jueves, 12 de octubre de 2017

COMPRENSIÓN DEL PENSAMIENTO AGUSTINIANO...

COMPRENSIÓN  DEL  PENSAMIENTO  AGUSTINIANO.



INTRODUCCIÓN.



El Hiponense es un hombre que vivió hace ya 1500 años pero no implica con ello que la realidad de su pensamiento sea antiguo ya que sus distintas posturas se actualizan constantemente como quiera que la base teológica de Occidente pasa por sus obras. Fue un cristiano convencido de su Fe y de la necesidad de fundamentarla ante un mundo paralelo de oportunidades y cuestionamientos constantes. Fue en su momento lo que hoy representa en nuestros estudios, fundamento y luz para la formulación  y discusión del dogma. Recordemos las palabras del gran Beda el venerable: Después de los apóstoles no hay en la Iglesia otro magisterio como el de Agustín de Hipona, estas palabras resumen su importancia en la formulación teorica-expeculativa del dogma de la Iglesia (entendiendo por dogma el conjunto de enseñanzas que sostienen nuestra doctrina). Agustín como ninguno vio el mundo matizado por la revelación y por la primicia de su binomio fe-razón ya sostuvo antes que el Renacimiento (800 años)  la necesidad de vincular esencialmente la razón con los presupuestos trascendentales de nuestra elaboración teológica, traduciendo este enunciado sería: La Fe debe ser racional o en sus palabras Que la razón someta a su estudio lo que creemos con el corazón. Miremos algo de su obra para fundamentar nuestro enunciado: “La tradición, la autoridad, la Iglesia y la Biblia sólo nos disponen exteriormente para que interiormente nos ilumine el Verbo, Maestro interior; son mediaciones populares, ya que los sabios se unen directamente con Dios. Pero al mismo tiempo, es imposible entender sin empezar por creer, y todo acto de Fe es también acto de obediencia a la Iglesia (cfr. De Utilitate credendi  10, 24; PL, 42-81 ss)”. Su pensamiento no es posible de entender en la atemporalidad de su enunciado sino se vincula vitalmente a la Iglesia y a sus enseñanzas. La Fe cristiana ha de ser divina, y para eso tiene que apoyarse en el milagro. Cristo conquistó la autoridad divina con sus milagros, ofreciendo a la Fe un camino racional (De Vera Relig., 3, 3: PL, 34, 124). Los milagros son manifestaciones sobrenaturales que dan paso también a la explicación racional del fenómeno que procede de los mismos. Estos matices son congruentes con la necesidad de experimentar y someter al estudio lo que se cree sin desvirtuar con ello sus contenidos pretendiendo simplemente dar razón y peso a lo que hay de certeza en el corazón del creyente. Agustín es un creyente radical y no un científico de lo fenomenológico o mucho menos un intuicionista como prenden catalogarlo por este tipo de afirmaciones. Para continuar desglosando los contenidos del presente ensayo afirmamos que la Biblia  y su contenido son fundamentales en la obra del Hiponense a la que le confiere la suprema autoridad en sus estudios.


CONFLUENCIA  DEL  DOGMA  EN  SU  PENSAMIENTO.


El mundo  de la catolicidad y el protestantismo colocan al Hiponense en el más alto nivel de los pensadores de la cristiandad. Tal afirmación se deja venir por si misma cuando vemos su influjo tanto en la Iglesia Medieval como Moderna y Contemporánea. La presencia del Hiponense es marcada en la concepción de la doctrina cristiana dado que su influjo a diferencia de otros PP. De la Iglesia y Doctores no se manifestó en el terreno político o de las relaciones con el Estado o el Imperio. Es el primer argumento para entender el derrotero de su obra. Stöckl expresó el pensar de todos cuando dijo: “Agustín ha sido justamente llamado el más grande Doctor del mundo católico.” Lutero y Calvino se contentaron con tratar a Agustín con un poco menos de irreverencia que aquella con la que trataron a los otros Padres, pero sus descendientes le hacen completa justicia, aunque lo reconocen como el padre del catolicismo romano. De acuerdo con Bindeman, Agustín es una estrella de extraordinario brillo en el firmamento de la Iglesia. Desde el tiempo de los Apóstoles, nadie lo ha superado. En su History of the Church, el Dr. Kurz llama a Agustín el mayor, el más poderoso de todos los Padres, aquél de quien proceden todos los desarrollos doctrinales y eclesiásticos de Occidente y a quien traen de nuevo cada crisis recurrente y cada nueva orientación del pensamiento. El mismo Schaff (Saint Augustine, Melanchton, and Neander) comparte esta opinión: En tanto que la mayoría de los grandes hombres en la historia de la Iglesia son reclamados por la confesión católica o por la protestante y por tanto su influencia queda confinada a la una o a la otra, él goza de parte de ambas de un respeto igualmente profundo y duradero. Rudolf Eucken es todavía más osado cuando dice: En el terreno de la cristiandad propiamente, sólo ha aparecido un filósofo y ése es Agustín.

