DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 2 versículos 4-13. Salmo 81:1, 10-16.
Hebreos capítulo 13 versículos 1-8,15-16. Lucas capítulo 14 versículos 1,7-14.
El entorno somático es
observado por quienes viven junto a nosotros o entran de lleno en los espacios
y escenarios que todos compartimos, el testimonio hace eco de esta afirmación.
El Texto Lucano se adentra en una consideración de ubicación y sentido común
que desemboca en una necesidad espiritual de constante crecimiento. Los
primeros lugares es solo instigación de un mundo competitivo con valores
competitivos y con metas claramente materialistas. El bautizado que
quiere ser primero ojalá lo logre luego de entregarse por completo al servicio
de los demás, y por ende de la Iglesia de Cristo. Las pretensiones
humanas son muy fuertes y los modelos que se desean imponer también lo son. El bautizado
entiende que su servicio solo podrá ser totalmente reconocido por el amor
misericordioso de Dios y que en la entrega y negación de si mismo encontramos
el verdadero valor de servir a otros… negarnos a nosotros mismos no es una
tarea de un día o generación, es una empresa espiritual que toma toda la vida y
conforme llega la madurez espiritual así mismo viviremos de valores
trascendentes que no pueden ser satisfechos o concretizados totalmente en el
mundo como supremo arquetipo axiológico. El Evangelio habla en una
dinámica eminentemente religiosa y Lucas nos ofrece así una forma viva de
comportarnos y valorar también los aportes de los demás.
Ser los últimos en una
esfera como la actual no implica carencia de éxito, es para nosotros la
ordenanza plena de los valores que se refieren al último como el servidor de
todos. Aquí el servicio es quien da el lugar adecuado a los bautizados según profesan
en sus vidas la utilidad de actuar amando. El compromiso como expresión de Fe
aterrizado nos invita a considerar al otro y su situación en nuestra propia
realidad y condición. Quien sabe valorar al otro por lo que es y no solo toma
en cuenta la utilidad, entonces, esa persona está en camino de ser parte de
muchos en su vocación de servicio. La exclusividad es y será siempre en amor. Los
hechos de amor son la materialización del servicio cristiano en el mundo
necesitado de acciones que solo provengan del amor y no de intereses mezquinos
como estamos observando ahora. El amor es el camino esencialmente
nuestro para caminar en búsqueda de un Reino y un discipulado vivo que produce
efectos positivos en todos.
El honor de un lugar más
alto solo se logra cuando el bautizado ponga a Dios en el lugar que debe estar
en su propia vida como signo de Adoración total. Se cuenta en la vida del Diácono Francisco de Asís, “que soñando vio un gran trono y apresuradamente
se postró para adorar pensando que estaba ante el trono de Dios, pero en el
momento un ángel se acercó y le dijo, Francisco ponte en pie que el trono que estás contemplando es el tuyo”. Su
vida de servicio le valió para tener un trono maravilloso en el Reino de
Cristo. Pues nosotros y todos los bautizados estamos llamados a servir
valorando esta acción como entrega al otro en su circunstancia de vida. No
importa el trono al que anhelemos, sino hay amor será imposible siquiera pensar
en tal dignidad. Nuestra concepción ética y moral deja un espacio grande para
hablar de servicio y amor por el otro como materialización del Evangelio en
nosotros. Las enseñanzas sobre el otro y su importancia en nuestras vidas nos acompañan
siempre porque como expresaría hace siglos Agustín de Hipona: “Sino
vives para servir, entonces para qué quieres vivir”. Una vida con
propósito considera de suprema importancia el otro y su condición. Aquí
el servicio es una expresión o extensión de nuestra Fe, al punto de ver en el
servicio un reflejo de la Voluntad salvífica de Dios que envió a servir con
absoluto amor a su propio y Adorado Hijo. Cristo es el modelo por antonomasia
de nuestra experiencia de servicio. Aquí el servicio es elevado a una
condición tal que fue santificado por el propio Señor y su vocación de amoroso
servicio a la humanidad lastimada por el pecado y por ende víctima de la
muerte. Servir implica una entrega decidida al otro y un reconocer que
sus necesidades son importantes para nosotros que junto al necesitado clamamos
al Dueño de todo y en nuestra solidaridad el Rostro amoroso de Dios se refleja
vitalmente. Las observaciones del Señor son prácticas y como siempre
las adorna salvíficamente mostrando así su verdadero contenido y significación.
