viernes, 23 de octubre de 2020

VIGÉSIMO-PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

 

VIGÉSIMO-PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 25. Deuteronomio capítulo 34 versículos 1-12. Salmo 90: 1-6,13-17. 1 tesalonicenses capítulo 2 versículos 1-8. Mateo capítulo 22 versículos 34-46.

 

La escena que describe el último capítulo del Deuteronomio se resume en el versículo (4) no obstante el propio Moisés toma posesión de la tierra prometida para su pueblo, recordemos que solo el patriarca habla con Yahveh lo que implica una representación viva ante Dios en favor de sus compañeros de peregrinación por el desierto. Moisés vivió 120 años (según el texto Deuteronomista) recordemos que una larga vida era considerada signo inequívoco de bendición por parte de Dios. Su cuerpo inerte fue sepultado y su lugar tomado por Josué del que se dice que el propio Moisés le impuso las manos versículo (9) este rito designa al sucesor y entra bajo el signo del Espíritu de Dios que le concede los dones y gracias necesarias para su presente misión. El cristiano no puede perder de vista que su esperanza es cierta y que, aunque no veamos el Reino de Dios es posible sentirlo en el corazón como recompensa de una obra bien desarrollada que no es otra que la vivencia y materialización del Evangelio de Cristo en nosotros y en nuestro entorno haciendo de la tierra un hogar digno de todas y todos. Es la promesa que para el pueblo de Israel se convierte en un lugar de destino que posteriormente les permitirá construir su identidad como sucede aún hoy en día. La obra de Moisés marcará el destino de los semitas y los conducirá a enarbolar las banderas de la lucha en todo tiempo y lugar. La presencia de este líder espiritual y caudillo nos recuerda que ante toda circunstancia no podemos perder de vista que somos parte activa de la vida y el quehacer de la Iglesia y nuestras congregaciones, y que en ellas luchamos por ser liberados de las cargas que trajimos cuando decidimos vivir en la Iglesia nuestro llamado cristiano. Cada uno atraviesa su propio desierto espiritual lo que implica una constante dinámica de crecer en el espíritu hasta alcanzar nuestro ideal de vida cristiana.

 La historia de Israel está marcada por la guerra y los conflictos de credo con sus vecinos. Recordemos que ellos llegaron a una tierra habitada desde hacía miles de años antes que su llegada. Es una condición propia de quienes migran buscando una oportunidad de vida o simplemente un espacio para recomenzar.  Continuamos como bautizados caminando en pos de esta realidad que atesora nuestra esperanza, ya no de un reino que mana leche y miel (expresión del antiguo Oriente) empleada por la tradición judía sino del mismo Dios que nos invita a ser parte de su Reino, es decir, de su inefable presencia.

El apóstol Pablo nos dice una vez más que el Evangelio es predicado entre luchas de todo tipo y que esta condición precisamente debe mantenernos en actitud vigilante. Pablo es radical y su anuncio es por demás integro ya que se vale tanto de sus palabras como de su ejemplo de vida. Pablo deja en manos del Espíritu Santo los frutos de su obra misionera asumiendo humildemente su total dependencia de la Gracia salvífica de Cristo. El prestigio Paulino descansa en su fidelidad al Evangelio y en su labor bien hecha, la misma que hoy nos cuestiona grandemente cuando en calidad de ministros ordenados buscamos prebendas que no son fruto del Evangelio sino de compromisos no muy evangélicos.  Pablo indirectamente les pide a los suyos obrar bajo el signo de la Caridad y no del orgullo. Servir a la Iglesia en el mensaje Paulino es sobre todo servir con amor y humildad y buscar solo el respeto de la autoridad de Cristo y no del siglo. La calidad de su donación es incuestionable y su contenido llena de Esperanza a quienes sin duda escucharon sus palabras. La única carga posible es la que impone el Amor y la Promoción de nuestro medio eclesial. Hoy recuerdo las expresivas palabras de san Bernardo de Claraval Monje francés del siglo XI. “Se atraen más moscas con una cucharadita de miel que con todo un barril lleno de vinagre”. Cristiano que quiera servir en la Iglesia de Cristo debe ser dulce y agradable de lo contrario su servicio se convertirá en una pesadilla para sus hermanos en la Fe.

El Evangelio de Mateo, nos presenta a nuestra consideración dos relatos contenidos en una sola línea de tiempo, es decir, que constituyen una unidad temática y una intencionalidad doctrinal definida la cual sirve como argumentación para los capítulos que se suceden a continuación. Rescatamos para nuestra reflexión eclesial que es necesario explicitar que la exposición de los mandamientos (1 y 2) que hace el Señor se apega a las tradiciones tanto Levítica como Deuteronomista, resaltando la responsabilidad del creyente en la forma como reconoce a Dios y le adora y de igual forma como acentúa su relación con el otro partiendo precisamente de la concepción de un único Padre de todas y todos. El Señor asume su postura desde una visión universalista como personal. La discusión de tinte mesianista tiene por objeto esclarecer su origen frente a las afirmaciones judías sobre la supremacía del rey David que, aunque el Señor desciende de su genealogía, lo hace en lo humano, más resalta de esta forma su origen Divino. Estamos viendo un principio de la Cristología Mateana y es la exaltación de la condición de Dios del Mesías, es decir, de Cristo que queda claro en la psique de este evangelista y así desea transmitirlo en su Evangelio. 

 

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