jueves, 21 de noviembre de 2019

JESUCRISTO REY SEÑOR DE LA MADRE IGLESIA.


ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.  DÍA DE CRISTO REY. Propio 29. Lucas capítulo 23 versiculos 33-43.



33. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.  Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. 35. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. 36. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37. y le decían: Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate! 38. Había encima de él una inscripción: Este es el Rey de los judíos. 39. Uno de los malhechores colgados le insultaba: ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!  40. Pero el otro le respondió diciendo: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41. Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.  42. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. 43. Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/lucas/23/

Al final de nuestro año litúrgico la Iglesia nos propone a consideración la imagen de Cristo como Rey y Señor de la obra de su Padre Dios. Esta consideración toca profundamente el sentir de los bautizados y la manera como estos tributan diariamente a Dios en sus vidas. Un caminar Lucano que debe llevarnos a las profundidades de nuestro ser y conciencia espiritual. Un caminar que reconoce justamente en su madurez el Señorío de Cristo siempre actual y dinámico. La liturgia se detiene a considerar al autor de nuestra redención y lo hace exaltando su figura como Dios y Rey soberano. Nada de lo anterior es posible en la vida de los bautizados si estos no profundizan en su relación espiritual. No es fácil reconocerlo cuando no le conocemos.

Hoy durante la meditación con los seminaristas, uno de los textos lucanos que escogimos (Lucas capítulo 21) nos referían a la mujer que acercándose al templo depositó cuanto tenía para vivir, y en la otra margen del relato estaban quienes con mucho dinero depositaban de lo que sobraba en sus arcas. Ella en realidad entregó de las profundidades de su ser, su Fe y absoluta confianza en el Dios viviente. No se trata de recursos económicos sino de la misma soberanía de Cristo en la vida y obra de los bautizados. Dar de nosotros mismos edifica paulatinamente la imagen del reinado de Cristo en el mundo y en la creación. La Madre de los bautizados invita este domingo a reconocer precisamente el Señorío escondido en nosotros del Salvador de la humanidad. No es fácil suponer tal evento sino insistimos en el gobierno armonioso de la Gracia en nuestras vidas.

Lucas trae una imagen desgarradora de la Pasión del Señor y lo hace precisamente para que el bautizado encuentre la fuerza del amor de Dios escondido en donde menos podemos pensar nosotros. El amor de Dios ocupa nuestros distintos espacios, escenarios, y facetas. Dios no deja nada sin tocarlo con su Gracia y es aquí donde se comienza a elaborar una respuesta coherente a su reinado. Aquel hombre que la creencia popular llama el “buen ladrón” comprendió precisamente donde estaba el tesoro que se podía “robar” y como este tesoro no se agotaba nunca. Los cristianos estamos siendo confrontados todos los días, el mundo y sus relaciones tienen su propia idea de reino y reinado y no es el amor de Dios su punto de partida sino sus propios estándares de realidad y felicidad. Reconocer a Cristo como Señor no es tarea fácil cuando estamos absortos por otros reinos. Cuando reina el mundo no hay espacio para el reinado de Cristo. No podemos vivir una especie de dualismo de la realidad, debemos pues, ser consecuentes con la propia experiencia de Fe. Aquellos que le insultaban lo hacían por ignorancia, no se trata de un ataque directo contra su Divinidad, sino el fruto de una total ausencia de experiencia con el Dios Encarnado y hoy es posible que aun en medio de nuestras congregaciones existan bautizados episcopales que no conocen el amor de Dios revelado en su Adorado Hijo. Es decir, debemos afirmar su Reino desde las entrañas del ser eclesial.

Unos y otros le llaman de distintos nombres y por distintas razones, el primero que estaba crucificado junto al Señor le llama Cristo, mientras que el segundo le llama Rey, cual de estas definiciones hace trabajo liberador en nosotros, es aquella que en realidad dimensionamos en nuestras vidas al punto de alimentar toda obra que sale de nuestros corazones y manos. Reconocer el Reino de Dios es imposible sino vivimos la identidad amorosa que Dios nos ha revelado en su Adorado Hijo. No es una declaración sino una vivencia que acata la Voluntad salvífica de Cristo. Aquel hombre le llama Rey porque esta dispuesto a ser gobernado por su autoridad y realeza, quiere ser súbdito del Señor. Un acatamiento de su Voluntad salvífica implica en nosotros la renuncia a nuestra única y exclusiva voluntad frente a la vida y a la Gracia. En la autosuficiencia la Gracia no tiene nada que hacer. Es pues, para cada uno de los bautizados necesario reconocer con obras y sentimientos el Señorío real de Cristo en sus vidas. La dinámica por medio de la cual se aproxima aquel hombre al corazón del Señor es la misma que nosotros asumimos una vez maduramos en nuestra Fe y lo que implica su praxis.

Inaugurar el Reino de Dios es parte fundamental de nuestra condición de creyentes. El Reino de Dios es una manifestación amorosa de una profundidad indecible por parte de Dios a la humanidad. Aquí es posible reconocer como la promesa de Cristo llega con toda su vigencia a la psique de los creyentes, un reino es en síntesis un orden de cosas en las que actúan quienes viven en sus estructuras, lo mismo se podría decir del sistema de gobierno en el que vive nuestra nación. Pero en el Reino de Dios la ley y la norma por antonomasia es el amor plenificador de toda condición y expectativa de nuestra parte. Un orden que sostiene su realidad, no es pues una imposición de Dios sino la revelación de su amor en un estado de cosas que son importantes para cada uno de los bautizados. El Señorío de Cristo es fruto en nosotros de una profunda praxis de nuestra Fe y los valores evangélicos que portan explícitamente las obras de cara al mundo y nuestra relación con quienes nos rodean. Un orden armonioso porque el amor es portador de todo valor indispensable para ser felices en su reino eterno. Nuestra corta expresión verbal (lingüística) limita el producir conceptos para acercarnos a esta realidad trascendente y por tal razón el Señor acertadamente habla de un reino algo que todos conocemos por sus implicaciones. Un reinado que no dependerá de nada ni nadie, sino y solo del amor de Dios transformado en la más totalizante donación de su Gracia a cada uno de los bautizados.

OREMOS…

Caminemos confiados al Trono de su Gracia donde el Rey y Señor de la vida y de todo cuanto existe en este y en los demás sistemas que pueblan el espacio y cosmos se sienta para regir su obra, ángeles, arcángeles, serafines, querubines, tronos, dominaciones, potestades, principados, imperios, se postran y no son dignos de levantar la cabeza y verle. Loor al Padre Rey, Loor al Hijo Rey, Loor al Santo Espíritu de Dios Rey. Al Rey y Señor la Madre Iglesia le rinde tributo y Adoración, al que es su Dios, su Esposo, su Señor, su Amo, su Cabeza, cuya Sangre Santísima santificó todo, redimió todo y gobierna todo, Un Dios en Trinidad de Personas para Adorar y callar y solo amar por los siglos y estos eternos… Amén.


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