lunes, 10 de septiembre de 2018

TEOLOGÍA DE LA PARTICIPACIÓN SACRAMENTAL...


TEOLOGÍA   DE   LA   PARTICIPACIÓN   SACRAMENTAL.




BREVES NOTAS.



El desarrollo sacramental como fundamento de la espiritualidad renovada en la Nueva y definitiva Alianza  centra todo su contenido escatológico en la misma relación salvífica por la que los sacramentos como signos visibles de nuestra expresión cultual representan. La Gracia se instrumentaliza llegando históricamente en la confección de los ritos y su significación mistagógica. La participación en la vida sacramental implica la paulatina transformación del creyente a la luz de la Gracia. Su transformación es vital en la asimilación de la condición redimida. La vida espiritual no es reemplazo del afán y contenido cotidiano sino una máxima potencia en todos sus frentes vitales. La vida en el espíritu es la plenificacion de los postulados doctrinales y vivenciales de nuestro cristianismo. Es por definición el avanzar concienzudamente en la expresión de nuestra realidad humana sin desconocer la esencia de nuestra Fe y absoluta realización en la  siempre viva perspectiva de la Fe. Somos pues una manifestación concreta de lo sobrenatural en vivencia relacional. Es una manera de decir que la vida se recrea tanto en lo físico como en lo espiritual. 

El Bautismo es la puerta que abre todas las posibilidades en la vida congregacional lo que implica sintonía total con la Iglesia universal. El desarrollo vivencial se alimenta precisamente de la condición del creyente que como bautizado participa por derecho propio de los dones y frutos del quehacer sobrenatural de su Iglesia. La lógica esta afirmada desde la perspectiva de una participación viva y dinámica donde sus presupuestos son dinámicamente movidos por la Gracia en toda su potencia o expresión histórica. No estamos limitando el accionar de Dios entre nosotros simplemente estamos afirmando concienzudamente  que su respuesta dependerá de la misma  y única condición de nuestra humanidad con todo lo que ello puede y de hecho llega a implicar. La vida sacramental  no es estática sino dinámica y su proceder es también histórico cuando el creyente se inserta en la cotidianidad y vive sus contenidos fundamentándose en la expresión de su Fe redimida.

La Iglesia  ve con agrado el aproximarse a su realidad cultica a cada uno de los bautizados que se conectan con la Gracia y dimensionan su ser tanto personal como colectivo en una vivencia de valores trascendentes que animan su crecimiento en la dirección tanto de lo social como de lo eclesial. No dejamos como Episcopales  la realidad cultural en  la que la Iglesia vive sus contenidos doctrinales y como el Ethos cultural se estructura en la visivilizacion  del otro de una forma tan viva como la expresión de la Gracia lo permite, desde esta perspectiva el Episcopal está llamado a vivir un nacer y crecer cultural propio bajo la guía de la Gracia. El esquema social que vivimos es también susceptible de ser informado por la nueva condición del bautizado, es decir, desde la concepción de una redención que toca tanto al ser como al espacio vital  donde este vive. En tal postura el creyente reconoce que los acontecimientos de su vida no solo son importantes en el entorno donde habita sino en el medio que es movido por la presencia de la Redención y de la cual este individuo se hace parte viva y dignificante a la vez. No solo acudimos al brillante acontecer teológico sino que vivimos desde la perspectiva del hacer bajo el signo del creer. Hoy como hace siglos el ser humano se enfrenta a cambios en su concepción de la vida y sus afanes son otros, pero en este ir y venir aparece un cierto devenir que cautiva incluso su conciencia. Aquí es donde la realidad que se mueve en su interior se convierte en fenómeno de salvación y las palabras de las Escrituras le hacen literalmente saltar hasta la eternidad. Es un encontrar histórico de un camino que bajo el estándar de la Gracia se trasforma en eterno. No es de otra forma como la Gracia sacramental llega al bautizado y por ende a la vida cotidiana de la congregación.

Las razones últimas de nuestra militancia son el reflejo de las prioridades tanto personales como históricas en la vida de los bautizados. La Gracia sacramental está al alcance de todos y no hay discriminación alguna que impida el acceso a sus dones y frutos. La historia percibida desde la Iglesia es  de una connotación  estructural distinta a como el mundo y sus afanes la ve venir. La realidad que se construye bajo el influjo de la vida sacramental no posee limitante alguno sino que confirma el recorrido humano por los distintos estadios de madurez de la convivencia y el crecimiento categórico de la persona redimida. No es de otra forma como el creyente animado por la Gracia empieza la tarea magna de privilegiar actitudes  e ideales de vida a pesar de la propuesta laicista de la sociedad.

El materializar la historia es un deber de los bautizados dándole así entrada a la Gracia a todo lo que son y han sido capaces de obrar. Los momentos históricos humanistas ya los conocemos donde el ser antropológico era el centro de la expresión humana. Pasando al Racionalismo donde la realidad percibida así misma engendraba como si se tratara de un “ente” la conciencia humana desarrollando un materialismo histórico desprovisto de esperanza y totalmente idealista. Los momentos históricos clave del desarrollo antropológico los podemos esquematizar de la siguiente manera:

·         Alta y Baja Edad Media.
·         Oscurantismo.
·         Renacimiento y Humanismo.
·         Barroco y Rococó.
·         Ilustración y Racionalismo.
·         Materialismo histórico e Idealismo filosofico.
·         Marxismo.
·         Existencialismo.
·         Liberalismo  y Neo-liberalismo.
·         Escuela de Frankfort.
·         Personalismo.
·         Modernismo.
·         Post-modernismo.
·         Trans-modernismo.
·         Colonialismo.
·         Tras-colonialismo.
·         Post-colonialismo.
·         Nadaísmo (Movimiento filosófico de origen colombiano).

Son solo algunos de los estadios de evolución teórica en los que el pensamiento humano se recrea desde hace al menos 2000 años, sin duda que la lista es aún más compleja  pero solo citando estos últimos perfilamos una línea de tiempo como tal. Sub omnia ratione Dei".  Pero se tocan tanto en su inicio como en su fin, ya que la luminosidad en la que  la filosofía quiere que la teología se mueva es dada por la luz del Verbo, que es, en la línea de Agustín, el verdadero maestro del alma, esta inclusión del Verbo eterno desde la creación hasta la Encarnación genera una antropología no lineal sino trascendente impregnada hoy de la vida y sentir sacramental de la Iglesia. Tal intelección es favorable para el crecimiento tanto en la Fe como en la construcción de un entorno informado por la Gracia que brota precisamente de un bautizado que vive a profundidad su Fe y la comparte con quienes le rodean incluso con otras formas de vida no humanas.

Pero como Episcopales nos preguntamos sobre el supremo valor de nuestra condición y debemos mirar al pasado para responderlo y actualizar así su postura, nos referimos a la creación misma de la humanidad. Un caminar histórico que se sujeta a la Gracia incluso de los dones Preternaturales. Hoy derivamos el ser dignificante de la humanidad sujetándonos dialécticamente a nuestro origen creacionista, la dignidad de ser Imagen y Semejanza de Dios se resume a solo una condición bajo la guía del pensamiento Agustiniano, al ser Amable por naturaleza creacional, es decir, al ser humano, creado de esta forma por Dios con la sólida capacidad de amar y ser amado.

