VIGÉSIMO-PRIMER
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 25. Deuteronomio capítulo 34
versículos 1-12. Salmo 90: 1-6,13-17. 1 Tesalonicenses capítulo 2 versículos
1-8. Mateo capítulo 22 versículos 34-46.
La escena que describe el
último capítulo del Deuteronomio se resume en el versículo (4) no obstante el
propio Moisés toma posesión de la tierra prometida para su pueblo, recordemos
que solo el patriarca habla con Yahveh lo que implica una representación viva
ante Dios en favor de sus compañeros de peregrinación por el desierto. Moisés
vivió 120 años (según el texto Deuteronomista) recordemos que una larga vida
era considerada signo inequívoco de bendición por parte de Dios. Su cuerpo
inerte fue sepultado y su lugar tomado por Josué del que se dice que el propio
Moisés le impuso las manos versículo (9) este rito designa al sucesor y entra
bajo el signo del Espíritu de Dios que le concede los dones y gracias
necesarias para su presente misión. El cristiano no puede perder de vista que
su esperanza es cierta y que aunque no veamos el Reino de Dios es posible
sentirlo en el corazón como recompensa de una obra bien desarrollada que no es
otra que la vivencia y materialización del Evangelio de Cristo en nosotros y en
nuestro entorno haciendo de la tierra un hogar digno de todas y todos. Es la
promesa que para el pueblo de Israel se convierte en un lugar de destino que
posteriormente les permitirá construir su identidad como sucede aun hoy en día.
La obra de Moisés marcará el destino de
los semitas y los conducirá a enarbolar
las banderas de la lucha en todo tiempo y lugar. La presencia de este líder espiritual y caudillo nos recuerda
que ante toda circunstancia no podemos perder de vista que somos parte activa
de la vida y el quehacer de la Iglesia y nuestras congregaciones, y que en
ellas luchamos por ser liberados de las cargas que trajimos cuando decidimos
vivir en la Iglesia nuestro llamado cristiano. Cada uno atraviesa su propio desierto espiritual lo que implica una
constante dinámica de crecer en el espíritu hasta alcanzar nuestro ideal de
vida cristiana.
La historia de Israel está marcada por la
guerra y los conflictos de credo con sus vecinos. Recordemos
que ellos llegaron a una tierra habitada desde hacía miles de años antes que su llegada. Es una
condición propia de quienes migran buscando una oportunidad de vida o
simplemente un espacio para recomenzar. Continuamos
como bautizados caminando en pos de esta realidad que atesora nuestra
esperanza, ya no de un reino que mana leche y miel (expresión del antiguo Oriente) empleada por
la tradición judía sino del mismo Dios que nos invita a ser parte de su Reino,
es decir, de su inefable presencia.
El
apóstol Pablo nos dice una vez más que el Evangelio es
predicado entre luchas de todo tipo y que esta condición precisamente debe
mantenernos en actitud vigilante. Pablo es radical y su anuncio es por demás
integro ya que se vale tanto de sus palabras como de su ejemplo de vida. Pablo
deja en manos del Espíritu Santo los frutos de su obra misionera asumiendo
humildemente su total dependencia de la Gracia salvífica de Cristo. El prestigio Paulino descansa en su
fidelidad al Evangelio y en su labor bien hecha, la misma que hoy nos cuestiona
grandemente cuando en calidad de ministros ordenados buscamos prebendas que no
son fruto del Evangelio sino de compromisos no muy evangélicos. Pablo indirectamente le pide a los suyos obrar
bajo el signo de la Caridad y no del orgullo. Servir a la Iglesia en el mensaje
Paulino es sobre todo servir con amor y humildad y buscar solo el respeto de la
autoridad de Cristo y no del siglo. La calidad de su donación es incuestionable
y su contenido llena de Esperanza a quienes sin duda escucharon sus palabras.
La única carga posible es la que impone el Amor y la Promoción de nuestro medio
eclesial. Hoy recuerdo las expresivas palabras de san Bernardo de Claraval
Monje francés del siglo XI. “Se atraen
más moscas con una cucharadita de miel que con todo un barril lleno de
vinagre”. Cristiano que quiera servir en la Iglesia de Cristo debe ser
dulce y agradable de lo contrario su servicio se convertirá en una pesadilla
para sus hermanos en la Fe.
El
Evangelio de Mateo, nos presenta a nuestra consideración dos
relatos contenidos en una sola línea de tiempo, es decir, que constituyen una
unidad temática y una intencionalidad doctrinal definida la cual sirve como
argumentación para los capítulos que se suceden a continuación. Rescatamos para
nuestra reflexión eclesial que es
necesario explicitar que la exposición de los mandamientos (1 y 2) que hace el
Señor se apega a las tradiciones tanto Levítica como Deuteronomista, resaltando
la responsabilidad del creyente en la forma como reconoce a Dios y le adora y
de igual forma como acentúa su relación con el otro partiendo precisamente de
la concepción de un único Padre de todas y todos. El Señor asume su postura
desde una visión universalista como personal.
La discusión de tinte
mesianista tiene por objeto esclarecer su origen frente a las afirmaciones
judías sobre la supremacía del Rey David que aunque el Señor desciende de su
genealogía, lo hace en lo humano, más resalta de esta forma su origen Divino. Estamos
viendo un principio de la Cristología Mateana y es la exaltación de la
condición de Dios del Mesías, es decir,
de Cristo que queda claro en la sique de este evangelista y así desea transmitirlo en su Evangelio.
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