TERCER
DOMINGO DE PASCUA, AÑO A… Hechos de los apóstoles capítulo 2 versículo
14ª,36-41. 1 Pedro capítulo 1 versículo
17-23. Evangelio de Lucas capítulo 24 versículo 13-35.
Pedro introduce su
discurso con una afirmación de su Fe en el Señorío y autoridad de Jesucristo
dejando ver que su triunfo sobre la muerte le entrega el disfrute de sus
prerrogativas las mismas que poseía antes de su Encarnación. Pedro ve con
absoluta claridad que Jesús una vez resucitado entra en la Gloria eterna para
reinar sobre la Creación y que da fe de la Salmodia que lo señala como tal,
solo para nuestra reflexión compartimos: Salmo 110 y su señalamiento mesiánico;
Salmo 16 y Salmo 2, 7 es el Hijo de Dios no hay duda al respecto desde la
perspectiva de una “mirada de Fe”… La Conversión
en esta dinámica no es otra que la respuesta positiva a las afirmaciones
anteriores. El Creyente abandona su antigua condición y se abraza a su nueva
realidad en Cristo Señor. El Bautismo es
el signo inequívoco de este cambio de vida y gracias a su poder regenerador el
bautizado empieza a vivir como Criatura
Nueva destinada al Reino de Dios… Aparece el Don del Espíritu Santo que es lo propio de los hijos de Dios y su Gracia significante es la que puede
transformarnos en verdaderos discípulos testimoniales de Cristo en su Iglesia. El
número de quienes se bautizaron sin duda es simbólico y obedece a la perfección
de los atendieron el llamado y abrazaron
la Fe en el Resucitado.
Pedro prosigue su
intención discursiva al plasmar la vida presente como un “destierro” dado que
los bautizados saben que son fruto de la Gracia y destinados a la eternidad. Es
el llamado a vivir teniendo presente la temporalidad de nuestra existencia
terrena y un recordatorio de la importancia de darle su lugar a todo lo que
construimos y vivimos todos los días sin descuidar la trascendencia. Fuimos
rescatados a un precio supremamente alto al que nadie en este mundo puede
cubrir porque la justificación no es valor monetario o equiparado como tal es
ni más ni menos que la Sangre de Cristo
derramada en la Cruz. Pedro insiste en la Predestinación de nuestro rescate porque la obra de Cristo está
concebida antes de la fundación del mundo. Nuestra Esperanza está fundada en la
Misericordia de Dios y por medio de su Hijo resucitado se concreta en cada uno
de nosotros los bautizados. Es pues una amonestación a los bautizados para que
vivan de forma consecuente con los dones recibidos en el Pacto Bautismal dando así testimonio de la Resurrección de
Cristo. Esta centralidad está constituyendo paulatinamente nuestro crecimiento
espiritual y así mismo dicta la posibilidad cierta y segura de nuestra futura
trascendencia. Vivamos en este mundo con
ojo puesto en la eternidad.
Emaús
marcará
la intencionalidad Lucana por antonomasia al recordarnos que la Nueva Condición
del Resucitado será también la nuestra una vez concluya nuestra presentación en
este mundo. Es pues un recordatorio de las “nuevas” relaciones del Creyente con
su Señor ya glorificado y victorioso. El imperio de la muerte ya no podrá
nublar nuestras mentes y corazones y por el signo del Amor fraterno le
reconocemos cada día. En Emaús la realidad resucitada de Cristo atestigua su
nueva y definitiva condición que ya no será percibida por los sentidos sino por
el grado de interioridad y relación vital alimentada con Él en los Medios de Gracia que la Iglesia nos
brinda, es en la Oración, Meditación de
la Palabra Revelada y en la vida Sacramental como el bautizado crecerá hasta la
eternidad. Ver a Cristo es posible cuando su presencia se convierte en vital
alimento diario de lo contrario pasa como quienes dicen hoy creer en Dios pero
no hacen nada para alimentar su Fe esa idea que dicen tener fenece porque lo
que no se alimenta desaparece o pierde su peso… Las relaciones espirituales son
necesarias para crecer en la Fe y su praxis. Los signos son claros (Pan y
Pescado) como indicando desde la Iglesia primitiva la figura de la Santa
Eucaristía el epicentro de nuestra vida resucitada. Cristo mismo les explicó
las Escrituras, encontramos una bella síntesis de los “Medios de la Gracia”. El
Corazón les ardía, porque ellos
vivieron el encuentro inmediato que desde antes muy seguramente estaban
cultivando con el Resucitado. No es un mero y casual encuentro es la relación
fraterna que supera las barreras de los sentidos y la incredulidad para
instalarse en lo más profundo del corazón… En el Símbolo Eucarístico se
abrieron sus ojos, en la nueva y vital forma de su presencia resucitada y
escatológica. Se dijeron el uno al otro
¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras… Versículo 32. Lo anterior da la impresión de
haber sido una manifestación del Señor justo después de su Resurrección. La
inmediatez de la Fe da paso a la certeza de su presencia. La acción del Espíritu Santo mueve el corazón
de los discípulos que muy seguramente estaban en la fase de la aceptación de lo
ocurrido con Jesús y sus corazones estaban retenidos por los sucesos vividos
por Jesús. La misión apostólica contará con la Certeza de haber compartido con
el Resucitado estos momentos o coloquios espirituales que sin duda alimentaron
y robustecieron su Fe.
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