DÉCIMO NOVENO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 23. Éxodo capítulo 32 versículos
1-14. Salmo 106:1-6,19-23. Filipenses capítulo 4 versículos 1-9. Mateo
capítulo 22 versículos 1-14.
La escena descrita
por el Éxodo se constituye en un acto de
desobediencia del pueblo ante la ausencia de su líder y guía, es decir, de
Moisés. Las figuras que podemos encontrar como el becerro de oro era
en verdad la imagen de un toro joven que los pueblos del oriente antiguo tenían
por deidad. Es importante que tengamos presente que se refieren con el tema de
esta imagen a la construcción de un nexo físico con el Dios que se revela y que
solo habla con Moisés. Es una equiparación a lo divino o trascendente o
incomprensible para el pueblo cuyo contacto constante con otras naciones le
permitió ser permeado por sus distintas costumbres socio-culturales que sin
duda no dejaron lo cultico a un lado, sino que fue parte integral de su culturización
o transferencia de fundamentos culturales en la construcción de su Ethos. Las
implicaciones de esta imagen trascienden la simple imitación de un ídolo
mesopotámico o asirio sino en realidad la necesidad de materializar o
visualizar una liturgia que les permitiera sentir la presencia del Dios que los
sacó de Egipto. Es una necesidad humana el tener control o conocimiento de los
asuntos o estadios importantes en la vida y su intríngulis.
El becerro de oro
aterriza la connotación de Dios entre los suyos y expresa una necesidad vital
por parte de la recreación cultural de Israel desprovisto de vínculos con el
Dios vivo (más allá de los conocidos). La incomprensión de la relación con
Yahveh es fruto de la poca profundidad espiritual en general de este pueblo que
bajo la pedagogía divina transita en el desierto afirmando así que viven un
proceso o noviazgo con el Dios revelado. Recordemos la figura del Arca
de la Alianza que contiene los signos de esta relación ya digeridos
para el pueblo en su elaboración de una conciencia religiosa. Encontramos que
su función no dista mucho del intento de antropizar la imagen del Dios vivo y
subsistente. Lo verdaderamente importante es que nosotros como
bautizados en pacto de amor y eternidad no permitamos que los ídolos del mundo
nos alejen de Dios y su propósito salvífico para cada uno de nosotros.
Pablo conoce
de su medio y se desenvuelve con absoluta facilidad y atina en su reflexión. La
Virtud de la que habla en la imitación a Cristo nos dice con claridad que se encuentra
en medio de una comunidad llena de moralistas de ascendencia griega y judíos
helenizados. Los que reconocen en la palabra Virtud una
relación viva con el término Hábito (acto repetitivo bueno) que
define las prácticas cotidianas. Pablo acude a la comparación con la disciplina
tanto de un filósofo como también de un deportista, esta disciplina es modelo
de vida aun en la imitación de Cristo sea que lo hablamos por ejemplo de otro
bautizado o del mismo Pablo. El seguimiento de Cristo es fuente de toda virtud
y sano hábito en el cristiano. Las gracias espirituales son un don amoroso de
Dios y solo el que reconoce su valía podrá emplearlos en la edificación de su
vida espiritual. La oración es una virtud que el cristiano debe
practicar constantemente y sin distracciones por lo que Pablo la asocia a la
perfección de los creyentes. La alegría es de índole existencial y es
testiga de la vivencia de Cristo en la configuración de los bautizados. La
realidad que abordamos desde la perspectiva de nuestra Fe se hace cada día más
sólida cuando ponemos en práctica las enseñanzas evangélicas que nos motivan a
ser mejores. El cristiano debe reflejar en su vida tanto la alegría de
la Gracia como la dedicación de su Fe en Cristo y en su Iglesia.
La visión Mateana sobre
el fin de los tiempos es bien diciente. Acude a la figura de una boda donde a
pesar de estar todo preparado y de ser el Señor quien convoca a los invitados
estos se excusaron despreciando su invitación. Sobre los personajes que
intervienen para ubicarnos en el contexto escatológico diremos: El Rey es
el Padre Dios, el Hijo es nuestro Señor, los siervos son sin
duda los profetas y apóstoles, los invitados iniciales son el
pueblo de Israel, y las personas que finalmente aceptaron la
invitación son en general los cristianos que escucharán en
todas las épocas el llamado de Dios en su Hijo y lo atenderán. Es interesante
como se relacionan los relatos para confluir en una unidad temática que es
el juicio final donde la preparación es vital ya que nadie podrá
entrar a la presencia del Todopoderoso sin la debida Gracia para hacerlo. La
preparación salvífica se encuentra contenida en la Palabra de Dios que como
guía de nuestra vida sobrenatural está presente en el ministerio de la Madre
Iglesia. Pues en cuanto al “traje” necesario para esta celebración está
constituido por las obras de Justicia que acompañan al bautizado en su
peregrinación por el mundo y la forma como esta traba relaciones con su entorno
siendo posible establecer una relación salvífica-restaurada. Toda
celebración está enfocada al disfrute de la persona y lo mismo acontece con la
Fe de los bautizados, es el disfrute de la felicidad que la Justicia construye
en el mundo la que de manera imperfecta nos prepara para la eterna donde no hay
imperfección y donde Dios mismo es el objeto de tanta felicidad. Vivamos
pues como invitados y preparémonos para asistir cuando el Dios de la vida así
lo determine.
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