TEOLOGÍA DE
LA PARTICIPACIÓN SACRAMENTAL.
BREVES
NOTAS.
El desarrollo sacramental
como fundamento de la espiritualidad renovada en la Nueva y definitiva
Alianza centra todo su contenido
escatológico en la misma relación salvífica por la que los sacramentos como
signos visibles de nuestra expresión cultual representan. La Gracia se
instrumentaliza llegando históricamente en la confección de los ritos y su
significación mistagógica. La participación en la vida sacramental implica la
paulatina transformación del creyente a la luz de la Gracia. Su transformación
es vital en la asimilación de la condición redimida. La vida espiritual no es reemplazo del afán y contenido cotidiano sino
una máxima potencia en todos sus frentes vitales. La vida en el espíritu es
la plenificacion de los postulados doctrinales y vivenciales de nuestro
cristianismo. Es por definición el avanzar concienzudamente en la expresión de
nuestra realidad humana sin desconocer la esencia de nuestra Fe y absoluta
realización en la siempre viva
perspectiva de la Fe. Somos pues una manifestación concreta de lo sobrenatural
en vivencia relacional. Es una manera de
decir que la vida se recrea tanto en lo físico como en lo espiritual.
El Bautismo es la puerta
que abre todas las posibilidades en la vida congregacional lo que implica
sintonía total con la Iglesia universal. El desarrollo vivencial se alimenta
precisamente de la condición del creyente que como bautizado participa por
derecho propio de los dones y frutos del quehacer sobrenatural de su Iglesia. La
lógica esta afirmada desde la perspectiva de una participación viva y dinámica
donde sus presupuestos son dinámicamente movidos por la Gracia en toda su
potencia o expresión histórica. No estamos limitando el accionar de Dios entre
nosotros simplemente estamos afirmando concienzudamente que su respuesta dependerá de la misma y única condición de nuestra humanidad con
todo lo que ello puede y de hecho llega a implicar. La vida sacramental no es estática sino dinámica y su proceder es
también histórico cuando el creyente se inserta en la cotidianidad y vive sus
contenidos fundamentándose en la expresión de su Fe redimida.
La Iglesia ve con agrado el aproximarse a su realidad
cultica a cada uno de los bautizados que se conectan con la Gracia y
dimensionan su ser tanto personal como colectivo en una vivencia de valores
trascendentes que animan su crecimiento en la dirección tanto de lo social como
de lo eclesial. No dejamos como Episcopales
la realidad cultural en la que la
Iglesia vive sus contenidos doctrinales y como el Ethos cultural se estructura
en la visivilizacion del otro de una
forma tan viva como la expresión de la Gracia lo permite, desde esta
perspectiva el Episcopal está llamado a vivir un nacer y crecer cultural propio
bajo la guía de la Gracia. El esquema
social que vivimos es también susceptible de ser informado por la nueva
condición del bautizado, es decir, desde la concepción de una redención que
toca tanto al ser como al espacio vital donde este vive. En tal postura el
creyente reconoce que los acontecimientos de su vida no solo son importantes en
el entorno donde habita sino en el medio que es movido por la presencia de la
Redención y de la cual este individuo se hace parte viva y dignificante a la
vez. No solo acudimos al brillante acontecer teológico sino que vivimos desde
la perspectiva del hacer bajo el signo del creer. Hoy como hace siglos el ser
humano se enfrenta a cambios en su concepción de la vida y sus afanes son
otros, pero en este ir y venir aparece un cierto devenir que cautiva incluso su
conciencia. Aquí es donde la realidad que se mueve en su interior se convierte
en fenómeno de salvación y las palabras de las Escrituras le hacen literalmente
saltar hasta la eternidad. Es un encontrar histórico de un camino que bajo el
estándar de la Gracia se trasforma en eterno. No es de otra forma como la
Gracia sacramental llega al bautizado y por ende a la vida cotidiana de la
congregación.
