DOMINGO DE PENTECOSTÉS. Año B. Hechos de los
Apóstoles capítulo 2 versículo 1-21. Salmo 104:25-35,37. Romanos capítulo 8
versículos 22-27. Juan capítulo 15 versículos 26-27; 16:4b-15.
La
escena de Pentecostés recoge del ambiente la reunión o grupo apostólico que
atentos a la oración y apegados a su rutina reciben de lo alto la Gracia
explicitada en Don sublime del Espíritu de Dios, con el propósito de no
trivializar este fenómeno de Fe diremos que el Espíritu Santo es por antonomasia la Santidad de Dios y la
fortaleza de su Trono y Majestad… Es la Gracia manifestada aquí la que se
transforma en Glosalalia para anunciar sin temor alguno el triunfo de Cristo,
este es el día santo en el que los amigos del resucitado perdieron el miedo y
salieron gozosos a anunciar la Buena Nueva. Los idiomas y lenguas descritas en este relato afirman
también la presencia de personas de
muchas naciones (Lucas describe básicamente los pueblos de las costas del
Mediterráneo) en Jerusalén como sucede
ahora en todas las capitales del mundo, ya es posible ver culturas y hábitos de
todas las latitudes conviviendo en paz y respetando sus manifestaciones
idiosincráticas. Aquí encontramos una bella alegoría a las lenguas o
comunicación perdida en la torre de Babel, y hoy consumada en la Gracia del
Espíritu de Dios el gran Reconciliador.
El
relato de Pentecostés es también la consumación de los tiempos mesiánicos, es un poderoso signo de comunión bajo la
perspectiva de la Fe en Cristo y la universalidad de su Palabra, es un nuevo
ver la realidad religiosa y su llamado a
ser constituida en todo el mundo. La invocación del nombre del Señor se
convertirá en un sello único de los cristianos. En una marca indeleble que
habla por sí sola de la Fe y compromiso de los bautizados. Pentecostés es afirmación salvífica que se
manifiesta en la revelación de la vida Trinitaria y la naturaleza salvífica de
esta maravillosa revelación, es pues, desde esta perspectiva pentecostés el
revelador de la Fe Trinitaria de la Madre Iglesia…
Pentecostés
es nacimiento eclesial y dicho nacimiento brota del corazón apostólico. Hoy la
Madre Iglesia nos da a luz, nos pare, por medio del Agua y el Espíritu, (significación
salvífica del santo Bautismo). Hoy en este día santo la alianza definitiva de
Dios con los hombres se llamará Bautismo…
Hoy reconocemos una vez más al Señor como nuestro Redentor y lo hacemos
aclamando nuestra propia filiación como hijos adoptivos del Padre Dios y
nacidos espirituales de la Madre Iglesia. Hoy
es también Día de la Madre.
El Salmo,
propuesto para Pentecostés, nos
recuerda el orden cosmogónico que impera en la descripción del Génesis sobre la
creación, Dios se muestra como el Salvador que revela su plan a la creación
para ser esta restaurada definitivamente, los rasgos antropomórficos de la
Alabanza y aclamación son propios de una liturgia cósmica, de un llamado a
reconocer la santidad de Dios por parte de todo cuanto existe, la voz de la
creación es aquí la voz de la misma humanidad… Los Salmos son reconocidos
precisamente en este contexto de aclamación y cuentan la historia de la obra de
Dios. El creyente contempla con admiración los acontecimientos que hablan de
Dios de una manera natural y de fácil
asimilación.
El Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos
nos habla de los dolores de la creación que son comparados por su intensidad y
significación a los de una mujer dando a luz. Estos dolores ocasionados por el
pecado generan una transición que llega para superar la condición primitiva
impuesta por la desobediencia del ser humano. Es la salvación una dimensión
escatológica que aguarda la consumación plena en la manifestación del Dios
Espíritu Santo…
Pablo
insistirá en la oración constante como parte vital de esta nueva espiritualidad
no fundamentada en el rito y sus leyes sino en la Caridad y el Amor que brota
de una autentica relación espiritual. Pablo
tiene claro que la vida espiritual alimenta la concepción de una vida rescatada
del pecado y la muerte y pide por un orden justo ya que la justicia se constituye
en un don del resucitado y su empeño por trasformar en salvífica la relación
del ser humano consigo mismo y su entorno, es decir, la salvación así entendida
no es un asunto estrictamente personal sino también comunitaria.
