DÉCIMO TERCER
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 18 versículos 1-11. Salmo
139: 1-5, 12-17. Filemón capítulo 1-21. Lucas capítulo 14 versículos 25-33.
Lucas antes de
entrar en detalles se torna radical en cuanto al seguimiento del cristiano y lo
que implica caminar en pos de Cristo. Un seguimiento que
conduce ineludiblemente a afirmar nuestra condición discipular, un seguimiento
que se estructura en una profunda experiencia de Fe por parte del bautizado que
se hace discípulo atemporal del Señor. La radicalidad corresponde a una necesidad
de profundas implicancias cuando el bautizado hace su opción por Cristo y se
enfrenta al mundo y sus escenarios donde priman valores no precisamente
cristianos. Estamos viviendo en una realidad que no será la nuestra para siempre,
es decir, que no se identifica totalmente con el espíritu cristiano. Es pues el
mundo un modelo que se vive muchas veces sin caer en la cuenta sobre sus
consecuencias. Lucas ve con preocupación cómo se pretende seguir al Señor
y a la vez buscar las confortables categorías del mundo en el creyente. Si
hablamos de radicalidad debemos hablar de amor ya que este si opera de manera
radical tanto en nuestra voluntad como en nuestros deseos y apetitos. Hoy como
en la época del Señor el pecado se aproxima velozmente a la conciencia humana
para desconfigurar su orden y prioridades. El bautizado se hace uno en la
unidad de la Fe recibida en su Señor. No nos confundamos el Señor no es
amante del odio o la división, solo esta pidiendo radicalidad y valoración
justa de las relaciones y posesiones en el mundo.
En cuanto a las cifras
que ilustran la continuación de esta “unidad temática” las
podemos referir a una especie de “pasaje contable” donde las
cifras y valores numéricos son dicientes para ilustrar tal apreciación. Los
números rodean nuestra vida al punto de darle valor a una persona, animal, o
cosa, y ese valor es absolutamente arbitrario porque no se debe a su ser en si
sino a la expresión de valor económico para el mundo. Lo cierto de lo
anterior es básicamente que la Fe como expresión de vida sobrenatural en
nosotros necesita de recursos idiomáticos para expresarse y ser comprendida, y
las categorías numéricas cumplen tal función. La cantidad es relativa
en nuestra vida y la Gracia de Dios cumple una función potenciadora de lo que
somos y tenemos como Imagen del Dios revelado. Recordemos una vez más que la
cantidad como concepto no aplica al amor en nuestras vidas, y una persona que para
el mundo y su praxis económica sea tenida por pobre, para Dios puede ser la
persona más rica en su Reino ya que la percepción del ser primará sobre el
tener. El recurso solo debe ser un medio y no la razón de nuestra
existencia. Desde la perspectiva anterior queda demostrado que lo
material no es definitivo en nosotros y que para entrar en el Reino de Cristo
el amor es la cifra totalizante más importante.
El pecado mancha toda
posible aproximación al Reino de Dios, lo que implica que nuestro ejercicio de
vida espiritual debe luchar para conservar su pureza, la misma que es potenciada
por la Gracia que nos asegura la plena realización del ideal cristiano. Un
ideal que no puede ser contenido por las estructuras de esta realidad, pero al
que si podemos percibir y anhelar. Renunciar a los bienes es una exigencia
radical de Lucas en su visión de la auténtica religión, sin duda que no se esta
refiriendo a una renuncia efectiva sino al justo orden de prioridades en la
vida del discípulo-bautizado. La prioridad en la existencia
cristiana es Cristo y los demás recursos son solo eso, recursos para hacer más
llevadera nuestra presentación en este mundo. Todos estamos obligados a vivir
con dignidad, pero sobre todo a servir para recibir. Lucas ve la necesidad
de poner en perspectiva el aporte de los recursos y como estos nos pueden
ayudar a enfrentar la realidad compuesta por situaciones que muchas veces se
salen de nuestro control. Nuestra contingencia está a la orden del día.
El realismo
religioso que nos ofrece el profeta Jeremías habla de una
realidad que parece acabada para el pueblo de Israel pero que corresponde a un
proceso de consecuencias ante sus decisiones, particularmente aquellas que
separaron al pueblo de su Dios. Las figuras que emplea el profeta son bien conocidas
por Israel y hablan precisamente de su vida cotidiana y como estos al conocer
tales acciones se convierten en responsables de ellas, asumiendo sus consecuencias.
El realismo del pecado hace que la mentalidad y cordura de la gente cambie, al
punto de considerar que lo malo es bueno y el bien lo desechan por el mal. Jeremías
ve en el pueblo una conciencia torcida
afectada por la perdida de su relación amorosa con Yahveh. La conversión
implica para nosotros la capacidad de retornar al camino correcto y darnos
una ultima oportunidad de conocer y amar al Dios revelado, una oportunidad de
configurar nuestra vida según su mandato y ser felices amando.
Pablo en su
mensaje a Filemón, deja ver la alta estima que posee sobre
la amistad y como el Evangelio nos hace libres y permite trabar relaciones
entre iguales sin importar las acciones del pasado sino dando libertad al amor
de Dios en cada uno de nosotros. La amistad está al servicio del Evangelio y evangelizando
se actualizan los valores propios de la convivencia. Nuestro testimonio
de vida es de capital importancia para asumir los contenidos categóricos de la
verdad revelada. El discípulo actual debe vivir conforme al mensaje de
la caridad y respeto por el otro, que aun, sin saberlo, es Imagen del Dios
viviente. No perdamos de vista la sacralidad de la vida humana y lo que implica
en su relación con otras formas de vida. Ser anfitriones en la congregación
de algún evento es una prueba de la profundidad de nuestra caridad por el otro
y como al reconocerlo igual a nosotros le atendemos con amor. La
conversión es un don que se comparte desde la perspectiva del otro y su
importancia en nuestra vida. Filemón es obra del testimonio evangelizador
de Pablo.
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