el paso de los siglos llamará debida ciencia para referirse a la formación académica de los futuros clérigos o ministros ordenados. El ministerio ordenado fue explicitado para dar respuesta al crecimiento y propagación de la Iglesia, Pablo da ejemplo de esta estrategia al dejar en cada comunidad o ciudad un encargado de la predicación y Cena del Señor (nombre inicial de la Eucaristía) de esta forma el ministerio se fue consolidando en la Iglesia evolucionando a una institución ministerial. Pablo reconoce y observa la imperfección de algunos líderes religiosos que estaban en tránsito del judaísmo al cristianismo por lo que sin duda muchos rabinos fueron maestros de los primeros cristianos (Tito capítulo 1 versículos 1-16)… Pablo nos deja ver lo que se constituye en su praxis misionera. El apóstol establece las bases de la doctrina y deja a otras personas la organización ministerial de la comunidad cristiana. Tomaremos como texto guía el (versículo 5) “El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad como yo te ordené… Luego Pablo direcciona a los candidatos según la directriz necesaria para salvaguardar la vida de la Iglesia. Es también de resaltar que era al parecer una práctica habitual en Israel en épocas anteriores, que desde una figura en potencia de un futuro ministerio eclesial bien valdría su aporte y raíz: “Yahveh respondió a Moisés, reúneme setenta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos  y escribas del pueblo… Llévalos a la Tienda del Encuentro y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo y tomaré parte del Espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo” (Números capítulo 11 versículos 16-17) o también (Ezequiel capítulo 8 versículo 11). Y en el N.T encontramos señalamientos sobre los Presbíteros en (Hechos de los Apóstoles capítulo 11 versículo 30). Y el Texto clave  de la instauración  de los siete (Hechos de los Apóstoles capítulo 6 versiculo1 y ss). Donde queda clara la función de los Apóstoles en la liturgia primitiva:

·         Dirigir las reuniones de la asamblea.
·         Las oraciones en la Liturgia.
·         La instrucción catequética y la Palabra.

Al interior de las comunidades primitivas donde ejercían el ministerio los apóstoles surgen una serie de posturas que beneficiaron la misión de la Iglesia. Esta misión se enmarca en la presencia de comunidades judías que habían tenido alguna formación griega y su pensamiento menos conservador los dispuso para  dar la fuerza necesaria a la Iglesia en su expansión. Recordemos que confluían judíos que conservaban el arameo y el hebreo y se sumaron los que provenían de Roma y Grecia (helenistas), este choque multicultural favoreció ampliamente la concepción de Jesús como el Hijo de Dios y el crecimiento ad-extra de la Iglesia. Sobre los ministerios es bueno tener presente que son  en síntesis fruto de la evolución pastoral y organizacional de la Iglesia, ejemplo de ello es lo que deja entrever el Apóstol Pablo sobre las funciones de estos. Para el Apóstol, la Iglesia no sólo pertenece a Cristo, sino que en cierto modo se identifica con Él. En efecto, los miembros de la Iglesia son también como los miembros de Cristo mismo, que extienden su presencia personal en el mundo y reciben los diversos carismas, que han de contribuir a la edificación de una comunidad eclesial y a formar un sólo Cuerpo, un sólo Espíritu, según la vocación a la que han sido llamados (confrontar. Efesios capítulo  4 versículos  3-4). Pablo utiliza también la metáfora de la Iglesia como esposa de Cristo, indicando así la íntima relación de comunión y amor entre ambos. De este modo, la experiencia y la doctrina de Pablo es una constante invitación a toda la Iglesia para que sea el ámbito donde se viva intensamente la relación con Cristo y el cauce propicio para que todos lleguen a Él. Hoy sabemos con toda seguridad que el Nuevo Testamento evita cuidadosamente llamar sacerdotes a los ministros de las comunidades cristianas. Y en general se evita el vocabulario sacro para designar a los ministros. Es decir, no se trata meramente de un argumento de silencio, en el sentido de que el Nuevo Testamento no habla de sacerdotes como dirigentes en la Iglesia. Se trata, sobre todo de que los autores del Nuevo Testamento evitan cuidadosamente llamar sacerdotes a los ministros de las comunidades. Esta situación se mantiene así durante todo el siglo segundo (II). Hasta que en el siglo tercero Hipólito, en la Tradición Apostólica, Tertuliano y sobre todo Cipriano, en 147 textos, utilizan la palabra sacerdote para referirse a los ministros de la Iglesia. A partir de entonces, esta designación se generaliza. El ministerio en la vida de la Iglesia se oponía desde sus inicios a la condición de la esclavitud que reinaba en su época y precisamente cuando se institucionaliza el servicio de los siete es una respuesta a la condición de necesidad que la pobreza y marginación generaban en la sociedad del ámbito de la Iglesia primitiva.

