DÉCIMO PRIMER DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 1 versículos 4-10. Salmo 71:1-6.
Hebreos capítulo 12 versículos 18-29. Lucas capitulo 13 versículos 10-17.
La escena descrita
por Lucas nos deja percibir el amor y la misericordia del Señor por quienes
sufren de alguna manera, y como todos lo hacemos entonces su amor es también
patrimonio de todos y cada uno de los bautizados.
El sufrimiento encarna todas las formas de postración y también la más variada
respuesta de Dios ante el dolor humano. La postración, el pecado, la
enfermedad, son solo muestras fehacientes de la debilidad de nuestra naturaleza
afectada grandemente por el pecado original, pero también sirven para exaltar
el amor de Dios que no disfruta de nuestro sufrimiento, sino que lo ha reparado
en el sacrificio de su Adorado Hijo en la Cruz. Una enfermedad como la
que afectaba aquella mujer no solo hace referencia a su cuerpo sino también a
su espíritu. A todo aquello que limita el crecimiento integral de la
persona y particularmente su espiritualidad que en ultimas le hace
verdaderamente libre. El pecado envilece la condición de los hijos de Dios al
punto de apartarnos del camino correcto y perder paulatinamente la esperanza
abriendo la puerta a otros señoríos que no son los indicados.
La enfermedad más difícil
de tratar o afrontar es la ceguera espiritual que no permite al
bautizado ver y sentir la amorosa presencia de Dios en su vida y dificultades. La
mirada de la humanidad muchas veces es cruel ante el sufrimiento de otros seres
humanos y que decir de la naturaleza. Hoy el mundo se estremece ante los gigantescos
incendios que consumen selvas enteras en la Amazonía, pero seguimos consumiendo
más de lo que en verdad necesitamos para sostenerla vida. Muchos se lamentan,
pero este año para remodelar sus casas y oficinas compraran lindas maderas que
son extraídas de los arboles centenarios precisamente de esta región que hoy
les hace llorar. El pecado se manifiesta también de esta manera y el consumismo
es pecado. Todo aquello que deprede y degrade es y será pecado y no es
asunto de eufemismos como el confort y la calidad de vida…
La relatividad del valor
de la vida para muchos cristianos afecta grandemente la visión misericordiosa
de Dios. De ese Dios dispuesto a liberar del sufrimiento al ser humano, que no
pregunta hoy sobre tus o mis pecados sino solo y nada más nos indaga por
nuestras ganas de vivir y gastarla amando a otros y desde luego a nosotros
mismos. No se trata de una ley que castigue el amor por los demás, no se
trata de rendir culto a Dios dañando su obra o desconociendo el valor del otro.
La ley está al servicio del hombre y sus ganas de vivir amando y
sirviendo a otros, sino tenemos misericordia por los demás entonces sí, vamos a
tener grandes dificultades para verlo como imagen del Dios viviente y saldrán
una y más leyes sin sentido o desprovistas de humanidad. Lucas nos habla
de una mujer que sufría hacia ya 18 años con la misma dificultad, muestra de
esta manera como la enfermedad llega y se puede quedar en nosotros, ella por si
sola no es suficiente para postrarnos, nosotros podemos ayudarle cuando no
vivimos nuestra experiencia con el resucitado.
Ningún dolor o postración
es lo suficientemente poderoso para apartarnos del amor de Dios, eso sí, cuando
estamos fríos espiritualmente solo vasta una invitación a comer para olvidar nuestras
practicas de Fe. Jesús vio la Fe de aquella mujer por esta razón no necesitó
mediar palabra alguna, conocía su corazón y sabía que había en él. Una vida
espiritual es fundamental para que Dios reconozca lo que somos y vivimos, sin
ella la praxis evangélica es totalmente imposible. Aquella mujer -dice Lucas-
al quedar sana glorificaba a Dios, cosa que hacia antes cuando estaba enferma
porque no olvido lo que esto significaba y como hacerlo. La cura no siempre es
física pero casi siempre se necesita sanar el corazón para luego ver con amor
el cuerpo y sus limitaciones. Solo la praxis de una vida espiritual nos lleva
a superar los condicionamientos de nuestra propia existencia y ser
auténticamente libres de amar a Dios por sobre todas las cosas. La Gracia
de Dios nos da la fuerza para superar nuestra propia limitación y abrirnos al
mundo y sus relaciones. Dar gracias a Dios es la actitud de todo
bautizado que vive una relación vital con el Dios amoroso y que supo vivir su
Fe sin mirar acontecimientos distintos al amor en su vida.
No busquemos a Dios por una dádiva, busquemoslo por
amor y vivimos su presencia en amor. Si Dios se da en nosotros será
eternamente.
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Jeremías entra en la dinámica
de la escogencia de Dios sobre nosotros y tal visión de Fe nos hace pensar en
una elección incluso antes de la fundación del mundo. No media el tiempo cuando
de unirnos a Dios se trata, no hay cosa que nos separe de s amor cuando el
corazón esta dispuesto a dicha relación. El profeta ve que tan profundo y
esencial conocimiento nos une a Dios que nos ama y por tal razón nos conoce. Dios manda y nosotros actuamos y solo
manda grandes cosas que son contempladas por el alma y el corazón de quienes
caminamos en su dirección. Dios escoge y no lo hace como lo hace el mundo, Dios
mira lo más intimo de nuestro ser y se une en tal profundidad a nuestra
condición humana. Sus palabras están en nosotros como fuente de vida y
Gracia. La escogencia es un compromiso grande para vivir antes que otra cosa.
Vivir implica creer y poner por obra lo creído. Nuestra identidad como bautizados
se forja en las vivencias de nuestro Pacto Bautismal. Estamos
ante la posibilidad de vivir y dar frutos como los quiere nuestro Dios, pero
tales acciones son inconfundiblemente fruto de dos contenidos tanto su Gracia
como nuestra respuesta a su llamado y mandato.
El autor de la carta a
los hebreos nos ofrece una visión de Las dos alianzas, por un lado, nos aclara
el valor de lo sobrenatural y cono nos acercamos al Dios revelado que supera toda
posible experiencia sensible para instalarse en la psique del creyente. Mostrando
así que la vida espiritual es una realidad y que el espíritu debemos
alimentarlo para que este entre en posesión de un Reino. Una vida
sobrenatural sabe que existe algo más que la experiencia sensible y caminará
hacia el Reino de Dios. El amor
de Dios en Cristo es el fundamento de esta definitiva alianza y no media más condición
distinta a su Gracia.
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