martes, 27 de noviembre de 2018

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO...


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO. Jeremías capítulo 33 versículos 14-16. Salmo 25: 1-9. 1 Tesalonicenses capítulo 3 versículos 9-13. Lucas capítulo 21 versículos 25-36.




PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: La palabra latina Adventus traduce el término griego parusía, que originalmente significaba presencia, llegada, y se utilizaba con varios sentidos. En primer lugar, designaban la manifestación poderosa de un dios a sus fieles, por medio de un milagro o de una ceremonia religiosa. En el ámbito civil, indicaban la primera visita oficial a la corte de un personaje importante (un embajador de otro reino, por ejemplo), con la ceremonia en que tomaba posesión de su cargo y los posteriores festejos. El término parusía-adviento también se usaba para referirse a la visita solemne del emperador a una ciudad, con todo lo que conllevaba: reparto de regalos, banquetes, indultos, etc. De hecho, en unas excavaciones arqueológicas en Corinto aparecieron unas monedas con una inscripción que recuerda la visita de Nerón a la ciudad, denominada Adventus Augusti, y el Cronógrafo del 354 (un calendario de piedra) designa la coronación de Constantino como el Adventus Divi. Como la vida religiosa y la civil estaban totalmente unidas, con la llegada del rey se celebraba la epifanía de un dios en el monarca… Los Santos Padres de la Iglesia comprendieron que hay una relación profunda entre los deseos de salvación que caracterizaban al mundo grecorromano y el mensaje cristiano. Si los pueblos deseaban la cercanía de sus dioses, sin conseguirla, en un tiempo y en un lugar concreto se ha producido el verdadero adviento, la parusía, la epifanía de Dios. El Hijo de Dios ha entrado en nuestra historia y ha revelado su misterio, hasta entonces inalcanzable para el hombre. En Cristo, Dios ha dado respuesta a la larga búsqueda de los filósofos y de los hombres religiosos de todos los tiempos. De alguna manera, Dios mismo sembró en ellos los deseos de encontrarlo, y los ha satisfecho: Es conmovedor comprobar cómo ya la humanidad anterior a Cristo vivía anhelando la venida del verdadero Salvador


El profeta Jeremías,  nos ilustra sobre la materialización de la auténtica esperanza en el Dios amoroso que dispondrá de paz para su pueblo y la paz como signo de nuestra perfecta comunión con su Palabra  y esta comunión como tal se formalizará en el Germen de Israel, una alusión mesiánica por antonomasia. Cristo es el Germen de justicia que brilla para la creación y la humanidad. Los tiempos y sus afanes estarán siempre ante nosotros y la decisión de vivir conforme al mundo o al propio  Cristo es y será nuestra prerrogativa, aquí se visualiza la libertad de los hijos de Dios.  

Jerusalén exaltada como ciudad sagrada es figura de la Madre Iglesia como bien dirán posteriormente los santos PP. de Alejandría. La realidad de nuestra Fe estará unida inexorablemente a la Voluntad de Dios como signo inequívoco de salvación para la humanidad. Jerusalén evoca la perfección de la congregación de los bautizados que se convertirán en el templo mismo del Dios resucitado. Un templo purificado y en el que el corazón será su único altar para el amar sin límite.

El Derecho y la Justicia son fruto de los valores evangélicos que deben alimentar nuestras vidas y acciones como quiera que el Dios revelado cuenta con nosotros para llegar a más y más personas constituyéndose en principio de la misión eclesial. Solo de Dios procede la razón de nuestras obras buenas y solo en Dios tienen plena significación ya que la Gracia de su Amor nos da el valor para actuar correctamente. El actuar bien es un compromiso de los bautizados y su aporte concreto al mundo donde están edificando vida, familia, Iglesia y sociedad. El Germen de Dios es la concretización de sus rasgos antropomórficos como el Buen Pastor, el Goel, la Vid, el Mesías, el Hijo del Hombre, son algunos de los títulos mesiánicos que la evolución del profetismo en Israel concede a Cristo el Hijo del Altísimo.

El Salmo 25, nos habla de la profunda experiencia de Fe  del Salmista que le lleva a confiar totalmente en Yahveh,  y este signo de  nuestra confianza en Dios es el primer paso para establecer una relación salvífica centrada en el amor de Dios y en nuestra razón de ser como sus hijos adoptivos. La Esperanza es uno des us frutos más ansiados y vitales en la vida del bautizado, sin ella es difícil esta relación. Su Justicia nos muestra el camino sin importar nuestros pecados ya que aquí la razón de Dios es su Amor por la humanidad.   El camino que lleva a Dios es parte viva de su revelación,  la humanidad, los paradigmas de este camino son el amor y la justicia. Una lectura justa de un mandato de absoluta confianza en su amor y misericordia por nosotros.

El Apóstol Pablo a los Tesalonicenses, nos amonesta sobre la necesidad real  de configurar nuestras vidas a la luz de su Palabra, estamos buscando siempre la verdad y la diferencia entre el bien y el mal y muchas veces el conocer no es acompañado de una autentica reflexión de valores y espiritualidad y solo queda el conocimiento que ofrece el mundo y sus relaciones egocéntricas. Somos Imagen de Dios (Imago Dei) y esta imagen es auténticamente expresión de la Gracia solo cuando materializamos nuestra Fe en Cristo y asumimos el reto de vivirlo a plenitud como criaturas nuevas dejando a un lado la antigua condición pecadora.

Pablo ve con claridad que la condición de los bautizados es distinta frete a los modelos de éxito del mundo y sus paradigmas. El pecado se camufla aun en muchas  buenas acciones cuando estas pierden su norte y se convierten solo en expresión humana (visión filantrópica del otro y su condición). Aquí en el orden de Cristo ya no hay razas, ni pasaportes o nacionalidades, todos iguales cuya única norma y medida es el amor en nuestras vidas. Pablo ve la necesidad de acudir  a este mensaje para motivar una respuesta positiva en Tesalónica (Ciudad del siglo II antes de Cristo).  Nuestra Fe es carta de garantía para entrar en la vida eterna.

El modelo que nos lleva  a la eternidad es el modelo vivido por Cristo y su absoluta confianza en el Padre Dios. Ya no pesa para el bautizado la herencia de nuestros primeros padres, ya no pesa su pecado y sabemos que luchamos contra los pecados personales que durante años hemos alimentado. Cristo libera y esa es la primicia en nuestros corazones, su amor es incondicional y su misericordia se siente con fuerza en cada uno de los bautizados.

La visión Lucana entra en sintonía con el pensamiento Paulino, la redención es interpretada como liberación, y una manera tacita es la manifestación del Hijo de Dios, las enseñanzas  del Señor cobran toda su validez como quiera que el bautizado se compromete con ellas y con ellas anima toda su experiencia de vida y relaciones en su entorno y espacio vital. Sabemos que nada quedará en pie,  es una manera de indicarnos que todo aquello que no esté construido sobre el Amor de Dios y su santa Revelación no tendrá firmeza y mucho menos podrá resistir las consecuencias de sus acciones. Si nuestras vidas no se edifican sobre la “Roca” que es Cristo entonces cualquier cosa puede pasar y hacer mucho daño.

El nuevo y  definitivo orden  está al alcance de todos nosotros pero para ello la Fe es fundamental como configuración de una nueva condición  de ser y existir. Lucas construye su relato alimentándose de la tradición y viendo en estas oraciones la  manifestación de la Esperanza que no solo tienen los creyentes sino el mundo en un nuevo orden. A diferencia del mundo (relaciones hostiles) las relaciones cristianas están animadas por la Gracia y el mutuo Amor que rompe las barreras del egoísmo y el  deseo de reinar por sobre otras y otros.

El titulo  dado  a Jesús como “Hijo del Hombre” está siendo usado aquí por Lucas en la perspectiva de su misión mesiánica, es decir, de manera solemne y formal.  Es el Hijo del Hombre,  el Mesías y su presencia es fruto de la Voluntad salvífica del Padre Dios intimada en su Hijo Jesucristo. El nuevo orden asumido aquí es consecuencia de la misma creación y en ella la necesidad de la salvación producto del “pecado original” en términos más que personales cósmicos. La paradoja final del pecado es la entrada de Dios en nuestra historia tanto personal como cósmica, recordemos las exclamaciones de  Agustín de Hipona: “Oh feliz culpa que nos mereciste tal Redentor”. El pecado sin querer se convirtió en la más amorosa gracia posible para la humanidad, todo ello en el Dios de la vida que nos ama al extremo.


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