La razón profunda de este planteamiento está en lo que, de hecho, fue el sacerdocio de Cristo la puerta de entrada a la Caridad como componente vivo de la ministerialidad, Cristo   no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida (Marcos capítulo 10 versículo 44; Mateo capítulo 20 versículo  27). Esto quiere decir, según la carta a los Hebreos, que el sacerdocio de Cristo no fue ritual, sino existencial. Es decir, lo que Cristo ofreció no fue una ceremonia ritual dignificante, sino el fracaso y la muerte de un subversivo, que desestabilizó la religión y el sistema establecido. Por eso, el sacrificio cultual de los cristianos es la misma existencia de Cristo que se refleja en los ámbitos de nuestra justicia la misma que se constituye en base de lo social, consideremos algunos apartes de la carta a los Hebreos  ( 2, 14; 5, 7-8; 7, 27; 9, 9-14; 10, 5-9; 12, 2) de tal manera que el mismo Cristo es la nueva víctima sin mancha que sustituye a todas las demás ofrendas (4, 14; 9, 14; 10, 6-7) y la oblación cultual del cristianismo es, ni más ni menos, el sufrimiento de Jesús (2, 18; 5, 9)  que es el único mediador.

 Por consiguiente, en la Iglesia, no hay más dignidad ni más honor sacerdotal que el que consiste en el servicio, en la entrega de la propia vida y en el fracaso de un ajusticiado (bajo la concepción injusta y amañada de un proceso falso y alterado a más no poder) En esto consiste el sacerdocio de Cristo. Un sacerdocio que evolucionó bajo la potestad de la Iglesia y las condiciones del nuevo “camino” estamos asumiendo con absoluta claridad que el ministerio ordenado  en su génesis se remonta a la imposición de manos y a la unción en algunos medios eclesiales y que la fuerza del rito se establece en las palabras de su consagración y reconocimiento tanto de su naturaleza como de sus funciones (Forma). El Diaconado es un ministerio ordenado (3) según la tradición y en cuanto a su naturaleza temporal (transito al presbiterado) aduce la formación y necesidad de discernimiento sin que con ello implique que su condición se pierda si el Diacono no es ordenado. En cuanto al servicio y su relación con la vocación, el Diaconado en vocación o permanente es la respuesta de la Iglesia a sus necesidades perviviendo entre nosotros un modelo eminentemente litúrgico que no se compadece de la realidad ministerial. El Diacono posee por definición una función ministerial que lo convierte en puente o vinculo del Presbítero y el Obispo con la asamblea…

La disciplina canónica recoge el ánimo de la Iglesia y lo potencia convirtiéndolo en servicio, es este el caso situacional del ministerio ordenado en cuanto a su naturaleza del servir con amor. La naturaleza no choca según sea la expresión ministerial por el contrario se convierte en un referente de su propia singularidad. La singularidad de cada función eclesial hace único e irrepetible al ministerio ordenado. Estamos enfocados en su importancia para la vida de una institución que aunque se diga muchas veces otra cosa es eminentemente ministerial y el laico como tal es fundamental pero lo ministerial está en nuestra esencia y solo quien ha sido ordenado será idóneo para su desempeño.
Las iglesias históricas como la nuestra, brota de la catolicidad y con su presencia está establecida la necesaria correlación ministerial. No somos fundamento de eclesiología distinta a la conocida en la época apostólica de donde tomamos el ser y lo explicitamos bajo la guía del Espíritu de Dios.