El mitrado inglés W. Cunningham no es menos apreciativo de la magnitud y perpetuidad de esta extraordinaria influencia: La totalidad de la vida de la Iglesia medieval estaba enmarcada siguiendo líneas que él ha sugerido: sus órdenes religiosas lo reclamaban como patrón, sus místicos encontraron un tono congenial en sus enseñanzas, su forma de gobierno era hasta cierto punto la realización de su descripción de la Iglesia cristiana; en sus varias partes representaba la puesta en práctica de las ideas que él abrigaba y difundía.

 Tampoco terminó su influencia con la declinación del medievalismo: Y, después de haber establecido que la doctrina de San Agustín estaba en el fondo de todas las luchas entre los jansenistas y católicos en la Iglesia de Francia, entre arminianos y calvinistas por el lado de los reformadores, añade: Y una vez más en nuestra propia tierra, cuando surgió una reacción contra el racionalismo y el erastianismo, fue hacia el Doctor africano hacia quien se volvieron los hombres con entusiasmo: la edición que hizo el Dr. Pusey de las Confesiones fue uno de los primeros frutos del Movimiento de Oxford. Pero Adolf Harnack es quien con más frecuencia ha hecho hincapié en el papel señero que ha jugado el Doctor de Hipona. Harnack ha estudiado el lugar de Agustín en la historia del mundo como reformador de la piedad cristiana y su influencia como Doctor de la Iglesia. En su estudio de las Confesiones vuelve a lo mismo: Ningún hombre desde Pablo es comparable a él con la excepción de Lutero, y añade Aún hoy vivimos según San Agustín, nutridos por su pensamiento y por su espíritu; se dice que somos hijos del Renacimiento y de la Reforma, pero tanto aquel como ésta dependen de él. Miremos las cuestiones clave en el dogma bajo la visión del Hiponense:

Problema donatista. (Donato Obispo de Cartago siglo IV)… San Agustín interviene personalmente contra los donatistas años más tarde, en la llamada época de oro de la apología anti-donatista (393-412), interviene concretamente en la Conferencia de Cartago (411) a la que concurrieron 286 obispos católicos y 279 donatistas. Estos suponían la validez sacramental supeditada a la pureza del ministro que los impartía, desde la perspectiva del Ministerio Ordenado el Hiponense nos deja saber intuitivamente que la validez no depende de su ejercicio moral ya que este se refiere a la virtud como testimonio de vida y no a la disposición para la administración sacramental lo que plantea  necesariamente una separación entre la virtud y la ley canónica cuando esta última determina la validez de la confección sacramental, es pues interesante como se adelanta a san Buenaventura teólogo de la escuela agustiniana y franciscana del siglo XIII cuando proclama la tesis de la interpretación subjetiva de la celebración sacramental. Es pues un aporte importantísimo en la disciplina eclesial y en el reconocimiento del mismo carácter del celebrante. Aquí la Fe no depende del ministro sino de la madurez del cristiano ex opere operato y en contraposición  ex opere operantis, son aportes del Hiponense en la defensa de la valides sacramental y el influjo de la Gracia, sin que con ello anulemos la responsabilidad y disposición personal.

 Agustín argumenta desde la perspectiva de independencia de la Gracia para actuar en el creyente, esa independencia es la misma que nos asegura la relación personal en la dinámica de la Fe entre bautizados y cuya incidencia es de carácter escatológica.  Para culminar la Iglesia reafirma el valor de sus escritos en materia de Fe:

El Quinto Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla el año 553, concluyó con la siguiente declaración en la que incluye a San Agustín: “Señalamos vehemente que sostenemos los decretos de los Cuatro Concilios, y que en todo seguimos a los santos Padres: Ambrosio, Teófilo, Juan (Crisóstomo) de Constantinopla, Cirilo, Agustín, Proclo, León y sus escritos sobre la verdadera Fe”.