Las razones últimas de
nuestra militancia son el reflejo de las prioridades tanto personales como
históricas en la vida de los bautizados. La Gracia sacramental está al alcance
de todos y no hay discriminación alguna que impida el acceso a sus dones y
frutos. La historia percibida desde la Iglesia es de una connotación estructural distinta a como el mundo y sus
afanes la ve venir. La realidad que se construye bajo el influjo de la vida
sacramental no posee limitante alguno sino que confirma el recorrido humano por
los distintos estadios de madurez de la convivencia y el crecimiento categórico
de la persona redimida. No es de otra forma como el creyente animado por la
Gracia empieza la tarea magna de privilegiar actitudes e ideales de vida a pesar de la propuesta
laicista de la sociedad.
El materializar la
historia es un deber de los bautizados dándole así entrada a la Gracia a todo
lo que son y han sido capaces de obrar. Los momentos históricos humanistas ya
los conocemos donde el ser antropológico era el centro de la expresión humana.
Pasando al Racionalismo donde la realidad percibida así misma engendraba como
si se tratara de un “ente” la conciencia humana desarrollando un materialismo
histórico desprovisto de esperanza y totalmente idealista. Los momentos
históricos clave del desarrollo antropológico los podemos esquematizar de la
siguiente manera:
·
Alta y Baja Edad Media.
·
Oscurantismo.
·
Renacimiento y Humanismo.
·
Barroco y Rococó.
·
Ilustración y Racionalismo.
·
Materialismo histórico e Idealismo
filosofico.
·
Marxismo.
·
Existencialismo.
·
Liberalismo y Neo-liberalismo.
·
Escuela de Frankfort.
·
Personalismo.
·
Modernismo.
·
Post-modernismo.
·
Trans-modernismo.
·
Colonialismo.
·
Tras-colonialismo.
·
Post-colonialismo.
·
Nadaísmo (Movimiento filosófico de origen
colombiano).
Son
solo algunos de los estadios de evolución teórica en los que el pensamiento
humano se recrea desde hace al menos 2000 años, sin duda que la lista es aún
más compleja pero solo citando estos
últimos perfilamos una línea de tiempo como tal. Sub omnia ratione Dei".
Pero se tocan tanto en su inicio como en
su fin, ya que la luminosidad en la que la filosofía quiere que la teología se mueva
es dada por la luz del Verbo, que es, en la línea de Agustín, el verdadero
maestro del alma, esta inclusión del Verbo eterno desde la creación hasta la
Encarnación genera una antropología no lineal sino trascendente impregnada hoy
de la vida y sentir sacramental de la Iglesia. Tal intelección es favorable
para el crecimiento tanto en la Fe como en la construcción de un entorno
informado por la Gracia que brota precisamente de un bautizado que vive a
profundidad su Fe y la comparte con quienes le rodean incluso con otras formas
de vida no humanas.
Pero
como Episcopales nos preguntamos sobre el supremo valor de nuestra condición y
debemos mirar al pasado para responderlo y actualizar así su postura, nos
referimos a la creación misma de la humanidad. Un caminar histórico que se
sujeta a la Gracia incluso de los dones Preternaturales.
Hoy derivamos el ser dignificante de la humanidad sujetándonos dialécticamente
a nuestro origen creacionista, la dignidad de ser Imagen y Semejanza de Dios se
resume a solo una condición bajo la guía del pensamiento Agustiniano, al ser
Amable por naturaleza creacional, es decir, al ser humano, creado de esta forma
por Dios con la sólida capacidad de amar y ser amado.
