OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS. Oseas capitulo 11 versículos 1-11. Salmo 107:1-9,43. Colosenses
capitulo 3 versículos 1-11. Lucas capitulo 12 versículos 13-21.
La visión Lucana para
este domingo nos relata la historia de un hombre que deseoso de disfrutar de su
riqueza se dedico a acumular sus bienes y construyó un imperio para lograrlo,
pero en su intento de total auto-valoración e individualidad ante Dios
desconoció que la vida como supremo valor no le pertenecía. Los bienes
materiales no pueden ser la finalidad de una vida de logros y conquistas sino
un recurso para su promoción y superación. Los campos donde nos
encontramos dan frutos de una manera libre y en los momentos en los que la vida
así lo desea, por esta razón de peso todo estará siempre en manos de Dios y no
de nuestros planes egoístas y limitados en sus consecuencias. La riqueza
es un valor que dependerá de la perspectiva en la que vivamos nuestra realidad
como criaturas que dependemos totalmente de Dios y su Providencia, esto ultimo
se encausa en una misericordiosa Teonomia de Dios hacia nosotros. Amar
a Dios da prioridad a valores insospechados para quienes solo actúan bajo la
normatividad del mundo y su realidad mudable y nunca satisfecha. Parece hoy un
sin sentido cuando un ser humano acumula 500 pares de zapatos teniendo solo dos
pies, es parte de los valores de satisfacción que el mundo preconiza dando como
fundamento a este tipo de situaciones la capacidad económica para poseer antes
que ser o verdaderamente necesitar.
El ser antes que el tener
es un dilema que el entorno hostil al Evangelio define simplemente poniéndole
valor económico a los objetos y también a las personas. Aquí se revela una
verdad esencial para la persona humana y es la finalidad de su propia
existencia, unos existen para tener, y otros para ser. Solo
Cristo potencia en nosotros el autentico fundamento de nuestra existencia y nos
habla de un Reino cuyos valores son eternos y sí satisfacen totalmente las
expresiones de nuestra humanidad.
Grandes graneros en vez
de grandes corazones empequeñecen la santidad de la condición humana y la
convierten en simplemente depósitos caminantes de fortunas y valores
perecederos que no pueden comprar ni un solo minuto de vida a sus portadores
henchidos de orgullo y autosuficiencia. Es paradójico que el dinero que las
naciones invierten en renovar sus armamentos alcanzaría para superar el hambre
y la enfermedad definitivamente en el mundo y romper con la ignominiosa
categoría de naciones del primer y otros del tercer mundo. La justicia es una
condición defendible por los bautizados cuyo discipulado se vive en la
cotidianidad donde los valores deben ser “injertados”.
Hoy estamos ante eventos que empobrecen la
concepción de humanidad en la sociedad, nuevos y destructivos ethos parecen
producto de praxis en el medio social, y el Evangelio necesita ser impulsado,
aunque el mundo no desee escucharlo. El ateísmo tácito de miles
de cristianos que dicen creer en Cristo, pero no vivir sus enseñanzas, el
nacimiento de doctrinas que solo hablan del “amor humano” y se deslindan
del tributo de Adoración al Dios revelado. Grandes riquezas hay en nuestros
corazones y muchas de ellas son solo espejismos que nos retrasan en el caminar
por un Reino.
El maná desaparece
y queda la necesidad, y con ella también se hace presente la frustración por
esta y otras razones estamos en manos de Dios, y su amor providente cuidará de
nosotros. Ciudadanos para un Reino eterno es y debe ser nuestra consigna.
Solo las riquezas que se afirman en Cristo y su justicia como gran exigencia
para tener y disfrutar dará frutos en su poseedor, lo demás es solo injusticia
fabricada con leyes permisivas. Poseer un Reino es la mayor de las
riquezas y nada ni nadie podrá robar lo que esta solo en manos de Dios y su
amor misericordioso.
Las tentaciones y los “baales”
como señala en profeta Oseas están listos para hacernos
perder la perspectiva de la realización de nuestro ideal cristiano. Generando
en nosotros hábitos y comportamientos contrarios al valor evangélico puesto en
nosotros por el santo Bautismo y la predicación en el ámbito eclesial. Oseas
en su mensaje toca el concepto hasta antes no asumido del amor de Dios en la
escogencia de Israel que sin duda es figura de nuestra propia escogencia como
bautizados. La relación de Dios se manifiesta en nosotros con el poder
de la verdad que abre caminos antes ni pensados para los bautizados, solo
el amor puede mostrarnos una ruta segura y estable en el diario acontecer.
Los ídolos que
fabricamos desplazan cada día más a Dios del corazón de los bautizados
arruinando nuestro discipulado que se quiere expresar en relaciones
santificadas en armonía con nuestro entorno.
Los ídolos como imaginarios tocan el alma de los bautizados acuñando en estos
valores distintos a los preconizados por el Evangelio. La
perdida de identidad es producto de esta dinámica que se aferra a estados de
ánimo y emociones que gobiernan la vida introduciendo al creyente en una
condición de vida absolutamente superficial. Oseas reclama de
parte de Dios el amor de sus hermanos judíos y estas expresiones de justicia de
Dios son signo de un estadio de madures espiritual bien avanzado. Nuestra
historia de salvación personal tiene a Dios por aquel amigo constante y
permanente que nunca nos ha dejado solos, aunque medie en esta relación
nuestros pecados personales.
Lucas nos invita ver con
claridad que los valores de nuestra vida espiritual son distintos a los del
mundo donde concretamos nuestra realidad y nos llama a ordenar los afectos para
reconocer en el orden y la armonía la presencia de Dios y su amor
salvífico. Las riquezas cuando poseen el
corazón del bautizado desdibujan en su ser la presencia amorosa de Dios y su
opción fundamental. Los valores mundanos son expresión de una realidad
percibida y a la que no podemos entregarle absoluto control de nuestra
felicidad. Un corazón lleno de mundo no tendrá espacio para Dios. Un
ser humano esclavo del tener nunca podrá concretar su propio ser y quedará
vacío ante la opción de Dios en su vida. Las riquezas son un medio no una
finalidad nos insiste Lucas.
Pablo en su
mensaje a los Colosenses nos habla mortificación
de los sentidos y sus apetitos, es otra forma de hablarnos del dominio propio
que cada bautizado debe tener sobre si mismo, Aquí el hombre viejo es
aquel que controla las pasiones y que actúa movido por instintos más no por el
amor y la caridad. Todo ello ha sido renovado y dejado a un lado por la
presencia del resucitado, Cristo es la imagen de las cosas nuevas y definitivas
en nuestra experiencia de Fe. No hay diferencia cuando aceptamos el compromiso
de vivir como bautizados y hacemos de la humanidad un todo y al propio Señor
uno de nosotros. Es pues, una realidad que abordamos como creyentes y la cual
modifica sustancialmente toda nuestra vida y experiencia de Fe, ya no
seremos los mismos porque el paso amoroso de Dios nos transforma para su Reino.
La Gracia es nuestro nuevo atuendo y ella hace que nuestras
inclinaciones se depuren hasta alcanzar la coherencia necesaria para explicitar
nuestra vida espiritual.
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