viernes, 8 de abril de 2022

DOMINGO DE PALMAS… EL CREYENTE ACLAMA A SU SEÑOR EN LA PERSPECTIVA LUCANA.

 

DOMINGO DE PALMAS… EL CREYENTE ACLAMA A SU SEÑOR EN LA PERSPECTIVA LUCANA.

 

En el hoy de nuestra historia personal de salvación encontramos inserto el relato de la entrada triunfal del Señor a Jerusalén y como literalmente es aclamado desde distintas realidades asumidas por quienes le rodeaban. Hoy 2000 años después sobrevive en el ambiente religioso y en la memoria intuitiva de la Iglesia este signo por medio del cual el hombre y la mujer de su época entendían debían aclamar a su Rey, pero como muy pocos en verdad estaban dispuestos a aclamar a su Salvador con todo lo que ello implicaba, los convencionalismos quedaron a un lado, las palmas y los mantos tendidos en el piso fueron arrebatados por el viento caprichoso y las pisadas inmisericordes de una gran turba novelesca y amante de la novedad. Hoy como hace 2000 años la raíz de nuestra Fe sale al paso de quienes buscan experimentar en el mundo lo que en realidad solo pueden en Dios.  Lucas en su mensaje retrata muy bien estas escenas y acude a toda su sensibilidad para confeccionar tamaño relato:”37. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. 38. Decían: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor, Paz en el cielo y gloria en las alturas”. (El Texto sugerido es Lucas capítulo 19 versículos 28-40 y en la Santa Eucaristía 22: 14 y 23: 56).

La alegría que muchos experimentaron se debió a la generosidad de Jesús, tal actitud contrasta con la necesaria solidaridad que el bautizado debe argumentar a la hora de reconocerle como a su Señor y único Salvador, la suficiencia de esta declaración mantiene en nosotros la alegría perenne que brota de nuestra Fe. Solo una relación personal y bondadosa con Dios puede darnos la sensibilidad para aclamarle y acompañarle durante estas celebraciones del Santo Triduo Pascual. Un auténtico discípulo de Cristo no se detiene a contemplar los beneficios de su espiritualidad sino el objeto de todo su amor. Hermanos la Paz señalada en este pasaje Lucano alcanzará su perfección una vez resucite el Salvador y la comparta fraternalmente con los suyos. Nuestra sociedad y su Ethos reclaman paz ante los desgastes de valores y pérdida de identidad en el creyente, ante modelos desgastantes de vida y humanidad que hoy conocemos como contaminación, indiferentismo, corrupción, vicios, entre otros cuantos. Hoy no es suficiente ir a misa o salir en procesión, hoy reclama el Señor mayor compromiso y absoluta claridad en nuestra experiencia de vida cristiana.

Que fácil es buscar un “rey o soberano” que resuelva los problemas de una cultura carente de amor y respeto por la vida en todas sus formas, todos buscaran llevar palmas o ramas de otras especies vegetales, pero si el Señor pasara por nuestros ríos y mares no podría contener las lágrimas ante tanto detrimento y destrucción de su obra. Aclamar es más que componer una estructura lingüística, nos referimos al estribillo del versículo 38, la bendición debe ser coherente con nuestro estilo de vida y con el contenido de nuestra creencia. Jesús ofrece la paz mesiánica la que no es posible condicionar por tratado alguno o calidad de vida según los estándares del mundo moderno, es una paz que brota de su acción liberadora y destructora de las estructuras de pecado que precisamente derrotó en la Cruz. La paz mesiánica se concreta en cada bautizado cuando genuinamente aclama al dueño de su ser. La Iglesia nos invita como bautizados a clamarle vivo y glorioso en cada una de nuestras realidades, a no dejarlo fuera de nuestras vidas y cotidianidad, a reconocerle como Señor y Salvador solo por amor y en amor. Tal aclamación no se hace perecedera como las hojas de una planta o los mantos que fácilmente se encuentran en el mercado, aclamar aquí es sinónimo de la necesaria adoración que debe mover nuestras vidas y concepciones de esta.

Hasta las piedras le aclamaran, la Redención es un proceso que está caminando desde lo más profundo del corazón amoroso de la Trinidad Divina, no es un proceso que dependa de la creación, por el contrario, nosotros en ella aguardamos para aclamarle como Rey y Soberano de su Iglesia y nuestras vidas. Hoy debemos tener claro que respondemos a la Ley de nuestro Soberano y esa ley se sustenta en el amor por la vida en todas sus formas. Es una aclamación que nace desde lo más profundo de la obra de Dios y llega hasta el último de los astros que iluminan el cielo que todos observamos. Dios no guarda nada que pueda compartir con nosotros, Cristo llega a nuestras vidas y no necesita más que un corazón abierto y dispuesto para reinar auténticamente. Todos los preparativos que involucran el pronto desenlace del Señor en la Cruz los podemos afrontar como un momento de reflexión y concientización sobre las implicancias de su sacrificio en la Cruz y la forma de su renuncia al mundo y lo que este como centro de poder contaminado puede ofrecerle.   La muerte es consecuencia de las injusticias que matizan hoy nuestras relaciones con el otro y en general con la vida en todas sus formas.