Giovanni Pico Dela Mirandola en
el tema de la dignidad humana basada en la libertad, y cuyo pensamiento fascinó
a este humanista italiano. Una realidad vivencial que fruto de la Gracia puede
entrar en la historia y su contemporaneidad,
si bien para el humanista esta definición de la libertad era estrictamente
antropocéntrica para nosotros no, ya que la reconocemos como fruto histórico de
la Gracia y su accionar histórico entre nosotros. La concepción de Pico De la Mirandola, es propia del despertar del
siglo XV pero aun así lo positivo sin duda es la capacidad de reconocer en el
ser humano las propiedades de la libertad fruto tanto de su racionalidad, como para nosotros, de la posibilidad de abrirse a la Gracia. Es
un panorama muy particular el moderno sobre todo cuando en el horizonte
perdemos de vista el accionar trascendente por centrarnos históricamente en la
razón y su concreción de la realidad entendida desde sus presupuestos
racionales y por ende materiales de la historia. Aun bajo esta connotación
aparece la Gracia sacramental como solidaria y al rescate de la historia del
creyente, no es de otra forma como la vivencia se constituye en materia de
Gracia y para la Gracia.
Los
humanistas simplemente buscaron aterrizar el concepto de soberanía humana sobre
su propia historia, de esta forma el discurso histórico era propiedad humana y
no de un entorno que desconocía tal valor y me refiero al Teo-centrismo, donde
la actualidad de lo Divino no era propiamente liberador sino paradójicamente
limitante, para ilustrar la postura humanista, recordamos que la Ley Mosaica
paulatinamente fue trasformada y “enriquecida” con posturas humanas que le
hicieron perder su esencia. Los Rabinos determinaron que las prácticas judías
de pureza fueran más importantes que el acoger al prójimo resaltado por Lucas
en su visión evangélica, o quién no
recuerda ahora la enseñanza del “Buen
Samaritano”. La lucha por las reivindicaciones de la naturaleza humana
muchas veces es confundida con pérdida sistemática de Fe por parte de los
expositores. Como dejar a un lado las afirmaciones oscurantistas sobre el
vasallaje de la razón ante el acontecer teológico, el antropocentrismo no
pretendía dejar a Dios fuera del concierto humano sino asimilar la presencia
humana en la realidad revelada. La vida sacramental es indispensable en el modelo y contexto de
una Iglesia de origen histórico donde las tradiciones sobre los sacramentos y
su ciclo vital llega a nosotros, para citar un ejemplo de ello sería el
Bautismo como puerta de ingreso a la vida de la Gracia y la confirmación como
el afianzamiento de la Fe eclesial en el bautizado, y en cuanto a la Eucaristía
ella se constituye en la animadora perenne de la vida espiritual del creyente.
En
cuanto al devenir de la historia la Iglesia Episcopal reconoce en ella la
inserción plena del plan salvífico de Dios que no deja fuera de si nada de lo
existente y proyectable, es decir, la Gracia se convierte en la santificación
de la historia y sus procesos evolutivos, es una connotación que se plantea por
sí misma como salvífica gracias -como apuntábamos antes- a la Encarnación del
Hijo de Dios, pues la proyección tiempo espacial del plan salvífico reclama de
escenarios para su obra y la historia humana es una de ellos con todos sus
matices que reconocemos desde las guerras, las enfermedades, las epidemias, los
desastres naturales, las novedades del mundo tecnológico, entre otros muchos
elementos que enriquecen y generan la expectación salvífica. La continuidad en la historia de la
salvación es vital para la santificación de los tiempos humanos y sus
contenidos. Unos contenidos que
vemos reflejados en el accionar de nuestra especie. La vida sacramental crea en
el bautizado acceso directo a los demás Medios
de la Gracia, los cuales desde el ser eclesial están a nuestro alcance y
voluntad. No podríamos hablar de Gracia en la Iglesia Episcopal sin hablar de
los medios para la espiritualización de la misma.
Los recursos operativos de la Gracia en
nosotros son activos y se constituyen en vínculo supra de las verdades
celebradas en la Iglesia. No importa la manifestación de pecado cuando estamos
orientados a la Gracia y sus frutos. No importa la muerte cuando la vida llega
por medio de la Gracia. Es pues realmente interesante describir como nosotros
podremos aproximarnos a la concreción de una espiritualidad sólida y proclive a la salvación. La aproximación dialéctica ve en la
historia personal un curso para individualizar la propia historia salvífica. El asumir al Señor no es otra cosa que la re-lectura de nuestros procesos personales
ante el mundo y la realidad sensorial. Nuestra respuesta es tanto histórica
como puntual al llamado que Dios nos hace en su Hijo Amado. Y para este llamado
no solo media la libertad y derechos del bautizado sino su propia concepción
práctica de la libertad. Aquí nos distanciamos un poco de los renacentistas al
dejar a Dios en libertad de obrar soberanamente incluso en nuestra libertad,
nos aproximamos al pensamiento Agustiniano al asumir el libre albedrío y un
sentimiento de la infinita Sabiduría de Dios que predestina salvíficamente para
la humanidad sus dones y frutos amorosos.