REFLEXIÓN  DE  LOS  SANTOS  PP. DE  LA  IGLESIA  SOBRE  EL MINISTERIO  ORDENADO.


Los presbíteros forman un colegio. En las cartas de San Ignacio de Antioquía aparecen los presbíteros como un colegio alrededor del Obispo. Asimismo, remarca que los presbíteros están llamados a vivir estrechamente unidos a su Obispo formando una sola sinfonía con él. La unidad que los presbíteros deben de tener con su Obispo es comparada con la unión que existe entre las cuerdas y la lira. A este respecto, afirma el santo mártir: Os conviene correr a una sola con el sentir de vuestro obispo, que es, justamente lo que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de ancianos, digno del nombre que lleva, digno, otrosí, de Dios, así está armoniosamente concertado con su Obispo como las cuerdas con la lira

Los diáconos son imágenes de Cristo-siervo. San Ignacio presenta al Diácono como imagen de Cristo en cuanto que actualiza el servicio del Señor en la comunidad cristiana. Son los diáconos los que recuerdan que el cristiano, como Cristo, vino a servir y no a ser servido.  San Ignacio exhorta a respetar a los diáconos, y, al mismo tiempo, les enseña la importancia de la Jerarquía como signo de la verdadera Iglesia: “Todos habéis también de respetar a los diáconos como a Jesucristo. Lo mismo digo del Obispo que es figura del Padre, y de los ancianos (presbíteros) que representan al senado de Dios y la alianza o colegio de los Apóstoles”. Quitaos estos no hay nombre de Iglesia.

San Policarpo…  San Policarpo de Esmirna en su Carta a los filipenses habla con claridad de la Jerarquía Eclesiástica. Ésta es presentada de manera colegial. Específicamente, San Policarpo habla de los presbíteros presbuteroi que presiden la comunidad. Además, junto a ellos, señala la presencia de los diáconos diakonoi. Son muy hermosas las recomendaciones que el santo mártir da a los presbíteros de la Iglesia de Filipos: Más también los ancianos presbuteroi han de tener entrañas de misericordia, compasivos para con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a todos los enfermos; no descuidándose de atender a la viuda, al huérfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres, muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto, lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores de pecado .

Tertuliano… Tertuliano aporta una serie de términos técnicos para designar a los ministros sagrados. No se sabe a ciencia cierta si Tertuliano fue sacerdote; sin embargo, dada su formación jurídica, habla de tres términos: ordo (orden), plebs (pueblo) y clerus (clero). El término ordo se usaba en el derecho romano para hablar de un conjunto de personas cualificadas y Tertuliano lo contrapone a plebs, que viene a ser el pueblo sin más, es decir quienes no son ministros sagrados. De esta manera, Tertuliano distingue el ordo sacerdotalis —que viene a ser la jerarquía, pues se refiere de modo directo a los ministros sagrados — del pueblo integrado por aquellos que hoy llamamos laicos. En cuanto al término clerus, Tertuliano lo refiere al Obispo de manera directa pero también lo hace extensivo a los presbíteros y diáconos.

 Hipólito de Roma… En cuanto a la ordenación de los diáconos se indica con claridad que éste no es ordenado para ejercer el sacerdocio sino para servir al Obispo. Además, es el Obispo quien lo ordena aunque en la ceremonia es conveniente que los presbíteros le impongan las manos. A este respecto leemos: Cuando se instituye un diácono, sólo el Obispo le impone las manos, porque él no está ordenado para el sacerdocio, sino al servicio del Obispo y para hacer lo que éste le indique. En efecto, él no forma parte del consejo del clero, sino administra y señala al Obispo lo que es necesario.

