COMPRENSIÓN DEL
PENSAMIENTO AGUSTINIANO.
INTRODUCCIÓN.
El Hiponense es un hombre
que vivió hace ya 1500 años pero no implica con ello que la realidad de su
pensamiento sea antiguo ya que sus distintas posturas se actualizan
constantemente como quiera que la base teológica de Occidente pasa por sus
obras. Fue un cristiano convencido de su Fe y de la necesidad de fundamentarla
ante un mundo paralelo de oportunidades y cuestionamientos constantes. Fue en
su momento lo que hoy representa en nuestros estudios, fundamento y luz para la
formulación y discusión del dogma.
Recordemos las palabras del gran Beda el venerable: Después de los apóstoles no hay en la Iglesia otro magisterio como el
de Agustín de Hipona, estas palabras resumen su importancia en la
formulación teorica-expeculativa del dogma de la Iglesia (entendiendo por dogma
el conjunto de enseñanzas que sostienen nuestra doctrina). Agustín como ninguno
vio el mundo matizado por la revelación y por la primicia de su binomio fe-razón ya sostuvo antes que el
Renacimiento (800 años) la necesidad de
vincular esencialmente la razón con los presupuestos trascendentales de nuestra
elaboración teológica, traduciendo este enunciado sería: La Fe debe ser racional o en sus palabras Que la razón someta a su estudio lo que creemos con el corazón. Miremos
algo de su obra para fundamentar nuestro enunciado: “La tradición, la
autoridad, la Iglesia y la Biblia sólo nos disponen exteriormente para que
interiormente nos ilumine el Verbo, Maestro interior; son mediaciones
populares, ya que los sabios se unen directamente con Dios. Pero al mismo
tiempo, es imposible entender sin empezar por creer, y todo acto de Fe es
también acto de obediencia a la Iglesia (cfr. De Utilitate credendi 10, 24; PL, 42-81 ss)”. Su pensamiento no es
posible de entender en la atemporalidad de su enunciado sino se vincula
vitalmente a la Iglesia y a sus enseñanzas. La Fe cristiana ha de ser divina, y
para eso tiene que apoyarse en el milagro. Cristo conquistó la autoridad divina
con sus milagros, ofreciendo a la Fe un camino racional (De Vera Relig., 3, 3: PL, 34,
124). Los milagros son manifestaciones sobrenaturales que dan paso también a la
explicación racional del fenómeno que procede de los mismos. Estos matices son
congruentes con la necesidad de experimentar y someter al estudio lo que se
cree sin desvirtuar con ello sus contenidos pretendiendo simplemente dar razón
y peso a lo que hay de certeza en el corazón del creyente. Agustín es un creyente radical y no un científico de lo
fenomenológico o mucho menos un intuicionista como prenden catalogarlo por este
tipo de afirmaciones. Para continuar desglosando los contenidos del
presente ensayo afirmamos que la
Biblia y su contenido son fundamentales
en la obra del Hiponense a la que le confiere la suprema autoridad en sus
estudios.
CONFLUENCIA DEL DOGMA EN
SU PENSAMIENTO.
El
mundo de la catolicidad y el
protestantismo colocan al Hiponense en el más alto nivel de los pensadores de
la cristiandad. Tal afirmación se deja venir por si misma
cuando vemos su influjo tanto en la Iglesia Medieval como Moderna y
Contemporánea. La presencia del Hiponense es marcada en la concepción de la
doctrina cristiana dado que su influjo a diferencia de otros PP. De la Iglesia
y Doctores no se manifestó en el terreno político o de las relaciones con el
Estado o el Imperio. Es el primer argumento para entender el derrotero de su
obra. Stöckl expresó el pensar de todos cuando dijo: “Agustín ha sido
justamente llamado el más grande Doctor del mundo católico.” Lutero y Calvino se contentaron con
tratar a Agustín con un poco menos de irreverencia que aquella con la que
trataron a los otros Padres, pero sus descendientes le hacen completa justicia,
aunque lo reconocen como el padre del catolicismo romano. De acuerdo con
Bindeman, Agustín es una estrella de extraordinario brillo en el firmamento de
la Iglesia. Desde el tiempo de los Apóstoles, nadie lo ha superado. En su
History of the Church, el Dr. Kurz llama a Agustín el mayor, el más poderoso de
todos los Padres, aquél de quien proceden todos los desarrollos doctrinales y
eclesiásticos de Occidente y a quien traen de nuevo cada crisis recurrente y
cada nueva orientación del pensamiento. El mismo Schaff (Saint Augustine,
Melanchton, and Neander) comparte esta opinión: En tanto que la mayoría de los grandes hombres en la historia de la
Iglesia son reclamados por la confesión católica o por la protestante y por
tanto su influencia queda confinada a la una o a la otra, él goza de parte de
ambas de un respeto igualmente profundo y duradero. Rudolf Eucken es todavía
más osado cuando dice: En el terreno de la cristiandad propiamente, sólo ha
aparecido un filósofo y ése es Agustín.