La
antropología trascendente nos ubica en la dialéctica de nuestra propia libertad
pero a su vez pide ser afirmada esta noción en la Gracia y sus medios tal y
como brota del espíritu Anglicano. Somos auténticamente libres y nuestra
libertad es afirmada en Cristo Señor y Soberano del tiempo y la materia de la
que nos ha constituido el Padre Creador. La
total y auténtica libertad solo tiene sentido esencial si es afirmada en
Cristo.
El Racionalismo se
dio por abanderado de los presupuestos históricos de la reflexión humana
caminando de cerca con el materialismo dialectico e histórico. Es una relación
muy particular pero expresa en síntesis lo mismo, la necesidad dinámica de
nuestra especie por afirmar su propio derrotero aunque con ello implique en
muchos casos la perdida de nuestra condición trascendente. Una sociedad
materialista se define a sí misma en el proceso retorico de su discurso dando
por entendido que su existencia se origina allí precisamente en la absoluta
comprensión de su materialidad de tal
manera que la racionalidad ahora pasa dialécticamente a ser parte de su
metafísica y por ende de la expresión supra material de la existencia humana.
Es desde la perspectiva de un materialista la propia realización sin la
participación de Dios cuya imposibilidad de ser ubicado dialécticamente en el
mundo material le sustrae según ellos de nuestra relación.
El
grito de “Dios está muerto” se puede expresar desde la difusa comprensión
de lo espiritual por parte del pensador alemán Federico Nietzsche más allá de
su ateismo o no simplemente remarca las condiciones dialécticas en las que las
personas abandonan la relación de lo metafísico y se entregan a la comprensión
de una realidad material y su alteridad. Los valores del “Super hombre” son precisamente la némesis de los conceptos
cristianos en un medio dialogado al que todos tienen absceso y no solo los
creyentes, un Dios fuera de nuestra ejemplarizacion conceptual sin duda está
muerto. No implica la negación porque si no existe en su pensamiento qué objeto tendría afirmar
su realidad relacional. Por el contrario la auténtica tesis cristiana dirá:
Dios está vivo y muertos quienes no le perciben por correr tras el mundo y su
poder alienante como seductor. Un antropocentrismo super valorado es capaz literalmente de “matar
a Dios” por considerarlo un obstáculo de su propia auto-determinación. La
vida sacramental reclama de una total
certeza que condiciona nuestro proceder, vivir conforme a la Fe implica asumir
la vitalidad de Cristo en nosotros. La
certeza del Dios vivo es una realidad espiritualizada en la historia personal y
eclesial. No se trata de meras evidencias que condicionan la realidad
antropológica del entorno que construye el sujeto proclive a la salvación. Dios
está vivo y no depende de nuestra propia percepción y/o aceptación sino de la
realidad misma donde su Divinidad se
revela naturalmente.
