miércoles, 28 de agosto de 2019

DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...


DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 2 versículos 4-13. Salmo 81:1, 10-16. Hebreos capítulo 13 versículos 1-8,15-16. Lucas capítulo 14 versículos 1,7-14.



El entorno somático es observado por quienes viven junto a nosotros o entran de lleno en los espacios y escenarios que todos compartimos, el testimonio hace eco de esta afirmación. El Texto Lucano se adentra en una consideración de ubicación y sentido común que desemboca en una necesidad espiritual de constante crecimiento. Los primeros lugares es solo instigación de un mundo competitivo con valores competitivos y con metas claramente materialistas. El bautizado que quiere ser primero ojalá lo logre luego de entregarse por completo al servicio de los demás, y por ende de la Iglesia de Cristo. Las pretensiones humanas son muy fuertes y los modelos que se desean imponer también lo son. El bautizado entiende que su servicio solo podrá ser totalmente reconocido por el amor misericordioso de Dios y que en la entrega y negación de si mismo encontramos el verdadero valor de servir a otros… negarnos a nosotros mismos no es una tarea de un día o generación, es una empresa espiritual que toma toda la vida y conforme llega la madurez espiritual así mismo viviremos de valores trascendentes que no pueden ser satisfechos o concretizados totalmente en el mundo como supremo arquetipo axiológico. El Evangelio habla en una dinámica eminentemente religiosa y Lucas nos ofrece así una forma viva de comportarnos y valorar también los aportes de los demás.

Ser los últimos en una esfera como la actual no implica carencia de éxito, es para nosotros la ordenanza plena de los valores que se refieren al último como el servidor de todos. Aquí el servicio es quien da el lugar adecuado a los bautizados según profesan en sus vidas la utilidad de actuar amando. El compromiso como expresión de Fe aterrizado nos invita a considerar al otro y su situación en nuestra propia realidad y condición. Quien sabe valorar al otro por lo que es y no solo toma en cuenta la utilidad, entonces, esa persona está en camino de ser parte de muchos en su vocación de servicio. La exclusividad es y será siempre en amor. Los hechos de amor son la materialización del servicio cristiano en el mundo necesitado de acciones que solo provengan del amor y no de intereses mezquinos como estamos observando ahora. El amor es el camino esencialmente nuestro para caminar en búsqueda de un Reino y un discipulado vivo que produce efectos positivos en todos.

El honor de un lugar más alto solo se logra cuando el bautizado ponga a Dios en el lugar que debe estar en su propia vida como signo de Adoración total. Se cuenta en la vida del Diácono Francisco de Asís, “que soñando vio un gran trono y apresuradamente se postró para adorar pensando que estaba ante el trono de Dios, pero en el momento un ángel se acercó y le dijo, Francisco ponte en pie que el trono que estás contemplando es el tuyo”.  Su vida de servicio le valió para tener un trono maravilloso en el Reino de Cristo. Pues nosotros y todos los bautizados estamos llamados a servir valorando esta acción como entrega al otro en su circunstancia de vida. No importa el trono al que anhelemos, sino hay amor será imposible siquiera pensar en tal dignidad. Nuestra concepción ética y moral deja un espacio grande para hablar de servicio y amor por el otro como materialización del Evangelio en nosotros. Las enseñanzas sobre el otro y su importancia en nuestras vidas nos acompañan siempre porque como expresaría hace siglos Agustín de Hipona: “Sino vives para servir, entonces para qué quieres vivir”. Una vida con propósito considera de suprema importancia el otro y su condición. Aquí el servicio es una expresión o extensión de nuestra Fe, al punto de ver en el servicio un reflejo de la Voluntad salvífica de Dios que envió a servir con absoluto amor a su propio y Adorado Hijo. Cristo es el modelo por antonomasia de nuestra experiencia de servicio. Aquí el servicio es elevado a una condición tal que fue santificado por el propio Señor y su vocación de amoroso servicio a la humanidad lastimada por el pecado y por ende víctima de la muerte. Servir implica una entrega decidida al otro y un reconocer que sus necesidades son importantes para nosotros que junto al necesitado clamamos al Dueño de todo y en nuestra solidaridad el Rostro amoroso de Dios se refleja vitalmente. Las observaciones del Señor son prácticas y como siempre las adorna salvíficamente mostrando así su verdadero contenido y significación.

La Humildad como una virtud de los bautizados nos emplaza a servir con amor y tratar al otro con el mismo amor con el que Dios nos trata. La humildad nos permite conocer el justo valor e integridad de nuestra condición humana y más aún. La concepción de nuestra propia valoración desde la perspectiva de un Reino. No es fácil reconocer el justo valor de quienes están a nuestro lado, tal condición es propia de quienes venciendo su propio ego asumen con tenacidad el contenido saludable de Cristo en si mismos y en quienes están junto a ellos. Sigamos pues trabajando para negar ese hombre viejo que quiere ser reverenciado y reconocido a pesar de a ver escuchado la expresión evangélica “siervo inútil”.

En el profeta Jeremías estas actitudes de absoluta desconsideración sobre el otro y su vida, y el apartarse de dios por distintos motivos, es causal de repudio por parte del mismo Dios. Si el bautizado no sigue el modelo de Cristo entonces correrá detrás de dioses falsos tan comunes en nuestro entorno. Los espejismos están siempre listos para confundir al creyente. No buscar a Dios es grave para los bautizados, es implícitamente renunciar a su amor y misericordia por perseguir falsos modelos. El creyente debe generar conciencia sobre su relación de profunda intimidad espiritual con Dios de no ser así entonces no podrá reconocer su presencia. La dinámica de una relación sin Dios, es decir, desprovista de la Gracia, se inclina al pecado y sobre toda consideración al rechazo del mismo Dios. La Gracia puede y de hecho lo hace, santificar todos los escenarios posibles de nuestra existencia con la fuerte manifestación de orden y la armonía que solo pueden llegar a nosotros por medio del amor de Dios. Dejar la Gracia es fatal y nos aleja de Dios y su manantial de vida como esclarece la idea Jereminiana… La paz de una vida ordenada es consecuencia de la Gracia que se convierte en histórica para sanar nuestra propia historia de Fe personal y colectiva. La idolatría es un peligro que no corresponde solo a la época primitiva de nuestro monoteísmo, también está presente ahora, solo que lo podemos disimular muy bien dándole un toque antropomórfico al asfixiante  contenido de individualismo que vivimos. Nuestra alianza definitiva se sella en la Cruz y posteriormente en la pila bautismal, cuando aceptamos a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador (Declaración de Suficiencia).

La contaminación de la idolatría se viste de figuras que son reverenciadas más que el mismo Dios. Se viste de estilos de vida vacíos y donde la superficialidad es el anclaje paradójico de tal condición, la frivolidad anda entre nosotros y no distingue edad. La gloria de Dios es su dignidad y como tal debemos adorarle sin descuidarnos ante el mundo y sus falsos estilos de vida… la paz del bautizado es necesariamente su recompensa mientras transita por el mundo y sus caminos.

El autor de la carta a los hebreos ve con claridad como la Fe construye una declaración amparándose en la Palabra de Dios para manifestarse al mundo y sus relaciones. La Cruz tiene todo su peso como signo del sacrificio del Señor por nosotros y la vida sacramental es la continuidad de su acción sacrificial por la humanidad. EL amor de Dios se convierte en signo que brota en nosotros bajo el recuerdo amoroso de la redención en la Cruz. La Eucaristía actualiza su sacrificio de manera incruenta, su poder se conserva en la presencia del Padre Dios que siempre ve la obra de su Adorado Hijo por la humanidad y todo lo creado. La alianza definitiva se presenta en el panorama salvífico concretado en Cristo el Hijo de Dios. No se trata de un rito nuevo sino de la potenciación de todos los ritos como por ejemplo la celebración de la Pascua por parte del pueblo de Israel. La salvación es por Cristo y en Cristo quien-parafraseando al Hiponense- presenta al Padre Dios lo que somos y lo santifica haciéndolo parte de su experiencia como uno más de la humanidad. Tal alianza deja en firme el profundo amor de Dios por la humanidad. En el amor seremos observados y juzgados también por la ausencia de este en nuestras acciones.


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