UN REINO. UNA
SEMILLA DE MOSTAZA. MEDITACIONES.
"31. Otra parábola les propuso: «El Reino de
los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró
en su campo. 32. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando
crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las
aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.»" Mateo capítulo 13
versículos 31-31. (Versión Biblia de Jerusalén).
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Un granito de mostaza no
es propiamente la semilla más grande o más llamativa, pero crece lo suficiente
para convertirse en soporte de otras formas de vida, y -agrega el Señor-, “en
sus ramas anidan las aves del cielo”. (Conf. Mateo capítulo 13 versiculos
31-32). Una semilla es la imagen preferida para manifestar o dejar ver las
implicancias del crecimiento espiritual en los bautizados. Una semilla que
crece de forma saludable porque permite que todos los procesos de su existencia
sean guiados por la presencia amorosa del Señor. Una semilla capaz de permitirse
ser soporte vital para otras especies de seres vivos. Una semilla generosa
dispuesta a animar el huerto y proporcionar sombra y cobijo cuando sea
necesario. Tal actitud de entrega y donación nos debe animar poderosamente
para vivir dando lo que somos y tenemos como valioso. Una planta que no se
ahorra absolutamente nada porque todo lo que posee se convierte en una visión
evangélica perfecta. Ella puede decir apreciativamente “pídeme Señor lo que
quieras, pero dame lo que me pides” Agustín de Hipona. Dios es el dueño de todo
y todo es donación amorosa de su infinita misericordia. Una semilla que se
transforma en un arbusto saludable comprendiendo el plan de Dios Creador sobre
su existencia. Un árbol que abre sus ramas generosamente para otros en su
circunstancia de vida. Una realidad capaz de tocar positivamente a otras
realidades. Una visión generosa de un Reino que no guarda nada para sí, sino
que su razón de ser es la más contundente donación.
Crecer implica la plena y
totalizante aceptación de nuestra existencia y está inmersa en un plan amoroso,
la semilla de mostaza sobresale no por sus colores y calidades para los ojos
del mundo sino porque acepta el plan de Dios sobre su existencia y se convierte
en receptáculo de otros. Una vida a la vista de todos, pero en realidad oculta
al mundo fuera de aquel huerto donde crece. Es pues necesario que nuestra vida
espiritual se esconda en lo más profundo de nuestras conciencias porque de allí
irrigará nuestra vida y la totalidad de sus relaciones con el entorno. Una
vida como la recibida es fuente viva de salud en el espíritu y equilibrio en
cada una de nuestras acciones en el mundo, visto este último como el escenario
del compartir y generar vínculos que saltan luego con nosotros hasta la vida
eterna.
Una semilla tal que no
crece sino es por la mano providente de Dios, del Dios vivo cuya Gracia es
siempre amor en nuestras vidas. Una semilla pequeña pero portadora de un tesoro
inimaginable, un tesoro que es el mismo amor de Dios. Una realidad que se
transforma en salvífica siempre, porque la salvación empieza como su Reino, de
manera discreta y sencilla, pero alcanza luego las alturas y profundidades
inimaginables de la realidad salvífica establecida por el Dios de la vida. Somos
pues una semilla bendecida e iluminada por el amor misericordioso de nuestro
Dios en su adorado Hijo. Estamos aquí y ahora de la mano de Dios y nuestro
mundo es también su mundo, un Dios que no se mantiene distante de nuestra existencia,
sino que nos rescata cuando es necesario y nos anima cuando lo necesitamos, una
semilla viva pero que se sostiene también por nosotros y en nosotros. Adorado
Dios que no se detiene a la hora de mostrarnos su Gracia activa en nosotros,
una manifestación salvífica de su amor en nosotros y en toda su obra. Vivimos
pues, en un entorno necesitado de tu Gracia Señor y de la semilla de tu Reino
puesta en nosotros por medio del santo Bautismo. Una semilla lista para
germinar y abrir nuestra realidad, a la realidad salvífica de su incomparable
amor. Todo un proceso de maduración en la oración y vida sobrenatural de
nuestra espiritualidad, hoy estamos llamados a recuperar nuestra espiritualidad
y sacarla eventualmente de las manos de la emoción pasajera. Una semilla que
crece y crece hasta alcanzar su ideal en el corazón y mente del bautizado. ¿Cómo
hacer que ella pueda madurar en nosotros?, ella es imagen de nuestra
espiritualidad y vínculo con la realidad de Dios revelada en su Hijo nuestro
Señor. La vida espiritual es definitivamente la clave para crecer y germinar.
