jueves, 20 de abril de 2017

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA,...

Segundo Domingo de Pascua, Año A. Hechos de los apóstoles capítulo 2 versículo 14ª, 22-32. 1 Pedro capítulo 1 versículo 3-9. Salmo 16. Juan capítulo 20 versículo 19-31.


Lucas nos presenta en el Texto de Hechos de los apóstoles el “discurso paradigmático” de Pedro presentando para los Israelitas y foráneos, la exposición de la vida y obra de Jesús bajo el signo posterior a los acontecimientos de la Pasión. Es interesante dado que estamos ante el primer discurso esquematizado de índole kerigmatico por parte de Pedro y con ello busca generar conciencia sobre la verdadera identidad de Jesús y como el pueblo judío terminó dándole el mismo trato que a los profetas. Pedro establece una relación directa con el pasado hebreo pero  aclara el vínculo  tan estrecho entre Dios y su Adorado Hijo. Esta concepción de Fe será el fruto de todo un recorrido espiritual que inició con la elección por parte de Jesús… La centralidad de este discurso no es otra que la de asumir desde el testimonio personal quien es Jesús y como se transforma en el Cristo de la Fe. Como el Hijo de Dios deja su condición terrena para reinar en la gloria eterna. Pero el testimonio de los discípulos será fundamental para que el mundo crea. Recordemos hermanos que el contenido de los Evangelios son modelo de la predicación primitiva en la Iglesia y como esta se encaminaba a fundamentar la figura del Salvador. Pedro se apoya en el Salmo 16 para anunciar las buenas nuevas del tiempo de Salvación inaugurado por Jesús y continuado por Voluntad del Padre en el Espíritu Santo. La Era del Espiritu de Dios parte de la predicación del Señor y su Resurrección se constituye en el signo más poderoso y luminoso de todas las manifestaciones de Dios en la Creación.  La versión de los LXX nos da luces sobre los términos más empleados comparativamente hablando (fosa-tumba-muerte-corrupción). El Salmo 16 se une literalmente e intelectivamente al discurso de Pedro y se constituye en  soporte literario de su mensaje exaltando las profecías sobre los tiempos mesiánicos ya plenificados y ejemplarizados en Cristo Resucitado. 

En 1 Pedro capitulo 1 versículo 3-9, el autor Inspirado nos deja ver la relación ritual que vincula el A.T con los escritos del N.T está empleando una fórmula de bendición contenida particularmente en el Libro del Génesis capítulo 14 versículo 20 “Bendito sea el Dios Altísimo” en este pasaje citado por Pedro intencionalmente se rinde tributo a nominales del Nombre de Dios como “Altísimo” y de paso engancha gramaticalmente la Adoración de su Hijo Resucitado. Pedro invoca el poder de la Fe como fundamento de la relación con Dios. La Fe en la revelación última y plena que es el propio Hijo de Dios o la “última palabra de Dios a la humanidad”… Nuestra certeza se llama Jesucristo y en su Nombre y sacrificio estamos destinados para la Salvación por el inmensurable amor de Dios por su Creación y nosotros contenidos en ella. El vínculo bautismal es el nexo de nuestra Fe y praxis espiritual. La Fe como Virtud teologal es un precioso regalo de Dios a la humanidad para establecer una relación salvífica y trascendente.

En el Evangelio Joanico capítulo 20 versículo 19-31 se transmite en un sentido muy fraterno esta manifestación del Resucitado. Dejando ver los atributos con los que adornará la vida de la Iglesia y los bautizados. Nos referimos a dones que solo llegan a nosotros por la Resurrección del Señor, La Paz mesiánica, el don de su Espíritu y el vínculo de la fraternidad y la caridad cristiana. Son las cualidades que establecerán la diferencia entre los bautizados y quienes rechazando a Dios se niegan a participar de sus dones amorosos.  El “soplo” de Jesús sobre los discípulos y demás asistentes es signo inequívoco de la relación salvífica establecida desde el origen mismo del mundo, así parece decirlo en consonancia con  (Génesis capítulo  1 versículo 2 ss) para Juan apenas inician aquí los coloquios fraternos con el Resucitado lo que afirmará la Fe de los discípulos y amigos. El signo de las llagas expuestas es una mirada de Fe que alimentará la experiencia espiritual del bautizado de todas las épocas. No son las huellas de la Pasión sino las consecuencias de amarnos al extremo lo que marcará la diferencia entre su sacrificio y muerte de Cruz y otros eventos que pueden ser comparados en su época o posterior. La actitud de Tomás es consecuente con su experiencia espiritual. Pasar toda la vida literalmente “metidos” en actividades de la Congregación no significa autentica vida en Cristo o espiritualidad dependerá de nuestras actitudes y compromisos. Pensemos en nuestro propio testimonio y en quienes pueden creer gracias a nuestro ejemplo y desenvolvimiento social y cultural. Juan termina su exposición con una formula muy común en los escritos del N.T: estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre… Versículo 31.

El mundo actual no busca afanosamente la re-afirmación de su Fe sino un modelo para exculpar sus acciones y consolar sus propias dudas. Las “huellas de la Cruz” relacionan al resucitado con la humanidad y sus propias llagas formadas a partir de la guerra entre los pueblos o la ruptura de las relaciones humanas a todo nivel. Las llagas del Señor no fueron vistas por el corazón de Tomás e igual  en el presente hay muchos más “Tomás” que buscan vivir de cara al mundo y abandonan la trascendencia como meta y aliciente de su experiencia en el mundo. Las Huellas del crucificado se quedaran para siempre en el corazón de los bautizados como un recordatorio vivo de lo que significa vivir ya para Cristo.  La afirmación tomasina Señor mío y Dios mío es la definitiva individualización de la Fe en Cristo que se vive intensamente en cada Creyente. Es la aceptación de su Señorío y Soberanía. Podemos afirmar que solo así Cristo el Señor resucitó en el corazón de Tomás. Y por esta experiencia en cada uno de nosotros.


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