martes, 14 de noviembre de 2017

VIGÉSIMO-CUARTO DOMINGO...

VIGESIMO-CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS, Año A. Propio 28. Jueces capítulo 4 versículos 1-7. Salmo 123. 1 Tesalonicenses capítulo 5 versículos 1-11. Mateo capítulo 25 versículos 14-30.



La historia de los Jueces de Israel es bien interesante y nos ilustra sobre el papel de estas personas escogidas por Moisés para ayudarle en la administración de justicia en el pueblo. Sobresale la figura de Débora una mujer de unas cualidades excepcionales que daban garantías a quienes acudían donde ella. La justicia es un tema recurrente a lo largo de este libro Inspirado y  nos sirve para medir la madurez de esta Nación y la forma como se percibía el poder confiar en las instituciones que encarnaban estas personas tanto hombres como mujeres. La necesidad de justicia es propia de los bautizados que rechazan toda forma de violencia y se unen incesantemente a Dios que hace justicia. Recordemos la sangre de Abel que clamó desde la tierra por justicia. Recordemos la preciosísima Sangre del Redentor que en la Cruz hizo la perfección misma de todo lo que es bueno y justo. Confiemos en nuestras instituciones y asumamos a conciencia nuestra participación en la “cosa política” acercándonos a las urnas con absoluta responsabilidad y compromiso, valorando más el interés colectivo que el personal. Débora es ejemplo de templanza y responsabilidad con sus hermanos de raza y creencia.

 No podemos dejar que el temor nos robe la Esperanza en la justicia que emana de la Voluntad de Dios. Ponernos en sus manos es un acto de suprema convicción y Fe, procedamos como jueces de nuestro propio ejemplo y madures de vida. El bautizado no podrá nunca olvidar que  es testigo y testimonio de Cristo en la familia y en la sociedad y eso conlleva un compromiso maravilloso de mostrar al resucitado vivo en sus acciones y valores.

“Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón” (versículo 4). El Apóstol Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses nos indica la razón de su reflexión en medio de una cultura cívica propia de esta  gran metrópoli donde confluían todo tipo de creencias y actitudes, y desde luego donde muchas de ellas eran hostiles hacia los fundamentos del Evangelio. No era fácil ser cristiano en este ambiente pero aun así los bautizados con su ejemplo y estilo de vida se pueden convertir en luz para otras y otros. Pablo manda a cambiar de vida y asumir con responsabilidad la nueva condición de los bautizados que no solo viven para sí sino también para Dios.

La sobriedad era una condición tanto física como espiritual, sin duda, que aquí apunta más a lo espiritual puesto que la contaminación con todo tipo de creencias era realidad. En todo momento debemos tener muy presente el sacrificio del Señor en la Cruz, y no andar como si la exigencia del cristiano fuera negociable. Hoy como hace 2000 años las ciudades poseen su propio dinamismo y no por ello debemos nosotros dejar a un lado nuestras prácticas tanto cristianas como culticas y solidarias. No es justo abandonar  la Iglesia por situaciones álgidas que se presentan pero tan mediáticas que desaparecen por sí mismas.  La Iglesia en Tesalónica no era la más grande de las expresiones culticas pero la convicción y Fe de cada bautizado le aseguró un lugar en el Texto Sagrado de Tradición.

El Evangelio de Mateo, se enfoca en la justicia que implica el uso sabio y eficiente de los talentos y gracias que el Señor entrega a cada bautizado. La posibilidad de actuar dentro de los lineamientos de la justicia es prerrogativa de cada uno de nosotros, pero es indispensable producir incluso para nuestro crecimiento personal. “Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.” (Versículo 14 y 15). La capacidad es también compromiso nuestro, no solo la recibimos del Creador sino que debemos cultivar esa noble condición a imitación del deportista o el artesano que perfecciona su disciplina o arte.

Es pues fundamental que los cristianos aportemos nuestras fortalezas en la edificación de una sociedad y cultura de la vida que aunque suene un tanto utópica pueda reflejar nuestra vocación a la salvación y por ende a la santidad y su justicia. A diferencia de los poderosos de este mundo aquel hacendado dio según las capacidades sin cargar o negar nada que auténticamente se merecieran sus empleados. Es pues una notable exposición de justicia social al servicio de sus subalternos. Rescatemos pues hermanos el sentido de justicia que nos hace más y auténticos hijos de Dios, sin guardarnos nada que no sea útil en la edificación personal, familiar, eclesial, social y demás compromisos de vida. El valor de lo confiado a nosotros no es lo más relevante, lo es el amor y la disciplina en la vivencia de nuestros dones y talentos lo que sin duda hace la diferencia entre los bautizados.  



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