martes, 1 de septiembre de 2020

DÈCIMO CUARTO DOMINGO DESPUÈS DE PENTECOSTÈS...

 

DÉCIMO-CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 18. Éxodo capítulo 12 versículos 1-14. Salmo 149. Romanos capítulo 13 versículos 8-14 Mateo capítulo 18 versículos 15-20.

 

La escena, larga por demás, en la que el Éxodo recrea la celebración de la Pascua está condicionada por los estilos literarios y sus géneros, es clave comprender que es un Texto de redacción Deuteronomista que se afirma fundamentalmente en tradiciones pre-israelitas que se remontan a la vida de los pastores nómadas que vagaban por la inmensidad del desierto y territorios vecinos. Era central en estas celebraciones que se sacrificara, se consumiera lo sacrificado en un ambiente festivo por el bien de los rebaños y en augurios de prosperidad y salud para todos como de protección en sus recorridos. Recordemos que la lectura del Éxodo del domingo anterior (zarza ardiendo) perseguía la finalidad de mostrar la revelación como anterior al mismo Moisés y a su en formación pueblo).  El compartir tanto la carne con los ázimos es signo de la presencia de otras fiestas que los hebreos fusionaron en la Pascua. Moisés y su movimiento para salir de Egipto y celebrar culto a Yahveh coincide abiertamente con la celebración judía de la fiesta de Yahveh lo que sin duda la relaciona con momentos determinantes como por citar uno su relación con la “décima plaga” y la salida de Egipto. La preparación implicaba asumir que durante un periodo de tiempo era necesario transitar por el desierto buscando tierras para establecerse. Recordemos que cuando los hebreos llegaron a Egipto no poseían tierras en aquella Nación. La búsqueda los lleva en una dirección incierta, pero a cambio de su condición ganan una relación liberadora con Dios que los escoge como su pueblo. Gracias a que los hebreos no tenían una cosmovisión religiosa definida como los egipcios que adoraban deidades cuyo registro se remontaba miles de años en el pasado, es decir, ya habían desarrollado toda una estructura mental.

 Los judíos estaban en una postura distinta estaban apenas construyendo sus estructuras de Fe cuando Dios (Yahveh) se manifiesta y los toma como su pueblo, desde luego el plan de Dios es estructurador de la realidad que a partir de ese momento crítico ellos vivirán hasta el presente… Este rito de la Pascua los consagra incidentalmente a dios, así se percibe en la mentalidad judía. El proceso de la misma Pascua es desde esta perspectiva el comienzo de la revelación salvífica como tal. Abraham recibe una promesa, pero Moisés recibe un pueblo, lo que implica toda una estructura con su cosmovisión. La Pascua es el primer signo antropológico de Alianza en los términos socio-culturales aceptados, recordemos el origen de esta fiesta. Solo para nuestra formación, el relato culmina con la décima plaga (muerte de los primogénitos) es de tradición Sacerdotal (año 470 a. C).

El Apóstol Pablo propone como vivencia de Fe la relación entre nuestras acciones y los sentimientos que desencadena el cumplimiento de la Ley. Pablo no está interesado en la Ley Mosaica quiere potenciarla como consecuencia del Evangelio.  Ya no habla del cumplimiento de ella sino de la Ley de índole universal que nos relaciona esencialmente los unos con los otros. Es pues una alusión a la hermandad que debe primar entre todos los seres humanos gracias a la obra de Cristo. No es solamente mi prójimo el que señala Levítico (miembro del mismo pueblo y Tribu), es todo ser humano y con extensión a la naturaleza. Digamos que el Ethos Paulino escala por sobre las consideraciones ritualistas de la Pascua judía y nos introduce en la relación de índole Cósmica entre Cristo y la humanidad. Su concepción de la Moral está relacionada vitalmente con la actitud que define al creyente en Cristo, es hora de “despertar” entendiendo este término por transformar la existencia bajo la primicia de la Resurrección y su Pascua definitiva. La profundidad de su reflexión nos lleva a prepararnos para el desenlace natural de la existencia que en términos espirituales es apenas el comienza de la realidad acabada de la humanidad. El Texto Paulino que sigue fue determinante en la conversión del Hiponense y la necesaria confrontación con las obras no iluminadas de la humanidad, es decir, de acciones de pecado (Versículos 13-14). Pablo nos aporta doctrinalmente la apreciación que establece entre pecado y concupiscencia, siendo el pecado las acciones contrarias a las enseñanzas evangélicas y la concupiscencia la carne o condición natural del ser humano que reclama según sus necesidades (perdida de los dones preternaturales).

Mateo continúa en la dinámica anterior sobre la relación con los demás, es decir, con el próximo o prójimo que está en contacto con mi existencia su intríngulis. La realidad de las relaciones en la Iglesia demanda de nosotros mucha atención y la capacidad para discernir sobre el valor de sus vínculos y cómo llevarlos por obra. El pecado se manifiesta siempre en nuestro devenir y así debemos entenderlo y trabajar por erradicarlo de las relaciones redimidas entre bautizados. La inclusión de la Asamblea o Ekklesia es determinante si las creyentes viven su relación de fraternidad y dan espacio en sus vidas al crecimiento en estos vínculos relacionales.

Los judíos conservaban practicas excluyentes que aplicaban según fuere la necesidad, lo hacían en la vida social, económica, y religiosa como política y normalmente el pertenecer a una o determinada formación social así mismo condicionaba el trato que debían recibir y dar a otros. Nada más alejado del Evangelio que prioriza en el “Mandamiento Nuevo” la relación de hermandad en Cristo. Las prácticas de excomunión las equiparaban a la separación de los enfermos o personas en situación de pecado que eran considerados “impuros” para el Evangelista la corrección fraterna suspende ese peso impositivo de la Ley Mosaica y abre la puerta para la auténtica Reconciliación y Conversión. 

 

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