El problema del  arrianismo. (Siglo III) fue sacerdote y penitente de origen bereber (la misma tribu de la procedía el Hiponense, otros argumentan que nació en Constantinopla). Este personaje negaba la preexistencia del Verbo Eterno, suponía que el Verbo hecho carne tenía un origen no propiamente divino,  es decir, negaba la Naturaleza divina del Hijo. La defensa de la Fe cristiana por parte del Hiponense se centrará en las Sagradas Escrituras y especialmente en el Prólogo de Juan  “Él es el verdadero Dios y la vida eterna” (Juan capítulo 5 versículo 20). “No estoy yo sólo, porque mi Padre está conmigo” (Juan capítulo 16 versículo 32). “Yo y él Padre somos uno” (Juan capítulo 5 versículo 21). En la actualidad sobreviven tendencias arrianistas que por respeto no mencionaré. La reflexión que parte del pensamiento agustiniano sobre Arrío nos lleva a plantearnos algunas cuestiones y es precisamente como se rompe la Unidad de Sustancia en el seno Trinitario ya que según estas afirmaciones no existe una única Sustancia o Esencia en Dios y estaríamos hablando de la inoperancia del Dogma Trinitario como de la declaración dogmática sobre la Persona Divina de Nuestro Señor Jesucristo y la Paternidad eterna de Dios Padre. Sin duda que el aporte de Agustín consolidó la expresión conciliar aun después de su muerte. Es una presencia que se sintió en el Imperio Bizantino no como declaraciones políticas sino como fundamento de la construcción de una teología universal de índole tanto especulativa como dogmática. Arrío le permite al Hiponense abrirse a muchas posibilidades reflexivas que sin duda beneficiaron a la Iglesia y su Magisterio. No es factible definir dogmas o sus implicaciones antropológicas sin leer y meditar las aportaciones del Hiponense dada la postura universal de sus definiciones. Es importante leer entre líneas la presencia del Hiponense en las distintas manifestaciones de la Gracia y su espectro dogmático, el mismo que le aseguró el reconocimiento de los concilios que esta Comunión de Iglesias acepta. No es posible hablar de sus escritos contra Nestorio, Donato, Arrío, Pelagio sin ver la Gracia que al ser antropizada se convierte en histórica rompiendo a si el discurso sobre su inmanencia la misma que llega a nosotros.

El problema del pelagianismo. (Pelagio monje y penitente ingles del Siglo IV)… La Gracia y el Libre Albedrío son sin duda los argumentos contundentes del Hiponense para enfrentar los errores de Pelagio. Recordemos que Pelagio sostenía que la salvación llegaba por nuestro comportamiento que a imitación de Jesús en lo bueno era suficiente. Pelagio niega la Gracia y condiciona la salvación al “buen ejemplo” de vida que demos o vivamos. La libertad en estos términos no es soberana bajo el concepto de autonomía más no de auténtica expresión de vivencia del bautizado. El Acto Humano que reconocemos en el ejercicio de nuestra Intencionalidad  es suficiente sin que medie la antropización de la Gracia para ejecutar las buenas obras del creyente. Según los pelagianos, Cristo había sido el autor de una enseñanza, un modelo propuesto a nuestra imitación...Opinaban que el hombre y la mujer, una vez recibido el don de la libertad, podían prescindir de Dios y salvarse por sí mismos. De esta manera se desvirtúa la relación intrínseca entre las acciones humanas y la Voluntad de Dios marcando una fallida independencia que solo plugo en la mente de este autor. El problema del pelagianismo fue la oportunidad perfecta para sus escritos sobre la Gracia (me refiero al Hiponense) que se constituyeron en el fundamento de los tratados y definiciones conciliares sobre su necesidad como don y mandato amoroso de Dios. Pues a pesar de la radicalidad agustiniana es importante asegurar que su antropología al partir de la necesidad de Dios se transforma en las bases de la solución de la futura teología sobre la antropología trascendente. Esta postura del Hiponense nos recuerda que la naturaleza humana necesita de la Gracia para ser y  explicitar su vocación tanto al llamado como a la respuesta efectiva a Dios y a nuestro entorno. Es también posible intuitivamente leer los fundamentos de la futura discusión sobre la Gracia en la confección sacramental que durante la Escolástica llevará  a la  Iglesia a esclarecer lo que era oscuro en el siglo V la diferencia entre el Rito celebrado y el rito alcanzado como gracia.  Es decir, que en la dinámica intelectiva de la liturgia es determinante comprender que el rito por sí mismo produce una presencia especial de la Gracia y que la confección unida a nuestra Fe aporta un contenido de naturaleza  salvífico que potencia al rito como tal. La Iglesia se tomó más de 700 años para su apreciación y justo partió de las definiciones del Hiponense sobre la Gracia. El dogma que reviste al sacramento en la exposición de su contenido y cosmovisión es de origen Agustiniano.  Agustín nos recuerda al Apóstol Pablo cuando habla de la solidaridad con Adán (Romanos capítulo 5 versículo 20) y como la Gracia es mayor que cualquier expresión de pecado en el ser humano o en sus estructuras antropológicas. Es precisamente la Gracia que rechaza Pelagio y la que preconiza el Hiponense, sin ella no es posible nada absolutamente en nosotros. Recordemos hermanos que la Voluntad de Dios es eminentemente salvífica para la humanidad, la base doctrinal que las distintas iglesias protestantes en la actualidad aceptan sobre la salvación y la vocación cristiana parten de la definición agustiniana sobre Gracia:

Timoteo capítulo  2 versículo  6: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”. En el 529, el segundo concilio de Orange, condenó a los semipelagianos, pues también, antes de que creamos necesitamos la ayuda de la Gracia.

TEOLOGÍA POLÍTICA DEL HIPONENSE…San Agustín expone su doctrina política en La Ciudad de Dios, su otra obra magna. La circunstancia histórica en que se gestó esta obra, no es un tema menor. Roma cae en manos de los bárbaros en el 410 (comandados por Alarico). Roma era vista como el paradigma de las civilizaciones, esto nos explica el impacto que tal acontecimiento causó. Para algunos la caída de Roma fue vista como el ocaso de la raza humana (San Jerónimo); Orosio juzgaba que los daños producidos por los bárbaros, no obstante graves, eran reparables; para los paganos, la causa de la decadencia de Roma se encontraba en el triunfalismo de los cristianos por haber perseguido el politeísmo.

En verdad, en aquel momento nada estaba claro. El espíritu de Roma, por esencia abierto a la historia, engendraba en ese momento muchas perplejidades. El testimonio de Augusto en el momento de morir, conservado por Suetonio: que me sea dado mantener íntegra la res- pública y verla perdurar a través de los tiempos", creaba un grave escepticismo. En esta circunstancia es cuando San Agustín (año 412) recibe una carta de un oficial cristiano, Marcelino a quien San Agustín dedica La Ciudad de Dios que le preguntaba, por qué Dios desechaba el homenaje de un imperio cristiano, y castiga a la humanidad con tanta destrucción. Un año después San Agustín empezaba a escribir La Ciudad de Dios. También intervino en ello Pablo Orosio, que visitó a San Agustín en Hipona; habiéndole pedido San Agustín, tras largas conversaciones, que elaborase un estudio sobre las ideas reflexionadas, Orosio no solo distorsiona las ideas de San Agustín, publica un libro con el título Historiarum adversum paganos, que algunos, por la similitud con las ideas de La Ciudad de Dios, han confundido con la misma obra de San Agustín; acaso por ello el Obispo de Hipona nunca citará a este historiador. La alternancia de los tiempos...es una cierta imitación de la eternidad, tal como expresa San Agustín; pero, mientras Eusebio de Cesárea expone su doctrina desde una perspectiva cosmológica en el mundo debe existir una jerarquía y un orden, del que la política es una parte.  San Agustín lo hace desde una perspectiva bíblica, a partir de la historia de la salvación, distanciándose claramente de la tradición de los filósofos griegos. En este sentido, San Agustín alaba, en el Libro V de su Ciudad de Dios, la política del emperador Teodosio, porque fue fruto de su humildad y no de la sobre-valoración de las estructuras terrenas. La política de San Agustín se sustenta en una antropología cristiana, qué es el hombre y qué debe ser por dentro el hombre.

