SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA. Hechos de los Apóstoles capítulo 16 versículos 16-34. Salmo
97. Apocalipsis capítulo 22 versículos 12-14, 16-17, 20-21. Juan capítulo 17 versículos
20-26.
Es
interesante como el Texto Sagrado de Tradición en Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Pablo y su
amigo Silas en dificultades, y más aún como su accionar en favor de una situación
de subyugación en la que está
involucrada una mujer termina en conflicto con las autoridades de aquella
región, por un lado aquella pobre queda
libre de ser instrumentalizada con fines lucrativos y por otro lado queda en
evidencia las dificultades del anuncio evangélico en un medio totalmente
hostil.
Pablo y Silas fueron
maltratados no por ser cristianos, ya que no distinguían sus acusadores entre
tradiciones judías y doctrina cristiana, lo único cierto era que no se permitía
a los judíos hacer proselitismo a favor de sus creencias religiosas. Es un
mundo que cuestiona y limita el crecimiento de las personas, es un mundo que
muestra una realidad “castrante” en cuanto a la libertad de anunciar las
propias creencias. En el presente si bien en Occidente no hay censura tan
radical, todavía se presentan fenómenos asociados a estas prácticas. Basta con
observar como el catolicismo romano entra de lleno en los estamentos de poder sacando
abiertamente partido económico del mismo…
En cuanto al anuncio, la ciudadanía romana de Pablo le facilitará
llegar a muchísimas partes moviéndose en los caminos y garantías que el imperio
otorgaba a los suyos en cualquier parte. Esto último fue la clave de la expansión
de los seguidores del “Nuevo Camino o
cristianos”. Pablo y Silas son testimonio vivo de la fuerza y radicalidad
del Evangelio de Cristo, y las conversiones aquí relatadas se debían en este esquema primitivo a
manifestaciones sobrenaturales en favor de la Fe cristiana, hoy los esquemas
son otros y el testimonio personal se hace vital, gracias a la Reforma insular de nuestra
Iglesia que dio espacio al otro y su expresión de Fe como bautizado. Ellos están cerca del mundo griego donde
encontraran escenarios para el anuncio sin tanto riesgo como en el medio
romano.
El
Salmo 97, nos
ofrece una visión escatológica que incluso lleva a su autor a citar otras expresiones presente
en otros salmos anteriores a este. Reina Dios y es suficiente motivo para la alegría
de las naciones, es decir, para todos los habitantes de la tierra y la vida en
todas sus formas. Es una aclamación de la totalidad amorosa de Dios, de Yahveh
en favor de los suyos. Es sobrecogedor el escenario que describe el caminar de
Dios en su creación y la manera como el mal no puede resistir su poder. El compromiso el creyente es vivir según su
mandato y rechazar toda forma de mal contraria como es sabido a su amor y
misericordia.
Juan
finaliza el libro del apocalipsis, anunciando a Jesús como
su autor principal, es una bella forma de ratificar su Fe en el Dios resucitado
y resucitador, es la Iglesia quien aguarda a su esposo gracias al Espíritu de
Dios que le ha engendrado en Pentecostés. El anuncio del retorno del Señor y la
súplica de la Madre de los bautizados para que esto sea una realidad lo
encontramos en la expresión del “Marana
Tha” era la manera como los bautizados ratificaban su deseo de ver al Señor y aguardar impacientemente
su retorno, tal afirmación bien pudo dar origen al “milenarismo” que sostenía la inminente llegada del Salvador. Juan
sabe que es una realidad de índole escatológica pero para tal fin debemos
trabajar en esta vida donde todo puede empezar como una semilla que muere para
dar su fruto. Es pues desde esta perspectiva como la Iglesia agrada a su
esposo.
El
Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, es la bella formula que concretiza a Dios como el origen y sustento
de todo cuanto existe, de su Providencia y Gracia actuando en la naturaleza y
en cuanto existe por su amor, la mente de Dios crea porque todo absolutamente
todo fue pensado por Él. Nada existe o podrá ser fuera de su amorosa mente, y
nada fue creado fuera de su expresión Volitiva
para hacerlo.
El Señor responde a su
Iglesia enviando sobre ella su Espíritu, la vida misma de su Gracia se
experimenta en ella y en su misión evangelizadora por el universo creado, no
hay límites para el accionar de la Iglesia y mucho menos para la Buena Nueva
que la materializa. Te esperamos Señor expresaban los primeros cristianos y sus
palabras eran portadoras de gran esperanza.
En
el Texto Joanico, el Señor ora también por su Iglesia
expresada en potencia por los apóstoles.
Una oración en un contexto que
compromete la vida y la obra de cada uno
de los bautizados que deberán vivir como su Señor les enseñó. La unidad en el Pleroma de Cristo, en el
cuerpo de la Madre Iglesia es también prueba de su Fe en el Dios revelado. Aquí
toma cuerpo con mucha fuerza la promesa de la vida en su Reino, del Reino de
Dios, del que Cristo es su Señor y máximo exponente, de un Dios amoroso que
media entre el Padre Dios y cada uno de nosotros bajo el manto protector de la
Santa Iglesia.
Creer en Cristo es una
necesidad si de hablar de salvación se trata, no es solo argumentar por qué
creemos en su Ser Adorado, sino y sobre toda cuestión el dar cabida a una forma
de vivir que materializa tal afirmación, el creyente hoy como antes, anuncia a su Señor por medio de su vida, que
le permite ser distinto al mundo en cuanto a la hostilidad de este al
Evangelio. Somos sus discípulos porque el discípulo vive y debe hacerlo según las
enseñanzas de su maestro.
La
misión del Señor requiere de cada uno de los bautizados, no porque hagamos su
trabajo, esa última expresión no tiene sentido, cuando la salvación es
inmerecida y una absoluta gratuidad del amor de Dios. No hacemos el trabajo de
Dios, no podemos suponer que Él, absolutamente trascendente, necesita algo de
nosotros. Somos nosotros quienes hacemos
el trabajo que requerimos para nuestra personal salvación y en unidad con nuestra
Madre la Iglesia que se materializa en la Fe de sus hijos. Esta
última expresión simplemente para firmar categóricamente que Dios no necesita nada
de nosotros y mucho menos nosotros le aportamos algo. Bien podríamos decir
ahora: “Gracias a Dios, por el amor de
Dios”…
El conocimiento es fruto
del amor que no posee límite alguno para ser. Solo el amor de Dios es quien nos
da la esperanza segura de la salvación. Conocer es equivalente a amar y amar es la
equivalencia de la salvación en la dialéctica del bautizado comprometido con su
Fe.
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