miércoles, 14 de agosto de 2019

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...


DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Isaías capitulo 5 versículos 1-7. Salmo 80:1-2,8-18. Hebreos capítulo 11 versículo 29-12:2. Lucas capitulo 12 versículos 49-56.



La cosmovisión Lucana emplea la simbología del fuego como un recurso para enfatizar lo perentorio del llamado a escuchar y atender diligentemente el contenido evangélico. En el contexto en el que aparece la escena podremos afirmar categóricamente que se refiere a la presencia del Espíritu Santo, una presencia que renueva el valor en el que aceptamos el contenido salvífico de la Palabra revelada. Los conflictos son comunes en toda sociedad y cultura, de eso no escapamos los cristianos que en promedio fuimos los actores de los conflictos más grandes a nivel mundial, estoy ubicando este argumento en el siglo XX (dos guerras mundiales y más de 50 guerras regionales) desde este punto de vista el conflicto esta latente entre nosotros. Hoy debemos hablar del valor de todo lo que implica vivir y asumir la realidad de la paz no como ausencia de conflicto sino de la capacidad para superarlo y generar confianza entre iguales, es decir, entre persona humana. La configuración de un orden de paz es la realización de una sociedad y cultura donde el amor sea la norma primera y ultima de sus acciones.

No olvidemos que la presencia del Señor generó verdaderos dramas a nivel espiritual que se convirtieron en guerras para el alma y esto sucede con todos nosotros y en todas las épocas. La condición de la Gracia en nosotros nos permite ver con claridad el cómo actúa el amor de Dios para proporcionarnos paz duradera y firmemente afincada en el amor de Cristo que se comunica libremente. La presencia del Espíritu Santo (en el argot bélico) tiene para nosotros todos los pertrechos y municiones para ganar esta guerra espiritual librada en el corazón de los bautizados.  La paz no brota por políticas estatales o modas sociales de hacer Las cosas, la paz se refiere a un estado de vida en armonía que ama en la justa medida de la condición amable de la humanidad. El orden de la vida es también signo de la presencia del Espíritu de Dios. La Gracia permite ver un orden sublimado del quehacer del bautizado y como este orden le compele a actuar de corazón y bajo los fundamentos del amar y ser amados, es el mejor antídoto contra el pecado y sus aberraciones como la guerra.

El conflicto espiritual se puede infiltrar en el ámbito de la familia creando enemistades entre sus integrantes. Pues esta dinámica negativa es muestra de la ausencia de la Gracia en unos y en otros. No podemos suponer que el mensaje evangélico requiere solo de exclusividad para ser eficiente, lo que realmente reclama es el corazón para desde adentro transformar nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, afirmando estos principios salvíficos en nosotros.  Hoy conocemos la naturaleza y la ciencia como fuerte en la sociedad moderna, pero desconocemos los fundamentos de una cultura de amor y vida. Podemos ir a marte y a júpiter (modelo del dios romano) pero para ir a otra nación en el mismo continente requerimos de visa, es una paradoja que podamos salir de la realidad social, pero dejamos al otro afuera de nuestro confort y bienestar. Dos y tres ciudades existiendo en el mismo espacio, pero con la división humana de sector pobre y otro rico. Pero son las personas que por extensión viven en estos lugares. Estamos generando más divisiones en nuestros escenarios comunes. Conocemos todo, pero no podemos conocer el amor por sobre cualquier circunstancia. Un amor demasiado humano que está impedido para superar esta inmanencia sociológica en el que lo hemos metido.  Conocernos a nosotros mismos debería ser la empresa más importante.  Los tiempos mesiánicos anuncian una respuesta por parte de Dios a la humanidad y esa respuesta se siente en la vida y obra de los cristianos que comprometidos con el ser viven de cara al mundo sin perder de vista los signos vitales del amor y el compromiso con la vida en todas sus formas, aquí descubrimos una dialéctica nueva y vital que parte del amor como centralidad y realidad alterna al mundo en el que vivimos. Decimos alterna porque se fundamenta no en principios artificiales sino eternos. El testimonio lucano es manifestado en boca del Señor ¡Y cuánto desearía que ya estuviera encendido ¡(versículo 49). Un fuego que bien podría tratarse del amor de Dios en nosotros, un fuego que purifica porque somete al crisol nuestra propia tendencia de dominio y exclusividad. Un amor convertido en fuerza capaz de modificar vidas y darles la posibilidad de caminar por caminos de libertad y realización plena.

En la dirección Lucana de la presente reflexión la liturgia de la Palabra nos invita a considerar el texto Isainiano que en principio es una composición poética del profeta seguramente al comienzo de su ministerio, tal composición se inspiró en temas relacionados con la vendimia de los cultivos de uva. El profeta personaliza a Dios en cuanto a que es quien planta y provee todo el cuidado necesario para la viña, y al pueblo de Israel que, sin importar el cuidado amoroso de Dios, le traiciona, este tema es recurrente en otros profetas, incluso el propio Señor se acercó a esta dinámica (Conf.: Mateo capitulo 21 versículos 33-44) solo para citar un Texto en concordancia. El cuidado amoroso de Dios no siempre es correspondido por el ser humano, y de esta manera al rechazarlo estamos dejando a un lado la realización del amor como esencialmente vital para nuestras vidas.  La Fe aparece como el recurso por el cual nosotros vemos con claridad esta relación de vida con Cristo y siguiéndole le manifestamos que estamos trabajando en su viña como bautizados, deseosos de su Reino y su amor. El “autor de los   Hebreos” ve que la vitalidad del anuncio y la Fe en nuestra praxis cristiana aseguran la realización de nuestra vida escatológica aquí en principio, y el Reino de Dios en toda su plenitud.

  El cometido de una vida de Fe prima por sobre cualquier otro principio por profundo que este sea, sin la praxis de la Fe la vida sobrenatural se convertiría solo en un accionar de los sentidos. El conflicto que genera la existencia humana esta enraizado en gran medida en su actitud frente a la creación de Dios y las relaciones con el entorno, los conflictos que nacen en el alma del bautizado pueden hacerle perder la perspectiva salvífica ofrecida por el propio Cristo. Las guerras se libran en todos los frentes y hoy de manera soterrada en el alma de los creyentes. El mundo reclama su autoría y dominio sobre los escenarios en los que el drama de la vida se gesta.


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