DÉCIMO OCTAVO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Jeremías capítulo 29 versículos 1,4-7. Salmo
66:1-11. 2 Timoteo capítulo 2 versículos 8-15. Lucas capítulo 17 versículos
11-19.
Los otros nueve ¿Dónde están?... Las imágenes Lucanas son muy ricas en detalles y en este caso
concreto no se trata de cantidad sino de calidad y percepción de la misma.
Aquel hombre se convirtió en testigo al poder interiorizar el mensaje
salvífico, la curación bien puede ser moral como física y lo que aquí importa
es la respuesta al llamado de Dios. La vida confronta con muchas situaciones lo
que nosotros creemos y la continuidad de nuestra Fe es un asunto de capital
importancia. La persistencia es uno de los valores sobresalientes en la
espiritualidad de los bautizados. Continuar por sobre toda situación. La
constante no depende de un milagro sino de la interioridad en la que crece
nuestra Fe y vocación cristina. 10
hombres acuden por una grande necesidad al Señor y 9 de ellos recibieron la paga
de sus esfuerzos, mientras que uno de ellos vio en esta manifestación
sobrenatural la posibilidad de construir una relación duradera con el Dios
revelado. Tal relación amorosa se hace presente cuando no buscamos el milagro
sino su amor.
La enfermedad puede hacer
presa a los bautizados y con ella muy posiblemente se pierda la perspectiva
para quienes no se afirmaron mucho antes en Cristo. La postración mina
poderosamente la moral de los creyentes y solo quienes antes de ella lograron
vivir y dimensionar el amor de Dios podrá hacer de ella no una prueba sino un
camino de marcada dirección salvífica. La lepra era una enfermedad bíblica
excluyente y quien la padecía era considerado como un “paria” excluido de todo
convencionalismo social y alejado de las relaciones habituales, al punto que se
consideraba como inexistente en el medio de su cultura. La postración de la
condición humana anulada al extremo. Aquí precisamente puede nacer una nueva
forma de percibir la vida espiritual en quien padece algo similar. La exclusión
se convierte en una forma de pecado tan destructiva como la guerra o el
asesinato, la segregación todavía causa grandes males a la sociedad y su
proyecto humano.
La condición de la
enfermedad nos recuerda siempre cuán débiles y vulnerables somos y cómo bajo
ese estatuto humano solo en Dios es posible reunir las fuerzas necesarias para
enfrentarla y vivirla. La actitud positiva es importante si de recuperar la
autoestima ante el dolor y la postración se trata, la oración es uno de los
recursos vitales de todo proceso de sanidad tanto física como espiritual. El
perdón que damos y recibimos es fuente de anticuerpos espirituales que luchan
siempre a nuestro favor. La curación es también una posibilidad, pero esta
corresponde al plan de Dios y su misericordia ante nuestras oraciones y promesas
de vida ofrendadas. La realidad espiritual es maravillosa y en muchos casos
incomprendida pero la verdad al ser pronunciada entra y cala profunda en
nosotros y en la manera como vivimos nuestra Fe. La curación es la aceptación de la propia
fragilidad que en manos de Dios se hace fortaleza, tal concepto nos invita a
ser débiles para Dios y fuertes para nuestro entorno. La aceptación de las
limitaciones de nuestra existencia nos permite ver un panorama de Teonomia que
nos une al Dios Providente… la necesidad de ser curados toca las fibras de
nuestro corazón y nos mueve a la aceptación total de Dios. Alejarnos de una
existencia blanda y sus fundamentos nos hace caminar en la búsqueda de Dios y
su poder amoroso, no se trata solo de reconocer que Dios es nuestro más grande
proveedor sino de saber certeramente que es lo que necesitamos de Dios. La
connotación mudable del mundo produce valores igualmente mudables y si gastamos
nuestra vida con ellos entonces no tendremos nada que dure.
Jeremías, muestra una vocación
particular por la reconstrucción de la vida cotidiana de los deportados, donde
estemos debemos aportar para edificar una sociedad y cultura de la vida, llena
de cambios positivos y necesarios para el bienestar de todos. El bautizado esta
siempre aportando en la construcción de una sociedad vida y con proyección,
donde el bienestar es de suma importancia, así como la vivencia de los valores
que dan identidad a nuestra Fe y su praxis. No podemos tomar asiento y “llorar
por la leche derramada” debemos asumir un rol protagónico y trabajar por
cambiar las condiciones de nuestros hermanos, ante la calamidad solo queda
trabajar para superarla o hacerla más llevadera, parece decirnos en profeta
Jeremías. No claudicar, sino que redoblar los esfuerzos pata ver sus frutos. La
esperanza que estamos viviendo esta puesta totalmente en Dios y esa postura nos
asegura la Gracia necesaria para salir adelante y luchar por alcanzar nuestros
objetivos. Ser un Episcopal maduro en la Fe implica dimensionar el compromiso de
vida para edificar con los recursos que el Señor nos entrega. El día a día
necesita de nuestra entereza y valor para seguir trabajando. Estamos para
producir cambio en la sociedad donde vivimos y no para ser cómplices de sus
acciones y deterioro, Dios en el corazón es un poder tal que nos transforma en
referentes de quienes nos rodean. El sentimiento Jereminiano es altamente
colectivo y por medio de este principio nos invita a superar el egoísmo de
buscar solo nuestro bienestar y olvidar las vida y condiciones de los demás.
Pablo escribe a Timoteo
exhortándole a vivir de frente al Evangelio, la Palabra de Dios es libre y ella
edifica en quien la recibe de buen agrado. Aquí se presenta una dificultad y es
la manera como el mundo ve la dinámica de la Fe. El bautizado entra en una
perspectiva de aceptación de su vínculo con la trascendencia y con esta
cuestión plantea para si y su entorno el constante accionar de una vida
comprometida con el testimonio y los valores evangélicos. Todo lo soportamos en
Cristo ya que su propuesta está por sobre la comprensión de un mundo efímero y
con relaciones intestinas fácilmente mudables a las que llamamos moda o
tendencia de una moda determinada. Vivir y morir en Cristo está más allá de
este tipo de consideraciones, es la noción segura de una eternidad que anima
las luchas y conquistas de los bautizados. El servicio cristiano nos compele a
vivir según los parámetros de una sana vida espiritual. De un dinamismo siempre
cargado de esperanza. Descubrimos un mundo donde el contenido de la Fe
cristiana puede ayudar a dar sus cambios y transformaciones desde adentro hacia
fuera. Somos pues agentes de cambio positivo en el mundo.
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