DÉCIMO NOVENO
DOMINGO. Jeremías capítulo 31 versículos 27-34. Salmo 119:97-104. 2 Timoteo capítulo
3 versículo 14 y 4:5. Lucas capítulo 18 versículos 1-8.
La pedagogía Lucana nos
ofrece para este domingo la consideración de aquella mujer que en búsqueda de
justicia insistió al juez hasta conseguirla. Ser constantes en la oración no es
precisamente la “repetición de la repetidera” sino una forma de vivir
intensamente nuestra espiritualidad cristina. La insistencia se convierte en un
habito de sana oración cuando se interioriza su contenido y se vive para estos
momentos de suprema comunión con el Dios vivo. La oración es una posibilidad real
de construir una relación con la trascendencia. Cuando el bautizado constata el
valor de la oración entonces apenas inicia en su vida un camino de
concientización sobre su valor y los aportes que esta puede hacer a su vida
integral. La vida interior es fundamental para nosotros conocer lo que en
verdad somos y donde esperamos llegar, es un mapa íntimo de una realidad movida
por la Gracia de Dios. Es el luchar contra lo pasajero e instalarse en el
acontecer sobrenatural de lo que implica el “estar verdaderamente vivos” y en
búsqueda de un reino eterno. La meditación de la Palabra de Dios es parte de
ese contenido que busca la trascendencia en el bautizado.
Desde el punto de vista
humano es fácil comprender las implicancias de la actitud de aquella mujer. Su
esfuerzo permanente le asegura una forma viva de actuar. Un mover distintas
situaciones que de otra forma no serían movidas. Es como decir que la
persistencia alcanza resultados que de buenas a primeras no se podrían lograr.
El camino de la oración pasa en nosotros por una serie de estadios hasta
madurar convenientemente. La conciencia del bautizado es tocada dramáticamente
por el santo hábito de la oración. Es un despertar a un mundo cuyos colores son
más nítidos que de ordinario y donde los problemas y dificultades de la vida
son vistos de una manera más positiva y siempre esperanzadora. Aquí y ahora es
un deleite de la vida sobrenatural en nosotros. El concepto de justicia humana
siempre estará condicionado por intereses particulares que afectan o generan
provecho solo a unos cuantos, mientras que la oración abre un panorama
muchísimo más amplio al darnos la certeza de estar viviendo para algo más
importante que el mero dominio de la realidad material en la que habitamos
ahora. Vamos caminando por un mundo que percibimos unas veces claro y otras
oscuro, pero no se debe a la ausencia de luz en nuestros ojos sino en el alma
donde la eternidad inicia su edificación. Si vemos oscuro es el alma que no
reconoce la luz y la bondad presente en las cosas y las personas creadas por el
Dios amor.
Lucas nos habla desde la
oportuna reflexión personal sobre el valor de la oración y como la insistencia
habla de nuestra madurez en la Fe. Quien ora sin cesar vive para hacerlo
siempre identificando los momentos en los cuales la oración se hace más fuerte
y poderosa. El temor de Dios es uno de los dones de la oración continua, es
alimento vital de nuestra personal concepción del Dios viviente. Oramos y lo
hacemos con la absoluta certeza de ser escuchados, alimento del alma y fuerza
de la mente de quienes se unen a Dios. La justicia de Dios no se hace esperar y
escucha a quien ora con el corazón y la vida, a quien se pone totalmente en sus
manos sin importar las seguridades terrenas que posea… La oración es signo de
la misericordia de Dios que se une a nosotros y da vida a cada una de nuestras
plegarias cuando estas brotan de lo más profundo de nuestro ser. Orar y
trabajar es una consigna de amor por la humanidad y la dignidad del que ora y
trabaja. Lucas nos muestra una especie de analogía que involucra el sentir de
los bautizados que encuentran consuelo en la oración y también fortaleza cuando
se presentan situaciones difíciles.
El drama Jereminiano,
anuncia la restauración y el florecimiento de una nueva y definitiva alianza de
Dios con su pueblo y los reinos de este (norte y sur) a diferencia de otros
profetas Jeremías aplicará el principio de la responsabilidad personal de los
habitantes, no se trata solo de una compartida visión colectiva del pecado y la
restitución sino de la individual culpa y Gracia también. Aquí en prospecto de
la alianza cambia y se afirmará la restauración tanto de la persona como de la
realidad colectiva que comparte con los demás. Es curioso como en estos versículos
llegamos a los niveles más altos de la espiritualidad Jereminiano. Lo es
precisamente por la conciencia formada de la participación y responsabilidad
personal, las decisiones de la persona serán definitivas en la reconstrucción
futura de la vida y cotidianidad de los deportados de su pueblo. El
conocimiento de Dios también es como en Oseas y Ezequiel un recurso vital si el
pueblo pretende restablecer su vida e individualizar los dones para lograrlo.
La Fe personal es la respuesta ante las equivocaciones colectivas de sus
gobernantes.
Pablo invita a perseverar
a su discípulo Timoteo, lograrlo implica el valor de conocer la doctrina y
enseñanzas de la Iglesia en lo referente a su mensaje, nos referimos al
Evangelio enseñado por Pablo. Aquí se conjuga un principio importante de
nuestra hermenéutica cuando el aprendizaje está delimitado por los parámetros
seguros del orden eclesial, es decir, se aplicará también en nuestro tiempo. El
temperamento es de suma importancia para dar una respuesta auténtica y
enfrentar las distintas dificultades que el ministerio puede y de hecho
atraviesa. Pablo conoce la realidad personal de su discípulo y de esta manera
su orientación y consejo cala profundo en la psique de Timoteo como de cada uno
de nosotros. Mantenernos firmes en la Fe de la Iglesia de Cristo es el
fundamento de todo cuanto creemos y manifestamos al mundo. Una serie de
contenidos vitales que llegan a nosotros y con ellos podemos edificar los
conceptos básicos de la Fe que hemos recibido porque el conocer es también una
recomendación Paulina. Es posible ver la huella de Pablo en los escritos
Lucanos y como ese caminar traza una senda de interiorización hasta construir
la “responsabilidad personal” como argumento indispensable en el crecimiento
espiritual. Esta responsabilidad se identifica desde la perspectiva del amor.
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