San Agustín disiente claramente de ello en “La Ciudad de Dios”: Para San Agustín, Religión y Estado no son dos caras de la misma realidad, son realidades distintas que se apoyan desde sus distintas esferas: el Estado presta a la Fe sus estructuras terrenales y la Fe dicta al Estado sus obligaciones morales, de cuyos cumplimientos, Religión y Estado alcanzarán sus fines propios; así mismo, disiente San Agustín de la tesis donatista de la Felicitas Temporalis, para el Obispo de Hipona la Fe no conlleva necesariamente una Felicitas Temporalis, aunque el Emperador Constantino personalmente la hubiese alcanzado. La afirmación del Hiponense es clara y es el Estado el facilitador de los elementos  para la construcción de una sociedad justa cargada con las intuiciones acertadas de una felicidad que bien podríamos llamar bienestar y derechos. Digamos que siguiendo la ruta de la teología política agustiniana la corrupción y la injusticia social como antítesis del Reino  se constituyen en verdaderas estructuras de pecado que limitan grandemente al ciudadano y postergan el brotar del Reino de Dios en su corazón, es una reflexión atemporal sobre las implicaciones del bienestar en la sociedad y cultura actual.

 SOBRE EL PECADO ORIGINAL… (Sobre el “pecado original” capitulo II) Celestio (teólogo pelagianista), en verdad, se mostró en este error más resuelto, y hasta tal punto, que en un juicio episcopal celebrado en Cartago no quiso condenar a aquellos que dicen que el pecado de Adán a él solo dañó, y no al género humano, y que los niños cuando nacen están en el mismo estado en que estuvo Adán antes de la prevaricación. La postura agustiniana ante el Bautismo y su necesidad se desarrolló en dos momentos igualmente importantes. Recordemos que sus escritos motivaron la condena de los “semipelagianos” y que básicamente en primera instancia recomienda el Bautismo para infantes y no como era la tradición de bautizar a los adultos especialmente en peligro de muerte rompiendo con la vida y su madurez tanto emocional como física y espiritual. El Hiponense pide que los niños sean bautizados porque en ellos está latente “la huella de pecado” la misma que por generación recibieron de Adán aunque ellos no pecaron personalmente pero la solidaridad con Adán se vivió también con Cristo en su Resurrección. En cuanto al segundo momento o instancia aduce sobre la generación del pecado comunicado por la concupiscencia en la naturaleza singular de la persona humana. No podemos desconocer que la vida que Agustín vivió antes de su conversión influyeron en su doctrina sobre el pecado original cometió el exceso de equiparar la actividad sexual con la comunicación del pecado original llevándolo a un plano biológico y no solo espiritual. Digamos que su aporte fue relacionar la generación de la vida racional humana con la huella de pecado y delimitar así la responsabilidad de todos incluso de los pequeños. Otro aporte significativo al dogma fue asumir la herencia de pecado y la necesidad de la Gracia bautismal para romper su influjo sin que con ello implique la perdida de la presencia de la concupiscencia quedando claro que el pecado fue de índole Moral (Romanos capítulo 5 versículo 19).

IMPORTANTE… Es bueno aportar a nuestra reflexión la diferencia entre pecado original y originante, siendo el primero condición de perdida de la Gracia o los dones Preternaturales en la persona humana o estado original. Y originante porque aduce a la configuración de una nueva condición marcada por la muerte y la debilidad, es decir, por la ausencia de lo que se perdió en el pecado original, para tal condición el único remedio posible es Cristo.

DE TRINITATE…  De San Agustín en la clarificación del misterio de la Trinidad ha sido decisivo. Fijó con precisión el significado de los términos clave. Mientras que las Personas divinas son perfectamente idénticas al nivel de esencia y de perfección absoluta, se distinguen al nivel de las relaciones (y personalidades). San Agustín aclara que la identidad del Padre procede de la relación de Paternidad, que solamente Él paseé; la identidad del Hijo, de la Filiación, y la identidad del Espíritu Santo de la donación pasiva (el Don que el Padre y el Hijo se hacen recíprocamente y su procedencia de Entrambos). Las relaciones de la Trinidad Económica e Inmanente son  delimitadas precisamente por sus personalidades y funciones si cabe el término tanto ad-Intra como a ad-Extra. Y cómo la Trinidad confluye en la creación manifestando la presencia de Uno en todos y todos en Uno…