Giovanni Pico Dela Mirandola en el tema de la dignidad humana basada en la libertad, y cuyo pensamiento fascinó a este humanista italiano. Una realidad vivencial que fruto de la Gracia puede entrar en la historia y su contemporaneidad,  si bien para el humanista esta definición de la libertad era estrictamente antropocéntrica para nosotros no, ya que la reconocemos como fruto histórico de la Gracia y su accionar histórico entre nosotros. La concepción de Pico  De la Mirandola, es propia del despertar del siglo XV pero aun así lo positivo sin duda es la capacidad de reconocer en el ser humano las propiedades de la libertad fruto tanto de su racionalidad,  como para nosotros,  de la posibilidad de abrirse a la Gracia. Es un panorama muy particular el moderno sobre todo cuando en el horizonte perdemos de vista el accionar trascendente por centrarnos históricamente en la razón y su concreción de la realidad entendida desde sus presupuestos racionales y por ende materiales de la historia. Aun bajo esta connotación aparece la Gracia sacramental como solidaria y al rescate de la historia del creyente, no es de otra forma como la vivencia se constituye en materia de Gracia y para la Gracia.

Los humanistas simplemente buscaron aterrizar el concepto de soberanía humana sobre su propia historia, de esta forma el discurso histórico era propiedad humana y no de un entorno que desconocía tal valor y me refiero al Teo-centrismo, donde la actualidad de lo Divino no era propiamente liberador sino paradójicamente limitante, para ilustrar la postura humanista, recordamos que la Ley Mosaica paulatinamente fue trasformada y “enriquecida” con posturas humanas que le hicieron perder su esencia. Los Rabinos determinaron que las prácticas judías de pureza fueran más importantes que el acoger al prójimo resaltado por Lucas en su visión evangélica, o  quién no recuerda ahora la enseñanza del “Buen Samaritano”. La lucha por las reivindicaciones de la naturaleza humana muchas veces es confundida con pérdida sistemática de Fe por parte de los expositores. Como dejar a un lado las afirmaciones oscurantistas sobre el vasallaje de la razón ante el acontecer teológico, el antropocentrismo no pretendía dejar a Dios fuera del concierto humano sino asimilar la presencia humana en la realidad revelada. La vida sacramental  es indispensable en el modelo y contexto de una Iglesia de origen histórico donde las tradiciones sobre los sacramentos y su ciclo vital llega a nosotros, para citar un ejemplo de ello sería el Bautismo como puerta de ingreso a la vida de la Gracia y la confirmación como el afianzamiento de la Fe eclesial en el bautizado, y en cuanto a la Eucaristía ella se constituye en la animadora perenne de la vida espiritual del creyente.

En cuanto al devenir de la historia la Iglesia Episcopal reconoce en ella la inserción plena del plan salvífico de Dios que no deja fuera de si nada de lo existente y proyectable, es decir, la Gracia se convierte en la santificación de la historia y sus procesos evolutivos, es una connotación que se plantea por sí misma como salvífica gracias -como apuntábamos antes- a la Encarnación del Hijo de Dios, pues la proyección tiempo espacial del plan salvífico reclama de escenarios para su obra y la historia humana es una de ellos con todos sus matices que reconocemos desde las guerras, las enfermedades, las epidemias, los desastres naturales, las novedades del mundo tecnológico, entre otros muchos elementos que enriquecen y generan la expectación salvífica. La continuidad en la historia de la salvación es vital para la santificación de los tiempos humanos y sus contenidos.  Unos contenidos que vemos reflejados en el accionar de nuestra especie. La vida sacramental crea en el bautizado acceso directo a los demás Medios de la Gracia, los cuales desde el ser eclesial están a nuestro alcance y voluntad. No podríamos hablar de Gracia en la Iglesia Episcopal sin hablar de los medios para la espiritualización de la misma.

 Los recursos operativos de la Gracia en nosotros son activos y se constituyen en vínculo supra de las verdades celebradas en la Iglesia. No importa la manifestación de pecado cuando estamos orientados a la Gracia y sus frutos. No importa la muerte cuando la vida llega por medio de la Gracia. Es pues realmente interesante describir como nosotros podremos aproximarnos a la concreción de una espiritualidad sólida  y proclive a la salvación. La aproximación dialéctica ve en la historia personal un curso para individualizar la propia historia salvífica.  El asumir al Señor no es otra cosa que  la re-lectura de nuestros procesos personales ante el mundo y la realidad sensorial. Nuestra respuesta es tanto histórica como puntual al llamado que Dios nos hace en su Hijo Amado. Y para este llamado no solo media la libertad y derechos del bautizado sino su propia concepción práctica de la libertad. Aquí nos distanciamos un poco de los renacentistas al dejar a Dios en libertad de obrar soberanamente incluso en nuestra libertad, nos aproximamos al pensamiento Agustiniano al asumir el libre albedrío y un sentimiento de la infinita Sabiduría de Dios que predestina salvíficamente para la humanidad sus dones y frutos amorosos.

La antropología trascendente nos ubica en la dialéctica de nuestra propia libertad pero a su vez pide ser afirmada esta noción en la Gracia y sus medios tal y como brota del espíritu Anglicano. Somos auténticamente libres y nuestra libertad es afirmada en Cristo Señor y Soberano del tiempo y la materia de la que nos ha constituido el Padre Creador. La total y auténtica libertad solo tiene sentido esencial si es afirmada en Cristo.

El Racionalismo se dio por abanderado de los presupuestos históricos de la reflexión humana caminando de cerca con el materialismo dialectico e histórico. Es una relación muy particular pero expresa en síntesis lo mismo, la necesidad dinámica de nuestra especie por afirmar su propio derrotero aunque con ello implique en muchos casos la perdida de nuestra condición trascendente. Una sociedad materialista se define a sí misma en el proceso retorico de su discurso dando por entendido que su existencia se origina allí precisamente en la absoluta comprensión de su materialidad  de tal manera que la racionalidad ahora pasa dialécticamente a ser parte de su metafísica y por ende de la expresión supra material de la existencia humana. Es desde la perspectiva de un materialista la propia realización sin la participación de Dios cuya imposibilidad de ser ubicado dialécticamente en el mundo material le sustrae según ellos de nuestra relación.

El grito de “Dios  está   muerto se puede expresar desde la difusa comprensión de lo espiritual por parte del pensador alemán Federico Nietzsche más allá de su ateismo o no simplemente remarca las condiciones dialécticas en las que las personas abandonan la relación de lo metafísico y se entregan a la comprensión de una realidad material y su alteridad. Los valores del “Super hombre” son precisamente la némesis de los conceptos cristianos en un medio dialogado al que todos tienen absceso y no solo los creyentes, un Dios fuera de nuestra ejemplarizacion conceptual sin duda está muerto. No implica la negación porque si no existe  en su pensamiento qué objeto tendría afirmar su realidad relacional. Por el contrario la auténtica tesis cristiana dirá: Dios está vivo y muertos quienes no le perciben por correr tras el mundo y su poder alienante como seductor. Un antropocentrismo super valorado es capaz   literalmente de  matar a Dios” por considerarlo un obstáculo de su propia auto-determinación. La vida sacramental  reclama de una total certeza que condiciona nuestro proceder, vivir conforme a la Fe implica asumir la vitalidad de Cristo en nosotros. La certeza del Dios vivo es una realidad espiritualizada en la historia personal y eclesial. No se trata de meras evidencias que condicionan la realidad antropológica del entorno que construye el sujeto proclive a la salvación. Dios está vivo y no depende de nuestra propia percepción y/o aceptación sino de la realidad misma donde su Divinidad  se revela naturalmente.

