RECURSO BREVE.
PARA LLEGAR A SER
ORANTES. RECURSOS QUE ESTÁN A NUESTRO ALCANCE.
Vivir nuestra amistad con
el Señor y cultivarla en el silencio. Para llegar a ser Orantes debemos cuidar
nuestras relaciones con los demás. Debemos tomar conciencia sobre nuestro
cuerpo y la manera en la que vivimos cuidándolo o deteriorándolo. Representar a
Cristo vivo en nuestro interior. La amistad es asunto del corazón,
el centro de nuestra oración es Cristo. La oración no es un momento es un
camino y ella nos descubre quien es Cristo. Cristo nos llama a vivir en
libertad interior. Ser orantes es vivir la oración con todas sus consecuencias.
La oración nos cuestiona y produce sentimientos siempre distintos, Marta
sabe actuar en su presencia y María sabe escuchar delante de Él.
En la oración
establecemos una conversación que se convierte en comunión con el Dios
revelado, orar y meditar nos da la posibilidad naturalmente de caminar viendo
delante de nosotros los signos del amor de Dios. Conversar con Dios es una
bella expresión de nuestra propia integralidad que se somete a la Voluntad
amorosa de Dios. Hablemos siempre con Dios que en su amor generoso nos
escucha. Dios es lo más íntimo que hay en nosotros y lo que da auténtico peso a
nuestra existencia, expresaría Agustín de Hipona. La esperanza sembrada
por la oración nos sirve de escudo y armadura para enfrentar el devenir de la
existencia. El mundo y sus relaciones no se detienen y nosotros en medio de esta
realidad debemos caminar en pos de un Reino y su Señor.
La oración es asunto de
Fe, constancia, y compromiso, La oración deja una huella en nosotros, es un
don, un regalo que llega al corazón y puede cambiarnos. Los sentimientos, las
emociones tienen un valor relativo en la oración. Pedro
manifestó que era bueno estar en aquel lugar, pero lo importante no era este
sentimiento sino el poder seguir a Cristo luego y en todas las instancias de la
vida. No se trata de disfrutar de Dios en la oración sino en saberle bien a
Cristo cuando oramos. Podemos estar buscando solo el gusto en la oración y no
crecer en la vida de Fe y en la entrega como bautizados. Pedimos la paz para el
mundo y generamos auténticas guerras en torno nuestro. Pedimos por los que no
tienen alimento y desperdiciamos en nuestras cocinas. Lo anterior es un engaño
espiritual.
El querer de Dios
es la meta de la oración, recordemos su oración
en el huerto de Getsemaní. No se trata de lo que nos gusta decir en la oración
sino en lo que estamos viviendo de ella.
La oración nos puede llevar a actuar como Jesús antes que pensar como lo
haría Él. Oración es un caminar disciplinado de amor y entrega, sin mediar
entre ella y nuestro parecer la voluntad humana. Es una grande ofrenda
para Cristo nuestra propia voluntad.
Nuestra oración debe
unirse a la voluntad de Dios y no a nuestro parecer personal y muchas veces
malcriado. La sociedad en la que vivimos impone hábitos para evitar la
reflexión en el bautizado. Nos gusta reunirnos en distintas ocupaciones, pero
no existe reflexión y análisis personal a la hora de discernir. La vida
cotidiana debe educarse para saber seguir las mociones de la Gracia y cumplir
la Voluntad de Dios. Conocernos a nosotros mismos es fundamental para
caminar en una vida de oración y de servicio cristiano. Dios hace parte
de nuestra jornada, pero prefiere hablarnos en lo privado de nuestra
conciencia. Los ministros laicos deben examinar su conciencia para
conocerse y ver sus propios frutos. La oración más que un habito se
convierte en una manera de ver el mundo y sus contenidos, la oración entra en
distintos niveles de disciplina y necesidad, nos queda claro, que cuando
entramos en su dinámica lo primero que hacemos movidos por su influjo es
revisar y sanar tanto el cuerpo como la mente y las relaciones con quienes nos
rodean como extensión de nosotros mismos. Esto último incluye radicalmente la
vida en todas sus formas. Estamos pues enfocados en una multi dinámica de
relaciones con el entorno y su razón de ser y existir, La oración nunca
es quieta o estática, ella mueve poderosamente la mente y voluntad del
orante, dándole o imprimiendo en su ser la fuerza suficiente para el quehacer
de cada día. Nuestra oración asume la rutina como una necesidad para establecer
un orden y un habito como indicábamos antes. Pues el orden en la oración es
expresión volitiva de nuestros sentimientos respecto de Dios. La vida espiritual
necesita de la oración como fuente de alimento y disposición natural de la
Gracia, sin oración y meditación la Gracia se consume en acciones mundanas y no
puede aprovecharnos. Tenemos un enemigo común y no es el mal tipificado o
identitativamente señalado, me refiero al demonio, si bien el mal se manifiesta
también es muy cierto que nosotros poseemos libre albedrío para hacer de la
oración un recurso vital tanto de nuestra condición física como espiritual. El
mundo (escenifica las dificultades de todo tipo para nuestra oración y
meditación) se recrea poderosamente en cada bautizado como su ADN
sensitivo que le permite, ver, tocar, y sentir, su realidad mudable paro
atractiva, una realidad que por ser intelectiva llega a la mente y se convierte
en información que podemos convertir en imágenes e ideas a voluntad. Desde una
concepción psicológica es fácil confundir esto con la voluntad de fuerzas supra
naturales que están en aparente conflicto con nuestra interioridad.