La
conclusión de Pentecostés en la mentalidad paulina es bien clara, sin el Espíritu
de Dios no hay posibilidad alguna de ser liberados y sanados como restaurados o
regenerados, una vez más el Bautismo aparece como consecuencia lógica de la
relación salvífica con el Dios Espíritu Santo. La presencia del Espíritu de
Dios es por decirlo así una especie de garantía de la presencia de Cristo en la
oración del creyente, Agustín de Hipona
siguiendo el modelo paulino afirma que Cristo es nuestro Maestro Interior que potencia nuestras palabras y sentimientos
presentándolas al Padre Dios y dándoles todo su valor y contenido. La oración
es pues bajo esta dinámica signo inequívoco de salvación por la presencia
Trinitaria en el ser humano.
La visión Joanica, en el Evangelio de Pentecostés recalca el
papel fundamental del Espíritu Santo en la vida del creyente y la naciente
Iglesia, de la que ellos eran su figura más primitiva. Miremos apartes del
texto Sagrado de Tradición:
Cuando
venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí… (Versículo 26).
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Es
sin duda alusión a la misión del Espíritu Santo aunque nos deja ver algo de las
relaciones (Procesión) de la Trinidad
Inmanente, a propósito el termino Agustiniano Patrem Principaliter, significando con ello que el Padre es el
origen de todas las relaciones de la SS. Trinidad, en este orden de ideas la
presencia del Espíritu de Dios está determinada a los fines salvíficos
anunciados por el propio Cristo. El testimonio del Espíritu Santo se une al del
resucitado dejando muy claro que la
incredulidad ante los signos y esta maravillosa presencia son sin duda un
pecado difícil de superar. El testimonio
anuncia con absoluta certeza el paso amoroso de la Gracia en la vida del
bautizado y como este paso liberador se traduce en certeza salvífica. La misma certeza que la revelación comunica de la misión del Espíritu de Dios. No
es simplemente una misión percibida desde la subjetividad humana sino que su presencia se constituye en
autentica edificadora de realidad salvífica y en vocación a la santidad.
Juan
ve con alegría como la presencia del Espíritu de Dios es la Causa Eficiente de
nuestra expresión de Fe más coherente y como su manifestación se constituye en amistad inhabitada por la
Trinidad revelada. Hoy se hace necesario percibir bajo la categoría explicita
de nuestra Fe todo aquello que inspirado por Dios contribuye grandemente al
afincamiento de una relación personal con Dios sin que la emotividad hable por
el creyente maduro y reflexivo. Es una
lectura post-pascual de la relación con Cristo resucitado y consumador de la
promesa de vida eterna. Es la vivencia del Camino, su verdad y su consecuencia
inmediata, la Vida rebosada de Dios en nosotros, a lo que los santos PP. de la
Iglesia respondieron como “divinización del
bautizado” Solo mediante el Espíritu Santo el bautizado dimensionará en su
vida cada uno de los acontecimientos salvíficos de la vida del Señor.
La
obra del Padre Dios es única y llega explicitada en el Hijo, y desde luego la
realización plena de esta, es obra del Espíritu Santo. No es extraño pensar que
en la Providencia de Dios y su plan amoroso para nosotros, la misma creación es
en sí un acto salvífico de aquel que
sabe qué sucederá desde antes de la fundación del mundo y el universo. El
anuncio de retorno al Padre no es comprensión tacita y literal, debemos tener presente que las relaciones
trinitarias no son segmentadas y que donde esta una de las Personas Divinas
allí también las demás. El Verbo de Dios vive un eterno retorno recorrido por
el amor y su relación esencial con las
demás Personas Divinas. Jesús nunca
estuvo solo… Jesús anuncia aquí lo que sigue, una vez consuma la salvación
de la humanidad y la creación entera, La
guía eficiente del Espíritu Santo es la Voluntad salvífica de Dios sobre
nosotros y nuestras relaciones con todo lo que nos rodea, es una relación
amorosa, equilibrada y trascendente.
En
Pentecostés, el anuncio será asegurado por la presencia de Dios, la voz del
creyente actualiza esta presencia cuando es fruto de una relación autentica y
genuina, no es un escape emocional o ritualista es la confirmación amorosa de
la madurez del creyente. El creyente no puede olvidar que el Espíritu de Dios
no es una forma maleable emotiva sino que es la misma Santidad de Dios que
visita nuestros corazones, como bien lo
expresa el canto 56b del Himnario
Provisional:
Desciende Espíritu de amor, Paloma
celestial, Promesa fiel del Salvador, De Gracia manantial…
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