miércoles, 11 de octubre de 2017

DÉCIMO NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...

DÉCIMO NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 23. Éxodo capítulo 32 versículos 1-14. Salmo 106:1-6,19-23. Filipenses capítulo 4 versículos 1-9.  Mateo capítulo 22 versículos 1-14.




La escena descrita por el Éxodo se constituye en un acto de desobediencia del pueblo ante la ausencia de su líder y guía, es decir, de Moisés. Las figuras que podemos encontrar como el becerro de oro era en verdad la imagen de un toro joven que los pueblos del oriente antiguo tenían por deidad. Es importante que tengamos presente que se refieren con el tema de esta imagen a la construcción de un nexo físico con el Dios que se revela y que solo habla con Moisés. Es una equiparación a lo divino o trascendente o incomprensible para el pueblo cuyo contacto constante con otras naciones le permitió ser permeado por sus distintas costumbres socio-culturales que sin duda no dejaron lo cultico a un lado sino que fue parte integral de su culturización o transferencia de fundamentos culturales en la construcción de su Ethos. Las implicaciones de esta imagen trascienden la simple imitación de un ídolo mesopotámico o asirio sino en realidad la necesidad de materializar o visualizar una liturgia que les permitiera sentir la presencia del Dios que los sacó de Egipto. Es una necesidad humana el tener control o conocimiento de los asuntos o estadios importante en la vida y su intríngulis. El becerro de oro aterriza la connotación de Dios entre los suyos y expresa una necesidad vital por parte de la recreación cultural de Israel desprovisto de vínculos con el Dios vivo (más allá de los conocidos). La incomprensión de la relación con Yahveh es fruto de la poca profundidad espiritual en general de este pueblo que bajo la pedagogía divina transita en el desierto afirmando así que viven un proceso o noviazgo con el Dios revelado. Recordemos la figura del Arca de la Alianza que contiene los signos de esta relación ya digeridos para el pueblo en su elaboración de una conciencia religiosa. Encontramos que su función no dista mucho del intento de antropizar la imagen del Dios vivo y subsistente. Lo verdaderamente importante es que nosotros como bautizados en pacto de amor y eternidad no permitamos que los ídolos del mundo nos alejen de Dios y su propósito salvífico para cada uno de nosotros.

Pablo conoce de su medio y  se desenvuelve con absoluta facilidad y atina en su reflexión. La Virtud de la que habla en la imitación a Cristo nos dice con claridad que se encuentra en medio de una comunidad llena de moralistas de ascendencia griega y judíos helenizados.    Los que reconocen en la palabra Virtud una relación viva con el termino Habito  (acto repetitivo bueno) que define las prácticas cotidianas. Pablo acude a la comparación con la disciplina tanto de un filósofo como también de un deportista, esta disciplina es modelo de vida aun en la imitación de Cristo sea que lo hagamos por ejemplo de otro bautizado o del mismo Pablo. El seguimiento de Cristo es fuente de toda Virtud y sano Habito en el cristiano. Las gracias espirituales son un don amoroso de Dios y solo el que reconoce su valía podrá emplearlos en la edificación de su vida espiritual. La oración es una virtud que el cristiano debe practicar constantemente y sin distracciones por lo que Pablo la asocia a la perfección de los creyentes. La alegría es de índole existencial y es testiga de la vivencia de Cristo en la configuración de los bautizados. La realidad que abordamos desde la perspectiva de nuestra Fe se hace cada día más sólida cuando ponemos en práctica las enseñanzas evangélicas que nos motivan a ser mejores. El cristiano debe reflejar en su vida tanto la alegría de la Gracia como la dedicación de su Fe en Cristo y en su Iglesia.

La visión Mateana sobre el fin de los tiempos es bien diciente. Acude a la figura de una boda donde a pesar de estar todo preparado y de ser el Señor quien convoca a los invitados estos se excusaron despreciando su invitación. Sobre los personajes que intervienen para ubicarnos en el contexto escatológico  diremos: El Rey es el Padre Dios, el Hijo es nuestro Señor, los siervos son sin duda los profetas y apóstoles,  los invitados iniciales son el pueblo de Israel, y las personas que finalmente aceptaron la invitación son en general los cristianos que escucharan en todas las épocas el llamado de Dios en su Hijo y lo atenderán. Es interesante como se relacionan los relatos para confluir en una unidad temática que es el juicio final  donde la preparación es vital ya que nadie podrá entrar a la presencia del Todopoderoso sin la debida Gracia para hacerlo. La preparación salvífica se encuentra contenida en la Palabra de Dios que como guía de nuestra vida sobrenatural está  presente en el ministerio de la Madre Iglesia. Pues en cuanto al “traje” necesario para esta celebración está constituido por las obras de Justicia que acompañan al bautizado en su peregrinación por el mundo y la forma como este traba relaciones con su entorno siendo posible establecer una relación salvífica-restaurada. Toda celebración está enfocada al disfrute de la persona y lo mismo acontece con la Fe de los bautizados, es el disfrute de la felicidad que la Justicia construye en el mundo la que de manera imperfecta nos prepara para la eterna donde no hay imperfección y donde Dios mismo es el objeto de tanta felicidad. Vivamos pues como invitados y preparémonos para asistir cuando el Dios de la vida así lo determine.


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