El mitrado inglés W.
Cunningham no es menos apreciativo de la magnitud y perpetuidad de esta
extraordinaria influencia: La totalidad de la vida de la Iglesia medieval
estaba enmarcada siguiendo líneas que él ha sugerido: sus órdenes religiosas lo
reclamaban como patrón, sus místicos encontraron un tono congenial en sus
enseñanzas, su forma de gobierno era hasta cierto punto la realización de su
descripción de la Iglesia cristiana; en sus varias partes representaba la
puesta en práctica de las ideas que él abrigaba y difundía.
Tampoco terminó su influencia con la
declinación del medievalismo: Y, después de haber establecido que la doctrina
de San Agustín estaba en el fondo de todas las luchas entre los jansenistas y
católicos en la Iglesia de Francia, entre arminianos y calvinistas por el lado
de los reformadores, añade: Y una vez más en nuestra propia tierra, cuando
surgió una reacción contra el racionalismo y el erastianismo, fue hacia el
Doctor africano hacia quien se volvieron los hombres con entusiasmo: la edición que hizo el Dr. Pusey de las
Confesiones fue uno de los primeros frutos del Movimiento de Oxford. Pero Adolf Harnack es quien con más
frecuencia ha hecho hincapié en el papel señero que ha jugado el Doctor de
Hipona. Harnack ha estudiado el lugar de Agustín en la historia del mundo como
reformador de la piedad cristiana y su influencia como Doctor de la Iglesia. En
su estudio de las Confesiones vuelve a lo mismo: Ningún hombre desde Pablo es comparable a él con la excepción de
Lutero, y añade Aún hoy vivimos según San Agustín, nutridos por su pensamiento
y por su espíritu; se dice que somos hijos del Renacimiento y de la Reforma,
pero tanto aquel como ésta dependen de él. Miremos las cuestiones clave en
el dogma bajo la visión del Hiponense:
Problema
donatista. (Donato Obispo de Cartago siglo IV)… San
Agustín interviene personalmente contra los donatistas años más tarde, en la
llamada época de oro de la apología anti-donatista (393-412), interviene
concretamente en la Conferencia de Cartago (411) a la que concurrieron 286
obispos católicos y 279 donatistas. Estos suponían la validez sacramental
supeditada a la pureza del ministro que los impartía, desde la perspectiva del
Ministerio Ordenado el Hiponense nos deja saber intuitivamente que la validez
no depende de su ejercicio moral ya que este se refiere a la virtud como
testimonio de vida y no a la disposición para la administración sacramental lo
que plantea necesariamente una
separación entre la virtud y la ley canónica cuando esta última determina la
validez de la confección sacramental, es pues interesante como se adelanta a
san Buenaventura teólogo de la escuela agustiniana y franciscana del siglo XIII
cuando proclama la tesis de la interpretación subjetiva de la celebración
sacramental. Es pues un aporte
importantísimo en la disciplina eclesial y en el reconocimiento del mismo
carácter del celebrante. Aquí la Fe no depende del ministro sino de la
madurez del cristiano ex opere
operato y en contraposición ex opere
operantis, son aportes del Hiponense en la defensa de la valides
sacramental y el influjo de la Gracia, sin que con ello anulemos la
responsabilidad y disposición personal.
Agustín argumenta desde la perspectiva de
independencia de la Gracia para actuar en el creyente, esa independencia es la
misma que nos asegura la relación personal en la dinámica de la Fe entre
bautizados y cuya incidencia es de carácter escatológica. Para culminar la Iglesia reafirma el valor de
sus escritos en materia de Fe:
El Quinto Concilio
Ecuménico, celebrado en Constantinopla el año 553, concluyó con la siguiente
declaración en la que incluye a San Agustín: “Señalamos vehemente que
sostenemos los decretos de los Cuatro Concilios, y que en todo seguimos a los
santos Padres: Ambrosio, Teófilo, Juan (Crisóstomo) de Constantinopla, Cirilo,
Agustín, Proclo, León y sus escritos sobre la verdadera Fe”.