El pecado visto como posibilidad fallida de felicidad solo deja hombres y mujeres vacíos sin perspectiva alguna sobre su propia existencia. Es lamentable como aclamamos estilos de vida vacíos y pobres en autosuficiencia bajo estándares carentes de justicia y reconocimiento del otro y su intríngulis. El amor aparece en el horizonte de nuestras relaciones con su componente salvífico llevado a escala cósmica, el amor que brota del corazón de Cristo irradia todo el cosmos y con su accionar la Gracia se manifiesta y muestra relevante en la cultura y estilo de vida de los episcopales.  Amar no es una tendencia o instinto civilizado, es el recorderis   de nuestra sublimación como persona humana redimida. Amar es una propuesta que acoge el Episcopal de todos los tiempos bajo el modelo amoroso de Cristo en su Iglesia. La paz que ve dibujada Lucas es la misma que brota triunfante de la Cruz, es la misma aclamada sobre una cría de asno, es pues, un estado de absoluta confianza en Dios cuya impasibilidad trae a nosotros bienestar y certeza de caminar en la dirección correcta.

Somos episcopales y leemos en los tiempos la razón de ser de los acontecimientos salvíficos, este Domingo de Palmas: Declaramos que nuestros colegios, estancias, geriátricos, clínica, centros de convenciones, campamento, y todo aquello donde estamos y trabajamos por la Iglesia de Cristo, son terrenos de paz y fraternidad donde se aclama al Dios y Rey Soberano por sobre todas las cosas. El espíritu de nuestra liturgia nos invita a caminar en un constante movimiento del alma al encuentro de nuestro Señor y Salvador. En el aspecto descrito como función litúrgica es bueno recordar que esta celebración cuando incluye procesionar, se convierte en la única procesión litúrgica por estar constatada en el Libro Sagrado de Tradición. La manera como el episcopal aclama debe referenciar la vida y el cuidado de esta, el tributo no corresponde solo a las “ramas” de palma sino al corazón dispuesto para acoger a su Señor. Insistimos en que siendo mayordomos responsables de la creación no podemos poner en peligro ninguna especie viva para fines litúrgicos. La visión Lucana es clara para este evangelista, es el corazón que se “mueve” al encuentro con su Dios. Es una expresión precisa de nuestra Fe en el Dios de la vida que adorna nuestra existencia y la creación con su amor misericordioso.

 

 

 

En el hoy de nuestra historia personal de salvación encontramos inserto el relato de la entrada triunfal del Señor a Jerusalén y como literalmente es aclamado desde distintas realidades asumidas por quienes le rodeaban. Hoy 2000 años después sobrevive en el ambiente religioso y en la memoria intuitiva de la Iglesia este signo por medio del cual el hombre y la mujer de su época entendían debían aclamar a su Rey, pero como muy pocos en verdad estaban dispuestos a aclamar a su Salvador con todo lo que ello implicaba, los convencionalismos quedaron a un lado, las palmas y los mantos tendidos en el piso fueron arrebatados por el viento caprichoso y las pisadas inmisericordes de una gran turba novelesca y amante de la novedad. Hoy como hace 2000 años la raíz de nuestra Fe sale al paso de quienes buscan experimentar en el mundo lo que en realidad solo pueden en Dios.  Lucas en su mensaje retrata muy bien estas escenas y acude a toda su sensibilidad para confeccionar tamaño relato:”37. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. 38. Decían: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor, Paz en el cielo y gloria en las alturas”. (El Texto sugerido es Lucas capítulo 19 versículos 28-40 y en la Santa Eucaristía 22: 14 y 23: 56).

La alegría que muchos experimentaron se debió a la generosidad de Jesús, tal actitud contrasta con la necesaria solidaridad que el bautizado debe argumentar a la hora de reconocerle como a su Señor y único Salvador, la suficiencia de esta declaración mantiene en nosotros la alegría perenne que brota de nuestra Fe. Solo una relación personal y bondadosa con Dios puede darnos la sensibilidad para aclamarle y acompañarle durante estas celebraciones del Santo Triduo Pascual. Un auténtico discípulo de Cristo no se detiene a contemplar los beneficios de su espiritualidad sino el objeto de todo su amor. Hermanos la Paz señalada en este pasaje Lucano alcanzará su perfección una vez resucite el Salvador y la comparta fraternalmente con los suyos. Nuestra sociedad y su Ethos reclaman paz ante los desgastes de valores y pérdida de identidad en el creyente, ante modelos desgastantes de vida y humanidad que hoy conocemos como contaminación, indiferentismo, corrupción, vicios, entre otros cuantos. Hoy no es suficiente ir a misa o salir en procesión, hoy reclama el Señor mayor compromiso y absoluta claridad en nuestra experiencia de vida cristiana.

