miércoles, 10 de junio de 2020

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...


SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Génesis capítulo 18 versículo 1-15. Romanos capítulo 5 versículo 1-8. Mateo capítulo 9 versículo 35 y capítulo 10 versículo 8.


El Texto del Génesis tradicionalmente ha sido interpretado como una referencia prefigurada de la Trinidad Divina, así algunos PP. de la Iglesia lo indican en sus reflexiones. Nosotros miramos en esa y en otras direcciones como quiera hace mención a las promesas que Dios hace a su siervo. Las promesas están  enraizadas en la generosidad de Dios que prevé las necesidades fundamentales de quienes acudimos a su amor.  Las figuras recurrentes de este relato nos ubican en una especie de rito de acogida, pero también muestra algunas coincidencias con un sacrificio ritual como sucederá según el orden cronológico descrito por el Éxodo y los otros libros del Pentateuco. Los elementos ofrecidos por el patriarca Abraham se refieren a una ceremonia de sacrificio y/o acción de gracias por la visita de los personajes que en algunos momentos el Texto Sagrado de Tradición los presenta en singular y otros en plural. Lo importante para nuestra reflexión es descubrir cómo Dios se hace presente en la vida de los bautizados y concede lo que es fundamental y vital tal como aconteció con su esposa   Sara. Ellos esperan el nacimiento de su hijo Isaac.  La respuesta de Sara es común entre los creyentes, el dudar del Poder de Dios implica la necesidad de profundizar en la espiritualidad y reconocer la relación estrecha entre Cristo y los bautizados. Las obras de Dios no se miden en cuantías absolutas sino en la fuerza como calan en nuestros corazones para no salir de allí jamás. Sara simplemente les dio rienda suelta a sus sentimientos, los mismos que la abrumaron al negarle la vida la posibilidad de ser madre asunto fundamental para una mujer en su época. Recordemos que una mujer casada sin hijos era considerada “maldecida” y no podía aportar a la vida agrícola de su familia puesto que los hijos no solo trabajaban en las labores del campo, sino que protegían sus vidas y recursos. La maternidad era pues asumida como la realización plena de la mujer.  

Pablo a diferencia de Sara enfatiza en el poder de la Fe como fuerza que se agrega a nuestra justificación. Sin Fe la Gracia no podrá operar en nosotros. La Fe se constituye en la facilitadora de las estructuras redimidas de la humanidad. La Fe nutre nuestra esperanza. Todos los bienes escatológicos son aguardados desde la espera confiada que la Fe da a nuestras vidas. La vida del bautizado se debe convertir paulatinamente en expresión de la Gracia y sus valores redimidos. Pablo une esta propuesta con la presencia personal del Espíritu Santo del que estamos seguros se manifiesta en nosotros. Los santos PP. Tienen una definición o sentencia axiomática al respecto: “No podemos obrar nada bueno sin la presencia personal del Espíritu Santo en nosotros”. La prueba del amor de Dios por nosotros es evidente al punto que su adorado Hijo murió y resucitó por cada ser humano. Pablo ve con absoluta claridad la presencia de Dios que es en últimas quien da sentido y fundamento a nuestra Fe y todo lo que se deriva de ella. La vida se hace nueva en nosotros y es la vida del Espíritu que actúa vivamente en cada corazón. Nuestra futura Resurrección será gracias a la presencia de Dios en nosotros por el santo Bautismo y la Gracia.


El Evangelio de Mateo, nos presenta en dinámica liberadora la obra del Redentor y como el propio Señor se movía donde la necesidad del ser humano así lo declaraba. Mateo presenta a Jesús en una actitud de profunda solidaridad y de paso marca la intencionalidad de su ministerio público. La obra demanda una disposición y entrega absoluta de su parte, así como Identificarse con cada una de las personas en situación difícil. Jesús es el alivio y consuelo de todas y todos (versículo 35). En el siguiente capítulo (10) versículo (8) ante la proximidad del Reino de Dios que encarna en su Persona exhorta a los suyos a vivir como hijos de la promesa y enfrentar cuanto está sucediendo armados por su Fe y confianza en Dios. Jesús recalca la gratuidad de estos dones recibidos y como la Iglesia en el futuro los pondrá al servicio de los bautizados. El triunfo sobre los fracasos y la pérdida de esperanza será fruto de la Fe y completa unidad Cristo-creyente. No debemos perder la paciencia ante las cosas negativas sino orar y redoblar esfuerzos por imponer la verdad reveladora y liberadora de Dios. El amor de Cristo es tan real como nuestra necesidad de estar a su lado. El pecado es un cruel “retardante” del Reino de Dios y no por ello nos hará perder de vista la consumación de nuestra existencia. Ahora las cadenas están menos estereotipadas por decirlo así, pero se camuflan con total facilidad haciendo ver su presencia como algo normal fruto de los tiempos modernos. Paulatinamente el Dios Liberador es desplazado por muchos bautizados que se dejan seducir por los encantos del mundo y como están en el mundo creen que son permitidos o necesarios. “Quien se une a Cristo nunca podrá ser apartado de Él”.  

El ministerio en la Iglesia es reflejo de la presencia de la Gracia en su historia y esta presencia contagia a los bautizados que sirven con amor por mandato de su Señor, aquí el enfoque ministerial nos invita a servir a la Iglesia en los escenarios donde nos movemos. Tengamos muy presente que somos parte de la realidad eclesial y el mundo necesita ser contagiado de esa realidad salvífica establecida por el Señor. La obra ministerial se une inexorablemente a Cristo y en respuesta a su mandato de servicio amoroso. La Gracia nos conecta definitivamente con el Reino y todo lo que hagamos por los demás será signo vivo de su justicia”.

El mandato de Cristo debe calar profundo en la conciencia de los bautizados de esta manera la justicia de su Reino puede ser vista en las obras de todos los bautizados que de cara al mundo enfrentan la vida con todas sus bendiciones y también dificultades porque el pecado hace sobreabundar las necesidades corrompiendo conciencias. Es pues, una lucha en el amor y por la instauración de este como la principal motivación del actuar coherentemente y ajustados a la verdad de Cristo.

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