El Telos de nuestro pensamiento (concepto aristotélico) es en si la virtud que propende por ser absolutamente libre y ya que la sustancia racional opera en la consecución  de nuestros pensamientos, entonces el Telos afirmado es claramente  una muestra de la racionalidad que busca de Dios para afirmarse sin límite alguno en un mundo material limitado por su extensión y contenido. La forma como abordamos el mundo  sensible habla de la evolución y madurez que hay en nosotros como bautizados ante el reconocimiento de la Soberanía de Dios en la creación y particularmente en nuestras vidas. La virtud de nuestra libertad solo es afirmada en Cristo y no en el mundo y los conocimientos proclives a su forma y contenido, es decir, lo que es del mundo no es de la realidad trascedente. El bautizado encuentra en Cristo el modelo de su propia trascendencia y sin la vida sacramental se problematiza demasiado su reconocimiento. No podemos dejar de citar a los PP. del Movimiento de Oxford (siglo XIX en la universidad de Oxford en Inglaterra)  cuando defendieron la vida sacramental en la Iglesia de Inglaterra que estaba siendo reemplazada por actos piadosos y oraciones en vez de la santa Eucaristía, ellos tenían muy claro que la realidad concreta de nuestra Fe se manifiesta desde la dinámica de los ritos y consecuciones sacramentales. Ellos recuperaron para la discusión la Eucaristía como memorial incruento de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor conectando el modo de la Redención con la Gracia de su  gloriosa Resurrección. Su aporte es desde luego una efusión histórica que ellos remontaron dialécticamente a los Apóstoles y posteriormente a los santos PP. de la Iglesia.

La condición del creyente que se sujeta a la disciplina sacramental de la Iglesia no puede ser obviada por sofismas como la cantidad  estadística de asistencia a servicios religiosos o su contribución en Mayordomía cuya centralidad es precisamente la vida sacramental y en ella la explicitación de los Medios de la Gracia. No es posible pretender dibujar todo un intrincado corpus vivencial estando al margen de la vida sacramental. Es pues indispensable que al asumir las funciones de la vida cristiana todo se vea reflejado en el devenir de la vivencia y vivencialidad sacramental como ciclos vitales de la exposición de nuestra Fe.

La Iglesia Episcopal tiene como es de esperarse al Espíritu Santo como la fuente por antonomasia de la vida sacramental. Ya el Bautista había anunciado y presentado a Cristo como “el que bautiza con Espíritu Santo” (Juan capítulo  1 versículo  33), “en Espíritu Santo y fuego” (Mateo capítulo 3 versículo 11). En los Hechos de los Apóstoles y en los escritos apostólicos aparece la misma verdad, aunque expresada de modo diverso. El día de Pentecostés Pedro invitaba a los oyentes de su mensaje: “Que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos de los Apóstoles capítulo  2 versículo  38). En sus cartas  Pablo habla de un "baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo", que derramó Jesucristo, nuestro Salvador (confrontar. Tito capítulo  3 versículos 5-6); y recuerda a los bautizados: “Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios capítulo  6 versículo 11). Y también les dice: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo” (1 Corintios capítulo  12 versículo  13). En la doctrina de Pablo, al igual que en el Evangelio, el Espíritu Santo y el nombre de Jesucristo están asociados en el anuncio, en la administración y en el reclamo del bautismo como fuente de la santificación y de la salvación, es decir, de la nueva vida de la que habla Jesús con Nicodemo. La presencia del Espíritu Santo es incuestionable en la vida eclesial y se manifiesta en todos los procesos  de sanación y crecimiento estructural. No es solo una iniciativa humana sino que está acompañada por la Gracia que procede como espiritualización histórica de la Tercera Persona de la SS. Trinidad. Somos una Iglesia incluyente pero también poseemos una estructura que para los fines del anuncio y la misión se adapta a los tiempos. La  función evangelizadora con acceso a la naturaleza de la vida sacramental también debe como cualquier institución con elementos antropológicos perfilar el servicio y reconocer  los distintos carismas que hablan de su riqueza ministerial.


No es posible suponer que la singularidad de nuestra naturaleza pueda asumir cualquier connotación dejando de largo los mismos carismas personales y que en términos populares, un clérigo pueda fungir en todos los escenarios eclesiales por el hecho de su ordenación, recordemos que Gracia supone naturaleza y no al contrario.



