martes, 6 de julio de 2021

EL PRECURSOR. EL BAUTISTA...

 

SEPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 6 versículos 1-5, 12b-19. Efesios capítulo 1 versículos 3-14. Marcos capítulo 6 versículos 14-29.

Samuel, reanuda así el relato del Arca, sin duda estamos ante un Texto no escrito por su mano, pero en la misma vocación de la exaltación de esta liturgia para agraciar a Yahveh cuyo signo es el Arca en medio del pueblo.  El rey David estaba vestido de sacerdote por lo que su baile y expresiones de alegría son parte de la liturgia de traslado del Arca de la Alianza, es pues, en síntesis, la expresión de un hombre de Fe que unido a su pueblo reconoce el amor de Dios y la presencia de Este en medio de los suyos. Lo demás aquí descrito es cuidadosamente diseñado para mostrar la grande significación de sus ritos y como estos se convirtieron en expresión cultica del colectivo convirtiéndose en Israel en cívicos. Es interesante como la Fe se convierte en el fundamento de los procederes y amplía el panorama de la cosmovisión religiosa de quienes participan en todo tipo de manifestaciones de Fe. David mando construir una tienda para depositar en ella con toda dignidad el Arca de Yahveh, con el correr del tiempo esta manifestación de Fe fue definitiva en la configuración de un sistema político de fuertes tendencias religiosas. David no solo actuaba como su rey sino también como un creyente más de su pueblo. En la actualidad nuestros gobernantes no actúan sobre este tipo de señalamientos, sino que buscan su lucro olvidándose de la connotación sagrada de la autoridad que ejercen al frente del pueblo que los elige.

La Fe es sin duda fundamental para el buen desempeño de la empresa de vida del bautizado, ella es la luz que guía sus actuaciones y compromisos en los distintos escenarios por donde este transita. Cada domingo el episcopal sale al encuentro de Dios y lo hace desde la perfección de su liturgia como máxima expresión de Adoración al Dios revelado y acogida del otro que comparte el mismo escenario que nosotros. La liturgia es la mayor forma de Adoración de la que dispone la Madre Iglesia y esto implica de nuestra parte absoluto respeto y coherencia en su vivencia, en tiempos modernos nuestra Iglesia consideró que la liturgia era también una de sus más importantes formas de evangelizar y misionar entre los bautizados y los no-bautizados.

El apóstol Pablo en su Carta a los Efesios,  toca un aspecto realmente bello, el celeste, no quiere reducir su mensaje a esta comunidad de creyentes bajo otro presupuesto Escrituristico, sus bendiciones están enfocadas a exaltar la vida de los bautizados a los que llama elegidos, ese llamado a la santidad es propio de su mentalidad y creencias personales, Pablo es un convencido de la santidad como consecuencia de la vivencia de las enseñanzas de la Palabra de Dios, del Evangelio y el cumplimiento del Mandamiento Nuevo. Es absolutamente gratuito el don amoroso de Dios y el ofrecimiento de su Reino.  Los Santos PP. de la Iglesia Oriental reconocen aquí el termino griego “Jaris” como gratuidad, lo que básicamente no depende de nosotros sino del amor de Dios (versículo 6). Esta Gracia como sabemos es intrínseca en cada uno de los bautizados, es decir, está a nuestro lado para ser parte de nuestra vivencia.  Pablo se refiere al Padre Dios como el dueño y Señor de la herencia de la eternidad y por la que el bautizado deberá vivir conforme al modelo de Cristo.

Recordemos que la elección es de Cristo y no depende de nosotros, lo que está a nuestro alcance es vivir según su Palabra.  Algunos bautizados hablan de imitar las virtudes de Cristo y otros de actuar como Él lo haría en las distintas situaciones de vida. Lo cierto es básicamente que la vivencia implica renuncia a nosotros mismos y el celo por el poseer y dominar tan propio de nuestra naturaleza. La renuncia al mundo contrasta con la propuesta de este sobre los bautizados.  En este panorama de bendiciones no queda fuera Israel al que se le reconoce el llamado inicial antes de la universalidad del Mesías.  Con todo lo anterior solo es y será Cristo quien nos reagrupará bajo el signo de su Iglesia, dándole a esta todo su valor y objetividad posible.

El plan salvífico de Dios solo es posible por la presencia de su Espíritu en el bautizado, pero insisto (a título personal) que esta presencia no es de ningún modo utilitarista o emotiva, es toda digna como corresponde a la misma Santidad del Dios vivo.  Pablo espera también la Parusía del Señor, esto es parte de su doctrina y no se escatima en señalamientos. Aquí hermanos encontramos las cinco bendiciones de Pablo con respecto a los bautizados como obra de la Redención de Cristo. Pablo lo circunscribe al don eclesial por antonomasia, es decir, las posesiona en el marco de la institución eclesial. Las cinco bendiciones de Pablo a esa comunidad de Éfeso se fusionan para configurar una sola gran bendición que es sin duda alguna la Madre Iglesia.

Marcos, ambienta la presencia del Precursor (Bautista) en una imagen previa que le asociaba con el Señor y por medio de la cual Herodes expresaba conocerle, y como otros más en Israel creer que se referían a un profeta o conocedor de la Ley Mosaica o como lo expresaba, “aquel Juan, a quien yo decapité, ha resucitado” (versículo 16).  El nombre Juan significa Yahveh es favorable, sobre la figura del Bautista diremos, el sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a través de los siglos. No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No sólo el Precursor está unido a la venida de Cristo, sino también a su obra, que anuncia la redención del mundo y su reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud frente a su mensaje. De este modo, Juan está siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tienen como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige la conversión de la cual el Bautista fue ejemplo de decidida vivencia y dedicación. Fue víctima de quienes, ignorando la realidad espiritual del ser humano, viven aún ahora, como sin eternidad o llamado a ella.  Fue testigo con su sangre, pero sobre todo con su fidelidad al mensaje que en potencia le conducirá a los pies de Cristo, del que solo el Señor y de nadie más dijo: “De los nacidos de mujer nadie tan grande como el Bautista”.

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