El problema del
arrianismo. (Siglo III) fue
sacerdote y penitente de origen bereber (la misma tribu de la procedía el
Hiponense, otros argumentan que nació en Constantinopla). Este personaje negaba
la preexistencia del Verbo Eterno, suponía que el Verbo hecho carne tenía un
origen no propiamente divino, es decir,
negaba la Naturaleza divina del Hijo. La defensa de la Fe cristiana por parte
del Hiponense se centrará en las Sagradas Escrituras y especialmente en el
Prólogo de Juan “Él es el verdadero Dios y la vida eterna” (Juan capítulo 5
versículo 20). “No estoy yo sólo, porque
mi Padre está conmigo” (Juan capítulo 16 versículo 32). “Yo y él Padre somos uno” (Juan
capítulo 5 versículo 21). En la actualidad sobreviven tendencias arrianistas
que por respeto no mencionaré. La reflexión que parte del pensamiento
agustiniano sobre Arrío nos lleva a plantearnos algunas cuestiones y es
precisamente como se rompe la Unidad de Sustancia en el seno Trinitario ya que
según estas afirmaciones no existe una única Sustancia o Esencia en Dios y
estaríamos hablando de la inoperancia del Dogma Trinitario como de la
declaración dogmática sobre la Persona Divina de Nuestro Señor Jesucristo y la
Paternidad eterna de Dios Padre. Sin duda que el aporte de Agustín consolidó la
expresión conciliar aun después de su muerte. Es una presencia que se sintió en
el Imperio Bizantino no como declaraciones políticas sino como fundamento de la
construcción de una teología universal de índole tanto especulativa como
dogmática. Arrío le permite al Hiponense abrirse a muchas posibilidades
reflexivas que sin duda beneficiaron a la Iglesia y su Magisterio. No es
factible definir dogmas o sus implicaciones antropológicas sin leer y meditar
las aportaciones del Hiponense dada la postura universal de sus definiciones. Es
importante leer entre líneas la presencia del Hiponense en las distintas
manifestaciones de la Gracia y su espectro dogmático, el mismo que le aseguró
el reconocimiento de los concilios que esta Comunión de Iglesias acepta. No es
posible hablar de sus escritos contra Nestorio, Donato, Arrío, Pelagio sin ver
la Gracia que al ser antropizada se convierte en histórica rompiendo a si el
discurso sobre su inmanencia la misma que llega a nosotros.
El problema del pelagianismo. (Pelagio monje y
penitente ingles del Siglo IV)… La
Gracia y el Libre Albedrío son sin duda los argumentos contundentes del
Hiponense para enfrentar los errores de Pelagio. Recordemos que Pelagio
sostenía que la salvación llegaba por nuestro comportamiento que a imitación de
Jesús en lo bueno era suficiente. Pelagio niega la Gracia y condiciona la
salvación al “buen ejemplo” de vida que demos o vivamos. La libertad en estos
términos no es soberana bajo el concepto de autonomía más no de auténtica
expresión de vivencia del bautizado. El
Acto Humano que reconocemos en el ejercicio de nuestra Intencionalidad es
suficiente sin que medie la antropización de la Gracia para ejecutar las buenas
obras del creyente. Según los pelagianos,
Cristo había sido el autor de una enseñanza, un modelo propuesto a nuestra imitación...Opinaban
que el hombre y la mujer, una vez recibido el don de la libertad, podían
prescindir de Dios y salvarse por sí mismos. De esta manera se desvirtúa la
relación intrínseca entre las acciones humanas y la Voluntad de Dios marcando
una fallida independencia que solo plugo en la mente de este autor. El problema
del pelagianismo fue la oportunidad perfecta para sus escritos sobre la Gracia
(me refiero al Hiponense) que se constituyeron en el fundamento de los tratados
y definiciones conciliares sobre su necesidad como don y mandato amoroso de
Dios. Pues a pesar de la radicalidad
agustiniana es importante asegurar que su antropología al partir de la
necesidad de Dios se transforma en
las bases de la solución de la futura teología sobre la antropología
trascendente. Esta postura del Hiponense nos recuerda que la naturaleza
humana necesita de la Gracia para ser y
explicitar su vocación tanto al llamado como a la respuesta efectiva a
Dios y a nuestro entorno. Es también posible intuitivamente leer los
fundamentos de la futura discusión sobre la Gracia en la confección sacramental