No recibe el Espíritu común del presbiterio, del que participan los sacerdotes, sino sólo aquél que le es confiado bajo el poder del Obispo. Es por eso que sólo el Obispo ordena al diácono. Sin embargo, es conveniente que los sacerdotes les impongan las manos, a causa del Espíritu común y semejante de su cargo. El sacerdote, en efecto, tiene el poder de recibir el Espíritu, pero no el poder de darlo. De este modo, no instituye a los diáconos. Sin embargo, para la ordenación del Sacerdote, él hace el gesto, en tanto que el Obispo ordena.


En relación con los obispos, la Traditio apostólica señala: Que se ordene como Obispo aquél que, siendo digno, haya sido elegido por todo el pueblo. Una vez pronunciado su nombre, y aceptado, el pueblo se reunirá, el día domingo, con el Presbiterio y los obispos presentes, quienes con el consentimiento de todos, le impondrán la mano mientras el Presbiterio se mantiene en quietud. Momentos antes de que el celebrante principal, pronuncie la oración de consagración se recomienda silencio: Que todos guarden silencio, orando en su corazón por el descenso del Espíritu Santo.

Acto seguido, el celebrante principal imponiendo las manos sobre el ordenando debe pronunciar la plegaria de consagración. A este respecto, la Traditio apostólica señala: Después, que uno de los obispos presentes, a pedido de todos, imponiendo la manos sobre aquél que se ordena obispo, ore diciendo: Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo (2 Corintios capítulo  1 versículo  3), que habitas en lo más alto de los cielos, y miras a aquél que es humilde que conoces todas las cosas antes de que se manifiesten (Daniel capítulo 13 versículo  42), que diste las reglas de tu Iglesia por la palabra de tu gracia, que predestinaste desde el origen la familia de los justos descendientes de Abraham, que instituiste a los jefes y a los sacerdotes, y que no dejaste tu santuario sin servicio; que te complaces desde la creación del mundo en ser glorificado en los que elegiste, que además expandes el poder que viene de ti, el del Espíritu Soberano que diste a tu Hijo bien amado Jesucristo y que él acordó a tus santos apóstoles para que fundaran la Iglesia, en todos los lugares, como tu santuario, para gloria y alabanza incesante de tu nombre. Padre, que conoces los corazones, acuerda a tu servidor, a quien elegiste para el episcopado, que enseñe a tu santo rebaño y que ejerza con respecto a ti el soberano sacerdocio sin reproche, sirviéndote día y noche, que torne sin cesar tu rostro propicio y ofrezca los dones de tu santa Iglesia; que tenga, en virtud del Espíritu del soberano sacerdocio, el poder de perdonar los pecados según tu mandamiento (Juan capítulo  20 versículo  23); que distribuya los cargos siguiendo tu mandato y que libere de todo lazo en virtud del poder que tú le diste a los apóstoles (Mateo capítulo  18 versículo  18); que te agrade por su dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable para tu Hijo Jesucristo, por quien tiene tu gloria, poder, honor (Padre e Hijo) con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. De esta plegaria de consagración conviene fijarnos en algunos puntos. En primer lugar, se habla de una donación del Espíritu Santo sobre el Obispo consagrado de tal modo que se constituye en el sacerdote por excelencia de la comunidad, pues recibe el Espíritu del soberano sacerdocio. De esa forma, es el liturgo y maestro de la Iglesia particular. Por eso, el Obispo debe predicar el Evangelio, enseñando así a su rebaño; ofrece el sacrificio, perdona los pecados y distribuye los diversos ministerios. En fin, es el primer responsable en el gobierno y santificación de su grey. En cuanto a la ordenación del presbítero se indica que el obispo debe imponer las manos sobre la cabeza del candidato: Cuando se ordene a un sacerdote, que el obispo imponga la mano sobre su cabeza, y que los otros sacerdotes lo toquen igualmente Inmediatamente después el obispo recita la plegaria: Luego debe expresarse de la misma forma establecida anteriormente para con los obispos, orando y diciendo: Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, así como un día miraste a tu pueblo ordenando a Moisés elegir a los ancianos a quienes Tú llenaste del Espíritu, mira ahora a tu servidor aquí presente y acuérdale el Espíritu de gracia y de consejo del presbiterio, a fin de que ayude y gobierne a tu pueblo con un corazón puro. Además, Señor, cuidando indefectiblemente de nosotros, acuérdanos el Espíritu de tu gracia, y tórnanos dignos, una vez colmados de este Espíritu, de servirte en la simplicidad del corazón, alabándote por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y tu virtud (Padre e Hijo) con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. De la plegaria de ordenación presbiteral remarcamos que el presbítero está profundamente relacionado con su obispo. En efecto, es el obispo quien lo ordena, y pide que sobre el candidato venga el Espíritu de gracia y de consejo del presbyterium. La referencia a los setenta ancianos que colaboraron con Moisés sugiere que los presbíteros ayudan al obispo en el gobierno de la comunidad cristiana.

