DÉCIMO-CUARTO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 18. Éxodo capítulo 12 versículos
1-14. Salmo 149. Romanos capítulo 13 versículos 8-14 Mateo capítulo 18
versículos 15-20.
La escena, larga por
demás, en la que el Éxodo recrea la celebración de la Pascua está condicionada por los estilos literarios
y sus géneros, es clave comprender que es un Texto de redacción Deuteronomista que se afirma fundamentalmente en tradiciones
pre-israelitas que se remontan a la
vida delos pastores nómadas que vagaban por la inmensidad del desierto y
territorios vecinos. Era central en estas celebraciones que se sacrificara, se
consumiera lo sacrificado en un ambiente festivo por el bien de los rebaños y
en augurios de prosperidad y salud para todos como de protección en sus
recorridos. Recordemos que la lectura del Éxodo del domingo anterior (zarza
ardiendo) perseguía la finalidad de mostrar la revelación como anterior al
mismo Moisés y a su en formación pueblo). El compartir tanto la carne con los ázimos es
signo de la presencia de otras fiestas que los hebreos fusionaron en la Pascua.
Moisés y su movimiento para salir de Egipto y celebrar culto a Yahveh coincide
abiertamente con la celebración judía de la fiesta de Yahveh lo que sin duda la relaciona con momentos
determinantes como por citar uno su relación con la “decima plaga” y la salida
de Egipto. La preparación implicaba asumir que durante un periodo de tiempo
era necesario transitar por el desierto buscando tierras para establecerse.
Recordemos que cuando los hebreos llegaron a Egipto no poseían tierras en
aquella Nación. La búsqueda los lleva en una dirección incierta pero a cambio
de su condición ganan una relación liberadora con Dios que los escoge como su
pueblo. Gracias a que los hebreos no tenían una cosmovisión religiosa definida
como los egipcios que adoraban deidades cuyo registro se remontaba miles de
años en el pasado, es decir, ya habían desarrollado toda una estructura mental.
Los judíos estaban en una postura distinta
estaban apenas construyendo sus estructuras de Fe cuando Dios (Yahveh) se
manifiesta y los toma como su pueblo, desde luego el plan de Dios es
estructurador de la realidad que a partir de ese momento crítico ellos vivirán
hasta el presente… Este rito de la Pascua los consagra incidentalmente a dios,
así se percibe en la mentalidad judía. El proceso de la misma Pascua es desde
esta perspectiva el comienzo de la revelación salvífica como tal. Abraham
recibe una promesa pero Moisés recibe un pueblo, lo que implica toda una
estructura con su cosmovisión. La Pascua es el primer signo antropológico de
Alianza en los términos socio-culturales aceptados, recordemos el origen de
esta fiesta. Solo para nuestra formación, el relato culmina con la décima plaga
(muerte de los primogénitos) es de tradición Sacerdotal (año 470 a. C).
El Apóstol Pablo propone
como vivencia de Fe la relación entre nuestras acciones y los sentimientos que
desencadena el cumplimiento de la Ley. Pablo no está interesado en la Ley
Mosaica quiere potenciarla como consecuencia del Evangelio. Ya no habla del cumplimiento de ella sino de
la Ley de índole universal que nos relaciona esencialmente los unos con los
otros. Es pues una alusión a la hermandad que debe primar entre todos los seres
humanos gracias a la obra de Cristo. No es solamente mi prójimo el que señala Levítico
(miembro del mismo pueblo y Tribu), es todo ser humano y con extensión a la
naturaleza. Digamos que el Ethos Paulino
escala por sobre las consideraciones ritualistas de la Pascua judía y nos
introduce en la relación de índole Cósmica entre Cristo y la humanidad. Su
concepción de la Moral está relacionada vitalmente con la actitud que define al
creyente en Cristo, es hora de “despertar” entendiendo este término por
transformar la existencia bajo la primicia de la Resurrección y su Pascua
definitiva. La profundidad de su reflexión nos lleva a prepararnos para el
desenlace natural de la existencia que
en términos espirituales es apenas el comienza de la realidad acabada de la
humanidad. El Texto Paulino que sigue fue determinante en la conversión del
Hiponense y la necesaria confrontación con las obras no iluminadas de la
humanidad, es decir, de acciones de pecado (Versículos 13-14). Pablo nos aporta
doctrinalmente la apreciación que establece entre pecado y concupiscencia, siendo el pecado las acciones contrarias a
las enseñanzas evangélicas y la concupiscencia la carne o condición natural del
ser humano que reclama según sus necesidades (perdida de los dones
preternaturales).
Mateo continúa en la
dinámica anterior sobre la relación con los demás, es decir, con el próximo o
prójimo que está en contacto con mi existencia su intríngulis. La realidad de
las relaciones en la Iglesia demanda de nosotros mucha atención y la capacidad
para discernir sobre el valor de sus vínculos y como llevarlos por obra. El
pecado se manifiesta siempre en nuestro devenir y así debemos entenderlo y
trabajar por erradicarlo de las relaciones redimidas entre bautizados. La
inclusión de la Asamblea o Ekklesia es determinante si las creyentes viven su
relación de fraternidad y dan espacio en
sus vidas al crecimiento en estos vínculos relacionales.
Los judíos conservaban
practicas excluyentes que aplicaban según fuere la necesidad, lo hacían en la
vida social, económica, y religiosa como política y normalmente el pertenecer a
una o determinada formación social así mismo condicionaba el trato que debían
recibir y dar a otros. Nada más alejado del Evangelio que prioriza en el
“Mandamiento Nuevo” la relación de
hermandad en Cristo. Las prácticas de excomunión las equiparaban a la
separación de los enfermos o personas en situación de pecado que eran
considerados “impuros” para el Evangelista la corrección fraterna suspende ese
peso impositivo de la Ley Mosaica y abre la puerta para la auténtica Reconciliación y Conversión.
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