AGUSTÍN DE HIPONA
Y SU AMOR POR LA EVANGELIZACIÓN.
Tan vivo en la memoria
eclesial como hace ya 1500 años. Y hoy como ayer es de suprema importancia la
misión eclesial que busca comunicar las gracias amorosas de la Palabra de Dios
recibida. Para el Hiponense la evangelización crea conciencia sobre el valor de
la persona humana y su gran componente de interioridad y vida que busca
constantemente ser perfeccionada. Para el Hiponense el dolor, el sufrimiento,
las alegrías, el bienestar no son componentes paralelos de una misma realidad
humana sino un total de supremo valor y sentido para el mismo Dios revelado. La
expresión misma de la existencia humana es vital para esta relación salvífica
que se inicia con el anuncio amoroso de Dios y su Palabra, era tal el valor de
la Palabra de Dios para Agustín que durante el servicio eucarístico,
frecuentemente cuando llegaban a la liturgia de la Palabra decía a sus
hermanos: “Qué alegría, el amoroso Dios nos envió una carta llena de su amor”
una vez más podemos ver el valor del mensaje revelado en la construcción de
espiritualidad y pertenencia que sin duda apuntaban en Agustín a una vida que
revele el poder de la Gracia por medio del Evangelio.
En su viaje e
introspección reconoce que el mayor de los obstáculos o dificultades las ofrece
la persona humana, con su marcado interés de la reafirmación de su propio yo
aun por sobre la verdad revelada. Esta postura genera un entorno individualista
que paulatinamente busca desfigurar el influjo de la Palabra en la vida y obra
de los bautizados. La posesión personal es una clara idea del egoísmo y el
dominio de sí que el creyente ofrece cuando el Evangelio modifica su propia
forma de vivir. Aquí la tesis central se explicita en la siguiente sentencia: “evangelizarte
a ti mismo cambia la forma como ves tu propia vida y tus relaciones con el
medio”. La concreción de la misión de la Iglesia parte de la identidad de
los seres humanos y su relación con la trascendencia. Buscar la misión inicia con el convencimiento
personal de ser un supremo valor por el que vale la pena gastar la vida y sus
fuerzas. El amor que está atento a otros y otras, es el amor que brota de la
Cruz y que el creyente no puede perder de vista en la praxis de nuestra propia
Fe.
El valor de la Palabra
revelada marca en nosotros una nueva experiencia y ruta de vida que nos lleva a
los pies de Cristo en este caminar de la mano de la Iglesia. Agustín argumenta
la suprema filiación eclesial como el motor inspirado de toda obra de
evangelización. La realidad de los tiempos que estamos viviendo está marcada
por la necesidad de una espiritualidad que afirme los valores evangélicos
compartidos en el anuncio. Agustín emprende un viaje a las profundidades del
ser de la humanidad para encontrar razones de la necesaria obra misionera. La
persona redimida es sin duda un modelo de evangelización y cómo sus contenidos
modifican la configuración del ser creyente. La congregación asume el reto
de “parir” nuevos hijos en la Fe de la pila bautismal lo que implica
positivamente un testimonio y vivencia de la Fe anunciada en la Palabra de Dios
al mundo. Para el Águila de Hipona el testimonio es quien realmente afirma
el contenido salvífico de la Palabra predicada y compartida en el terreno de la
misión tanto interior como congregacional del bautizado. Agustín establece en
su comprensión de la obra misionera y evangelizadora una relación de absoluta
vitalidad que hace de cada uno de nosotros un evangelizador cuando con amor y
compromiso “parimos” en el Evangelio la vida de la Gracia. La Iglesia tiene una
responsabilidad ingente en el anuncio y cuenta con el bautizado para llegar a
todos los escenarios donde este gasta su vida, en el plan de evangelización y
misión la figura y actividad del ministro laico es de capital importancia. La
modernidad reclama de nosotros y de la Iglesia un testimonio de vida tan
poderoso que mueva las barreras actuales para instalar la Palabra salvífica en
la psique de los hombres y mujeres de nuestro siglo. Sin duda alguna que Agustín si viviera en
esta época tendría acceso a las redes sociales para continuar lo que inicia en
la mente y corazón de los bautizados. Agustín es pionero en la propuesta de vivenciar
la evangelización con una auténtica conversión de quien anuncia y refuerza la
naturaleza valida del mensaje con su vida. El axioma evangélico “Por sus
obras los reconocerán” deja la puerta abierta a una conversión dinámica
cuya vitalidad está afirmada en el día a día del contenido evangélico. La Palabra es vida y no cualquier vida como
la ofrece el mundo sino realmente vida al convertir a quien la vive en dueño de
su propia existencia y destino, esta última expresión es audaz, pero dibuja
perfectamente la voluntad salvífica del creyente influido positivamente por la
Gracia.
“La Ciudad de Dios
“es el reflejo de una vida ordenada y con un propósito que es la salvación.
