miércoles, 4 de septiembre de 2019

DÉCIMO TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.


DÉCIMO TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 18 versículos 1-11. Salmo 139: 1-5, 12-17. Filemón capítulo 1-21. Lucas capítulo 14 versículos 25-33.


Lucas antes de entrar en detalles se torna radical en cuanto al seguimiento del cristiano y lo que implica caminar en pos de Cristo. Un seguimiento que conduce ineludiblemente a afirmar nuestra condición discipular, un seguimiento que se estructura en una profunda experiencia de Fe por parte del bautizado que se hace discípulo atemporal del Señor. La radicalidad corresponde a una necesidad de profundas implicancias cuando el bautizado hace su opción por Cristo y se enfrenta al mundo y sus escenarios donde priman valores no precisamente cristianos. Estamos viviendo en una realidad que no será la nuestra para siempre, es decir, que no se identifica totalmente con el espíritu cristiano. Es pues el mundo un modelo que se vive muchas veces sin caer en la cuenta sobre sus consecuencias. Lucas ve con preocupación cómo se pretende seguir al Señor y a la vez buscar las confortables categorías del mundo en el creyente. Si hablamos de radicalidad debemos hablar de amor ya que este si opera de manera radical tanto en nuestra voluntad como en nuestros deseos y apetitos. Hoy como en la época del Señor el pecado se aproxima velozmente a la conciencia humana para desconfigurar su orden y prioridades. El bautizado se hace uno en la unidad de la Fe recibida en su Señor. No nos confundamos el Señor no es amante del odio o la división, solo esta pidiendo radicalidad y valoración justa de las relaciones y posesiones en el mundo.

En cuanto a las cifras que ilustran la continuación de esta “unidad temática” las podemos referir a una especie de “pasaje contable” donde las cifras y valores numéricos son dicientes para ilustrar tal apreciación. Los números rodean nuestra vida al punto de darle valor a una persona, animal, o cosa, y ese valor es absolutamente arbitrario porque no se debe a su ser en si sino a la expresión de valor económico para el mundo. Lo cierto de lo anterior es básicamente que la Fe como expresión de vida sobrenatural en nosotros necesita de recursos idiomáticos para expresarse y ser comprendida, y las categorías numéricas cumplen tal función. La cantidad es relativa en nuestra vida y la Gracia de Dios cumple una función potenciadora de lo que somos y tenemos como Imagen del Dios revelado. Recordemos una vez más que la cantidad como concepto no aplica al amor en nuestras vidas, y una persona que para el mundo y su praxis económica sea tenida por pobre, para Dios puede ser la persona más rica en su Reino ya que la percepción del ser primará sobre el tener. El recurso solo debe ser un medio y no la razón de nuestra existencia. Desde la perspectiva anterior queda demostrado que lo material no es definitivo en nosotros y que para entrar en el Reino de Cristo el amor es la cifra totalizante más importante.

El pecado mancha toda posible aproximación al Reino de Dios, lo que implica que nuestro ejercicio de vida espiritual debe luchar para conservar su pureza, la misma que es potenciada por la Gracia que nos asegura la plena realización del ideal cristiano. Un ideal que no puede ser contenido por las estructuras de esta realidad, pero al que si podemos percibir y anhelar. Renunciar a los bienes es una exigencia radical de Lucas en su visión de la auténtica religión, sin duda que no se esta refiriendo a una renuncia efectiva sino al justo orden de prioridades en la vida del discípulo-bautizado. La prioridad en la existencia cristiana es Cristo y los demás recursos son solo eso, recursos para hacer más llevadera nuestra presentación en este mundo. Todos estamos obligados a vivir con dignidad, pero sobre todo a servir para recibir. Lucas ve la necesidad de poner en perspectiva el aporte de los recursos y como estos nos pueden ayudar a enfrentar la realidad compuesta por situaciones que muchas veces se salen de nuestro control. Nuestra contingencia está a la orden del día.

El realismo religioso que nos ofrece el profeta Jeremías habla de una realidad que parece acabada para el pueblo de Israel pero que corresponde a un proceso de consecuencias ante sus decisiones, particularmente aquellas que separaron al pueblo de su Dios. Las figuras que emplea el profeta son bien conocidas por Israel y hablan precisamente de su vida cotidiana y como estos al conocer tales acciones se convierten en responsables de ellas, asumiendo sus consecuencias. El realismo del pecado hace que la mentalidad y cordura de la gente cambie, al punto de considerar que lo malo es bueno y el bien lo desechan por el mal. Jeremías ve en el  pueblo una conciencia torcida afectada por la perdida de su relación amorosa con Yahveh. La conversión implica para nosotros la capacidad de retornar al camino correcto y darnos una ultima oportunidad de conocer y amar al Dios revelado, una oportunidad de configurar nuestra vida según su mandato y ser felices amando.

Pablo en su mensaje a Filemón, deja ver la alta estima que posee sobre la amistad y como el Evangelio nos hace libres y permite trabar relaciones entre iguales sin importar las acciones del pasado sino dando libertad al amor de Dios en cada uno de nosotros. La amistad está al servicio del Evangelio y evangelizando se actualizan los valores propios de la convivencia. Nuestro testimonio de vida es de capital importancia para asumir los contenidos categóricos de la verdad revelada. El discípulo actual debe vivir conforme al mensaje de la caridad y respeto por el otro, que aun, sin saberlo, es Imagen del Dios viviente. No perdamos de vista la sacralidad de la vida humana y lo que implica en su relación con otras formas de vida. Ser anfitriones en la congregación de algún evento es una prueba de la profundidad de nuestra caridad por el otro y como al reconocerlo igual a nosotros le atendemos con amor. La conversión es un don que se comparte desde la perspectiva del otro y su importancia en nuestra vida. Filemón es obra del testimonio evangelizador de Pablo.




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