que durante la Escolástica llevará a la Iglesia a esclarecer lo que era oscuro en el
siglo V la diferencia entre el Rito celebrado y el rito alcanzado como gracia. Es decir, que en la dinámica intelectiva de la
liturgia es determinante comprender que el rito por sí mismo produce una
presencia especial de la Gracia y que la confección unida a nuestra Fe aporta
un contenido de naturaleza salvífico que
potencia al rito como tal. La Iglesia se
tomó más de 700 años para su apreciación y justo partió de las definiciones del
Hiponense sobre la Gracia. El dogma que reviste al sacramento en la exposición
de su contenido y cosmovisión es de origen Agustiniano. Agustín nos recuerda al Apóstol Pablo
cuando habla de la solidaridad con Adán (Romanos capítulo 5 versículo 20) y
como la Gracia es mayor que cualquier expresión de pecado en el ser humano o en
sus estructuras antropológicas. Es precisamente la Gracia que rechaza Pelagio y
la que preconiza el Hiponense, sin ella no es posible nada absolutamente en
nosotros. Recordemos hermanos que la Voluntad de Dios es eminentemente
salvífica para la humanidad, la base doctrinal que las distintas iglesias
protestantes en la actualidad aceptan sobre la salvación y la vocación
cristiana parten de la definición agustiniana sobre Gracia:
Timoteo
capítulo 2 versículo 6:
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de
la verdad”. En el 529, el segundo concilio de Orange, condenó a los
semipelagianos, pues también, antes de que creamos necesitamos la ayuda de la Gracia.
TEOLOGÍA POLÍTICA DEL HIPONENSE…San Agustín expone su doctrina política en La Ciudad de Dios, su otra
obra magna. La circunstancia histórica en que se gestó esta obra, no es un tema
menor. Roma cae en manos de los bárbaros en el 410 (comandados por Alarico).
Roma era vista como el paradigma de las civilizaciones, esto nos explica el
impacto que tal acontecimiento causó. Para algunos la caída de Roma fue vista
como el ocaso de la raza humana (San Jerónimo); Orosio juzgaba que los daños
producidos por los bárbaros, no obstante graves, eran reparables; para los
paganos, la causa de la decadencia de Roma se encontraba en el triunfalismo de
los cristianos por haber perseguido el politeísmo.
En
verdad, en aquel momento nada estaba claro. El espíritu de Roma, por esencia
abierto a la historia, engendraba en ese momento muchas perplejidades. El
testimonio de Augusto en el momento de morir, conservado por Suetonio: que me sea dado mantener íntegra la res- pública
y verla perdurar a través de los tiempos", creaba un grave
escepticismo. En esta circunstancia es cuando San Agustín (año 412) recibe
una carta de un oficial cristiano, Marcelino a quien San Agustín dedica La Ciudad de Dios que le
preguntaba, por qué Dios desechaba el homenaje de un imperio cristiano, y
castiga a la humanidad con tanta destrucción. Un año después San Agustín
empezaba a escribir La Ciudad de
Dios. También intervino en ello Pablo Orosio, que visitó a San
Agustín en Hipona; habiéndole pedido San Agustín, tras largas conversaciones,
que elaborase un estudio sobre las ideas reflexionadas, Orosio no solo
distorsiona las ideas de San Agustín, publica un libro con el título Historiarum adversum paganos, que
algunos, por la similitud con las ideas de La Ciudad de Dios, han
confundido con la misma obra de San Agustín; acaso por ello el Obispo de Hipona
nunca citará a este historiador. La alternancia
de los tiempos...es una cierta imitación de la eternidad, tal
como expresa San Agustín; pero, mientras Eusebio de Cesárea expone su doctrina
desde una perspectiva cosmológica en el mundo debe existir una jerarquía y un
orden, del que la política es una parte. San Agustín lo hace desde una perspectiva
bíblica, a partir de la historia de la salvación, distanciándose claramente de
la tradición de los filósofos griegos. En este sentido, San Agustín alaba, en
el Libro V de su Ciudad de Dios, la política del emperador
Teodosio, porque fue fruto de su humildad y no de la sobre-valoración de las
estructuras terrenas. La política de San
Agustín se sustenta en una antropología cristiana, qué es el hombre y qué debe
ser por dentro el hombre.