Este antagonismo como tesis de vida y creencia está también a nuestro alcance y
es de esta forma como nosotros interpretamos nuestra pertenencia a un Reino. La
“ciudad terrenal” es la némesis del concepto anterior y es fácil
reconocerla en los valores exacerbados de un humanismo que se ha vuelto
tolerante ante las estructuras de pecado que vive a diario. Nuestra
antropología con sus imperfecciones puede ponerse a salvo gracias a la
Inhabitación y magnitud del amor Dios revelado en su ser y configuración, el
ser amables es un término clave en la valoración de las Sagradas Escrituras y
aceptación de su propia Inerrancia. Estamos ante una forma de evangelizar
que cuenta con nosotros y la praxis cristiana que ha tenido éxito en los
bautizados comprometidos con su ser y salvación. Por último, el Doctor de la
Gracia ve en el culmen de su misión el asumir un Reino y una propuesta que
supera las estructuras inmanentes de nuestra propia existencia, Somos el canal
más eficiente de propagación de la Palabra de Dios en el mundo y nuestra propia
praxis con respecto a ella es definitiva para darle peso y contundencia a su
contenido salvífico. Agustín cree que el proceder del creyente actualiza por
decirlo así automáticamente el contenido de la verdad revelada. Una especie
de “alter ego” vital en el anuncio que da valor a la suma de todos nuestros
esfuerzos por ser mejores cristianos cada día. Esta dinámica es propia de un
influjo constante de la Gracia en nosotros y contrarrestando las experiencias de Des-gracia que vive hoy
nuestro mundo agobiado por tantos y delicados males. La Des-gracia se
acrecienta en la medida en la que la Palabra de Dios es la gran ausente de la vida de los seres
humanos. Los postulados del Evangelio están en franca resistencia al pecado y
sus estructuras conocidas por todos, donde la injusticia se ha convertido en
expresión de legalidad en un entorno competitivo.
Agustín de Hipona asume
realmente como vital en su retórica evangelizadora la necesaria vivencia de los
contenidos eclesiales uniendo la eclesiología con la vida de los bautizados
dimensionando de esta manera el valor real de todos y cada uno de los
creyentes. No se trata de una cifra sino de una vivencia transformadora de
personas y realidades en el mundo. Aquí el mundo son las experiencias del estar
vivos y conocer las implicancias de una existencia en contacto con su mundo
material y espiritual. Agustín no está en posesión de una categoría dualista como
tal sino en control de una existencia que reconoce el valor de lo material y lo
espiritual en la configuración del “estar vivos”. La vida evangelizada es una realidad segura y
conocedora de sí misma y sus alcances en cuanto a su entorno. Santificar las
relaciones humanas (RR-HH) es parte de ese cometido de testimoniar el
valor de la Palabra de Dios en el mundo. La comunidad humana necesita de
modelos realizables y el bautizado debe cumplir con las expectativas de un
entorno vital o somático que aprecia sus esfuerzos por vivir la alteridad de su
propia Fe. Agustín emprende un caminar hacia su ser más íntimo y en su
profundidad descubre a Dios revelado y amante pleno. Esta condición de
interioridad define en gran medida su percepción de la realidad evangelizadora:
“Antes de salir a hablar de Cristo entra y conócelo en lo profundo de tu ser
soberano”. Queda pues claro para cada uno de nosotros que la obra
evangelizadora inicia en las profundidades de la psique y conciencia de los
bautizados. Queda claro que nos movemos de adentro hacia afuera de nosotros
mismos. Queda claro una vez más que evangelizar es un cambio real que nos
mueve a una auténtica conversión. El mundo cobra un sentido bien especial
cuando estamos viviendo por el influjo de la Gracia de Dios. Las palabras de la
Biblia toman más fuerza que simples unidades lingüísticas que se pronuncian
como cualquier otro texto. La vida y la vitalidad de sus contenidos definen el
derrotero de una existencia de Fe cuyo centro y centralidad es el Dios revelado
en cada una de las líneas de su Palabra convertida en Texto por los escritores
sagrados. La vida misma se convierte en letra y texto. Es bueno decir
que la actividad bíblica del Hiponense fue gobernada por la “alegoría”
en su máxima expresión. Incluso podemos afirmar que cometió algunos excesos por
dicha praxis analítica. Creer en la Palabra de Dios es fundamental para poder
siquiera pensar en el anuncio. De no lograr esta comunión entonces el
anuncio se tornará en vacío y sin fundamentación alguna.
El Hiponense vio con
claridad la relación del testimonio personal con el eclesial, dándole gran
importancia a la comunión entre el sujeto que vive y su interior que asume como
verdad lo revelado en las Escrituras de Dios. El componente psicológico es de
capital importancia para lograr una estabilidad en el anuncio y en el
testimonio fruto de la vivencia de lo que se está proclamando. Un binomio
lleno de éxito que logra establecer una relación de supremacía entre la Palabra
y su praxis, no sale del creyente, sino que profundiza su propia Fe. No hay
otra manera de producir frutos sanos en este caminar de nuestra Fe cristiana. Agustín
un incansable evangelizador al que el mundo cristiano debe un contenido
contundente de su propia doctrina.
Pbro. Diego Sabogal.
Cristoeseltema.blogspot.com
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