La oración, la meditación
de la Palabra de Dios, la vida sacramental nos introduce en una comprensión
superior de la vida y sus causalidades. La vida espiritual reclama de todo
nuestro interés y atención para poder descubrir el sabor amoroso de la
intimidad con el Dios revelado, es el Espíritu Santo quien llega a la quietud
de nuestra intimidad para revelar la voluntad amorosa del Padre Dios. Es
posible deleitarnos con el sabor del amor convertido en espiritualidad e
intimidad. Dios se revela de esta manera al interior de nuestras almas. Establece
un coloquio amoroso con nosotros y es cuando las opciones de vida se resumen en
una praxis continua del amor real en nosotros. Negarnos a nosotros mismos es
necesario para afirmar la voluntad amorosa de Dios. La renuncia al mundo no
implica apartarse de este, sería imposible pero lo viable aquí es priorizar
nuestra forma y actitud permanente de vida para dar paso a la Voluntad de Dios
y los valores de tal elección, renunciar al mundo implica quitarle de una buena
vez nuestro corazón y afectos.
¿En qué mar navega
nuestro espíritu o simplemente existimos porque mantenemos las operaciones
vitales básicas? Una semilla se niega a si misma al punto que muere para
dar su fruto, es decir, en transe total para madurar y alanzar su auténtica
condición. Tal visión es clara en el Evangelio cuando el Señor cita la semilla
de mostaza como ejemplo de la germinación de su Reino en el corazón del auténtico
creyente, de quien verdaderamente optó por su amor. La escogencia no es asunto
de las solas fuerzas que nos acompañan necesitamos de la Gracia de Cristo para
realizar el ideal de su Reino en nosotros, de abandonarnos completamente a su
Voluntad, aunque el mundo pueda brindarnos algún tipo de seguridad y aparente
bienestar. Leer los signos de los
tiempos nos puede permitir conocer el designio amoroso de Dios sobre nuestra
vida y cuantos viven a nuestro lado son parte de su Voluntad amorosa y por ende
salvífica. Una semilla por lo general sirve a un fin superior del mero
señalamiento de nuestra mente materialista, es decir, no solo produce fruto,
sino que genera convivencia para otros que como ella o distintos a ella están
caminando muchas veces en la misma dirección.
La espiritualidad como una semilla busca las condiciones saludables para
cumplir con su función o mandato misterioso del Dios viviente porque la
germinación obedece a su plan providente, lo que es necesario en nosotros lo es
porque corresponde a un plan determinado por Dios. No vemos solo un plan
vemos lo que es justo y necesario para cada uno de nosotros en la condición de
nuestra espiritualidad. La vida de oración escondida se revela
formidablemente en Cristo quien ve en lo más profundo de nuestro ser cristiano.
La Vida escondida florece y se hace visible en una dinámica que partiendo de
nuestro interior se revela en lo que somos y hacemos como personas vinculadas a
un todo social. Es como un tesoro que permanece oculto precisamente por su
gran valor. Aquí la posibilidad de navegar en lo más íntimo de nuestro ser es
la garantía de eternidad a la que todos acudimos porfiando en el mundo y
luchando cada día. Una vida de oración escondida se revela plenamente ante
el Dios viviente y puede construir una relación íntima con su Ser amoroso,
donde no hay factores ajenos a la entrega y donación absoluta. La semilla
florece en lo más profundo de nuestro ser, en la intimidad de su donación y
entrega amorosa donde no hay más que Dios y su criatura. Dios es lo más íntimo
que florece en nosotros y la semilla es su huella o Vestigia en cada bautizado.
Estamos pues ante una posibilidad cierta de edificar un Reino que parte de una
manifestación tan pequeña como la semilla de mostaza y luego se convertirá en
una historia de amor salvífico. Sigamos
orando y amando a Dios como la centralidad de lo más absoluto que hay en
nosotros.
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