jueves, 25 de mayo de 2017

SEPTIMO DOMINGO DE PASCUA...

SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA. Año A. Hechos de las Apóstoles capítulo 1 versículo 6-14. 1 Pedro capítulo 4 versículo 12-14, cap. 5 vers. 6-11. Juan capítulo 17 versículo 1-11.



La continuidad Lucana se cierra antes de Pentecostés con la Ascensión del Señor que fue interrumpido bruscamente en (Lucas capítulo 24 versículo 49). Los que “estaban reunidos” como en los demás evangelios que emplean esta misma fórmula para introducir las distintas acciones del Resucitado entre sus amigos y discípulos. Los apóstoles están preocupados todavía desde su mentalidad judía con una restauración de Israel tal y como el judío lo esperaba pero sin duda la intención del Señor es otra.  Para que su obra pueda ser continuada anuncia sobre los apóstoles la llegada del Espíritu Santo y la nueva condición como testigos de la Resurrección. De Israel saldrá la Buena Nueva traducida en Esperanza segura pero se tornará Universal saliendo del esquema e idiosincrasia judía. Fue elevado en una nube como signo de su trascendencia recordemos que en las manifestaciones de Dios en el A.T la nube lo simbolizaba presente en el pueblo y en su realidad. Los discípulos perseveraban en oración como indicando el cumplimiento de uno de los mandatos del propio Jesús. La oración se constituye en expresión y vinculo de Fe para los seguidores del “Camino”  más tarde llamados cristianos… es aquí donde tenemos noticia de la Iglesia en sus propios orígenes, en su Génesis, que marcará el derrotero de los creyentes que se unirán a estos hombres y mujeres. El Espíritu Santo está preparando el momento de Pentecostés dando a conocer los pasos y su significación a un grupo de creyentes en Cristo. Este conocimiento es y será el nuevo noviazgo de Dios con la humanidad. Es también una declaración implícita de Fe en el resucitado y en su Señorío como parece indicar la expresión de perseverancia entre los amigos del Señor. En esa perseverancia nos vemos reflejados los bautizados cuando acudimos a Dios y mantenemos nuestra voluntad firmemente anclada en su Gracia. Para que mirar a las alturas si el propio Señor decidió quedarse en lo más profundo de nuestros corazones. Agustín de Hipona lo definiría: Dios mío intimo mío o en otro momento Amor mío peso mío. El amor es mi peso. Es la presencia del Resucitado un peso de Gracia y Misericordia que salta en nosotros hasta la eternidad…

El apóstol Pedro cita una bella oración que en términos modernos Antropizados se volvió “viral” en nuestras oraciones incluyendo la oración oficial de la Iglesia: Sed sobrios y velad. Vuestro adversario el diablo como león rugiente buscando a quien devorar… Resistidle firmes en la Fe (capitulo 5 versículo 8) es interesante como las preocupaciones son desechadas para que el Creyente en un verdadero abandono a la Providencia de Dios le confíe todas sus preocupaciones y temores y disponga así todo su ser a trabajar por la Salvación a la que ha sido llamado. El diablo es una realidad que distancia de Dios a los incautos y desprevenidos pero nosotros como hijos del Padre Dios luchamos desde las armas de nuestra Fe. Nuestra vida se convierte en testimonio del triunfo de Cristo sobre el pecado y su consecuencia la muerte. La Iglesia como Madre espiritual sufre también ante el dolor y el miedo de sus hijos, es pues una connotación de la actividad de los bautizados que se enfrentan al mundo pero como indica el propio Pedro será pasajero y la dicha duradera. A nuestro Señor el Poder y la Gloria es una bella alusión de su concepción de Fe y Esperanza cierta. No estamos solos y si Cristo triunfó nosotros por su Amor también. La Esperanza que dibuja Pedro es la misma que se ratificará en Pentecostés.  Animo y confiemos en Cristo que sube al Padre pero nunca se ha ido de nuestro lado (orígenes PP. Griego).

El Evangelista Juan comparte con nosotros su visión de la revelación y el afianzamiento de la imagen del resucitado en nuestras vidas. Conocer a Cristo implica una relación para nada superficial o legalista. Conocer a Cristo es el compromiso de un corazón lleno de amor y Fe… La oración-oblación presente en este capítulo (17) es una bella concepción de la relación tan profunda y amorosa entre Cristo y el bautizado y como su Bondad  se afianza en cada uno de nosotros.  Es para Cristo la vida eterna el eterno conocimiento del Padre Dios y el sumergirse en las aguas de su Espíritu para estar cerca de tanta felicidad y total realización. Lejos de esta relación la frustración o el temor. Somos libres en Cristo. La Gloria del Hijo se manifiesta en la presencia del Padre y la Misericordia para no contar nuestros pecados sino darnos la oportunidad de transformar la existencia llenándola de Esperanza. Es de esta forma como el Amor de Dios fortalece nuestra relación salvífica. No existe mérito alguno de nuestra parte sino Amor sin límite de Dios. El Nombre de Dios manifestado por Jesús hace alusión a todo lo que significa conocer la relación con el Dios de la vida. Lo que implica vivir nuestra Fe con alegría y compromiso sabiendo que Dios está a nuestro lado. Juan ve en la relación de Jesús con sus discípulos un adelanto de las relaciones eternas de Dios con la humanidad, es decir, una constante amorosa que no tiene límite alguno. Somos discípulos si amamos al maestro y conjugamos en ese amor todo lo necesario para la trascendencia hasta desarrollar la plena seguridad del cumplimiento de sus promesas en una expresión de Fe viva y dinámica… Para Juan el Amor es el motor de esta revelación y relación. Quien ama está definitivamente encaminado a la vida de Cristo en su Reino.


   

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