Que fácil es buscar un “rey o soberano” que resuelva los problemas de una cultura carente de amor y respeto por la vida en todas sus formas, todos buscaran llevar palmas o ramas de otras especies vegetales, pero si el Señor pasara por nuestros ríos y mares no podría contener las lágrimas ante tanto detrimento y destrucción de su obra. Aclamar es más que componer una estructura lingüística, nos referimos al estribillo del versículo 38, la bendición debe ser coherente con nuestro estilo de vida y con el contenido de nuestra creencia. Jesús ofrece la paz mesiánica la que no es posible condicionar por tratado alguno o calidad de vida según los estándares del mundo moderno, es una paz que brota de su acción liberadora y destructora de las estructuras de pecado que precisamente derrotó en la Cruz. La paz mesiánica se concreta en cada bautizado cuando genuinamente aclama al dueño de su ser. La Iglesia nos invita como bautizados a clamarle vivo y glorioso en cada una de nuestras realidades, a no dejarlo fuera de nuestras vidas y cotidianidad, a reconocerle como Señor y Salvador solo por amor y en amor. Tal aclamación no se hace perecedera como las hojas de una planta o los mantos que fácilmente se encuentran en el mercado, aclamar aquí es sinónimo de la necesaria adoración que debe mover nuestras vidas y concepciones de esta.

Hasta las piedras le aclamaran, la Redención es un proceso que está caminando desde lo más profundo del corazón amoroso de la Trinidad Divina, no es un proceso que dependa de la creación, por el contrario, nosotros en ella aguardamos para aclamarle como Rey y Soberano de su Iglesia y nuestras vidas. Hoy debemos tener claro que respondemos a la Ley de nuestro Soberano y esa ley se sustenta en el amor por la vida en todas sus formas. Es una aclamación que nace desde lo más profundo de la obra de Dios y llega hasta el último de los astros que iluminan el cielo que todos observamos. Dios no guarda nada que pueda compartir con nosotros, Cristo llega a nuestras vidas y no necesita más que un corazón abierto y dispuesto para reinar auténticamente. Todos los preparativos que involucran el pronto desenlace del Señor en la Cruz los podemos afrontar como un momento de reflexión y concientización sobre las implicancias de su sacrificio en la Cruz y la forma de su renuncia al mundo y lo que este como centro de poder contaminado puede ofrecerle.   La muerte es consecuencia de las injusticias que matizan hoy nuestras relaciones con el otro y en general con la vida en todas sus formas.

El pecado visto como posibilidad fallida de felicidad solo deja hombres y mujeres vacíos sin perspectiva alguna sobre su propia existencia. Es lamentable como aclamamos estilos de vida vacíos y pobres en autosuficiencia bajo estándares carentes de justicia y reconocimiento del otro y su intríngulis. El amor aparece en el horizonte de nuestras relaciones con su componente salvífico llevado a escala cósmica, el amor que brota del corazón de Cristo irradia todo el cosmos y con su accionar la Gracia se manifiesta y muestra relevante en la cultura y estilo de vida de los episcopales.  Amar no es una tendencia o instinto civilizado, es el recorderis   de nuestra sublimación como persona humana redimida. Amar es una propuesta que acoge el Episcopal de todos los tiempos bajo el modelo amoroso de Cristo en su Iglesia. La paz que ve dibujada Lucas es la misma que brota triunfante de la Cruz, es la misma aclamada sobre una cría de asno, es pues, un estado de absoluta confianza en Dios cuya impasibilidad trae a nosotros bienestar y certeza de caminar en la dirección correcta.

Somos episcopales y leemos en los tiempos la razón de ser de los acontecimientos salvíficos, este Domingo de Palmas: Declaramos que nuestros colegios, estancias, geriátricos, clínica, centros de convenciones, campamento, y todo aquello donde estamos y trabajamos por la Iglesia de Cristo, son terrenos de paz y fraternidad donde se aclama al Dios y Rey Soberano por sobre todas las cosas. El espíritu de nuestra liturgia nos invita a caminar en un constante movimiento del alma al encuentro de nuestro Señor y Salvador. En el aspecto descrito como función litúrgica es bueno recordar que esta celebración cuando incluye procesionar, se convierte en la única procesión litúrgica por estar constatada en el Libro Sagrado de Tradición. La manera como el episcopal aclama debe referenciar la vida y el cuidado de esta, el tributo no corresponde solo a las “ramas” de palma sino al corazón dispuesto para acoger a su Señor. Insistimos en que siendo mayordomos responsables de la creación no podemos poner en peligro ninguna especie viva para fines litúrgicos. La visión Lucana es clara para este evangelista, es el corazón que se “mueve” al encuentro con su Dios. Es una expresión precisa de nuestra Fe en el Dios de la vida que adorna nuestra existencia y la creación con su amor misericordioso.

 

 

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