Jesucristo es Dios. Afirmación primera que expresa la realidad más profunda del Señor. Referencia por demás imprescindible que remite al misterio de la Santísima Trinidad, ya que Jesús es Dios, al igual que el Padre y el Espíritu Santo. Siendo Hijo del Padre, posee la misma divinidad que el Padre (y la del Espíritu Santo, habría que añadir). Junto con expresiones directas, Agustín expresa la divinidad de Jesucristo mediante la Palabra “consustancia”, en referencia a las otras Personas Trinitarias, pero sobre todo al Padre. Así, en una obra temprana, De vera religione (389-391), reconoce la consustancialidad del Hijo con el Padre:

“Ningún otro plan se ajustó mejor al provecho del género humano que el que realizó la misma Sabiduría de Dios, esto es, el Hijo Unigénito, consustancial y coeterno con el Padre, cuando se dignó tomar íntegramente al hombre, haciéndose carne y habitando entre nosotros… El Hiponense emplea muy pocas veces el termino consustancial para referirse al Hijo como tampoco escribió un tratado sobre Jesucristo pero lo cita convenientemente en todas sus obras, es ante todo una verdad que en su intelecto no necesita ser sustentada. En defensa del Dogma expresó: “No escuchemos a los que dicen que el Hijo de Dios no asumió un verdadero hombre, ni nació de mujer, sino que mostró a los que lo vieron una carne falsa y una imagen simulada de cuerpo humano.  Si pues, cosas visibles y limpias pueden ser tocadas sin mancharse por cosas visibles y sucias, ¿cuánto mejor pudo la inmutable Verdad, al tomar el alma por el espíritu y el cuerpo por el alma, asumir al hombre entero y liberarlo de todas las enfermedades sin padecer contaminación?... El Hiponense cita la herejía de los “patri-pasionistas” que negaban la Encarnación y sostenían que fue el Padre en la Cruz y no el Hijo que era más bien una especie de proyección holográfica.

“En la Trinidad solamente el Hijo tomó la forma de siervo, juntándola a él en unidad de Persona; es decir, que el Hijo de Dios y el hijo del hombre son un solo Jesucristo.  En virtud de esta única Persona, que consta de dos naturalezas, divina y humana, habla unas veces según la naturaleza divina, como cuando dice: ‘Yo y el Padre somos uno’ (Juan 10, 30); y otras veces según la humana, como cuando dice: ‘El Padre es mayor que yo’ (Juan 14, 28)”.

La única Persona que es Jesucristo es el Verbo, y por lo mismo, Dios Segunda Persona de la Trinidad. De manera sumamente clara afirma Agustín la divinidad de Cristo a partir de su única Persona divina:

“Jesús, Hijo de Dios, es Dios y hombre juntamente. Dios antes de todo tiempo, hombre en el tiempo. Es Dios porque es Verbo de Dios, pues el Verbo era Dios (Juan 1, 1); hombre, porque en unidad de persona, el Verbo unió a sí un alma racional y un cuerpo”. Esta afirmación fue el modelo doctrinal sobre el dogma ratificado en Calcedonia (año 451).
Era ya Hijo único del Padre quien nació como hijo único de la madre; fue hecho en la madre quien se había hecho para sí la madre; siempre eterno junto al Padre, se hace hodierno naciendo de una madre  ; el Padre nunca existió sin él, y sin él nunca hubiese existido su madre.

 SU ESPIRITUALIDAD… El contenido de la espiritualidad de San Agustín puede resumirse en estos temas: vocación universal a la santidad; la caridad: alma, centro y medida de la perfección; la humildad: condición indispensable para desarrollar la Caridad; la Purificación Interior o el Ascetismo: ley de ascensiones interiores; la oración; deber y necesidad, medio y fin de la vida espiritual; los dones del Espíritu Santo; la imitación de Cristo; amor y meditación de la Escritura. Cristo el Maestro Interior que potencia la vida espiritual del bautizado dándole valor a las palabras, intuiciones y pensamientos que gobiernan nuestra vida espiritual.