El Telos de nuestro pensamiento
(concepto aristotélico) es en si la virtud que propende por ser absolutamente
libre y ya que la sustancia racional opera en la consecución de nuestros pensamientos, entonces el Telos
afirmado es claramente una muestra de la
racionalidad que busca de Dios para afirmarse sin límite alguno en un mundo
material limitado por su extensión y contenido. La forma como abordamos el
mundo sensible habla de la evolución y
madurez que hay en nosotros como bautizados ante el reconocimiento de la
Soberanía de Dios en la creación y particularmente en nuestras vidas. La virtud
de nuestra libertad solo es afirmada en Cristo y no en el mundo y los
conocimientos proclives a su forma y contenido, es decir, lo que es del mundo
no es de la realidad trascedente. El bautizado encuentra en Cristo el modelo de
su propia trascendencia y sin la vida sacramental se problematiza demasiado su
reconocimiento. No podemos dejar de citar a los PP. del Movimiento de Oxford (siglo XIX en la universidad de Oxford
en Inglaterra) cuando defendieron la
vida sacramental en la Iglesia de Inglaterra que estaba siendo reemplazada por actos
piadosos y oraciones en vez de la santa Eucaristía, ellos tenían muy claro que
la realidad concreta de nuestra Fe se manifiesta desde la dinámica de los ritos
y consecuciones sacramentales. Ellos recuperaron para la discusión la
Eucaristía como memorial incruento de la Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor conectando el modo de la Redención con la Gracia de su gloriosa Resurrección. Su aporte es desde luego una efusión histórica que ellos remontaron
dialécticamente a los Apóstoles y posteriormente a los santos PP. de la Iglesia.
La
condición del creyente que se sujeta a la disciplina sacramental de la Iglesia
no puede ser obviada por sofismas como la cantidad estadística de asistencia a servicios
religiosos o su contribución en Mayordomía cuya centralidad es precisamente la
vida sacramental y en ella la explicitación de los Medios de la Gracia. No es posible pretender dibujar todo un
intrincado corpus vivencial estando al margen de la vida sacramental. Es pues
indispensable que al asumir las funciones de la vida cristiana todo se vea
reflejado en el devenir de la vivencia y vivencialidad sacramental como ciclos
vitales de la exposición de nuestra Fe.
La
Iglesia Episcopal tiene como es de esperarse al Espíritu Santo como la fuente
por antonomasia de la vida sacramental. Ya el Bautista había anunciado y presentado
a Cristo como “el que bautiza con Espíritu Santo” (Juan capítulo 1 versículo 33), “en
Espíritu Santo y fuego” (Mateo capítulo 3 versículo 11). En los Hechos de
los Apóstoles y en los escritos apostólicos aparece la misma verdad, aunque
expresada de modo diverso. El día de Pentecostés Pedro invitaba a los oyentes
de su mensaje: “Que cada uno de vosotros
se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados;
y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos de los Apóstoles
capítulo 2 versículo 38). En sus cartas Pablo habla de un "baño de regeneración y
de renovación del Espíritu Santo", que derramó Jesucristo, nuestro
Salvador (confrontar. Tito capítulo 3 versículos
5-6); y recuerda a los bautizados: “Habéis
sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre
del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios
capítulo 6 versículo 11). Y también les
dice: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que
un cuerpo” (1 Corintios capítulo 12
versículo 13). En la doctrina de Pablo, al
igual que en el Evangelio, el Espíritu Santo y el nombre de Jesucristo están
asociados en el anuncio, en la administración y en el reclamo del bautismo como
fuente de la santificación y de la salvación, es decir, de la nueva vida de la
que habla Jesús con Nicodemo. La presencia del Espíritu Santo es incuestionable
en la vida eclesial y se manifiesta en todos los procesos de sanación y crecimiento estructural. No es
solo una iniciativa humana sino que está acompañada por la Gracia que procede
como espiritualización histórica de la Tercera Persona de la SS. Trinidad. Somos
una Iglesia incluyente pero también poseemos una estructura que para los fines
del anuncio y la misión se adapta a los tiempos. La función evangelizadora con acceso a la
naturaleza de la vida sacramental también debe como cualquier institución con
elementos antropológicos perfilar el servicio y reconocer los distintos carismas que hablan de su
riqueza ministerial.