La vida espiritual es una
necesidad en cada uno de los bautizados que estamos todavía caminando al
encuentro del Señor. Una relación de intimidad nos asegura auténticos frutos de
vida en el espíritu y no distracciones del mundo y nuestro entorno. Diariamente
debemos tener momentos de oración y meditación con la “boca cerrada”
facilitando la interioridad y desarrollando la capacidad de pensar muy bien
nuestras respuestas cuando estemos dialogando. Las emociones o el tono de
la voz no son indicativos seguros de un estado espiritual o de vida interior,
ellos son como sentidos un recurso en el lenguaje que empleamos para
comunicarnos (corporalidad) La oración que podemos hacer cada día puede
tener distintos modelos o patrones si así lo deseamos, sabemos que ella trabaja
fuertemente nuestra voluntad. Nos
referimos al cambio de hábitos y prioridades, así como al manejo del tiempo
personal, siempre lo hay para orar y meditar, estos ejercicios de vida interior
no descartan otras expresiones de piedad o interiorización, hay recursos muy
variados para crecer en la oración y meditación, incluso si hay dificultad de
concentración o manejo de nuestra atención, podemos centrar la mente en
un símbolo evangélico, por ejemplo la vid y los sarmientos presente en Juan, de
esta manera dirigimos el poder de la simbología al terreno de nuestra interiorización
logrando con ello disiparnos poco y mantener nuestra mente y voluntad
enfocadas. Es pues factible que de esta forma nosotros logremos crecer
en el dominio propio y no dejarnos mover solo por las emociones de estamos
espirituales engañosos. La vida interior reclama de estos recursos para hacer
conciencia en nosotros de una condición más que física o material. A Dios
no le podemos expresar lo que significa para nosotros por medio de palabras
sino del mismo corazón que habla de nuestros sentimientos. Las palabras
son un recurso, pero ellas deben ser el reflejo certero de lo que hay dentro de
nosotros y no simplemente como lenguaje religioso asimilado en distintas formas
o modos de oración tanto verbal como interior.
Nuestro crecimiento en la
vida espiritual nos debe llevar a conocer donde nos encontramos con respecto a
la oración y meditación de los misterios que rodearon la vida del Señor. Cada
día es una oportunidad para profundizar en la oración y ver como ella transforma
nuestro “hombre viejo” deseoso siempre de tener la razón y por ende
convertirse en infalible para los demás. Dicho esto, también diremos que la
oración nos renueva y hace criaturas nuevas al aprovechar la Gracia de Dios en
nuestras vidas y relaciones, santificando tanto el mundo físico como espiritual
en torno nuestro. La ignorancia puede hacernos creer que la oración
justifica todo o sana todo sin antes haber entablado una relación amorosa con
el Dios viviente. Sin familiaridad no hay nada que se materialice en nosotros. La
oración nos brinda la posibilidad de construir relaciones duraderas y
santificadas, esto último, es extensión bien intencionada de la oración y nuestros
hábitos de vida espiritual. La meditación se convierte también en fuente de incalculable
valor para trabajar el autodominio y la templanza. La prudencia también
se nutre de un sano y constante ejercicio de meditación, si tenemos
dificultades para dominar nuestra prontitud a la hora de responder a cualquier agravio,
sin duda alguna que la meditación nos ayudará a darle el valor indicado a cada
una de las manifestaciones que surgen del trato y relaciones con quienes nos
rodean. La oración cuando se adentra en la meditación se interna en lo
más intimo de nuestra psique llegando a descubrir aquellas cualidades y valores
que muy pocas veces afloran en el diario compartir. La meditación abre puertas
a la vida sobrenatural facilitando el descubrir otros elementos que no
encontramos sino dentro de nosotros mismos. El mundo como propuesta relacional
es eminentemente superficial ya que los conceptos de felicidad que posee son efímeros
por ser solo expresión material de su propia realidad limitada y no
trascendente. El bautizado-episcopal esta llamado a adentrarse en la oración
y meditación para fortalecer su propuesta al mundo, de una vida recta y
ordenada ya que en la estética de la vida encontramos a Dios que ama y genera
en si todo orden y armonía.
Orar es una disciplina que adelantamos por gusto y
movidos a ella por amor y convicción. Orar y meditar nos introduce en la
realidad trascendente de nuestra condición humana…
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