EL CONOCIMIENTO… Distinguirá el Hiponense  varios tipos de conocimiento, asegurada su posibilidad: el conocimiento sensible y el conocimiento racional; el conocimiento racional, a su vez, podrá ser inferior y superior. El conocimiento sensible es el grado más bajo de conocimiento y, aunque realizado por el alma, los sentidos son sus instrumentos; este tipo de conocimiento sólo genera en mi opinión, tipo de conocimiento sometido a modificación, dado que versa sobre lo mudable (puede observarse la clara dependencia platónica del pensamiento agustiniano solo en este principio que superará posteriormente ); al depender del objeto (mudable) y de los sentidos (los instrumentos) cualquier deficiencia en ellos se transmitirá al conocimiento que tiene el alma de lo sensible. El verdadero objeto de conocimiento no es lo mudable, sino lo inmutable, donde reside la verdad. Y el conocimiento sensible no me puede ofrecer esta verdad.

El conocimiento racional, en su actividad inferior, se dirige al conocimiento de lo que hay de universal y necesario en la realidad temporal, y es el tipo de conocimiento que podemos llamar ciencia (como los conocimientos matemáticos). Ese tipo de conocimiento depende del alma, pero se produce a raíz del contacto con la realidad sensible, siendo ésta la ocasión que permite que la razón origine tales conocimientos universales.

El conocimiento racional, en su actividad superior, es llamado por San Agustín sabiduría; es el auténtico conocimiento filosófico: el conocimiento de las verdades universales y necesarias, las ideas, siguiendo a Platón. Hay, pues, una gradación del conocimiento, desde los niveles más bajos, sensibles, hasta el nivel más elevado, lo inteligible, la idea: Las ideas son formas arquetípicas o esencias permanentes e inmutables de las cosas, que no han sido formadas sino que, existiendo eternamente y de manera inmutable, se hallan contenidas en la inteligencia divina (Quaestio XLVI, De ideis, 2). De esta forma el Hiponense nos hace saber su postura sobre los Universales en su proceso de cristianización.

Las ideas se encuentran, pues, en la mente de Dios. ¿Cómo se alcanza el conocimiento de las ideas? Esta pregunta solo es posible responderla desde la percepción de nuestra racionalidad la misma que se constituye en una huella de Dios en la creación. Esta racionalidad puede ser iluminada por Dios para que nosotros lleguemos a su conocimiento, cito como ejemplo la elección de vida del bautizado que gracias a la presencia de Dios en su vida puede optar por seguirle. La inmortalidad del alma es una característica del pensamiento cristiano y el Hiponense lo refiere a la Voluntad de Dios por medio de la cual se manifiesta a la percepción de los sentidos y materia de la que estamos compuestos. Es claro que solo por Voluntad de Dios lo podemos conocer. La naturaleza no se priva de Dios simplemente no posee como cualidad esencial el verle sino es Dios quien así lo manifiesta. No estoy muy seguro de leer entre líneas el pensamiento del Hiponense y desprender la concepción de un ser capaz de percibir la realidad de Dios por sobre sus propias limitaciones e inmanencia. Salvo lo anterior si es la decisión del mismo Dios.

SOBRE  DIOS  Y  LA  CREACIÓN… También encuentra a Dios en el interior del hombre, a donde el Hiponense acostumbra a dirigirnos para encontrar en nosotros la verdad. Es precisamente por ese camino por el que vamos a encontrar la que suele considerar con propiedad la demostración de la existencia de Dios a partir de las ideas o verdades eternas: el fundamento de tales verdades inmutables no puede estar en las cosas creadas, que son cambiantes, sino que ha de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez, es decir, en Dios.

Respecto a la creación, es el resultado de un acto, libre, de Dios. No obstante, las esencias de todas las cosas creadas se encontraban en la mente de Dios como ejemplares o modelos de las cosas, tanto de las creadas en el momento original como de las que irían apareciendo con posterioridad (abraza un principio de evolución de los seres vivos y las leyes naturales), es decir, de todo lo posible, pero no existente todavía. Es el llamado Ejemplarismo, que se complementa con la teoría, de origen estoico, de las rationes seminales. Los seres materiales se componen de materia y forma, pero no todos han sido creados en acto desde el principio del mundo. En el momento de la creación Dios depositó en la materia una especie de semillas, las rationes seminales, que, dadas las circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a la aparición de nuevos seres que se irían desarrollando con posterioridad al momento de la creación.