No es posible
suponer que la singularidad de nuestra naturaleza pueda asumir cualquier
connotación dejando de largo los mismos carismas personales y que en términos
populares, un clérigo pueda fungir en todos los escenarios eclesiales por el
hecho de su ordenación, recordemos que Gracia supone naturaleza y no al
contrario.
|
El
sello de toda actividad o vida sacramental en la Iglesia es la presencia del
Espíritu Santo que responde al Rito, esta afirmación encaja perfectamente en la
definición de la Confirmación. Por medio de la Fe y de los sacramentos, por
tanto, hemos sido sellados con el
Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia (Efesios
capítulo 1 versículos 13-14). A los Corintios, Pablo escribe: “Es
Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió,
y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros
corazones” (2 Corintios capítulo 1
versículos 21-22; confrontar. 1 Juan
capítulo 2, versículos 20. 27 y 3, 24). La carta a los Efesios añade la
advertencia significativa de que no entristezcamos al Espíritu Santo con el que
“hemos sido sellados para el día de la redención” (Efesios capítulo 3 versículo 30). Las alusiones del N.T sobre la presencia
del Espíritu Santo pueden ser vivificadas en la realidad individual de los
bautizados y como su inserción en la vida eclesial puede llevar a plenitud las
gracias aquí recibidas. Una tal manifestación de la Voluntad de Dios que se
convierte en visible mediante el Rito por el cual se confeccionan los
sacramentos en la vida eclesial. No
estamos suponiendo lo contrario a la presencia individual de la Gracia en la
Iglesia y particularmente en la congregación y sus integrantes. Desde la
perspectiva del creyente la Gracia actúa desde su condición no sustrayéndole de
su entorno pero si potenciando su realidad tanto en la Fe como en el acontecer
del otro en su vida, es decir, aceptar al otro por ser otro y no condicionarlo
bajo sus esquemas personales.
El
Libro de Job nos da luz sobre la presente reflexión y como la verdad se derrama
paulatinamente sobre el ser redimido del bautizado “¿Descubrirás tú los secretos de Dios, llegaras tu a la perfección del
Todopoderoso” (Libro de Job capítulo 11 y versículo 7) lo que implica en su
profundidad sola ante la Voluntad reveladora de Dios de su Augusta vida
Trinitaria. La vida sacramental tiene su participación activa en la revelación
del Dios Encarnado que se constituye en la Causa Eficiente de toda obra y vida
sacramental. La dinámica que se establece es positiva desde todo punto de
vista. Solo Dios revela y da la capacidad de percibir cuanto ha deseado revelar
al bautizado. La relación salvífica nos permite asimilar sus contenidos muchas
veces como intuiciones que llegan bajo
la forma de la creencia… La Iglesia Episcopal
históricamente afirma que la revelación
no solo es sometida a la contundente realidad de nuestra Fe eclesial sino que
es sometida a la razón siguiendo una estela luminosa dejada hace ya muchos
siglos por el Hiponense cuando afirma: Que
lo que creemos con el corazón sea sometido a la razón. Tal afirmación será
para nosotros clave en la intelección
tanto apriorística como historica de la doctrina que confecciona nuestra
cosmovisión, desafortunadamente existen algunos Episcopales no nacidos en una
Iglesia histórica que sostienen ausencia de doctrina en nosotros, entonces será
una pérdida de tiempo suponer el ejercicio racional sobre una realidad no
existente en el panorama conceptual Episcopal, pero si hacemos este ejercicio
es porque hay materia para su sometimiento y esa materia es nuestra doctrina
histórica. El uso de razón en el concepto no es precisamente para desvirtuarlo
sino afirmarlo en su lógica a la hora de hacerlo coherente y vivencial. Trabajamos
en el escenario histórico que hemos heredado de los apóstoles y los santos PP.
de la Iglesia y esa afirmación no es nunca asumible en alguna connotación “pretérita”
como pretenden.
Vivamos
los vínculos sacramentales que es la mayor fuente de Gracia por la que Dios
entra en nosotros y nosotros en su realidad compartida o comunicada. Hagamos en
nosotros reales las palabras del Señor sobre nuestra Fe puesta en su Divino
Ser: Marta le contestó: Yo sé que
resucitará en la resurrección, en el día final. Jesús le dijo: Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el
que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?… (Juan capítulo 11 versículo
25).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario