martes, 7 de mayo de 2019

CUARTO DOMINGO DE PASCUA...


CUARTO  DOMINGO  DE  PASCUA. Hechos de los Apóstoles capítulo 9 versículos 36-43.  Salmo 23. Apocalipsis capítulo 7 versículos 9-17. Juan capítulo 10 versículos 22-30.



 El suceso de Joppe donde el Apóstol Pedro realiza una reanimación sirve de motivación para el crecimiento de la Iglesia en aquella ciudad y en medio de propios y extraños, el milagro catalogado de esta forma es un signo palpable de la naciente comunidad de creyentes. Todos estos signos sirven a la causa del Evangelio y son extensión de la obra del propio Cristo. La connotación de este episodio en la psique de los bautizados fue determinante para afirmar sus convicciones espirituales y facilitarles el trabajo misionero. En el presente las necesidades de la Iglesia varían un poco, el testimonio se fundamenta hoy en la vivencia cotidiana santificando incluso la rutina. No se trata en el hoy de nuestra historia de volver difuntos a la vida sino de testimoniar un estilo de vida que sea contradictorio en los mejores términos con la propuesta del mundo y sus valores.

Hoy poseemos la Esperanza en el Dios resucitado lo que implica para nosotros una confianza plena en sus manifestaciones amorosas y en la necesidad de vivir del amor en nuestra relación con Él y no en acontecimientos sobrecogedores como los descritos en este segmento Escrituristico. La Gracia de Dios puede transformar cualquier condición y hacer que el bautizado pueda asimilar su vida desde la óptica de la opción radical por Cristo.

La renuncia al mundo es tacita frente a sus modelos y vivencias, no podemos salir de esta realidad pero si vivir como criaturas nuevas. Pedro esta ante la necesidad de actuar pero lo hace movido por su personal experiencia con el resucitado. Pedro necesitó intimar la Voluntad de Cristo para poder actuar en su Nombre. No es algo que se gana por algo en particular, sino el fruto  vivo de una autentica y radical experiencia con el Dios  amoroso.

El Salmo 23,   se  describe empleando la imagen de un Pastor que solicito cuida de los suyos, de la responsabilidad a él entregada, es una figura en potencia de la característica amorosa de Cristo quien cuida de los bautizados. En el contexto de la Iglesia lo podemos emplear en la liturgia bautismal, espiritualizando estos valores propios de Cristo en su relación esponsal mística con la Madre de los bautizados. Esa mesa corresponde al rasgo definitivo de la hospitalidad y solidaridad oriental y la forma como eran atendidos sus visitantes, pues en el orden espiritual, Cristo el Buen Pastor, cuida de los suyos y los hace sentir bien. El Buen Pastor también nos recuerda el espíritu ministerial de la Iglesia de Cristo, la vida sacramental hace parte del pastoreo de la Iglesia hacia los bautizados, y el ministerio ordenado  camina en dicha dirección. Todo ministerio puede ser vinculante con la expresión del Buen Pastor.

En  libro del Apocalipsis,  la figura de las “palmas” evoca la presencia de Dios en las tiendas de Israel durante su peregrinar por el desierto, la realidad de estas imágenes nos involucran en la necesidad de Adorar a  Dios en su obra y en sus enseñanzas evangélicas. Las palmas también, pueden simbolizar los mártires que darán  para la época Joanica su sangre en sacrificio por no renegar de su Fe en Cristo. Las expresiones de Juan son consecuentes con lo que vivió en el destierro, la esperanza está presente  en  su obra. Cristo nos ha elegido y nos corresponde vivir y testimoniar esta maravillosa elección, la misma que no depende de nosotros totalmente sino de su Gracia actuando en el bautizado de todas las épocas.

Una vez más estamos ante la Fe del autor del último libro de la Biblia, estamos ante un hombre que supo relacionar su Alabanza y reconocimiento de Dios en la vivencia de su experiencia con el resucitado, Juan santifico su existencia entre la revelación y la forma como él concebía la Adoración eterna. Los testigos de Cristo entregaron su vida por ser auténticos seguidores de su Señor, hoy la Iglesia se enfrenta a una multitud de situaciones que reniegan sigilosamente de Dios y su soberana presencia. El mundo traza rutas para entregar felicidad al ser humano que cree alcanzarla en la expresión material de su existencia y no puede lograr ese equilibrio y armonía que solo la vida espiritual puede entregarle.  

La trascendencia es una necesidad para el ser humano creado a Imagen del Dios viviente. Los valores de nuestra Fe deben ser empoderados y superar de esta manera el quietismo religioso que invade buena parte de la sociedad actual.

El mensaje Joanico,  retrata al Señor en un discurso que le hace manifestar su origen  como Hijo de Dios, las obras realizadas son signo del Reino de Dios, son figura de la autoridad de Jesús y como paulatinamente fue percibido por sus discípulos, este proceso no fue ni mucho menos inmediato, media para tal fin la experiencia que permite actuar directamente en la psique de sus discípulos y seguidores.

La relación metafóricamente hablando con Cristo en el símil de las ovejas describe una curva metafísica bien particular, al ser reconocida su voz por las ovejas, el Señor acude a una figura relacional viva y dinámica solo constatable desde la experiencia del creyente. Esta metafísica le hace ir más allá del reconocimiento doctrinal para instalarse en la conciencia de los bautizados. Reconocer la voz del Señor es un imperativo que nos obliga a actuar de manera clara y comprometida con nuestra Fe.

El materialismo, la corrupción, el relativismo ético-moral, son signo del quehacer de millones de bautizados que han convertido su Fe en un mero recuerdo. Esas concepciones de vida están fuera e imposibilitadas de reconocer la “VOZ” de su Pastor supremo, lejos de escuchar la voz que nos configura como criaturas nuevas. Su expresión de  identidad de Naturaleza y Esencia con el Padre ratifica en su boca la concepción Joanica sobre la relación vital en la familia Trinitaria.

La Fe mis hermanos debe generar en nosotros afinidad espiritual de lo contrario su presencia no será determinante en la vida del creyente. La relación del Señor con el Padre Dios es nuestro perfecto modelo de vivencia cristiano y sometimiento amoroso al imperio de su Voluntad salvífica. El Buen Pastor se explicita hoy en el servicio eclesial comprometido bajo la figura ministerial que todos conocemos y de la que muchos hacen parte. El pastoreo de las almas seguirá siendo la tarea más importante de la Iglesia.




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