San
Agustín disiente claramente de ello en “La Ciudad de Dios”: Para San Agustín,
Religión y Estado no son dos caras de la misma realidad, son realidades
distintas que se apoyan desde sus distintas esferas: el Estado presta a la Fe sus
estructuras terrenales y la Fe dicta al Estado sus obligaciones morales, de
cuyos cumplimientos, Religión y Estado alcanzarán sus fines propios; así mismo,
disiente San Agustín de la tesis donatista de la Felicitas Temporalis, para el Obispo de Hipona la Fe no
conlleva necesariamente una Felicitas
Temporalis, aunque el Emperador Constantino personalmente la
hubiese alcanzado. La afirmación del Hiponense es clara y es el Estado el
facilitador de los elementos para la
construcción de una sociedad justa cargada con las intuiciones acertadas de una
felicidad que bien podríamos llamar bienestar y derechos. Digamos que siguiendo la ruta de la teología política agustiniana la
corrupción y la injusticia social como antítesis del Reino se constituyen en verdaderas estructuras de
pecado que limitan grandemente al ciudadano y postergan el brotar del Reino de
Dios en su corazón, es una reflexión atemporal sobre las implicaciones del
bienestar en la sociedad y cultura actual.
SOBRE EL PECADO ORIGINAL… (Sobre el
“pecado original” capitulo II) Celestio (teólogo pelagianista), en verdad, se
mostró en este error más resuelto, y hasta tal punto, que en un juicio
episcopal celebrado en Cartago no quiso condenar a aquellos que dicen que el pecado de Adán a él solo dañó, y no
al género humano, y que los niños cuando nacen están en el mismo estado en que
estuvo Adán antes de la prevaricación. La postura agustiniana ante el Bautismo
y su necesidad se desarrolló en dos momentos igualmente importantes. Recordemos
que sus escritos motivaron la condena de los “semipelagianos” y que básicamente en primera instancia recomienda
el Bautismo para infantes y no como era la tradición de bautizar a los adultos
especialmente en peligro de muerte rompiendo con la vida y su madurez tanto
emocional como física y espiritual. El Hiponense pide que los niños sean
bautizados porque en ellos está latente “la huella de pecado” la misma que por
generación recibieron de Adán aunque ellos no pecaron personalmente pero la
solidaridad con Adán se vivió también con Cristo en su Resurrección. En cuanto al segundo momento o instancia
aduce sobre la generación del pecado comunicado por la concupiscencia en la
naturaleza singular de la persona humana. No podemos desconocer que la vida
que Agustín vivió antes de su conversión influyeron en su doctrina sobre el
pecado original cometió el exceso de equiparar la actividad sexual con la
comunicación del pecado original llevándolo a un plano biológico y no solo
espiritual. Digamos que su aporte fue relacionar la generación de la vida
racional humana con la huella de pecado y delimitar así la responsabilidad de
todos incluso de los pequeños. Otro
aporte significativo al dogma fue asumir la herencia de pecado y la necesidad
de la Gracia bautismal para romper su influjo sin que con ello implique la perdida
de la presencia de la concupiscencia quedando claro que el pecado fue de índole
Moral (Romanos capítulo 5 versículo 19).
IMPORTANTE… Es bueno aportar a nuestra reflexión la
diferencia entre pecado original y originante, siendo el primero condición de
perdida de la Gracia o los dones Preternaturales en la persona humana o estado
original. Y originante porque aduce a la configuración de una nueva condición
marcada por la muerte y la debilidad, es decir, por la ausencia de lo que se
perdió en el pecado original, para tal condición el único remedio posible es
Cristo.
