DOMINGO DE PALMAS…
EL CREYENTE ACLAMA A SU SEÑOR EN LA PERSPECTIVA LUCANA.
En el hoy de nuestra
historia personal de salvación encontramos inserto el relato de la entrada
triunfal del Señor a Jerusalén y como literalmente es aclamado desde distintas
realidades asumidas por quienes le rodeaban. Hoy 2000 años después sobrevive en
el ambiente religioso y en la memoria intuitiva de la Iglesia este signo por
medio del cual el hombre y la mujer de su época entendían debían aclamar a su Rey,
pero como muy pocos en verdad estaban dispuestos a aclamar a su Salvador con
todo lo que ello implicaba, los convencionalismos quedaron a un lado, las
palmas y los mantos tendidos en el piso fueron arrebatados por el viento
caprichoso y las pisadas inmisericordes de una gran turba novelesca y amante de
la novedad. Hoy como hace 2000 años la raíz de nuestra Fe sale al paso de
quienes buscan experimentar en el mundo lo que en realidad solo pueden en Dios. Lucas en su mensaje retrata muy bien estas
escenas y acude a toda su sensibilidad para confeccionar tamaño relato:”37.
Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los
discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por
todos los milagros que habían visto. 38. Decían: Bendito el Rey que viene en
nombre del Señor, Paz en el cielo y gloria en las alturas”. (El Texto sugerido
es Lucas capítulo 19 versículos 28-40 y en la Santa Eucaristía 22: 14 y 23:
56).
La alegría que muchos
experimentaron se debió a la generosidad de Jesús, tal actitud contrasta con la
necesaria solidaridad que el bautizado debe argumentar a la hora de reconocerle
como a su Señor y único Salvador, la suficiencia de esta declaración mantiene
en nosotros la alegría perenne que brota de nuestra Fe. Solo una relación
personal y bondadosa con Dios puede darnos la sensibilidad para aclamarle y
acompañarle durante estas celebraciones del Santo Triduo Pascual. Un auténtico
discípulo de Cristo no se detiene a contemplar los beneficios de su
espiritualidad sino el objeto de todo su amor. Hermanos la Paz señalada en este
pasaje Lucano alcanzará su perfección una vez resucite el Salvador y la
comparta fraternalmente con los suyos. Nuestra sociedad y su Ethos reclaman paz
ante los desgastes de valores y pérdida de identidad en el creyente, ante
modelos desgastantes de vida y humanidad que hoy conocemos como contaminación,
indiferentismo, corrupción, vicios, entre otros cuantos. Hoy no es suficiente
ir a misa o salir en procesión, hoy reclama el Señor mayor compromiso y
absoluta claridad en nuestra experiencia de vida cristiana.
Que fácil es buscar un
“rey o soberano” que resuelva los problemas de una cultura carente de amor y
respeto por la vida en todas sus formas, todos buscaran llevar palmas o ramas
de otras especies vegetales, pero si el Señor pasara por nuestros ríos y mares
no podría contener las lágrimas ante tanto detrimento y destrucción de su obra.
Aclamar es más que componer una estructura lingüística, nos referimos al
estribillo del versículo 38, la bendición debe ser coherente con nuestro estilo
de vida y con el contenido de nuestra creencia. Jesús ofrece la paz mesiánica
la que no es posible condicionar por tratado alguno o calidad de vida según los
estándares del mundo moderno, es una paz que brota de su acción liberadora y
destructora de las estructuras de pecado que precisamente derrotó en la Cruz.
La paz mesiánica se concreta en cada bautizado cuando genuinamente aclama al
dueño de su ser. La Iglesia nos invita como bautizados a clamarle vivo y
glorioso en cada una de nuestras realidades, a no dejarlo fuera de nuestras
vidas y cotidianidad, a reconocerle como Señor y Salvador solo por amor y en
amor. Tal aclamación no se hace perecedera como las hojas de una planta o los
mantos que fácilmente se encuentran en el mercado, aclamar aquí es sinónimo de
la necesaria adoración que debe mover nuestras vidas y concepciones de esta.
Hasta las piedras le
aclamaran, la Redención es un proceso que está caminando desde lo más profundo
del corazón amoroso de la Trinidad Divina, no es un proceso que dependa de la creación,
por el contrario, nosotros en ella aguardamos para aclamarle como Rey y
Soberano de su Iglesia y nuestras vidas. Hoy debemos tener claro que
respondemos a la Ley de nuestro Soberano y esa ley se sustenta en el amor por
la vida en todas sus formas. Es una aclamación que nace desde lo más profundo
de la obra de Dios y llega hasta el último de los astros que iluminan el cielo
que todos observamos. Dios no guarda nada que pueda compartir con nosotros,
Cristo llega a nuestras vidas y no necesita más que un corazón abierto y
dispuesto para reinar auténticamente. Todos los preparativos que involucran el
pronto desenlace del Señor en la Cruz los podemos afrontar como un momento de
reflexión y concientización sobre las implicancias de su sacrificio en la Cruz
y la forma de su renuncia al mundo y lo que este como centro de poder
contaminado puede ofrecerle. La muerte
es consecuencia de las injusticias que matizan hoy nuestras relaciones con el
otro y en general con la vida en todas sus formas.
El pecado visto como
posibilidad fallida de felicidad solo deja hombres y mujeres vacíos sin
perspectiva alguna sobre su propia existencia. Es lamentable como aclamamos
estilos de vida vacíos y pobres en autosuficiencia bajo estándares carentes de
justicia y reconocimiento del otro y su intríngulis. El amor aparece en el
horizonte de nuestras relaciones con su componente salvífico llevado a escala
cósmica, el amor que brota del corazón de Cristo irradia todo el cosmos y con
su accionar la Gracia se manifiesta y muestra relevante en la cultura y estilo
de vida de los episcopales. Amar no es
una tendencia o instinto civilizado, es el recorderis de nuestra sublimación como persona humana
redimida. Amar es una propuesta que acoge el Episcopal de todos los tiempos
bajo el modelo amoroso de Cristo en su Iglesia. La paz que ve dibujada Lucas es
la misma que brota triunfante de la Cruz, es la misma aclamada sobre una cría
de asno, es pues, un estado de absoluta confianza en Dios cuya impasibilidad
trae a nosotros bienestar y certeza de caminar en la dirección correcta.
Somos episcopales y
leemos en los tiempos la razón de ser de los acontecimientos salvíficos, este
Domingo de Palmas: Declaramos que nuestros colegios, estancias, geriátricos,
clínica, centros de convenciones, campamento, y todo aquello donde estamos y
trabajamos por la Iglesia de Cristo, son terrenos de paz y fraternidad donde se
aclama al Dios y Rey Soberano por sobre todas las cosas. El espíritu de nuestra
liturgia nos invita a caminar en un constante movimiento del alma al encuentro
de nuestro Señor y Salvador. En el aspecto descrito como función litúrgica es
bueno recordar que esta celebración cuando incluye procesionar, se convierte en
la única procesión litúrgica por estar constatada en el Libro Sagrado de
Tradición. La manera como el episcopal aclama debe referenciar la vida y el
cuidado de esta, el tributo no corresponde solo a las “ramas” de palma sino al
corazón dispuesto para acoger a su Señor. Insistimos en que siendo mayordomos
responsables de la creación no podemos poner en peligro ninguna especie viva
para fines litúrgicos. La visión Lucana es clara para este evangelista, es el
corazón que se “mueve” al encuentro con su Dios. Es una expresión precisa de
nuestra Fe en el Dios de la vida que adorna nuestra existencia y la creación
con su amor misericordioso.
En el hoy de nuestra
historia personal de salvación encontramos inserto el relato de la entrada
triunfal del Señor a Jerusalén y como literalmente es aclamado desde distintas
realidades asumidas por quienes le rodeaban. Hoy 2000 años después sobrevive en
el ambiente religioso y en la memoria intuitiva de la Iglesia este signo por
medio del cual el hombre y la mujer de su época entendían debían aclamar a su Rey,
pero como muy pocos en verdad estaban dispuestos a aclamar a su Salvador con
todo lo que ello implicaba, los convencionalismos quedaron a un lado, las
palmas y los mantos tendidos en el piso fueron arrebatados por el viento
caprichoso y las pisadas inmisericordes de una gran turba novelesca y amante de
la novedad. Hoy como hace 2000 años la raíz de nuestra Fe sale al paso de
quienes buscan experimentar en el mundo lo que en realidad solo pueden en Dios. Lucas en su mensaje retrata muy bien estas
escenas y acude a toda su sensibilidad para confeccionar tamaño relato:”37.
Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los
discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por
todos los milagros que habían visto. 38. Decían: Bendito el Rey que viene en
nombre del Señor, Paz en el cielo y gloria en las alturas”. (El Texto sugerido
es Lucas capítulo 19 versículos 28-40 y en la Santa Eucaristía 22: 14 y 23:
56).
La alegría que muchos
experimentaron se debió a la generosidad de Jesús, tal actitud contrasta con la
necesaria solidaridad que el bautizado debe argumentar a la hora de reconocerle
como a su Señor y único Salvador, la suficiencia de esta declaración mantiene
en nosotros la alegría perenne que brota de nuestra Fe. Solo una relación
personal y bondadosa con Dios puede darnos la sensibilidad para aclamarle y
acompañarle durante estas celebraciones del Santo Triduo Pascual. Un auténtico
discípulo de Cristo no se detiene a contemplar los beneficios de su
espiritualidad sino el objeto de todo su amor. Hermanos la Paz señalada en este
pasaje Lucano alcanzará su perfección una vez resucite el Salvador y la
comparta fraternalmente con los suyos. Nuestra sociedad y su Ethos reclaman paz
ante los desgastes de valores y pérdida de identidad en el creyente, ante
modelos desgastantes de vida y humanidad que hoy conocemos como contaminación,
indiferentismo, corrupción, vicios, entre otros cuantos. Hoy no es suficiente
ir a misa o salir en procesión, hoy reclama el Señor mayor compromiso y
absoluta claridad en nuestra experiencia de vida cristiana.
Que fácil es buscar un
“rey o soberano” que resuelva los problemas de una cultura carente de amor y
respeto por la vida en todas sus formas, todos buscaran llevar palmas o ramas
de otras especies vegetales, pero si el Señor pasara por nuestros ríos y mares
no podría contener las lágrimas ante tanto detrimento y destrucción de su obra.
Aclamar es más que componer una estructura lingüística, nos referimos al
estribillo del versículo 38, la bendición debe ser coherente con nuestro estilo
de vida y con el contenido de nuestra creencia. Jesús ofrece la paz mesiánica
la que no es posible condicionar por tratado alguno o calidad de vida según los
estándares del mundo moderno, es una paz que brota de su acción liberadora y
destructora de las estructuras de pecado que precisamente derrotó en la Cruz.
La paz mesiánica se concreta en cada bautizado cuando genuinamente aclama al
dueño de su ser. La Iglesia nos invita como bautizados a clamarle vivo y
glorioso en cada una de nuestras realidades, a no dejarlo fuera de nuestras
vidas y cotidianidad, a reconocerle como Señor y Salvador solo por amor y en
amor. Tal aclamación no se hace perecedera como las hojas de una planta o los
mantos que fácilmente se encuentran en el mercado, aclamar aquí es sinónimo de
la necesaria adoración que debe mover nuestras vidas y concepciones de esta.
Hasta las piedras le
aclamaran, la Redención es un proceso que está caminando desde lo más profundo
del corazón amoroso de la Trinidad Divina, no es un proceso que dependa de la creación,
por el contrario, nosotros en ella aguardamos para aclamarle como Rey y
Soberano de su Iglesia y nuestras vidas. Hoy debemos tener claro que
respondemos a la Ley de nuestro Soberano y esa ley se sustenta en el amor por
la vida en todas sus formas. Es una aclamación que nace desde lo más profundo
de la obra de Dios y llega hasta el último de los astros que iluminan el cielo
que todos observamos. Dios no guarda nada que pueda compartir con nosotros,
Cristo llega a nuestras vidas y no necesita más que un corazón abierto y
dispuesto para reinar auténticamente. Todos los preparativos que involucran el
pronto desenlace del Señor en la Cruz los podemos afrontar como un momento de
reflexión y concientización sobre las implicancias de su sacrificio en la Cruz
y la forma de su renuncia al mundo y lo que este como centro de poder
contaminado puede ofrecerle. La muerte
es consecuencia de las injusticias que matizan hoy nuestras relaciones con el
otro y en general con la vida en todas sus formas.
El pecado visto como
posibilidad fallida de felicidad solo deja hombres y mujeres vacíos sin
perspectiva alguna sobre su propia existencia. Es lamentable como aclamamos
estilos de vida vacíos y pobres en autosuficiencia bajo estándares carentes de
justicia y reconocimiento del otro y su intríngulis. El amor aparece en el
horizonte de nuestras relaciones con su componente salvífico llevado a escala
cósmica, el amor que brota del corazón de Cristo irradia todo el cosmos y con
su accionar la Gracia se manifiesta y muestra relevante en la cultura y estilo
de vida de los episcopales. Amar no es
una tendencia o instinto civilizado, es el recorderis de nuestra sublimación como persona humana
redimida. Amar es una propuesta que acoge el Episcopal de todos los tiempos
bajo el modelo amoroso de Cristo en su Iglesia. La paz que ve dibujada Lucas es
la misma que brota triunfante de la Cruz, es la misma aclamada sobre una cría
de asno, es pues, un estado de absoluta confianza en Dios cuya impasibilidad
trae a nosotros bienestar y certeza de caminar en la dirección correcta.
Somos episcopales y
leemos en los tiempos la razón de ser de los acontecimientos salvíficos, este
Domingo de Palmas: Declaramos que nuestros colegios, estancias, geriátricos,
clínica, centros de convenciones, campamento, y todo aquello donde estamos y
trabajamos por la Iglesia de Cristo, son terrenos de paz y fraternidad donde se
aclama al Dios y Rey Soberano por sobre todas las cosas. El espíritu de nuestra
liturgia nos invita a caminar en un constante movimiento del alma al encuentro
de nuestro Señor y Salvador. En el aspecto descrito como función litúrgica es
bueno recordar que esta celebración cuando incluye procesionar, se convierte en
la única procesión litúrgica por estar constatada en el Libro Sagrado de
Tradición. La manera como el episcopal aclama debe referenciar la vida y el
cuidado de esta, el tributo no corresponde solo a las “ramas” de palma sino al
corazón dispuesto para acoger a su Señor. Insistimos en que siendo mayordomos
responsables de la creación no podemos poner en peligro ninguna especie viva
para fines litúrgicos. La visión Lucana es clara para este evangelista, es el
corazón que se “mueve” al encuentro con su Dios. Es una expresión precisa de
nuestra Fe en el Dios de la vida que adorna nuestra existencia y la creación
con su amor misericordioso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario