jueves, 23 de noviembre de 2017

SOLEMNIDAD POR EL REINADO DE CRISTO.

SOLEMNIDAD POR EL REINADO DE CRISTO. PROPIO 29.  Año A. Ezequiel capítulo 34 versículos 11-16, 20-24. Salmo 95: 1-7ª. Efesios capítulo 1 versículos 15-23. Mateo  capítulo 25 versículos 31-46.


El profeta Ezequiel  siguiendo la tradición de Israel centra su mensaje en la relación que se establece entre el pastor y las ovejas, recordamos hoy hermanos que el pastoreo era una ocupación de suma importancia para la economía de Israel como también para las acciones culticas del pueblo. La figura descrita habla de la conciencia que el creyente debe tener sobre sus responsabilidades como  bautizado y miembro vivo de la Iglesia así como de los compromisos que asumimos en la vida de la congregación. Dios pedirá cuentas a cada una de sus ovejas (metafóricamente) y establecerá este juicio de responsabilidades sin importar el grado de conciencia que tengan algunos y algunas de su papel en la Iglesia.

Es un llamado a reconocer los signos por los cuales vivimos nuestra Fe como bautizados sin perder de vista que la justicia está en sus manos. Ante tanta situación difícil aparece la promesa de un orden que inicia en David y culminará en Jesús. El Sumo Pastor es sin duda nuestro Señor a quien si le duele la Iglesia y la vida de los seres humanos.  Es el llamado a no permitir que otras preocupaciones nos arrebaten el objetivo cristiano y la finalidad de ser bautizados. Nada puede estar por sobre nuestro  deber de creyentes que hemos recibido sin distinción alguna en el Bautismo y su Pacto. Las ovejas “gordas” como símbolo de inactividad pastoral o ministerial recibirán tarde o temprano su recompensa por muy exitosas que se presenten entre sus hermanos. La justicia de Dios se manifiesta en su Adorado Hijo y de esta manera la vida de nuestra espiritualidad estará convenientemente encaminada.

El Apóstol Pablo emplea un calificativo típico de su época, me refiero a “santo” que correspondía al seguidor de Cristo y comprometido tanto en su Fe como en las enseñanzas de la Iglesia. La santidad era consecuencia de la vivencia del cristianismo sin esperar confirmación alguna de su santidad más allá de la pertenencia a la Iglesia y al evangelio de Cristo. Pablo reconoce la santidad en la vivencia y compromiso del evangelio por parte del bautizado.

Dejando en claro esta postura es bueno tener presente que tales afirmaciones las enmarca en la perspectiva de la soberanía de Cristo en su Iglesia. Pablo concreta una eclesiología de ribetes cósmicos que está por encima de cualquier otra consideración, miremos parte del Texto a los Efesios: Que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero.  Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia (versículos 20-22).  La esperanza de Pablo recae en la presencia absoluta del Señor en su Iglesia y por ende en la vida y cotidianidad del creyente hasta que este genere una concepción de identidad y relación con Dios que llegue  a la máxima expresión de intimidad y familiaridad, solo así el bautizado vivirá su vocación a la santidad a imagen de Dios que es  Santo.

 La eternidad será consecuencia de como viva  aquí  el  creyente, es como indicar tácitamente con una expresión popular: Como vives aquí en la tierra, así mismo vivirás en el cielo. La cuestión es clara y concreta, ¿Qué le presentarás a tu Dios cuando seas llamado?...

El evangelista Mateo, recrea la escena del Juicio Final con figuras de su época y por demás muy conocidas en la cotidianidad de los creyentes. Las categorías morales que aplica aquí el evangelio son absolutamente claras y tienen todo que ver con la centralidad de la vida y obra de los bautizados. Las relaciones con quienes nos rodean son determinantes y paradójicamente se argumentan hoy en un  medio socio-cultural plagado de propuestas individualistas que se presentan como salvadoras de la humanidad pero que en el fondo solo son motivaciones  egoístas. El otro se convierte en el móvil de nuestra propia conciencia al punto de ser absolutamente significante su presencia.

La expresión “benditos de mi Padre” nos ubica en el plan de la Gracia que se encuentra delante de Cristo y su Iglesia. No es una expresión legalista, por el contrario, apunta a la realización de un modelo de Fe y de vida centrado en las enseñanzas de su Palabra… Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? (versículos 33-37).

 La conciencia sobre el otro y sus circunstancias es un reflejo directo de la consideración de solidaridad y justicia argumentada por Mateo. Es lamentable como cada día los bautizados se encierran en su mundo y se aíslan de sus hermanos y hermanas, por motivos tan variados como: clasismo social, seguridad, economía, cultura, color de piel, pensamiento político, etc. Cada día es más difícil relacionarnos y vivir la Fe como hermanos  y testigos de Cristo. Gran tarea tiene la Iglesia de dar testimonio de su centralidad y opción fundamental por su Señor y no ser más parte de los males antes señalados. Ya es hora de que nos duela lo que le sucede a nuestros hermanos que están junto a nosotros y asumamos una actitud más solidaria y humana (paradoja).



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