DE TRINITATE… De San Agustín en la
clarificación del misterio de la Trinidad ha sido decisivo. Fijó con precisión
el significado de los términos clave. Mientras que las Personas divinas son
perfectamente idénticas al nivel de esencia y de perfección absoluta, se
distinguen al nivel de las relaciones (y personalidades). San Agustín aclara
que la identidad del Padre procede de la relación de Paternidad, que solamente
Él paseé; la identidad del Hijo, de la Filiación, y la identidad del Espíritu
Santo de la donación pasiva (el Don que el Padre y el Hijo se hacen
recíprocamente y su procedencia de Entrambos). Las relaciones de la Trinidad Económica e
Inmanente son delimitadas precisamente
por sus personalidades y funciones si cabe el término tanto ad-Intra como a
ad-Extra. Y cómo la Trinidad confluye en la creación manifestando la presencia
de Uno en todos y todos en Uno…
Jesucristo es Dios. Afirmación primera que expresa la realidad más
profunda del Señor. Referencia por demás imprescindible que remite al misterio
de la Santísima Trinidad, ya que Jesús es Dios, al igual que el Padre y el
Espíritu Santo. Siendo Hijo del Padre, posee la misma divinidad que el Padre (y
la del Espíritu Santo, habría que añadir). Junto con expresiones directas, Agustín expresa la divinidad de Jesucristo
mediante la Palabra “consustancia”, en referencia a las otras Personas Trinitarias,
pero sobre todo al Padre. Así, en una obra temprana, De vera religione
(389-391), reconoce la consustancialidad del Hijo con el Padre:
“Ningún otro plan se ajustó mejor al provecho del
género humano que el que realizó la misma Sabiduría de Dios, esto es, el Hijo
Unigénito, consustancial y coeterno con el Padre, cuando se dignó tomar
íntegramente al hombre, haciéndose carne y habitando entre nosotros… El Hiponense emplea muy pocas veces el termino
consustancial para referirse al Hijo como tampoco escribió un tratado sobre
Jesucristo pero lo cita convenientemente en todas sus obras, es ante todo una
verdad que en su intelecto no necesita ser sustentada. En defensa del Dogma
expresó: “No escuchemos a los que dicen que el Hijo de Dios no asumió un
verdadero hombre, ni nació de mujer, sino que mostró a los que lo vieron una
carne falsa y una imagen simulada de cuerpo humano. Si pues, cosas visibles y limpias pueden ser
tocadas sin mancharse por cosas visibles y sucias, ¿cuánto mejor pudo la
inmutable Verdad, al tomar el alma por el espíritu y el cuerpo por el alma,
asumir al hombre entero y liberarlo de todas las enfermedades sin padecer
contaminación?... El Hiponense cita la herejía de los “patri-pasionistas” que negaban la Encarnación y sostenían que fue
el Padre en la Cruz y no el Hijo que era más bien una especie de proyección
holográfica.
“En la Trinidad solamente el Hijo tomó la forma de siervo, juntándola a
él en unidad de Persona; es decir, que el Hijo de Dios y el hijo del hombre son
un solo Jesucristo. En virtud de esta
única Persona, que consta de dos naturalezas, divina y humana, habla unas veces
según la naturaleza divina, como cuando dice: ‘Yo y el Padre somos uno’ (Juan
10, 30); y otras veces según la humana, como cuando dice: ‘El Padre es mayor
que yo’ (Juan 14, 28)”.
La única Persona que es Jesucristo es el Verbo, y por lo mismo, Dios
Segunda Persona de la Trinidad. De manera sumamente clara afirma Agustín la
divinidad de Cristo a partir de su única Persona divina:
“Jesús, Hijo de Dios, es Dios y hombre
juntamente. Dios antes de todo tiempo, hombre en el tiempo. Es Dios porque es
Verbo de Dios, pues el Verbo era Dios (Juan 1, 1); hombre, porque en unidad de
persona, el Verbo unió a sí un alma racional y un cuerpo”. Esta afirmación fue el modelo doctrinal sobre el
dogma ratificado en Calcedonia (año 451).
Era ya Hijo único del Padre quien nació como hijo
único de la madre; fue hecho en la madre quien se había hecho para sí la madre;
siempre eterno junto al Padre, se hace hodierno naciendo de una madre ;
el Padre nunca existió sin él, y sin él nunca hubiese existido su madre.
SU ESPIRITUALIDAD… El contenido de la espiritualidad de San Agustín
puede resumirse en estos temas: vocación universal a la santidad; la caridad:
alma, centro y medida de la perfección; la humildad: condición indispensable
para desarrollar la Caridad; la Purificación Interior o el Ascetismo: ley de
ascensiones interiores; la oración; deber y necesidad, medio y fin de la vida
espiritual; los dones del Espíritu Santo; la imitación de Cristo; amor y
meditación de la Escritura. Cristo el
Maestro Interior que potencia la vida espiritual del bautizado dándole valor a
las palabras, intuiciones y pensamientos que gobiernan nuestra vida espiritual.
