DÉCIMO-OCTAVO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. propio 22. Éxodo capítulo 20 versículos
1-4,7-9,12-20. Salmo 19. Filipenses capítulo 3 versículos 4b-14. Mateo capítulo
21 versículos 33-46.
La versión del Éxodo nos
presenta la exposición del Decálogo o mandamientos de la Ley de Dios que se convertirán
en signo seguro de Alianza entre Dios y los israelitas. Esta Ley acompañará la travesía
del pueblo en el desierto y se instalará definitivamente en el colectivo y en
los signos de relación salvífica que empezaran a gestar… Israel como Nación escogida
vive en los Mandamientos inicialmente una serie de normas de contenido social
diseñadas para convivir en paz y estas mismas normas abordan el tema religioso
que terminará por definir la cultura judía. La visión del Éxodo resume la postura de la revelación frente a la
alianza y compromiso de cada judío.
También en cuanto a la prohibición de imágenes culticas se plantea con este
enunciado una separación entre Israel y los demás pueblos (politeístas) como
también se afirma la soberana presencia de Dios, el único Dios entre el pueblo.
Haciendo remembranzas el mayor pecado que los gobernantes de Israel cometieron
fue precisamente el adorar o construir imágenes de las deidades vecinas e
inducir al pueblo a realizar liturgias para rendirles tributo. La idolatría es un fenómeno que nunca hemos dejado atrás,
existe también hoy en día culto a personas y cosas cuyo valor supera la realidad. Los
apegos emocionales, el materialismo, el llamado amor a muerte a una persona, son solo muestras de
las situaciones que están tomando el
lugar de Dios en el corazón del ser humano. El recuento permanente de los Mandamientos
trae consigo el crecimiento y referencia de una Fe comprometida con Dios en su
Hijo Jesucristo.
Recordemos entre otras
cosas que la Iglesia descansa en su dinámica moral sobre el soporte de los
Mandamientos y que todas nuestras enseñanzas de índole moral y social parten de
su continua explicitación. El Evangelio
está unido esencialmente a los Mandamientos de la Ley de Dios, es un rasgo judío
que nuestro Señor nunca perdió. Es pues importante que reconozcamos que nuestras
vidas necesitan ser configuradas a las enseñanzas del Decálogo y que su
vivencia en profundidad es también signo inequívoco de alianza de amor personal
con el Dios de la vida.
Pablo
nos presenta una serie de señalamientos sobre su vida personal y como se vuelca
totalmente sobre su Fe y ministerio en Cristo. Nos dice
entre otras cosas, que estas diferencias, son de índole pastoral al
presentarlas en el contexto de su relación con el Evangelio. En cuanto a su
origen sin duda alguna lo pone en contraposición con los judíos helenizados,
esta afirmación brota de los versículos en los que define su origen y filiación
(5-7) Pablo tiene interés en demostrar, como lo que en el mundo se considera
vital e importante como el apellido, el poder, la fama, y otros más, son solo
situaciones humanas pasajeras y que el auténtico valor del creyente es Cristo.
Es por demás interesante
como presenta la contraposición entre la justicia humana y la de Dios (Romanos-Gálatas)
pero que en la presente Epístola nos afirma con absoluta contundencia la
necesidad de estar unidos a Cristo y saber escoger lo que verdaderamente
trasciende en la existencia de los bautizados. Solo Dios establece la diferencia
entre los buenos y los “no tan buenos” la ley surte efecto pero su efecto no se
compara con el Evangelio y su opción por Cristo, es aquí donde radica la auténtica
felicidad y eternidad del creyente, palabras dichas por Pablo celoso cumplidor
de la norma judía antes de su conversión.
La
visión Mateana, nos muestra un típico ejemplo de alegoría propiamente dicha ya que podemos identificar
con absoluta facilidad a los personajes que en ella (relato) intervienen. Es decir
cada rasgo expuesto posee su significación concreta. En esta dirección diremos
que el propietario es Dios, la viña es
el pueblo elegido Israel, los siervos los profetas y el hijo heredero es Jesús crucificado
fuera de las murallas de Jerusalén. En relación con los asesinos se refiere a los israelitas infieles, y el otro pueblo al que se le confiará la
viña algunos PP. De la Iglesia lo atribuyen
a la Madre de los bautizados…
En orden a la justificación temática es posible encontrar su relación con
un Texto Isainiano (capitulo 5 versículo 1) que hace mención de una viña
propiedad del Señor.
Es supremamente claro el
contenido y su significación, solo queda de nuestra parte tener muy presente
que las costumbres, actitudes y forma de vida, son clave a la hora de aceptar o
rechazar el Reino de Dios y su Justicia. Hoy debemos revisar nuestra vida y
como estamos cuidando la viña que el Señor nos entregó y en esta viña las
relaciones con Él y con quienes nos rodean son la imagen de un fruto sano o
debilitado por las estructuras de pecado. La viña necesita de nosotros y de nuestros
cuidados de lo contrario sus frutos no podrán saltar hasta la eternidad como es
el deseo del Señor. Es apenas natural que el Señor quiera los frutos de la
semilla que el Bautismo plantó en nosotros. La figura de la viña es un recordatorio de cómo somos simples
administradores de la vida y sus recursos, y como todo confluye en Dios, tanto
el que trabaja, como la tierra y sus frutos.
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