jueves, 6 de septiembre de 2018

DÉCIMO SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...


DÉCIMO SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. Proverbios capítulo 22 versículos 1-2,8-9, 22-23. Salmo  125. Santiago capítulo 2 versículos 1-10 (11-13) 14-17. Marcos capítulo 7 versículos 24-37.



El Libro de Proverbios comparte una enseñanza que se asemeja grandemente al espíritu cristiano de servicio y respeto por el otro, así como el reconocimiento de su propia realidad y circunstancia. También es fácil leer entre líneas el modelo de una Fe religiosa que busca en Dios la transformación de todas las cosas que pueden afectar la vida del creyente. Sin duda estamos  ante la evolución del concepto judío de la Retribución hacia la esperanza en la intervención de Dios (Yahveh) Las cualidades del bautizado son sin duda su mejor carta de presentación ante el problema, la privación, o una gran necesidad,  y es precisamente el sentirnos parte del plan salvífico de Dios lo que nos hará fuertes y dispuestos ante los retos de la vida. La realidad percibida de esta forma es dinámica y totalmente teonoma, es decir, puesta en las absolutas bondades de Dios.

Dios defiende la causa de los justos y actuará en su favor, nos recuerda aquel episodio narrado en los evangelios que describen la perversidad de un Juez inicuo pero que aún él actúa para su beneficio y termina haciendo justicia a la viuda (signo de toda privación y necesidad) cuanta mayor será la presteza de Dios en hacer justicia a los suyos que a Él claman.

Las obras de Misericordia como ayudar al necesitado sin duda contribuyen en este contexto a sensibilizar la relación con los demás. Una relación que necesita de la respuesta amorosa y generosa de los bautizados para mitigar un poco la realidad de injusticia que estamos viviendo, donde la pobreza y privación son consecuencia de los pecados estructurales. Los mismos que desdibujan el rostro de Dios en la sociedad presente. En este sentido el Libro de (Pv) nos orienta en la  consecución de una realidad redimida donde la injusticia sea cosa dejada a un lado para construir un orden más humano y menos tirano entre los bautizados.  Los demás consejos son propios de este género literario. Queda en el ambiente la necesidad de aproximarnos conscientemente a las verdades de nuestra Fe y relacionarlas con nuestras actuaciones de cada día.

El Salmo 125,  Dios protege a los suyos, es el título del contenido del presente Salmo y encaja perfectamente en la vocación de la lectura anterior. La confianza en Dios es el eje de toda esta oración, es el motor que mueve al creyente para vivir su absoluta dependencia del Dios vivo (Teonomia) La realidad del creyente no puede ignorar las condiciones de la existencia presente y por ende de Dios como la centralidad de sus experiencias y vivencias. La maldad y la impiedad no poseen poder sobre la vida del bautizado al menos si este decide vivir de cara a Dios, pero si abandona su camino salvífico entonces el mal alimentará su proceder… Dios hace el bien a los rectos de corazón es el deseo y oración del Salmista.

Este trozo de su Epístola está dirigida a judíos convertidos al cristianismo, y el Apóstol Santiago desea dejar en claro que la Ley como ellos la vivieron necesita de la plenitud que solo se alcanza en el mensaje del Resucitado. El invocar el Nombre de Dios era para el (A.T) signo de bendición con las limitaciones de su Fe y cultura. En la visión del Apóstol Santiago  es signo de salvación lo que llevó a la Iglesia primitiva a asociarlo en su liturgia, particularmente en el Bautismo. A diferencia de la visión judía que ejecutaban el juicio lapidando a sus congéneres por las faltas cometidas a la Ley,  el Apóstol observa que solo Dios puede hacerlo y no el creyente.

En cuanto a la polémica que en lo sucesivo se presentará entre los defensores de la Fe y los amantes de las Obras en sentido salvífico (Pablo y Santiago) es bueno aclarar que la polémica no tiene fundamento manifestarla ya que Santiago afirma su punto de vista sobre aquellos creyentes que creían que podía existir algún tipo de obra que nos mereciera la Salvación. Sin duda su pensamiento concilia tanto la necesidad de la Fe como la importancia de las Obras para testificar la calidad y vocación de vida del bautizado y su forma nueva de ver el mundo y sus relaciones. Pablo no rechaza las obras sino la falsa suposición de la existencia de obras que nos ganaran la salvación, en sentido estricto su vida es una imagen que habla por sí sola de las obras y su valor. Para Santiago las obras son signo de Fe y en Pablo la Fe se manifiesta en las obras.
Las obras no nos merecen la salvación pero nos ayudan  a manifestarla al mundo. Si fuera solo cuestión de obras entonces olvidaríamos nuestra condición débil ante el pecado y con el accionar creeríamos estar libres de todo falta, y en cuanto a la Fe es obra de Cristo en nosotros, y la forma de vida debe ser coherente con la Gracia y la Caridad que nos define como hijos y hermanos entre sí y con Cristo el Hijo de Dios. Es pues un llamado a una Fe activa y viva que sirva por amor al otro y no solo al portador. Una Fe de carne y hueso que sienta al otro en sus necesidades y condición.

En Santiago la Fe se vive también en las obras que a su vez nos definen como creyentes y confiados en el amor de Dios para con su obra. Una de nuestras obras debe ser el cuidado de la vida en todas sus formas. La Fe necesita de la materialidad de nuestras vidas y por ende de las acciones con las que enfrentamos la cotidianidad y manifestamos en ella el triunfo de la vida redimida. De aquella maravillosa posibilidad que solo Dios en su infinita misericordia nos concede sin mérito alguno de nuestra parte pero si por el Amor de su Adorado Hijo y su entrega en la Cruz, en palabras del Hiponense recordamos: “Oh feliz culpa que nos mereciste tal Redentor”.

El capítulo 7 de Marcos se centra en los viajes del Señor  fuera de Galilea,  y este derrotero nos mostrará este domingo su encuentro con la mujer siro-fenicia es decir, no era de nacimiento griega sino por adopción cultural, el término pagano corresponde no a la calidad de la persona sino a sus concepciones religiosas. Culturalmente durante las comidas el pan era empleado también como una “servilleta” para retirar el aceite de las manos en la ingesta habitual. Pero en cuanto a las palabras del Señor encontramos la realidad de necesidad y pérdida de conciencia que vemos hoy en nuestras congregaciones cuando muchas personas asisten a los servicios religiosos por algún interés así sea social y no auténticamente como bautizados en Cristo. 

Aquella mujer se expresó en la misma dirección de los interrogantes del Señor que buscaba así en el corazón de aquella  una respuesta que superará la intención básica de los no creyentes como era la de sacar provecho de su trato con el Señor ante sus necesidades. La Fe de aquella mujer es signo de la universalidad salvífica del Señor y su Evangelio. Un Mensaje que no posee límite alguno y que si el ser humano lo permite puede trasformar todas sus estructuras. Una vez  más la Fe aparece para actuar en el creyente sin miramiento alguno ante su necesidad.

La otra curación se mueve en la misma dirección apareciendo como es de esperarse el secreto mesiánico, cuyo conocimiento estará reservado para el auténtico creyente. Para  aquellos cristianos dispuestos a fundamentar una relación autentica con Cristo desde su perspectiva de Dios y Redentor nuestro. Todo lo obrado por Cristo es signo de su Reino entre nosotros y para tal realidad no podemos ser indiferentes ante el dolor y ausencias del otro. Como Episcopales debemos trabajar mucho más por la Caridad y el Amor congregacional.

Las obras de Jesús solo pueden ser catalogadas como materialización de su Amor por la humanidad, entonces la Fe y las Obras sin Amor no tienen sentido alguno. Es pues un imperativo categorico al que estamos bellamente supeditados a vivir y explicitar el amor como signo de Fe y Obras redimidas.


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