EL
CONOCIMIENTO… Distinguirá el Hiponense varios tipos de conocimiento, asegurada su
posibilidad: el conocimiento sensible y el conocimiento
racional; el conocimiento racional,
a su vez, podrá ser inferior y superior. El conocimiento sensible es el grado más bajo de conocimiento y,
aunque realizado por el alma, los sentidos son sus instrumentos; este tipo de
conocimiento sólo genera en mi opinión, tipo de conocimiento sometido a
modificación, dado que versa sobre lo mudable (puede observarse la clara
dependencia platónica del pensamiento agustiniano solo en este principio que
superará posteriormente ); al depender del objeto (mudable) y de los sentidos
(los instrumentos) cualquier deficiencia en ellos se transmitirá al
conocimiento que tiene el alma de lo sensible. El verdadero objeto de conocimiento no es lo mudable, sino lo
inmutable, donde reside la verdad. Y el conocimiento sensible no me puede
ofrecer esta verdad.
El
conocimiento racional, en su actividad inferior,
se dirige al conocimiento de lo que hay de universal y necesario en la realidad
temporal, y es el tipo de conocimiento que podemos llamar ciencia (como los
conocimientos matemáticos). Ese tipo de conocimiento depende del alma, pero se
produce a raíz del contacto con la realidad sensible, siendo ésta la ocasión
que permite que la razón origine tales conocimientos universales.
El
conocimiento racional, en su actividad superior,
es llamado por San Agustín sabiduría; es el auténtico conocimiento filosófico:
el conocimiento de las verdades universales y necesarias, las ideas, siguiendo
a Platón. Hay, pues, una gradación del conocimiento, desde los niveles más
bajos, sensibles, hasta el nivel más elevado, lo inteligible, la idea: Las ideas son formas arquetípicas o
esencias permanentes e inmutables de las cosas, que no han sido formadas sino
que, existiendo eternamente y de manera inmutable, se hallan contenidas en la
inteligencia divina (Quaestio XLVI, De ideis, 2). De esta forma el
Hiponense nos hace saber su postura sobre los Universales en su proceso de
cristianización.
Las
ideas se encuentran, pues, en la mente de Dios. ¿Cómo se alcanza el
conocimiento de las ideas? Esta pregunta solo es posible
responderla desde la percepción de nuestra racionalidad la misma que se
constituye en una huella de Dios en la creación. Esta racionalidad puede ser iluminada
por Dios para que nosotros lleguemos a su conocimiento, cito como ejemplo la
elección de vida del bautizado que gracias a la presencia de Dios en su vida
puede optar por seguirle. La inmortalidad del alma es una característica del
pensamiento cristiano y el Hiponense lo refiere a la Voluntad de Dios por medio
de la cual se manifiesta a la percepción de los sentidos y materia de la que
estamos compuestos. Es claro que solo
por Voluntad de Dios lo podemos conocer. La naturaleza no se priva de Dios
simplemente no posee como cualidad esencial el verle sino es Dios quien así lo
manifiesta. No estoy muy seguro de leer entre líneas el pensamiento del
Hiponense y desprender la concepción de un ser capaz de percibir la realidad de
Dios por sobre sus propias limitaciones e inmanencia. Salvo lo anterior si es
la decisión del mismo Dios.
SOBRE DIOS
Y LA CREACIÓN… También encuentra
a Dios en el interior del hombre, a donde el Hiponense acostumbra a dirigirnos
para encontrar en nosotros la verdad. Es precisamente por ese camino por el que
vamos a encontrar la que suele considerar con propiedad la demostración de la
existencia de Dios a partir de las ideas o verdades eternas: el fundamento de
tales verdades inmutables no puede estar en las cosas creadas, que son
cambiantes, sino que ha de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez, es
decir, en Dios.
Respecto a la creación,
es el resultado de un acto, libre, de Dios. No obstante, las esencias de todas
las cosas creadas se encontraban en la mente de Dios como ejemplares o modelos de
las cosas, tanto de las creadas en el momento original como de las que irían
apareciendo con posterioridad (abraza un principio de evolución de los seres
vivos y las leyes naturales), es decir, de todo lo posible, pero no existente
todavía. Es el llamado Ejemplarismo,
que se complementa con la teoría, de origen estoico, de las rationes
seminales. Los seres materiales se componen de materia y forma, pero no
todos han sido creados en acto desde el principio del mundo. En el momento de
la creación Dios depositó en la materia una especie de semillas, las rationes
seminales, que, dadas las circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a
la aparición de nuevos seres que se irían desarrollando con posterioridad al
momento de la creación.
