SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA. Año A. Hechos de las Apóstoles capítulo 1 versículo 6-14. 1
Pedro capítulo 4 versículo 12-14, cap. 5 vers. 6-11. Juan capítulo 17 versículo
1-11.
La continuidad Lucana
se cierra antes de Pentecostés con la Ascensión
del Señor que fue interrumpido bruscamente en (Lucas capítulo 24 versículo
49). Los que “estaban reunidos” como en los demás evangelios que emplean esta
misma fórmula para introducir las distintas acciones del Resucitado entre sus
amigos y discípulos. Los apóstoles están preocupados todavía desde su
mentalidad judía con una restauración de Israel tal y como el judío lo esperaba
pero sin duda la intención del Señor es otra.
Para que su obra pueda ser continuada anuncia sobre los apóstoles la
llegada del Espíritu Santo y la nueva condición como testigos de la
Resurrección. De Israel saldrá la Buena Nueva traducida en Esperanza segura
pero se tornará Universal saliendo del esquema e idiosincrasia judía. Fue
elevado en una nube como signo de su trascendencia recordemos que en las
manifestaciones de Dios en el A.T la nube lo simbolizaba presente en el pueblo
y en su realidad. Los discípulos perseveraban en oración como indicando el
cumplimiento de uno de los mandatos del propio Jesús. La oración se constituye
en expresión y vinculo de Fe para los seguidores del “Camino” más tarde llamados cristianos… es aquí donde
tenemos noticia de la Iglesia en sus propios orígenes, en su Génesis, que
marcará el derrotero de los creyentes que se unirán a estos hombres y mujeres.
El Espíritu Santo está preparando el momento de Pentecostés dando a conocer los
pasos y su significación a un grupo de creyentes en Cristo. Este conocimiento
es y será el nuevo noviazgo de Dios con la humanidad. Es también una
declaración implícita de Fe en el resucitado y en su Señorío como parece
indicar la expresión de perseverancia entre los amigos del Señor. En esa
perseverancia nos vemos reflejados los bautizados cuando acudimos a Dios y
mantenemos nuestra voluntad firmemente anclada en su Gracia. Para que mirar a
las alturas si el propio Señor decidió quedarse en lo más profundo de nuestros
corazones. Agustín de Hipona lo definiría: Dios
mío intimo mío o en otro momento Amor
mío peso mío. El amor es mi peso. Es la presencia del Resucitado un peso de
Gracia y Misericordia que salta en nosotros hasta la eternidad…
El apóstol Pedro cita
una bella oración que en términos modernos Antropizados se volvió “viral” en
nuestras oraciones incluyendo la oración oficial de la Iglesia: Sed sobrios y velad. Vuestro adversario el
diablo como león rugiente buscando a quien devorar… Resistidle firmes en la Fe (capitulo
5 versículo 8) es interesante como las preocupaciones son desechadas para que
el Creyente en un verdadero abandono a la Providencia de Dios le confíe todas
sus preocupaciones y temores y disponga así todo su ser a trabajar por la
Salvación a la que ha sido llamado. El diablo es una realidad que distancia de
Dios a los incautos y desprevenidos pero nosotros como hijos del Padre Dios
luchamos desde las armas de nuestra Fe. Nuestra vida se convierte en testimonio
del triunfo de Cristo sobre el pecado y su consecuencia la muerte. La Iglesia
como Madre espiritual sufre también ante el dolor y el miedo de sus hijos, es
pues una connotación de la actividad de los bautizados que se enfrentan al
mundo pero como indica el propio Pedro será pasajero y la dicha duradera. A
nuestro Señor el Poder y la Gloria es una bella alusión de su concepción de Fe
y Esperanza cierta. No estamos solos y si Cristo triunfó nosotros por su Amor
también. La Esperanza que dibuja Pedro es la misma que se ratificará en
Pentecostés. Animo y confiemos en Cristo
que sube al Padre pero nunca se ha ido de nuestro lado (orígenes PP. Griego).
El Evangelista Juan
comparte con nosotros su visión de la revelación y el afianzamiento de la
imagen del resucitado en nuestras vidas. Conocer a Cristo implica una relación
para nada superficial o legalista. Conocer a Cristo es el compromiso de un
corazón lleno de amor y Fe… La oración-oblación
presente en este capítulo (17) es una bella concepción de la relación tan
profunda y amorosa entre Cristo y el bautizado y como su Bondad se afianza en cada uno de nosotros. Es para Cristo la vida eterna el eterno
conocimiento del Padre Dios y el sumergirse en las aguas de su Espíritu para
estar cerca de tanta felicidad y total realización. Lejos de esta relación la
frustración o el temor. Somos libres en Cristo. La Gloria del Hijo se
manifiesta en la presencia del Padre y la Misericordia para no contar nuestros
pecados sino darnos la oportunidad de transformar la existencia llenándola de
Esperanza. Es de esta forma como el Amor de Dios fortalece nuestra relación
salvífica. No existe mérito alguno de
nuestra parte sino Amor sin límite de Dios. El Nombre de Dios manifestado
por Jesús hace alusión a todo lo que significa conocer la relación con el Dios
de la vida. Lo que implica vivir nuestra Fe con alegría y compromiso sabiendo
que Dios está a nuestro lado. Juan ve en la relación de Jesús con sus discípulos
un adelanto de las relaciones eternas de Dios con la humanidad, es decir, una
constante amorosa que no tiene límite alguno. Somos discípulos si amamos al
maestro y conjugamos en ese amor todo lo necesario para la trascendencia hasta
desarrollar la plena seguridad del cumplimiento de sus promesas en una
expresión de Fe viva y dinámica… Para Juan el Amor es el motor de esta revelación
y relación. Quien ama está definitivamente encaminado a la vida de Cristo en su
Reino.
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