miércoles, 30 de junio de 2021

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...

 

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B 2 Samuel capítulo 1 versículos 1,7-27. Salmo 130. 2 corintios capítulo 12 versículos 2-10. Marcos capítulo 6 versículos 1-13.

 

El Segundo libro de Samuel da inicio a la historia de David como gobernante del pueblo, la muerte de Saúl y de sus herederos, particularmente de Jonatán permite a este asumir como jefe de la nación judía, es interesante como los acontecimientos buscan darle dignidad a quien la había perdido en este caso se refiere a Saúl, reconocido por David y la tropa. Es llamado el “ungido” evocando la misión y la escogencia por parte de Yahveh. Esta dinámica dará sus frutos porque afirmará también la autoridad de David como sucesor “Ungido” de Saúl. El pueblo expectante está ante la necesidad de reforzar la identidad perdida en el conflicto y derrota de su gobernante y que mejor que la figura “fresca” de David para hacerlo. El vacío de poder será colmado por la descendencia de David.

Qué importante es para nosotros en el hoy de nuestra historia reconocer el papel de la justicia, la misma que está a nuestro alcance y que por medio de nuestras acciones puede ser signo de bendición. El actuar en justicia es el fundamento de nuestros valores institucionales porque cada bautizado no puede vivir y edificar fuera de la Iglesia su vida y relaciones, es un signo salvífico que asiste cada una de nuestras determinaciones. La justicia se impone y las consecuencias no se hacen esperar, la traición de la que fue víctima Dios repercutirá hasta en el último integrante de la familia real, no se trata de Dios castigando sino de cada uno de ellos asumiendo las consecuencias de sus actos frente a la sociedad del momento. La envestidura del rey lo compromete más con la realidad espiritual y social de su pueblo. Si son mayores los privilegios y la autoridad así mismo será la exigencia y moral de los gobernantes. Ser justos es una responsabilidad mayor del bautizado que debe ser testigo del resucitado y vivir de cara a esa realidad que dice profesar en su vida.

El Salmo 130, el De profundis, es un Salmo penitencial pero también comporta una dosis fundamental de esperanza, es para nosotros confianza ante la pérdida de los seres queridos y/o las dificultades que pretenden minar nuestra experiencia con el Dios vivo y trascendente. El salmista y por boca suya todos los bautizados tenemos la confianza puesta en el Señor y no seremos abandonados. El mundo es el primero en buscar atajos para evitar que esa confianza se materialice como nuestro estilo de vida.  El amor de Dios es el fundamento de nuestra esperanza y así nos lo dice el autor de este bello Salmo: “Porque en Yahveh está el amor, junto a Él abundancia de rescate” (Versículo 7). La confianza en Dios no defrauda, pero implica vivir una autentica Teonomia, es decir, una real dependencia del amor y la voluntad del Dios revelado. El perdón es un ingrediente de la relación redimida por su amor y misericordia, eso es bien claro y no podemos olvidarlo.

En la segunda carta a los Corintios, Pablo, deja ver su incomodidad ante las acciones de esta congregación que sin duda tienen todo que ver con la convivencia comunitaria y su relación con el medio de aquella metrópoli. Pablo está pensando en la “caridad” que alimenta las relaciones entre los bautizados y como cuando uno de ellos se equivoca en sus acciones puede afectar el desempeño de la misma. Es pues un ejemplo claro del valor de la fraternidad y la solidaridad más que para criticar y atacar para restablecer y sanar los daños en la convivencia congregacional. El amor y el perdón son valores sin discusión alguna de la vida de toda comunidad de Fe y es el medio por el cual la presencia de la Gracia se establece y continúa dando sus frutos. La paz es uno de los valores de la resurrección de Cristo y como tal debe estar presente en todo ejercicio de vida fraterna en la congregación, si se adolece de paz entonces los esfuerzos eran solo humanos y carentes de trascendencia. Busquemos pues que en nuestras congregaciones la paz sea vital para la sana convivencia de los hermanos bautizados y de esta forma ser autentico testimonio a la hora de hablar de misión.