SOBRE EL
PECADO… Para arrojar luces sobre esto el Hiponense
distingue dos tipos de modalidades de mal: uno
físico y el otro moral. Cabe aclarar que son dos modos de males diferentes
y su origen se explica de modo distinto. Es por ello que Agustín al afrontar y
dar solución al problema del mal les da respuesta por separado a cada uno de
estos tipos de males: el físico y el moral. El mal físico es aquel mal que
golpea la integridad física y sensible del hombre. Dentro de este se encuentran
las enfermedades, las catástrofes naturales, la muerte. Por otra parte está el
mal moral, que representan los males espirituales. Si el primero atenta contra
la parte física del hombre, este lo hace a nivel espiritual. Dentro de estos tenemos todo tipo de
desorden espiritual que vaya en contra de la justicia, la verdad, el alma del
hombre y Dios. La realidad de pecado plantea en el Hiponense una pregunta de
índole ontológica sobre la relación de la materia con el mal. Esta realidad
es capaz de configurar la existencia del ser humano y limitar (envilecer) su
perspectiva de crecimiento tanto espiritual como moral. El Hiponense superó la postura dualista del maniqueísmo y retira la
tesis del mal con origen en la materia para constituirlo en la respuesta del
desorden ante la pérdida de su orden o estética trascendente…
*** El pecado no es más que el rechazo a Dios y a la ley eterna; al
orden instaurado por Él, a su razón y a su voluntad. El pecado es una prevaricación contra Dios, es un intento de
destrucción del orden divino. En esta medida, el hombre se convierte en un
rebelde, en un adversario de Dios, en un enemigo que lucha contra Él y lo
resiste. El hombre a través de su voluntad destruye un orden que es incapaz de
volver a crear como fue creado. Pero, el hombre se halla en una tensión, por un
lado se encuentra inclinado por los placeres sensibles y corporales, y por otro
lado siente la necesidad de acercarse a lo eterno, a lo divino, a lo
espiritual, a Dios. Esta concepción del pecado marcará su derrotero y verá en
su principio la respuesta limitada del ser humano que no encuentra la felicidad
pero aun así muda su realidad por el pecado del que se hace esclavo. Es claro que el mal moral aparece como el
resultado de una mala elección en la vida del ser humano. La naturaleza humana
aunque redimida no puede renunciar a sus tendencias o inclinaciones pero si
puede sublimar o engrandecer el bien que puede hacer. En este punto de la
cuestión es innegable la necesidad esencial de la Gracia para superar la
esclavitud y potenciar las cualidades del bautizado. No es posible salvación si ella y con ella es posible la eternidad como
la elección, es decir, sin Gracia no es posible elegir a Dios o ser elegidos
por Él. El rechazar a Dios es propio de la privación de su Amor o Gracia
que en la cuestión es lo mismo. Dios nos
dió la autonomía moral para acertar y desafortunadamente al ser usada mal
produce situaciones de pecado, entonces el castigo del pecado es fruto y
consecuencias de esta forma de emplearla.
APARTES
EL SERMÓN 221 DEL HIPONENSE SOBRE LA RESURRECCIÓN…Ningún
cristiano duda de que Cristo el Señor resucitó de entre los muertos al tercer
día. El santo Evangelio atestigua que el acontecimiento tuvo lugar esta noche.
No hay duda de que los días comienzan a contarse desde la noche precedente,
aunque no se ajuste al orden mencionado en el Génesis, no obstante que también
allí las tinieblas han precedido al día, pues las tinieblas se cernían sobre el abismo cuando dijo Dios: Hágase la luz y la luz fue hecha (Génesis
capítulo 1 versículos 2-4). Pero como aquellas
tinieblas aún no eran la noche, tampoco habla de días. En efecto, hizo Dios la división entre la luz y las
tinieblas, y primeramente llamó día a la luz, y luego noche a las
tinieblas, y fue mencionado como un solo día el espacio desde que se hizo la
luz hasta la mañana siguiente. Está claro que aquellos días comenzaron con la
luz, y, pasada la noche, duraban cada uno hasta la mañana siguiente. Poco
después que el hombre creado por la luz de la justicia cayó en las tinieblas
del pecado, de las que lo libertó la Gracia de Cristo, ha acontecido que
contamos los días a partir de las noches, porque nuestro esfuerzo no se dirige
a pasar de la luz a las tinieblas, sino de las tinieblas a la luz, cosa que
esperamos conseguir con la ayuda del Señor: La noche ha pasado, se ha acercado el día, despojémonos, pues, de las
obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz (Rom
13,12). Sostiene como lo hace la tradición anterior a él la realidad
confesional fenomenológica de la Resurrección del Señor.
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