“No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David; su sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible”. Palabras sobre la Eucaristía o Misa empleadas por Ignacio de Antioquía en el siglo I. fue el primero de los PP. En emplear el termino Eucaristía.

 Justino Mártir…Uno de los primeros apologistas cristianos. Aquí le ofrezco unas selecciones de su carta al Emperador Antonino Pío.

“El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos y oramos por nosotros… y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones, y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna… Luego se lleva al que preside el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones… Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido amén, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino “eucaristizados”.

 A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó”.


Agustín de Hipona… No escribió un tratado sobre el ministerio ordenado pero podemos hacer mención de algunas referencias al respecto. El Hiponense se refiere al ministerio ordenado con el nombre de Sacramento del Orden y define su forma a partir de la imposición de manos por parte del Obispo “Manus ordinationis imponere” La definición es clara y alude a la tradición. El triple ministerio ordenado llega por la imposición de las manos del obispo y de los presbíteros cuando se trata de la ordenación de uno de estos menos del Diacono y el Obispo. La vida del sacerdote debe estar movida por la Caridad. Como aporte es el primer teólogo que trata el tema del sacerdocio en la teología occidental con referencia clara a su universalidad que emana de su carácter… Según el Hiponense el sacerdocio al ser recibido por la imposición de manos del Obispo es válido y no importa si no se refiere a la virtud de su condición en la Iglesia, es decir, sino está el Obispo en comunión con la Iglesia (romana) el ministerio que imparte es válido porque no se refiere a la virtud sino al carácter. Que interesante que los que contradicen por ignorancia el ministerio ordenado en nuestra Iglesia lean al Hiponense, el pensamiento de un hombre que vivió hace 1500 años.  Para el Hiponense Cristo es Sacerdote y Mediador: Unicum sacrificium mediatoris veri sacerdotis. Necesarius erat mediator, hoc est reconciliator… Agustín une el sacerdocio con el sacrificio de Cristo y es por demás el primero de los PP. De la Iglesia en hablar de la espiritualidad sacerdotal unida a la Cruz. Es el sacrificio del sacerdote un signo de la presencia de la Gracia en su vida y ministerio. Es el primero en orar y en atender a sus feligreses. Sin sacrificio no existe reconciliación alguna. También sobre la vocación ministerial deja claro que la existencia del Sacramento del Orden como él lo llama se une a la espiritualidad del resucitado en todos los ámbitos de la Iglesia. Miremos la sentencia latina: Pro nobis tibi sacerdos et sacrificium et ideo sacerdos, quia sacrificarum si nullum sacrificium est nullum sacerdos o si lo preferimos en español Sacrificaremos por ti, un sacerdote y un cura para el sacrificio si no hay sacrificio de cualquier sacerdote. Es audaz su declaración pero deja claro que la función del Presbítero es el sacrificio incruento de la Eucaristía. Es pues la celebración eucarística una de las responsabilidades de mayor importancia en la vida del sacerdote y debe celebrarla con amor y absoluta entrega. “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor; y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “Amén” a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir “el Cuerpo de Cristo”, y respondes “amén”. Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero”.

