miércoles, 5 de octubre de 2022

DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

 

DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 29 versículos 1,4-7. Salmo 66:1-11. 2 Timoteo capítulo 2 versículos 8-15. Lucas capítulo 17 versículos 11-19.

Los otros nueve ¿Dónde están?... Las imágenes Lucanas son muy ricas en detalles y en este caso concreto no se trata de cantidad sino de calidad y percepción de la misma. Aquel hombre se convirtió en testigo al poder interiorizar el mensaje salvífico, la curación bien puede ser moral como física y lo que aquí importa es la respuesta al llamado de Dios. La vida confronta con muchas situaciones lo que nosotros creemos y la continuidad de nuestra Fe es un asunto de capital importancia. La persistencia es uno de los valores sobresalientes en la espiritualidad de los bautizados. Continuar por sobre toda situación. La constante no depende de un milagro sino de la interioridad en la que crece nuestra Fe y vocación cristina.  10 hombres acuden por una grande necesidad al Señor y 9 de ellos recibieron la paga de sus esfuerzos, mientras que uno de ellos vio en esta manifestación sobrenatural la posibilidad de construir una relación duradera con el Dios revelado. Tal relación amorosa se hace presente cuando no buscamos el milagro sino su amor.

La enfermedad puede hacer presa a los bautizados y con ella muy posiblemente se pierda la perspectiva para quienes no se afirmaron mucho antes en Cristo. La postración mina poderosamente la moral de los creyentes y solo quienes antes de ella lograron vivir y dimensionar el amor de Dios podrá hacer de ella no una prueba sino un camino de marcada dirección salvífica. La lepra era una enfermedad bíblica excluyente y quien la padecía era considerado como un “paria” excluido de todo convencionalismo social y alejado de las relaciones habituales, al punto que se consideraba como inexistente en el medio de su cultura. La postración de la condición humana anulada al extremo. Aquí precisamente puede nacer una nueva forma de percibir la vida espiritual en quien padece algo similar. La exclusión se convierte en una forma de pecado tan destructiva como la guerra o el asesinato, la segregación todavía causa grandes males a la sociedad y su proyecto humano.

La condición de la enfermedad nos recuerda siempre cuán débiles y vulnerables somos y cómo bajo ese estatuto humano solo en Dios es posible reunir las fuerzas necesarias para enfrentarla y vivirla. La actitud positiva es importante si de recuperar la autoestima ante el dolor y la postración se trata, la oración es uno de los recursos vitales de todo proceso de sanidad tanto física como espiritual. El perdón que damos y recibimos es fuente de anticuerpos espirituales que luchan siempre a nuestro favor. La curación es también una posibilidad, pero esta corresponde al plan de Dios y su misericordia ante nuestras oraciones y promesas de vida ofrendadas. La realidad espiritual es maravillosa y en muchos casos incomprendida pero la verdad al ser pronunciada entra y cala profunda en nosotros y en la manera como vivimos nuestra Fe.  La curación es la aceptación de la propia fragilidad que en manos de Dios se hace fortaleza, tal concepto nos invita a ser débiles para Dios y fuertes para nuestro entorno. La aceptación de las limitaciones de nuestra existencia nos permite ver un panorama de Teonomia que nos une al Dios Providente… la necesidad de ser curados toca las fibras de nuestro corazón y nos mueve a la aceptación total de Dios. Alejarnos de una existencia blanda y sus fundamentos nos hace caminar en la búsqueda de Dios y su poder amoroso, no se trata solo de reconocer que Dios es nuestro más grande proveedor sino de saber certeramente que es lo que necesitamos de Dios. La connotación mudable del mundo produce valores igualmente mudables y si gastamos nuestra vida con ellos entonces no tendremos nada que dure.

Jeremías, muestra una vocación particular por la reconstrucción de la vida cotidiana de los deportados, donde estemos debemos aportar para edificar una sociedad y cultura de la vida, llena de cambios positivos y necesarios para el bienestar de todos. El bautizado esta siempre aportando en la construcción de una sociedad vida y con proyección, donde el bienestar es de suma importancia, así como la vivencia de los valores que dan identidad a nuestra Fe y su praxis. No podemos tomar asiento y “llorar por la leche derramada” debemos asumir un rol protagónico y trabajar por cambiar las condiciones de nuestros hermanos, ante la calamidad solo queda trabajar para superarla o hacerla más llevadera, parece decirnos en profeta Jeremías. No claudicar, sino que redoblar los esfuerzos pata ver sus frutos. La esperanza que estamos viviendo esta puesta totalmente en Dios y esa postura nos asegura la Gracia necesaria para salir adelante y luchar por alcanzar nuestros objetivos. Ser un Episcopal maduro en la Fe implica dimensionar el compromiso de vida para edificar con los recursos que el Señor nos entrega. El día a día necesita de nuestra entereza y valor para seguir trabajando. Estamos para producir cambio en la sociedad donde vivimos y no para ser cómplices de sus acciones y deterioro, Dios en el corazón es un poder tal que nos transforma en referentes de quienes nos rodean. El sentimiento Jereminiano es altamente colectivo y por medio de este principio nos invita a superar el egoísmo de buscar solo nuestro bienestar y olvidar las vida y condiciones de los demás.

Pablo escribe a Timoteo exhortándole a vivir de frente al Evangelio, la Palabra de Dios es libre y ella edifica en quien la recibe de buen agrado. Aquí se presenta una dificultad y es la manera como el mundo ve la dinámica de la Fe. El bautizado entra en una perspectiva de aceptación de su vínculo con la trascendencia y con esta cuestión plantea para si y su entorno el constante accionar de una vida comprometida con el testimonio y los valores evangélicos. Todo lo soportamos en Cristo ya que su propuesta está por sobre la comprensión de un mundo efímero y con relaciones intestinas fácilmente mudables a las que llamamos moda o tendencia de una moda determinada. Vivir y morir en Cristo está más allá de este tipo de consideraciones, es la noción segura de una eternidad que anima las luchas y conquistas de los bautizados. El servicio cristiano nos compele a vivir según los parámetros de una sana vida espiritual. De un dinamismo siempre cargado de esperanza. Descubrimos un mundo donde el contenido de la Fe cristiana puede ayudar a dar sus cambios y transformaciones desde adentro hacia fuera. Somos pues agentes de cambio positivo en el mundo.

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