La Humildad
como una virtud de los bautizados nos emplaza a servir con amor y tratar al
otro con el mismo amor con el que Dios nos trata. La humildad nos permite
conocer el justo valor e integridad de nuestra condición humana y más aún. La
concepción de nuestra propia valoración desde la perspectiva de un Reino. No es
fácil reconocer el justo valor de quienes están a nuestro lado, tal condición
es propia de quienes venciendo su propio ego asumen con tenacidad el contenido
saludable de Cristo en si mismos y en quienes están junto a ellos. Sigamos pues
trabajando para negar ese hombre viejo que quiere ser reverenciado y reconocido
a pesar de a ver escuchado la expresión evangélica “siervo inútil”.
En el profeta Jeremías
estas actitudes de absoluta desconsideración sobre el otro y su vida, y
el apartarse de dios por distintos motivos, es causal de repudio por parte del
mismo Dios. Si el bautizado no sigue el modelo de Cristo entonces correrá
detrás de dioses falsos tan comunes en nuestro entorno. Los espejismos están
siempre listos para confundir al creyente. No buscar a Dios es grave para
los bautizados, es implícitamente renunciar a su amor y misericordia por
perseguir falsos modelos. El creyente debe generar conciencia sobre su
relación de profunda intimidad espiritual con Dios de no ser así entonces no
podrá reconocer su presencia. La dinámica de una relación sin Dios, es decir,
desprovista de la Gracia, se inclina al pecado y sobre toda consideración al
rechazo del mismo Dios. La Gracia puede y de hecho lo hace, santificar todos
los escenarios posibles de nuestra existencia con la fuerte manifestación de
orden y la armonía que solo pueden llegar a nosotros por medio del amor de
Dios. Dejar la Gracia es fatal y nos aleja de Dios y su manantial de vida
como esclarece la idea Jereminiana… La paz de una vida ordenada es
consecuencia de la Gracia que se convierte en histórica para sanar nuestra
propia historia de Fe personal y colectiva. La idolatría es un peligro
que no corresponde solo a la época primitiva de nuestro monoteísmo, también
está presente ahora, solo que lo podemos disimular muy bien dándole un toque
antropomórfico al asfixiante contenido
de individualismo que vivimos. Nuestra alianza definitiva se sella en
la Cruz y posteriormente en la pila bautismal, cuando aceptamos a Cristo como
nuestro único y suficiente Salvador (Declaración de Suficiencia).
La contaminación de la
idolatría se viste de figuras que son reverenciadas más que el mismo Dios. Se
viste de estilos de vida vacíos y donde la superficialidad es el anclaje
paradójico de tal condición, la frivolidad anda entre nosotros y no distingue
edad. La gloria de Dios es su dignidad y como tal debemos adorarle sin
descuidarnos ante el mundo y sus falsos estilos de vida… la paz del bautizado
es necesariamente su recompensa mientras transita por el mundo y sus caminos.
El autor de la
carta a los hebreos ve con claridad como la Fe construye una
declaración amparándose en la Palabra de Dios para manifestarse al mundo y sus
relaciones. La Cruz tiene todo su peso como signo del sacrificio del
Señor por nosotros y la vida sacramental es la continuidad de su acción
sacrificial por la humanidad. EL amor de Dios se convierte en signo que
brota en nosotros bajo el recuerdo amoroso de la redención en la Cruz. La
Eucaristía actualiza su sacrificio de manera incruenta, su poder se conserva en
la presencia del Padre Dios que siempre ve la obra de su Adorado Hijo por la
humanidad y todo lo creado. La alianza definitiva se presenta en el panorama
salvífico concretado en Cristo el Hijo de Dios. No se trata de un rito nuevo
sino de la potenciación de todos los ritos como por ejemplo la celebración de
la Pascua por parte del pueblo de Israel. La salvación es por Cristo y en
Cristo quien-parafraseando al Hiponense- presenta al Padre Dios lo que somos y
lo santifica haciéndolo parte de su experiencia como uno más de la humanidad. Tal
alianza deja en firme el profundo amor de Dios por la humanidad. En el amor
seremos observados y juzgados también por la ausencia de este en nuestras
acciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario