QUINTO DOMINGO EN
CUARESMA. Isaías capítulo 43 versículos 16-21. Salmo 126. Filipenses capítulo 3
versículos 4b-14. Juan capítulo 12 versículos 1-8.
El profeta Isaías,
reconoce observando la historia todos los prodigios que describe la tradición
judía, los mismos que Dios empleó para guiarles y antes sacarles de Egipto. La
liberación es aún mayor cuando el bautizado confiado en Cristo toma la decisión
de caminar en su encuentro y asume un estilo de vida que le convertirá en
espectador de maravillas aún más grandes. La historia de Israel es descrita
desde su más profunda identidad y memoria religiosa, Israel sabe leer en todos
los acontecimientos que como individuos y nación han vivido la presencia de
Dios y asumirla en todo su contenido liberador. El pecado retrasa la concepción
de una sociedad Teonomica, es decir, que depende de Dios totalmente. La Iglesia
asume hoy como pueblo del “nuevo Éxodo”, asumimos nuestro papel evangelizador
convirtiéndonos en misioneros de Cristo desde los lugares en los que nos
encontramos. Dios puede y de hecho lo hace, nos referimos a modificar desde una
conducta humana hasta una condición geográfica y todo ello para bendición de
sus hijos adoptivos. El bautizado en su existencia terrena debe procurar ser
testigo dinámico de la manifestación amorosa de Dios en su Adorado Hijo y
particularmente en la proximidad de la celebración del Santo Triduo Pascual.
Estamos pues de frente a una realidad que empapa nuestro ser eclesial y de la
cual todos somos vitales como quiera que la Madre Iglesia se manifiesta en la
Fe de sus hijos los bautizados. El pasado se actualiza en la vida y compromiso
cristiano, más allá de las circunstancias de vida del bautizado.
El Salmo 126, se centra
totalmente en el acontecimiento del retorno de los desterrados de Israel a
Babilonia (Diáspora) y como este acontecimiento se convierte en figura del
advenimiento mesiánico, de cómo la promesa de rescate se materializa en la
medida en la que el creyente vive su liberación y retornando a su tierra
recupera muchos de los signos y símbolos perdidos entre los asirios. El Señor
nos llama y nos da la oportunidad de retornar hacia su amor inefable, somos
ciudadanos del cielo apunta Pablo en su carta a los Filipenses y esa ciudadanía
se inicia aquí en la tierra. Los cautivos retornan a su tierra y las lágrimas
literalmente son cambiadas por cantos de júbilo…
Pablo en su Carta a los Filipenses, deja en claro su linaje y lo que esto pesa en su opción por Cristo, miremos el Texto Sagrado de Tradición “4. aunque yo tengo motivos para confiar también en la carne. Si algún otro cree poder confiar en la carne, más yo. 5. Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; 6. En cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable”. Pablo en su conversión acude a sus antepasados para ratificar su celo y entrega por la causa que considera la mejor, nos referimos al Evangelio de Cristo. La Ley Mosaica es llena de vida gracias a Cristo y la opción no es la justicia por las obras, es toda una forma de ser y vivir en Cristo. El símil de la competencia recuerda las justas deportivas tan de moda aquella época en la cultura clásica y que sin duda el Apóstol pudo presenciar.
La carrera que se vive
para alcanzar a Cristo es el mayor de los premios, en este caso puntual, para
los bautizados, el compromiso de los bautizados es grande y necesita de la
Gracia para concretarlo y hacerlo un hábito de vida, el premio es la vida
eterna, algo que en el presente no se predica con la intensidad necesaria,
hemos convertido a Cristo en un hacedor de milagros y no en el amoroso Redentor
que lo entregó todo por nosotros. Pablo evoca su pasado para dejar sólidamente
edificado su presente espiritual. La oferta de salvación de Cristo es universal
y no importan los antecedentes del ser humano cuando este decide caminar en su
búsqueda. La perfección de nuestra Fe solo es posible bajo el cuidado bondadoso
de Dios Espíritu Santo quien lleva a total conocimiento de la Creación la
acción redentora del Hijo de Dios como indicábamos antes. Luchemos
denodadamente por conservar la Gracia bautismal y alimentémosla para que
creciendo más y más nos configuremos con el Señor corriendo literalmente la
carrera que nos llevará a sus brazos.
El Texto Joanico, narra
el acontecimiento de la unción al Señor por parte de María la hermana de Lázaro
y como el sentido de intimidad con esta familia le permite al Señor anunciar su
muerte (justo una semana antes) las señales son complejas pero muestran la
intención del Texto al exaltar a quien será condenado a morir en una cruz nos
ofrece una posibilidad maravillosa en perspectiva de conocer y reflexionar
entre otras cosas sobre la auténtica mayordomía cristiana, Juan enfatiza que la
“Bolsa” era manejada por Judas que pasado el tiempo de esta reflexión se le
conocería como “amigo de lo ajeno” si
vemos aquí una figura de lo que sería una mayordomía negativa en una
congregación, también podemos decir que es posible superar estas dificultades
formando a nuestros feligreses en la vivencia de una autentica y constructiva
mayordomía integral que respeta y es diligente con el dinero pero también con
los talentos y carismas de los bautizados. La unción por parte de aquella mujer
es ingrediente en potencia de su ritual de sepultura, pues es visto de esta
forma por Juan solo que en el texto citado Jesús asume su condición divina
conocedora del desenlace final. Una unción cargada de emotividad y reforzada
por los vínculos de la auténtica amistad, aquella expresión de amor que nos
incorpora al otro y su realidad como sin duda aconteció con aquella familia. Se
unge en vida al Señor porque la muerte no tendrá dominio alguno sobre el
Redentor del mundo. La Justicia que brota de su misericordia será derramada
sobre nosotros como aquel perfume sobre sus santísimos pies. Solo a la mesa
eran invitados los amigos y familiares quienes disfrutaban de una unción
similar que superaba el “baño ritual” de los pies para los caminantes agotados
por la faena.
Aquel gesto es puramente
expresión de amor solidario con el que llega a nuestras vidas sin importar la
condición y más tratándose del propio Cristo. Nuestro mayor tributo al Dios vivo
es precisamente vivir como hijos de la vida superando comportamientos propios
de quienes deambulan por la vida sin siquiera saber cuál es el objeto de su
existencia. La muerte no tiene dominio sobre el bautizado, Cristo nos ungió con
su Adorada Sangre. Vivamos pues bajo la luz y guía de su amor redentor,
derramando Gracia y vida sobre nosotros y los que amamos. Viva Cristo Rey.
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