VIGESIMO-CUARTO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS, Año A. Propio 28. Jueces capítulo 4 versículos
1-7. Salmo 123. 1 Tesalonicenses capítulo 5 versículos 1-11. Mateo capítulo 25 versículos
14-30.
La historia de los
Jueces de Israel es bien interesante y nos ilustra sobre el papel de estas
personas escogidas por Moisés para ayudarle en la administración de justicia en
el pueblo. Sobresale la figura de Débora una mujer de unas cualidades excepcionales
que daban garantías a quienes acudían donde ella. La justicia es un tema
recurrente a lo largo de este libro Inspirado y
nos sirve para medir la madurez de esta Nación y la forma como se percibía
el poder confiar en las instituciones que encarnaban estas personas tanto
hombres como mujeres. La necesidad de
justicia es propia de los bautizados que rechazan toda forma de violencia y se
unen incesantemente a Dios que hace justicia. Recordemos la sangre de Abel
que clamó desde la tierra por justicia. Recordemos la preciosísima Sangre del
Redentor que en la Cruz hizo la perfección misma de todo lo que es bueno y
justo. Confiemos en nuestras instituciones y asumamos a conciencia nuestra
participación en la “cosa política” acercándonos a las urnas con absoluta
responsabilidad y compromiso, valorando más el interés colectivo que el
personal. Débora es ejemplo de templanza
y responsabilidad con sus hermanos de raza y creencia.
No podemos dejar que el temor nos robe la
Esperanza en la justicia que emana de la Voluntad de Dios. Ponernos en sus
manos es un acto de suprema convicción y Fe, procedamos como jueces de nuestro
propio ejemplo y madures de vida. El bautizado no podrá nunca olvidar que es testigo y testimonio de Cristo en la
familia y en la sociedad y eso conlleva un compromiso maravilloso de mostrar al
resucitado vivo en sus acciones y valores.
“Pero
vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda
como ladrón” (versículo 4). El Apóstol Pablo en la primera
carta a los Tesalonicenses nos indica la razón de su reflexión en medio de una
cultura cívica propia de esta gran metrópoli
donde confluían todo tipo de creencias y actitudes, y desde luego donde muchas
de ellas eran hostiles hacia los fundamentos del Evangelio. No era fácil ser
cristiano en este ambiente pero aun así los bautizados con su ejemplo y estilo
de vida se pueden convertir en luz para otras y otros. Pablo manda a cambiar de vida y asumir con responsabilidad la nueva
condición de los bautizados que no solo viven para sí sino también para Dios.
La sobriedad era una condición
tanto física como espiritual, sin duda, que aquí apunta más a lo espiritual
puesto que la contaminación con todo tipo de creencias era realidad. En todo
momento debemos tener muy presente el sacrificio del Señor en la Cruz, y no
andar como si la exigencia del cristiano fuera negociable. Hoy como hace 2000
años las ciudades poseen su propio dinamismo y no por ello debemos nosotros
dejar a un lado nuestras prácticas tanto cristianas como culticas y solidarias.
No es justo abandonar la Iglesia por situaciones álgidas que se
presentan pero tan mediáticas que desaparecen por sí mismas. La Iglesia en Tesalónica no era la más grande
de las expresiones culticas pero la convicción y Fe de cada bautizado le aseguró
un lugar en el Texto Sagrado de Tradición.
El Evangelio de Mateo, se
enfoca en la justicia que implica el uso sabio y eficiente de los talentos y gracias
que el Señor entrega a cada bautizado. La posibilidad de actuar dentro de los
lineamientos de la justicia es prerrogativa de cada uno de nosotros, pero es
indispensable producir incluso para nuestro crecimiento personal. “Es
también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó
su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según
su capacidad; y se ausentó.” (Versículo 14 y 15). La
capacidad es también compromiso nuestro, no solo la recibimos del Creador sino que
debemos cultivar esa noble condición a imitación del deportista o el artesano
que perfecciona su disciplina o arte.
Es pues fundamental que
los cristianos aportemos nuestras fortalezas en la edificación de una sociedad
y cultura de la vida que aunque suene un tanto utópica pueda reflejar nuestra
vocación a la salvación y por ende a la santidad y su justicia. A diferencia de los poderosos de este mundo
aquel hacendado dio según las capacidades sin cargar o negar nada que auténticamente
se merecieran sus empleados. Es pues una notable exposición de justicia
social al servicio de sus subalternos. Rescatemos pues hermanos el sentido de
justicia que nos hace más y auténticos hijos de Dios, sin guardarnos nada que
no sea útil en la edificación personal, familiar, eclesial, social y demás
compromisos de vida. El valor de lo confiado a nosotros no es lo más relevante,
lo es el amor y la disciplina en la vivencia de nuestros dones y talentos lo
que sin duda hace la diferencia entre los bautizados.
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