DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS. Isaías capitulo 5 versículos 1-7. Salmo 80:1-2,8-18. Hebreos
capítulo 11 versículo 29-12:2. Lucas capitulo 12 versículos 49-56.
La cosmovisión Lucana
emplea la simbología del fuego como un recurso para enfatizar lo perentorio del
llamado a escuchar y atender diligentemente el contenido evangélico. En el
contexto en el que aparece la escena podremos afirmar categóricamente que se
refiere a la presencia del Espíritu Santo, una presencia que renueva el valor
en el que aceptamos el contenido salvífico de la Palabra revelada. Los
conflictos son comunes en toda sociedad y cultura, de eso no escapamos los
cristianos que en promedio fuimos los actores de los conflictos más grandes a
nivel mundial, estoy ubicando este argumento en el siglo XX (dos guerras
mundiales y más de 50 guerras regionales) desde este punto de vista el
conflicto esta latente entre nosotros. Hoy debemos hablar del valor de
todo lo que implica vivir y asumir la realidad de la paz no como ausencia de
conflicto sino de la capacidad para superarlo y generar confianza entre
iguales, es decir, entre persona humana. La configuración de un orden
de paz es la realización de una sociedad y cultura donde el amor sea la norma
primera y ultima de sus acciones.
No olvidemos que la
presencia del Señor generó verdaderos dramas a nivel espiritual que se
convirtieron en guerras para el alma y esto sucede con todos nosotros y en
todas las épocas. La condición de la Gracia en nosotros nos permite ver con
claridad el cómo actúa el amor de Dios para proporcionarnos paz duradera y
firmemente afincada en el amor de Cristo que se comunica libremente. La
presencia del Espíritu Santo (en el argot bélico) tiene para nosotros todos los
pertrechos y municiones para ganar esta guerra espiritual librada en el corazón
de los bautizados. La paz no
brota por políticas estatales o modas sociales de hacer Las cosas, la paz se
refiere a un estado de vida en armonía que ama en la justa medida de la
condición amable de la humanidad. El orden de la vida es también signo de la
presencia del Espíritu de Dios. La Gracia permite ver un orden sublimado del
quehacer del bautizado y como este orden le compele a actuar de corazón y bajo
los fundamentos del amar y ser amados, es el mejor antídoto contra el pecado y
sus aberraciones como la guerra.
El conflicto espiritual
se puede infiltrar en el ámbito de la familia creando enemistades entre sus
integrantes. Pues esta dinámica negativa es muestra de la ausencia de la Gracia
en unos y en otros. No podemos suponer que el mensaje evangélico requiere
solo de exclusividad para ser eficiente, lo que realmente reclama es el corazón
para desde adentro transformar nuestra condición de hijos adoptivos de Dios,
afirmando estos principios salvíficos en nosotros. Hoy conocemos la naturaleza y la ciencia como
fuerte en la sociedad moderna, pero desconocemos los fundamentos de una cultura
de amor y vida. Podemos ir a marte y a júpiter (modelo del dios romano) pero
para ir a otra nación en el mismo continente requerimos de visa, es una
paradoja que podamos salir de la realidad social, pero dejamos al otro afuera
de nuestro confort y bienestar. Dos y tres ciudades existiendo en el
mismo espacio, pero con la división humana de sector pobre y otro rico. Pero
son las personas que por extensión viven en estos lugares. Estamos generando
más divisiones en nuestros escenarios comunes. Conocemos todo, pero no podemos
conocer el amor por sobre cualquier circunstancia. Un amor demasiado
humano que está impedido para superar esta inmanencia sociológica en el que lo
hemos metido. Conocernos a nosotros
mismos debería ser la empresa más importante. Los tiempos mesiánicos anuncian una
respuesta por parte de Dios a la humanidad y esa respuesta se siente en la vida
y obra de los cristianos que comprometidos con el ser viven de cara al mundo
sin perder de vista los signos vitales del amor y el compromiso con la vida en
todas sus formas, aquí descubrimos una dialéctica nueva y vital que parte
del amor como centralidad y realidad alterna al mundo en el que vivimos.
Decimos alterna porque se fundamenta no en principios artificiales sino
eternos. El testimonio lucano es manifestado en boca del Señor ¡Y
cuánto desearía que ya estuviera encendido ¡(versículo 49). Un fuego
que bien podría tratarse del amor de Dios en nosotros, un fuego que purifica
porque somete al crisol nuestra propia tendencia de dominio y exclusividad. Un
amor convertido en fuerza capaz de modificar vidas y darles la posibilidad de
caminar por caminos de libertad y realización plena.
En la dirección
Lucana de la presente reflexión la liturgia de la Palabra
nos invita a considerar el texto Isainiano que en principio es
una composición poética del profeta seguramente al comienzo de su ministerio,
tal composición se inspiró en temas relacionados con la vendimia de los
cultivos de uva. El profeta personaliza a Dios en cuanto a que es quien planta
y provee todo el cuidado necesario para la viña, y al pueblo de Israel que, sin
importar el cuidado amoroso de Dios, le traiciona, este tema es recurrente en
otros profetas, incluso el propio Señor se acercó a esta dinámica (Conf.: Mateo
capitulo 21 versículos 33-44) solo para citar un Texto en concordancia. El
cuidado amoroso de Dios no siempre es correspondido por el ser humano, y de
esta manera al rechazarlo estamos dejando a un lado la realización del amor
como esencialmente vital para nuestras vidas.
La Fe aparece como el recurso por el cual nosotros vemos con claridad
esta relación de vida con Cristo y siguiéndole le manifestamos que estamos
trabajando en su viña como bautizados, deseosos de su Reino y su amor. El “autor
de los Hebreos” ve que la vitalidad del
anuncio y la Fe en nuestra praxis cristiana aseguran la realización de nuestra
vida escatológica aquí en principio, y el Reino de Dios en toda su plenitud.
El
cometido de una vida de Fe prima por sobre cualquier otro principio por
profundo que este sea, sin la praxis de la Fe la vida sobrenatural se convertiría
solo en un accionar de los sentidos. El conflicto que genera la existencia
humana esta enraizado en gran medida en su actitud frente a la creación de Dios
y las relaciones con el entorno, los conflictos que nacen en el alma del bautizado
pueden hacerle perder la perspectiva salvífica ofrecida por el propio Cristo. Las
guerras se libran en todos los frentes y hoy de manera soterrada en el alma de los
creyentes. El mundo reclama su autoría y dominio sobre los escenarios en los
que el drama de la vida se gesta.
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