miércoles, 18 de abril de 2018

CUARTO DOMINGO DE PASCUA.


CUARTO DOMINGO DE PASCUA. Año B. Hechos de los Apóstoles capítulo 4 versículos 5-12. Salmo 23. 1 Juan capítulo 3 versículos 16-24. Juan Capitulo 10 versículos 11-18.



Este relato inicia con la cita referente a las autoridades religiosas de Israel que estaba compuesta por   el Gran Sanedrín de Jerusalén, Tribunal supremo de Israel, tal encuentro fue motivado por la curación que Pedro y Juan realizaron (capitulo 3) la discusión sobre el acontecimiento da pie a Pedro  para manifestarse en medio de ellos y como apunta el relato “lleno del Espíritu Santo”  las autoridades procedieron de esta forma a manera de advertencia ya que ellos no eran rabinos y no podían encarcelarlos solo si reincidían como sucederá más adelante como lo describe el (capitulo 5). La cuestión es clara para la naciente Iglesia y se constituirá en presión para  sacar literalmente la Iglesia de Jerusalén y llevarla a Roma y a muchos otros territorios de ocupación romana.

Pedro y los apóstoles evidencian el poder sanador del nombre del Señor resucitado como paradigma de esta nueva creencia nacida en el interior mismo de las tradiciones judías. Nosotros vemos aquí la respuesta de un grupo de hombres de Fe que después de ser testigos de Cristo victorioso no darían marcha  atrás en su empeño por difundir la Buena Nueva. Ellos conocían perfectamente a que se estaban exponiendo de continuar su anuncio pero la convicción sembrada gracias a las apariciones del Señor y los dones del Espíritu Santo les dieron el valor y arrojo para el anuncio. Es pues claro que la Gracia empieza a forjar una contundente respuesta ante el mundo y su intríngulis. No hay nada que diga que su mensaje carece de sentido más allá de los intereses políticos y religiosos de estas autoridades de Israel. La cita que hace Pedro (versículo 11) del Salmo 118 es obviamente una alusión mesiánica abrogada totalmente a Cristo y en el contexto de los acontecimientos referidos en hechos de los Apóstoles son clara muestra de la concepción de Fe en la que estaba creciendo la Iglesia en su momento. Ya había una fuerte identidad que los unía con el resucitado  y un claro reconocimiento de su Persona Divina por parte de los cristianos.

El Salmo 23, es una bella alusión a la figura del Mesías representado por el Buen  Pastor que como sabemos corresponde a un título mesiánico, aquí tiene gran dedicación a los suyos y les ofrece un banquete de índole mesiánico lleno de todas las gracias deseables y necesarias que nos recuerdan las características hospitalarias de los orientales. Pero tales acciones aquí asumen una connotación escatológica y por ende salvíficas.

Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa (versículo 5). 

El amor del Buen Pastor se convierte en un tema importante en la lectura Joanica de la relación salvífica del Señor con su pueblo, la Iglesia y los bautizados en ella. Esta presencia es total y totalizante sin detrimento de la libertad del creyente y su opción soberana por el Dios de la vida.

Juan en su Primera Carta, se mueve en el fundamento de la exposición del Mandamiento Nuevo que antes había abordado en su evangelio. Esta connotación muy particular de su visión le permite ver la realidad de las relaciones redimidas por la Gracia del Espíritu de Dios en medio de la Iglesia.  Juan ve con absoluta claridad que la nueva condición del creyente solo se percibe bajo el signo del amor que le llevará a ampliar la concepción de su vida unida productivamente a otras y otros. Tal reflexión es en sí un paradigma para nosotros los bautizados y ese concepto nos invita a vivir como resucitados y no desperdiciar la vida bajo los contenidos del mundo y su hostilidad.

Juan  establece esta comparación dejando a salvo la Soberanía de Dios en nuestras relaciones con quienes nos rodean.  Las categorías morales del Evangelio de Cristo están orientadas a nuevas criaturas, es decir, son en sí figura de nuestra trascendencia, recordemos que antes nos había dicho que “quien peca no le conoce” porque en su concepción de Fe ya no hay espacio para el pecado, este es signo de la antítesis de la vida resucitada y solo es frecuentado por quienes no viven como rescatados por Cristo. No existe mayor negación posible que la de vivir de manera contraria al mensaje del Evangelio de Cristo. No existe mayor ofensa que la de asumir una vida contraria a la Gracia derramada en la Cruz. El conocer la verdad es el vivir en la Fe y en el Amor del Resucitado. Somos así nuevas criaturas en vocación salvífica.


Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio (versículos 23-24).


El nombre del Señor encierra todo el contenido de su Ser, de su Misericordia y Misión, solo de esta manera la salvación tendrá sentido y posibilidad de concreción en el bautizado. Vivamos pues como  llamados a una realidad eterna y no temporal llena de conflictos.

En el evangelio Joanico, el Señor se declara como el Buen Pastor, de esta manera  reivindica  su autoridad ya que es el Padre Dios (Yahveh) quien concede tal gracia a la humanidad  y más aún envía a su propio Hijo. Las características de este Pastor de la humanidad y el universo, son claras para la mentalidad de sus discípulos, es un Pastor que acoge, ama y protege con su propio Ser, es la concepción pronta de la Cruz como el máximo sacrificio por sus ovejas. El conocimiento que hoy tenemos de nuestro Buen Pastor es solo posible en el amor y la Fe que nos permiten construir una relación de total reconocimiento de nuestro Señor y Salvador. El redil del Señor es un redil de vida eterna, es el llamarnos del -no ser- de nuestra realidad pecadora, al ser perfecto de la Gracia resucitada y resucitadora de Cristo.

Para Juan y para nosotros es claro que sin una relación de absoluta intimidad y espiritualidad con el Señor será imposible considerarle y vivirle como a nuestro Único y Soberano Salvador. Solo el amor puede edificar este entendimiento y reconocimiento como familiaridad con Cristo resucitado. La voz es el vehículo relacional que en si comporta relación salvífica construida como hemos dicho por la Gracia del Resucitado en nosotros los bautizados, luego, esta lectura puede hacerse tanto antes como ahora en Pascua.



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