El sello de toda actividad o vida sacramental en la Iglesia es la presencia del Espíritu Santo que responde al Rito, esta afirmación encaja perfectamente en la definición de la Confirmación. Por medio de la Fe y de los sacramentos, por tanto, hemos sido sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia (Efesios capítulo   1 versículos  13-14). A los Corintios, Pablo escribe: “Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2 Corintios capítulo  1 versículos  21-22; confrontar. 1 Juan capítulo  2, versículos 20. 27 y  3, 24). La carta a los Efesios añade la advertencia significativa de que no entristezcamos al Espíritu Santo con el que “hemos sido sellados para el día de la redención” (Efesios capítulo  3 versículo  30). Las alusiones del N.T sobre la presencia del Espíritu Santo pueden ser vivificadas en la realidad individual de los bautizados y como su inserción en la vida eclesial puede llevar a plenitud las gracias aquí recibidas. Una tal manifestación de la Voluntad de Dios que se convierte en visible mediante el Rito por el cual se confeccionan los sacramentos en la vida eclesial. No estamos suponiendo lo contrario a la presencia individual de la Gracia en la Iglesia y particularmente en la congregación y sus integrantes. Desde la perspectiva del creyente la Gracia actúa desde su condición no sustrayéndole de su entorno pero si potenciando su realidad tanto en la Fe como en el acontecer del otro en su vida, es decir, aceptar al otro por ser otro y no condicionarlo bajo sus esquemas personales.  

El Libro de Job nos da luz sobre la presente reflexión y como la verdad se derrama paulatinamente sobre el ser redimido del bautizado “¿Descubrirás tú los secretos de Dios, llegaras tu a la perfección del Todopoderoso” (Libro de Job capítulo 11 y versículo 7) lo que implica en su profundidad sola ante la Voluntad reveladora de Dios de su Augusta vida Trinitaria. La vida sacramental tiene su participación activa en la revelación del Dios Encarnado que se constituye en la Causa Eficiente de toda obra y vida sacramental. La dinámica que se establece es positiva desde todo punto de vista. Solo Dios revela y da la capacidad de percibir cuanto ha deseado revelar al bautizado. La relación salvífica nos permite asimilar sus contenidos muchas veces como intuiciones  que llegan bajo la forma de la creencia… La Iglesia Episcopal  históricamente afirma que la revelación no solo es sometida a la contundente realidad de nuestra Fe eclesial sino que es sometida a la razón siguiendo una estela luminosa dejada hace ya muchos siglos por el Hiponense cuando afirma: Que lo que creemos con el corazón sea sometido a la razón. Tal afirmación será para nosotros  clave en la intelección tanto apriorística como historica de la doctrina que confecciona nuestra cosmovisión, desafortunadamente existen algunos Episcopales no nacidos en una Iglesia histórica que sostienen ausencia de doctrina en nosotros, entonces será una pérdida de tiempo suponer el ejercicio racional sobre una realidad no existente en el panorama conceptual Episcopal, pero si hacemos este ejercicio es porque hay materia para su sometimiento y esa materia es nuestra doctrina histórica. El uso de razón en el concepto no es precisamente para desvirtuarlo sino afirmarlo en su lógica a la hora de hacerlo coherente y vivencial. Trabajamos en el escenario histórico que hemos heredado de los apóstoles y los santos PP. de la Iglesia y esa afirmación no es nunca asumible en alguna connotación “pretérita” como pretenden.

Vivamos los vínculos sacramentales que es la mayor fuente de Gracia por la que Dios entra en nosotros y nosotros en su realidad compartida o comunicada. Hagamos en nosotros reales las palabras del Señor sobre nuestra Fe puesta en su Divino Ser: Marta le contestó: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?… (Juan capítulo 11 versículo 25).


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