Comparto un bello Himno compuesto por Tomás de Aquino en el siglo XIII lleno de doctrina sobre la Eucaristía.

Pange lingua, gloriosi
Corporis mysterium,
Sanguinisque pretiosi,
Quem in mundi pretium
Fructus ventris generosi
Rex effudit Gentium, mi lengua, la gloria del Salvador,
De su carne canta el misterio;
De la Sangre, todo precio superior,
Derramada por nuestro Rey inmortal,
Destinado, para la redención del mundo,
Desde un vientre noble hasta la primavera.
Nobis datus, nobis natus
Ex intacta Virgine,
Et en mundo conversatus,
Sparso verbi semine,
Sui moras incolatus
Miro clausit ordine.  De una Virgen pura e inmaculada
Nacido para nosotros en la tierra abajo,
Él, como Hombre, con el hombre conversando,
Se quedaron, semillas de verdad que sembrar;
Entonces cerró en orden solemne
Maravillosamente Su vida de aflicción.
En supremae nocte cenae
Recumbens cum fratribus
Observata lege plene
Cibis en legalibus,
Cibum turbae duodenae
Se dat suis manibus. En la noche de la Última Cena,
Sentado con su banda elegida,
Él la víctima de Pascal comiendo,
Primero cumple con el mandamiento de la Ley;
Entonces como alimento a sus apóstoles
Se da con su propia mano.
Verbum caro, panem verum
Verbo carnem efficit:
Fitque sanguis Christi merum,
Et si sensus déficit,
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides sufficit.     Palabra-hecha-carne, el pan de la naturaleza
Por Su palabra a la carne Él se vuelve;
El vino en su sangre cambia;
¿Qué sin embargo no percibe ningún cambio?
Sólo ser el corazón en serio,
Fe de su lección aprende rápidamente.
Tantum ergo Sacramentum
Veneremur cernui:
Et antiquum documentum
Novo cedat ritui:
Praestet fides supplementum
Sensuum defectui.    Abajo en adoración cayendo,
 La Hostia sagrada saluda;
 Las formas antiguas que salen,
Prevalecen los nuevos ritos de gracia;
Fe para todos los defectos que proveen,
Donde el débil sentido falla.
Genitori, Genitoque
Laus et iubilatio,
Salus, honor, virtus quoque
Sit et benedictio:
Procedimiento extravagante
Compar sit laudatio.
Amén. Aleluya.
Para el Padre eterno,
Y el Hijo que reina en lo alto,
Con el proceder del Espíritu Santo
Adelante de cada eternamente,
Sea ​​la salvación, honor, bendición,
Poder y majestad sin fin.
Amén. Aleluya.


OBISPO
PRESBITERO
DIACONO.



En un principio era escogido por el colegio presbiteral. Se constituía en el garante de la doctrina y liturgia de la Iglesia presidiendo las celebraciones en las que hacia presencia.  Por la imposición de manos de otros obispos.
En su Ordenación, el Obispo impone sus manos y pronuncia la oración de consagración al ministerio ordenado y sus hermanos presbíteros lo hacen después como signo de participación en el colegio de los presbíteros donde compartirá tanto sus funciones como el carácter de su ordenación.
La Diaconía se interpretó como servicio y así fue desde los mismos Textos del N.T. El Diacono no asumía funciones litúrgicas sino de asistencia en las comunidades y apoyo en la pastoral social.




Inicialmente y solo hasta el siglo III tomó la forma que conocemos, antes era ayuda idónea para el Obispo pero sus funciones estaban limitadas por el tamaño de la Diócesis que permitía que solo el Obispo atendiera las comunidades de Fe.

Es la autoridad en la formación y cuidado de la doctrina de la Iglesia. Doctrina ya establecida en la Tradición. El Obispo es signo de comunión visible en la Iglesia y como tal referente de sus enseñanzas no determinando la doctrina sino garantizando que la tradición se mantenga donde la Iglesia se puso de acuerdo u conformidad (Siete primeros concilios).

Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)

El Diacono no celebra “misa de Diacono” puesto que en cuanto a la confección del Sacramento eucarístico  son ministros ordinarios el Obispo y el Presbítero con licencia de este para celebrarla… La consagración del Diacono corresponde a la imposición de manos para el servicio y no para la confección sacramental, sin embargo el Diacono puede bautizar y casar o presenciar enlaces a nombre de la Iglesia  solo con licencia expresa del Diocesano. Está viciada cualquier otra expresión distinta a la correspondiente a su naturaleza ministerial. La Forma de la misa es la consagración o Epiclesis y un Diacono no consagra… 
El Obispo posee en su ejercicio la autoridad de su grado ministerial que le ubica en la cima del mismo. Es el cuanto a ministro de la Iglesia su referencia e institucionalidad. La formación también le comporta grande responsabilidad con la Diócesis y en general con la vida y obra de sus colaboradores los Presbíteros y Diáconos.
En Pablo recibe el nombre de anciano por la connotación de sabiduría y autoridad en la asamblea o Ekklesia.
Las acciones litúrgicas de un Diacono son por excelencia presidir las oraciones y devociones de la Iglesia que puede acompañar por una breve reflexión sobre sus lecturas de la Palabra (Matutina/Vespertina).

Está en su naturaleza ministerial (autorizada)  la celebración de la Eucaristía, el Bautismo, el Matrimonio, la Unción, la Consejería, la Visita pastoral y la Misión evangelizadora.
Su ministerio le inserta en la vida de la asamblea, siendo quien presenta sus inquietudes y necesidades al Presbítero y este al Diocesano.
La figura del Obispo entra en absoluta relación vital con el bautizado, siendo este un bautizado que lleva en su vida a la perfección el ministerio y el compromiso como creyente. En nuestra Iglesia como parte de una familia y con los mismos derechos y deberes de un ciudadano. 
Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)
El primer dato pertinente y fundamental del NT es que el verbo diakonein designa la misión misma de Cristo en cuanto servidor (Mt 10,45 par; cf. Mt 12,18; Hch 4,30; Flp 2,6-11). Esta palabra o sus derivadas designan también el ejercicio del servicio hecho por sus discípulos (Mc 10,43ss; Mt 20,26ss; 23,11; Lc 8,3; Rom 15,25), los diferentes géneros de servicio en la Iglesia, sobre todo el servicio apostólico de predicar el Evangelio, y otros dones carismáticos [11].

El Presbítero, por efecto de su residencia canónica debe informar al Diocesano sobre sus desplazamientos fuera de esta. Y en muchos casos contar con su autorización expresa.
El Diacono, inserto en el siglo por desarrollar una actividad laboral se convierte en un referente testimonial de la vida de la Iglesia y de la praxis cristiana de los valores del Evangelio.
El Obispo ensaña, guía y compaña a sus presbíteros y diáconos.





Ejerce el gobierno de una Diócesis y/o apoya el gobierno de otro Obispo o Diocesano. Administra y confecciona todos los signos de la nueva alianza (sacramentos).