El fenómeno que se presenta hoy en la sociedad nos indica que la gente no se queda en una congregación por su doctrina, sino que en gran medida lo hacen por el ambiente de paz y fraternidad que esta inspire y manifieste por medio de sus acciones y signos vivos. No se trata solo de música o predica, se trata sobre todo de fraternidad, perdón, responsabilidad y amor de unos por otros, es lo más parecido a una familia y el creyente está buscando eso precisamente, la instrucción será el segundo paso buscando la identidad como tal. Pablo tiene claro que el Evangelio que predica necesita disposición plena por parte de los feligreses de Corinto y que sin esa realidad asegurada es difícil proceder. Es probable que la dificultad sea signo de inmadurez en los creyentes, como bien puede suceder en el presente de nuestras propias congregaciones. Busquemos que el amor de Dios sea nuestro fundamento y razón de ser.

Una vez superadas las manifestaciones del Señor por las regiones que visitó, el evangelista Marcos lo ubica en su tierra con expresiones como “patria” dando a entender de esta manera que ellos y sus familias aguardaban al Señor pero que este debía pasar por las sinagogas como signo de poder y autoridad en las enseñanzas para los judíos. Desde luego la gente se interrogaba sobre el mensaje lo que deja ver la dificultad por permear sus corazones cuya única experiencia era el diario vivir, es decir, carentes de espiritualidad y meditación para reconocerle como tal. En este punto Marcos deja claro el principio de su Evangelio y que nos remite a la necesidad de una relación personal con el Señor, esta relación no puede depender de los milagros o manifestaciones poderosas sino del amor y la intimidad fraterna. No es posible reconocer al Señor sino hay amor de por medio, si solo es la necesidad la que aflora entonces la relación será solo por la satisfacción de una que otra prebenda. Así lo manifiesta en el versículo (4) de este Texto arriba citado. Tal expresión es asociada rápidamente con la falta de Fe, es pues, un medio realmente difícil sino existe la Fe para abrir literalmente nuestros ojos y conciencia ante el influjo de su Gracia.

Marcos ubica un llamado muy especial del Señor a sus discípulos, pero no especifica nombres. Aquí la connotación del discipulado es abierta y descansa precisamente sobre la veracidad del que llama y la autenticidad de su mensaje, es también una forma de romper con el paradigma de los escogidos ya que la Palabra de Dios llama absolutamente a todos los creyentes al anuncio en sus vidas y a los clérigos en sus ministerios orientados en la vida eclesial. Ir de dos en dos, es una manera de asegurar el testimonio y ser testigos de las actuaciones de los demás. Es conveniente que el ministro ordenado nunca esté solo en la vida de su congregación y que cuente con el apoyo de sus hermanos, unos en la Fe y otros en el ministerio.

 Confiar en la Providencia de Dios es aquí un signo de Fe en los enviados, lo que no implica necesariamente que no vivan del ejercicio de su ministerio. La experiencia del anuncio está condicionada por el entorno y su composición, la forma como lo presenta Marcos es de índole universal como indicábamos antes, lo vital es que la Palabra llega por medios distintos pero todos alineados en bien de su difusión. Los signos que se describen al final del Texto señalado son esquemáticos de las propiedades y valores del anuncio y de lo que se anuncia. Hoy como hace siglos la vida personal del ministro ordenado y laico anunciantes, es vital para la credibilidad del mensaje. El desprendimiento total del que anuncia la Buena Nueva debe contrastar con los valores y paradigmas del mundo materialista. La Verdad, la Paz, y la Justicia son sus alforjas y bastones para el camino. También se da el caso de ministros que compiten con el mundo argumentando necesidades que más parecen flores plantadas en el jardín de la superficialidad. Ministros de toda índole que anuncian no la palabra sino el manejo exitoso de los recursos de la Iglesia en sus alforjas personales y muestran el éxito del mundo y no de la Palabra de Dios a ellos encomendada. Estamos llamados todos sin excepción a ser testigos y testimonio de Cristo Señor dueño de todo. 

 

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