CRITERIOS PARA LA
ORACIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA.
La oración es una fuente
innegociable de cercanía e inmediatez en la construcción de una relación integral
con el Dios de la vida y su entorno creado y redimido la oración es sin duda la
posibilidad de esconderse del entorno contaminado por el pecado y salir luego a
dar testimonio de la verdad absoluta de la gracia a la que el pecado no tiene
respuesta alguna. La oración no hace ruido cuando es auténtica porque al serlo
no dependerá de las emociones y estados de ánimo del orante. Los niveles de oración por llamarlos de alguna
manera nos hablan de vías de purgación de nuestras malcriadez humana y apegos
inmaduros tanto de personas como de bienes y emociones. Orar es un acto de
soberanía en la vida y obra del bautizado. Orar implica una condición que
sobrepasa las realidades inmediatas en nosotros y en la Iglesia de Cristo. La
vida sobrenatural puede pasar de manera desapercibida en la mayoría de los bautizados,
pero no puede suceder así en la vida espiritual del llamado al servicio ministerial
de la Iglesia. Las manchas de pecado no superadas pueden ser camufladas convenientemente,
pero en algunas acciones estas pueden aparecer una vez y otra vez según las
necesidades del obrante.
La vida de oración es la
base del intercambio de la gracia que permutamos o cambiamos por acciones
maduras y redimidas donde no puede haber sombras en nuestro accionar. La
purgación del ser espiritual se une indisolublemente con las aspiraciones
materiales y emocionales de la persona redimida en el Bautismo. Sin este
sacramento se corta el flujo de la gracia más que natural en el ser humano
dejando solo el ser buenos por naturaleza y no por opción salvífica en Cristo. Nos
puede engañar el conformismo humano cuando expresamos “solo debemos ser
buenas personas” tal afirmación no busca una vida de trascendencia sino un
bienestar puntual que se puede sentir en la cotidianidad y relaciones humanas. El
ser bueno implica el reconocimiento de la condición totalizante de la gracia en
el bautizado. La concepción de una vida integra supone la integralidad de todos
sus componentes y perfección en su empleo. El texto lucano citado en (capitulo
18 versículos 1-8) estereotipa la respuesta de dos realidades tejidas en la
persona humana que nos acercan a la justicia y la injusticia, a la gracia y a
la des-gracia o ausencia de esta. Tal postura continúa dando luces en el mismo capitulo
versículos 9-14).
El episcopal como
correligionario comparte con la Iglesia la condición de la redención y su
centralidad en la gracia tan activa como habitual en la vida de los creyentes. Mientras
más ruido hace el creyente más necesitado estará de la gracia para crecer y
madurar en la Fe, este proceso no esta condicionado por la edad o condición que
no sea estrictamente humana. Aquí la inmadurez es vista como ausencia de
madurez movida por factores personales y del entorno del bautizado más no
implica condición propia de la edad.
Pbro. Diego Sabogal.
Cristoeseltema.blogspot.com.
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