El Obispo, impone las manos y pronuncia la oración de consagración al ministerio ordenado, no hacen lo mismo los presbíteros puesto que es ordenado al servicio del Obispo.



Con ustedes soy bautizado, entre ustedes Obispo. Agustín Obispo de Hipona. El Obispo está inserto en la línea de servicio que le une a Cristo y su autoridad expresa el signo recibido como plenitud el ministerio ordenado bajo la autoridad de la Iglesia a la que incluso el Obispo debe reportar. El Obispo asume la función de gobierno sobre la necesidad de hacerlo y no posee cualidad alguna que lo haga infalible sino que actua en derecho y como tal sus decisiones son acatadas sin que con ello exprese la Iglesia que posee algún rasgo o principio de infalibilidad (idea romana).

La Iglesia es la depositaria del triple ministerio ordenado y es ella la que lo confiere  tanto al Obispo como al Presbítero y Diacono. Solo es Obispo es el ministro de la confección de este sacramento, es decir, solo el Obispo impone las manos y consagra o bien al grado del Presbítero o bien al grado del Diacono.   
Presbítero, algo que es muy fundamental en el ser del sacerdote: su relacionalidad. Este aspecto es fácil de descubrir en el presbítero porque es lo que más resalta en una persona que tiene el ministerio, el servicio, como su razón de ser. Pero conviene recordar que la relacionalidad del sacerdote no se reduce -aunque sea mucho a ser persona de relaciones, con capacidad ejercitada de diálogo y de comunicación, sino que tiene la cualificación que le proviene de la sacramentalidad. Más que persona que tiene relaciones, el sacerdote, porque actúa en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor y en nombre de la Iglesia es persona en relación: con Cristo, con la comunidad, con el Obispo y con el presbiterio; su ser de sacerdote es ser en relación. Esta realidad cualifica sus relaciones.
El diakonein es la característica esencial del ministerio de apóstol. Los Apóstoles son los colaboradores y los servidores de Dios (cf. 1 Tes 3,2; 1 Cor 3,9; 2 Cor 6,1), -servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1). Son ministros de la nueva alianza (2 Cor 3,6) y ministros del Evangelio (cónfer. Col 1,23; Ef 3,6 s), servidores de la Palabra (Hch 6,4). Éstos, en su función de apóstoles, son «ministros de la Iglesia», con el fin de realizar en plenitud el acontecimiento de la Palabra de Cristo entre los creyentes (cf. Col 1,25) y de organizar la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en el amor (cónfer. Ef 4,12). Los apóstoles se convierten en servidores de los creyentes a causa de Cristo, puesto que no se anuncian a sí mismos, sino a Cristo Jesús, Señor (2 Cor 4,5), Son enviados en nombre de Cristo, ya que la Palabra les ha sido transmitida para que la proclamen al servicio de la reconciliación. A través de ellos, es Dios mismo quien exhorta y actúa en el Espíritu Santo y en Cristo Jesús, que ha reconciliado al mundo con Él (cónfer. 2 Cor 5,20).
En relación con los obispos, la Traditio apostólica señala: Que se ordene como Obispo aquél que, siendo digno, haya sido elegido por todo el pueblo. Una vez pronunciado su nombre, y aceptado, el pueblo se reunirá, el día domingo, con el Presbiterio y los obispos presentes, quienes con el consentimiento de todos, le impondrán la mano mientras el Presbiterio se mantiene en quietud. Momentos antes de que el celebrante principal, pronuncie la oración de consagración se recomienda silencio: Que todos guarden silencio, orando en su corazón por el descenso del Espíritu Santo.

 el sustantivo presbítero, denomina al grupo jerárquico que se
Encuentra ubicado Presbyteri‖, seniores y presidentes. Con las tres expresa la misma realidad
ministerial, pero de ellas interesa analizar la derivación que saca de la palabra
Presbítero. Con entre el Obispo y los Diáconos.
Mujeres y Hombres (en nuestra Iglesia)








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