SEPTIMO DOMINGO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 6 versículos 1-5, 12b-19. Efesios
capítulo 1 versículos 3-14. Marcos capítulo 6 versículos 14-29.
Samuel, reanuda así el
relato del Arca, sin duda estamos ante un Texto no escrito por su mano, pero en
la misma vocación de la exaltación de esta liturgia para agraciar a Yahveh cuyo
signo es el Arca en medio del pueblo. El
rey David estaba vestido de sacerdote por lo que su baile y expresiones de
alegría son parte de la liturgia de traslado del Arca de la Alianza, es pues,
en síntesis, la expresión de un hombre de Fe que unido a su pueblo reconoce el
amor de Dios y la presencia de Este en medio de los suyos. Lo demás aquí
descrito es cuidadosamente diseñado para mostrar la grande significación de sus
ritos y como estos se convirtieron en expresión cultica del colectivo
convirtiéndose en Israel en cívicos. Es interesante como la Fe se convierte en
el fundamento de los procederes y amplía el panorama de la cosmovisión
religiosa de quienes participan en todo tipo de manifestaciones de Fe. David
mando construir una tienda para depositar en ella con toda dignidad el Arca de
Yahveh, con el correr del tiempo esta manifestación de Fe fue definitiva en la
configuración de un sistema político de fuertes tendencias religiosas. David no
solo actuaba como su rey sino también como un creyente más de su pueblo. En la
actualidad nuestros gobernantes no actúan sobre este tipo de señalamientos,
sino que buscan su lucro olvidándose de la connotación sagrada de la autoridad
que ejercen al frente del pueblo que los elige.
La Fe es sin duda
fundamental para el buen desempeño de la empresa de vida del bautizado, ella es
la luz que guía sus actuaciones y compromisos en los distintos escenarios por
donde este transita. Cada domingo el episcopal sale al encuentro de Dios y lo
hace desde la perfección de su liturgia como máxima expresión de Adoración al
Dios revelado y acogida del otro que comparte el mismo escenario que nosotros.
La liturgia es la mayor forma de Adoración de la que dispone la Madre Iglesia y
esto implica de nuestra parte absoluto respeto y coherencia en su vivencia, en
tiempos modernos nuestra Iglesia consideró que la liturgia era también una de
sus más importantes formas de evangelizar y misionar entre los bautizados y los
no-bautizados.
El apóstol Pablo en su
Carta a los Efesios, toca un aspecto
realmente bello, el celeste, no quiere reducir su mensaje a esta comunidad de
creyentes bajo otro presupuesto Escrituristico, sus bendiciones están enfocadas
a exaltar la vida de los bautizados a los que llama elegidos, ese llamado a la
santidad es propio de su mentalidad y creencias personales, Pablo es un
convencido de la santidad como consecuencia de la vivencia de las enseñanzas de
la Palabra de Dios, del Evangelio y el cumplimiento del Mandamiento Nuevo. Es
absolutamente gratuito el don amoroso de Dios y el ofrecimiento de su
Reino. Los Santos PP. de la Iglesia
Oriental reconocen aquí el termino griego “Jaris” como gratuidad, lo que
básicamente no depende de nosotros sino del amor de Dios (versículo 6). Esta
Gracia como sabemos es intrínseca en cada uno de los bautizados, es decir, está
a nuestro lado para ser parte de nuestra vivencia. Pablo se refiere al Padre Dios como el dueño
y Señor de la herencia de la eternidad y por la que el bautizado deberá vivir
conforme al modelo de Cristo.
Recordemos que la
elección es de Cristo y no depende de nosotros, lo que está a nuestro alcance
es vivir según su Palabra. Algunos
bautizados hablan de imitar las virtudes de Cristo y otros de actuar como Él lo
haría en las distintas situaciones de vida. Lo cierto es básicamente que la
vivencia implica renuncia a nosotros mismos y el celo por el poseer y dominar
tan propio de nuestra naturaleza. La renuncia al mundo contrasta con la
propuesta de este sobre los bautizados.
En este panorama de bendiciones no queda fuera Israel al que se le
reconoce el llamado inicial antes de la universalidad del Mesías. Con todo lo anterior solo es y será Cristo
quien nos reagrupará bajo el signo de su Iglesia, dándole a esta todo su valor
y objetividad posible.
El plan salvífico de Dios
solo es posible por la presencia de su Espíritu en el bautizado, pero insisto (a
título personal) que esta presencia no es de ningún modo utilitarista o
emotiva, es toda digna como corresponde a la misma Santidad del Dios vivo. Pablo espera también la Parusía del Señor,
esto es parte de su doctrina y no se escatima en señalamientos. Aquí hermanos
encontramos las cinco bendiciones de Pablo con respecto a los bautizados como
obra de la Redención de Cristo. Pablo lo circunscribe al don eclesial por
antonomasia, es decir, las posesiona en el marco de la institución eclesial.
Las cinco bendiciones de Pablo a esa comunidad de Éfeso se fusionan para
configurar una sola gran bendición que es sin duda alguna la Madre Iglesia.
Marcos, ambienta la
presencia del Precursor (Bautista) en una imagen previa que le asociaba con el
Señor y por medio de la cual Herodes expresaba conocerle, y como otros más en
Israel creer que se referían a un profeta o conocedor de la Ley Mosaica o como
lo expresaba, “aquel Juan, a quien yo decapité, ha resucitado” (versículo
16). El nombre Juan significa Yahveh es
favorable, sobre la figura del Bautista diremos, el sentido exacto de su papel,
su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a
través de los siglos. No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la
Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No
sólo el Precursor está unido a la venida de Cristo, sino también a su obra, que
anuncia la redención del mundo y su reconstrucción hasta la Parusía. Cada año
la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud frente a su
mensaje. De este modo, Juan está siempre presente durante la liturgia de
Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos
de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tienen como misión
preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige
la conversión de la cual el Bautista fue ejemplo de decidida vivencia y
dedicación. Fue víctima de quienes, ignorando la realidad espiritual del ser
humano, viven aún ahora, como sin eternidad o llamado a ella. Fue testigo con su sangre, pero sobre todo
con su fidelidad al mensaje que en potencia le conducirá a los pies de Cristo,
del que solo el Señor y de nadie más dijo: “De los nacidos de mujer nadie
tan grande como el Bautista”.
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