SOBRE  EL  PECADO… Para arrojar luces sobre esto el Hiponense distingue dos tipos de modalidades de mal: uno físico y el otro moral. Cabe aclarar que son dos modos de males diferentes y su origen se explica de modo distinto. Es por ello que Agustín al afrontar y dar solución al problema del mal les da respuesta por separado a cada uno de estos tipos de males: el físico y el moral. El mal físico es aquel mal que golpea la integridad física y sensible del hombre. Dentro de este se encuentran las enfermedades, las catástrofes naturales, la muerte. Por otra parte está el mal moral, que representan los males espirituales. Si el primero atenta contra la parte física del hombre, este lo hace a nivel espiritual. Dentro de estos tenemos todo tipo de desorden espiritual que vaya en contra de la justicia, la verdad, el alma del hombre y Dios. La realidad de pecado plantea en el Hiponense una pregunta de índole ontológica sobre la relación de la materia con el mal. Esta realidad es capaz de configurar la existencia del ser humano y limitar (envilecer) su perspectiva de crecimiento tanto espiritual como moral. El Hiponense superó la postura dualista del maniqueísmo y retira la tesis del mal con origen en la materia para constituirlo en la respuesta del desorden ante la pérdida de su orden o estética trascendente…

*** El pecado no es más que el rechazo a Dios y a la ley eterna; al orden instaurado por Él, a su razón y a su voluntad. El pecado es una prevaricación contra Dios, es un intento de destrucción del orden divino. En esta medida, el hombre se convierte en un rebelde, en un adversario de Dios, en un enemigo que lucha contra Él y lo resiste. El hombre a través de su voluntad destruye un orden que es incapaz de volver a crear como fue creado. Pero, el hombre se halla en una tensión, por un lado se encuentra inclinado por los placeres sensibles y corporales, y por otro lado siente la necesidad de acercarse a lo eterno, a lo divino, a lo espiritual, a Dios. Esta concepción del pecado marcará su derrotero y verá en su principio la respuesta limitada del ser humano que no encuentra la felicidad pero aun así muda su realidad por el pecado del que se hace esclavo. Es claro que el mal moral aparece como el resultado de una mala elección en la vida del ser humano. La naturaleza humana aunque redimida no puede renunciar a sus tendencias o inclinaciones pero si puede sublimar o engrandecer el bien que puede hacer. En este punto de la cuestión es innegable la necesidad esencial de la Gracia para superar la esclavitud y potenciar las cualidades del bautizado. No es posible salvación si ella y con ella es posible la eternidad como la elección, es decir, sin Gracia no es posible elegir a Dios o ser elegidos por Él. El rechazar a Dios es propio de la privación de su Amor o Gracia que en la cuestión es lo mismo. Dios nos dió la autonomía moral para acertar y desafortunadamente al ser usada mal produce situaciones de pecado, entonces el castigo del pecado es fruto y consecuencias de esta forma de emplearla.  


APARTES EL SERMÓN 221 DEL HIPONENSE SOBRE LA RESURRECCIÓN…Ningún cristiano duda de que Cristo el Señor resucitó de entre los muertos al tercer día. El santo Evangelio atestigua que el acontecimiento tuvo lugar esta noche. No hay duda de que los días comienzan a contarse desde la noche precedente, aunque no se ajuste al orden mencionado en el Génesis, no obstante que también allí las tinieblas han precedido al día, pues las tinieblas se cernían sobre el abismo cuando dijo Dios: Hágase la luz y la luz fue hecha (Génesis capítulo  1 versículos 2-4). Pero como aquellas tinieblas aún no eran la noche, tampoco habla de días. En efecto, hizo Dios la división entre la luz y las tinieblas, y primeramente llamó día a la luz, y luego noche a las tinieblas, y fue mencionado como un solo día el espacio desde que se hizo la luz hasta la mañana siguiente. Está claro que aquellos días comenzaron con la luz, y, pasada la noche, duraban cada uno hasta la mañana siguiente. Poco después que el hombre creado por la luz de la justicia cayó en las tinieblas del pecado, de las que lo libertó la Gracia de Cristo, ha acontecido que contamos los días a partir de las noches, porque nuestro esfuerzo no se dirige a pasar de la luz a las tinieblas, sino de las tinieblas a la luz, cosa que esperamos conseguir con la ayuda del Señor: La noche ha pasado, se ha acercado el día, despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz (Rom 13,12). Sostiene como lo hace la tradición anterior a él la realidad confesional fenomenológica de la Resurrección del Señor. 

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